¿Quién es el culpable de tanta injusticia?
El constante clamor por un mundo según justicia se mezcla con la realidad de los conflictos e injusticias. De las tensiones surgen los conflictos, que, mal resueltos, provocan las injusticias. A su vez, las injusticias intensifican la cadena confictiva entre personas, grupos y naciones. Aparece el mundo como una moneda desfigurada, con la cruz grande de la injusticia y la cara pequeña del respeto y la fraternidad. Todavía humilla a la humanidad las desigualdades y las ofensas, denominador común de toda injusticia. Se levanta el dedo amenazador: ¿quién es el culpable de tanta injusticia? Y surge la pregunta escéptica: ¿existirá alguna clave-camino que conduzca a la justicia “plena” que todos deseamos?
Reina la injusticia
Basta con abrir un periódico, ver la televisión, escuchar la radio o entrar en Internet, para comprobar cómo las relaciones interpersonales están presentes, siguen dominando en el mundo de hoy:
crímenes, insultos, mentiras, la subversión de valores, la perversión de la verdad, la hipocresía, los engaños, falsos testimonios, robos, abandonos de hogar, adulterios, opresiones, venganzas, amenazas, el fraude al obrero, la irresponsabilidad en el trabajo etc.;
y la corrupción como el contenedor donde se encuentra el abuso del poder, el robo, la mentira, el chantaje, el soborno, amenazas, y todo con enriquecimiento ilícito;
y el placer desordenado, con daño personal y dolor ajeno, que se encuentra en la droga, el sexo, el juego, la prostitución bajo la mafia, homosexualidad, violaciones;
y el hambre, la pobreza-miseria, el paro y sus causantes, la ignorancia, la opresión social, el terrorismo, la pena de muerte, la justicia sin justicia legal, los castigos desproporcionados o imprudentes, el silencio de los que pueden hacer justicia...
y el odio, la insensibilidad social, el egoísmo, bien individual, familiar, nacional o de cualquier grupo, el orgullo que desprecia y discrimina, la avaricia que obstaculiza el derecho ajeno, la desigualdad con unos pocos con mucho y unos muchos con poco o nada.
Nadie reconoce que es injusto y todos condenan la injusticia
Cada persona siente el imperativo de respetar los derechos ajenos, palpa con facilidad la paja-injusticia en el ojo del prójimo pero no la viga de más injusticia en su propia vida. Todos exaltan las injusticias ajenas pero relativizan sus “ pequeños errores”. Víctima del egoísmo y de la presión externa, es el hombre quien mata, miente, roba, oprime y viola todo tipo de derechos humanos. En definitiva, la injusticia proviene de una decisión humana, con mayor o menor responsabilidad. Se puede aplicar el criterio popular: desgraciados los que miden mal y pesan mal; los que cuando otros miden, exigen la medida llena, y cuando miden ellos, disminuyen la medida y el peso de los otros.
En qué consiste la injusticia Básicamente en el conjunto de actitudes y opciones, contrarias a la recta razón y al plan de Dios, que ofenden al prójimo y degrada a la persona que las comete;
la violación de un derecho, humano o religioso. Entraña una lesión injustificada contra los intereses de personas o de comunidades. Siempre es una ofensa contra Dios. Entre los tipos de injusticias cabe señalar: el quebranto voluntario, querido, de un derecho ajeno. Pero a veces se realiza sin querer, con inadvertencia o contra el deseo personal;
la oposición al prójimo desde la mente o con las palabras o las obras;
el daño por injuria personal o por robo. Puede ser en los bienes personales o en los externos-materiales.
Gravedad. Desde la ética. La ofensa objetiva puede ser grave o leve, según el derecho quebrantado, el daño ocasionado. Desde la fe: la Palabra de Dios prohibe las principales injusticias contra el prójimo (Ex 20, 13-17; Mt 19, 17-18) Cuando la injusticia cometida reúne las condiciones, puede ser una ofensa-pecado grave. Así se explica que “los injustos no poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6,9; Gal 5,19-21).
¿Quiénes son los culpables? El egoísmo es el primero
El egoísmo, personal o comunitario, es la causa primera que consiste en “el desordenado amor propio que anida profundamente en el hombre” (MM 229). Tal actitud negativa antepone el propio interés a los legítimos derechos del prójimo. Para la persona o grupo egoísta, lo suyo es lo primero, lo último y lo más importante. Y a veces, identifica sus caprichos con sus legítimos intereses. Es el egoísmo quien insensibiliza a las personas y a los grupos ante el derecho de los otros (locales, nacionales o internacionales). El egoísta obsesionado por sus derechos, perdió el sentido y la necesidad de sus obligaciones; atrofia el sentido de la alteridad, hace perder el sentido de la comunidad y la urgencia de colaborar con el bien común. Llega hasta ignorar el mínimo de la comunión y de su entrega;
Detrás, están el orgullo, la ambición y el poder
El individuo o la colectividad, empujados por estos impulsos refuerzan la postura egoísta a la que añaden el desprecio por los otros; el juicio erróneo sobre la superioridad de sus derechos y la inferioridad de sus obligaciones; la hipersensibilidad hacia el propio honor, ídolo al que fácilmente sacrifican a los adversarios; el rechazo de toda crítica o justo reclamo que descalifican por sistema; la autosuficiencia de quien desea arreglar él solo los problemas; la rebeldía que le empujará instintivamente contra los criterios y normas de los adversarios; la idolatría de su ego que no admite a nadie superior; la vanidad que justifica gastos escandalosos porque el dinero es suyo y las leyes le protegen...
Y otras manifestaciones: supervalora el yo (individual o grupal) y exagera la estima legítima del propio valer, poseer y poder; aplasta al que se opone a sus intereses; sacrifica con facilidad al prójimo, aunque sea más pobre que él y para satisfacer sus ansias de mayores riquezas. Mucha razón tiene Quevedo al afirmar que donde hay poca justicia es un peligro tener razón.
Y le siguen la avaricia y el materialismo He aquí algunos rasgos de la persona dominada por la ambición, el materialismo y le envidia: exalta el impulso innato a poseer bienes que aseguren la existencia y en detrimento de otras personas o grupos; queda esclavizada por el dinero, por la posesión de lo material, ídolo a quien rinde culto; entra en la carrera del tener y consumir. Atrapada por la sociedad de consumo, esta persona o grupo se obsesiona por su posesión y queda insensibilizada ante las necesidades ajenas. Con el deseo de igualar al que tiene más, -envidia-, no tiene escrúpulo de legitimar medios injustos ante los que tienen menos. Así es como pierde la paz, la serenidad y la sinceridad para juzgar sobre situaciones de justicia o injusticia. Con pasmosa tranquilidad usa medios que en otros juzgan razonablemente como maquiavélicos. Y por supuesto, prescinde de Dios, de la fe y de la esperanza para realizar su impulso de felicidad y para disfrutar de los tienes materiales (Lc 16,22; Mt 6, 19-24;).
Pero, el hombre ¿es víctima o autor de un mundo injusto?
El ambiente cultural y la presión de las estructuras explican la conducta injusta de muchas personas y clases sociales.
El juicio erróneo. En una problemática compleja surgen muchos juicios equivocados, fruto de la irresponsabilidad personal y del subjetivismo ético: “todo el mundo obra así, yo no voy a ser una excepción; a mí me roban continuamente, ¿por qué no responder igual?; en los negocios no hay moral: si me pillan, ya me las arreglaré para no ir a la cárcel; yo no robo ni mato, lo único que hago es defender mis derechos: aplico lo de la oculta compensación, el fin bueno de ganar para mi familia justifica los medios empleados; ¿quién sabe lo que es lo justo? yo obro según mi conciencia; ¿quién es la Iglesia para decir lo que tenemos que hacer en problemas tan complejos y técnicos?”
Estos juicios y otras respuestas injustas, son una simple aplicación de los criterios de una ética subjetivista, de la ética de situación proyectada a la vida económico-social. También hay que tener en cuenta las ideologías sociales radicalizadas del liberalismo capitalista y cel colectivismo marxista. Sus criterios forjan una mentalidad injusta de la que, lógicamente, saldrán comportamientos consecuentes, pero injustos
La ausencia de motivaciones personales. En muchas personas es tal la presión externa que acaban por matar o amortiguar las motivaciones de una sana conciencia. En otras, la situación especial explica sus respuestas injustas: caso del drogadicto, del parado y marginado que va de cárcel en cárcel, el que fue capturado por la mafia, etc. El problema es mayor cuando la persona no contó con formación moral y religiosa, cuando actualmente no tiene fe o influye para nada en la vida socioeconómica. La ausencia del Dios justo y misericordioso aumenta las dificultades para vivir según justicia. Rige el criterio de Platón: la obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo.
Además, y como gran culpable, está la presión estructural que merece un artículo aparte. Pero de todas maneras, el hombre libre es responsable de sus actos. La presión externa explica pero no justifica la culpabilidad interna, mayor o menor, de acciones injustas
Reina la injusticia
Basta con abrir un periódico, ver la televisión, escuchar la radio o entrar en Internet, para comprobar cómo las relaciones interpersonales están presentes, siguen dominando en el mundo de hoy:
crímenes, insultos, mentiras, la subversión de valores, la perversión de la verdad, la hipocresía, los engaños, falsos testimonios, robos, abandonos de hogar, adulterios, opresiones, venganzas, amenazas, el fraude al obrero, la irresponsabilidad en el trabajo etc.;
y la corrupción como el contenedor donde se encuentra el abuso del poder, el robo, la mentira, el chantaje, el soborno, amenazas, y todo con enriquecimiento ilícito;
y el placer desordenado, con daño personal y dolor ajeno, que se encuentra en la droga, el sexo, el juego, la prostitución bajo la mafia, homosexualidad, violaciones;
y el hambre, la pobreza-miseria, el paro y sus causantes, la ignorancia, la opresión social, el terrorismo, la pena de muerte, la justicia sin justicia legal, los castigos desproporcionados o imprudentes, el silencio de los que pueden hacer justicia...
y el odio, la insensibilidad social, el egoísmo, bien individual, familiar, nacional o de cualquier grupo, el orgullo que desprecia y discrimina, la avaricia que obstaculiza el derecho ajeno, la desigualdad con unos pocos con mucho y unos muchos con poco o nada.
Nadie reconoce que es injusto y todos condenan la injusticia
Cada persona siente el imperativo de respetar los derechos ajenos, palpa con facilidad la paja-injusticia en el ojo del prójimo pero no la viga de más injusticia en su propia vida. Todos exaltan las injusticias ajenas pero relativizan sus “ pequeños errores”. Víctima del egoísmo y de la presión externa, es el hombre quien mata, miente, roba, oprime y viola todo tipo de derechos humanos. En definitiva, la injusticia proviene de una decisión humana, con mayor o menor responsabilidad. Se puede aplicar el criterio popular: desgraciados los que miden mal y pesan mal; los que cuando otros miden, exigen la medida llena, y cuando miden ellos, disminuyen la medida y el peso de los otros.
En qué consiste la injusticia Básicamente en el conjunto de actitudes y opciones, contrarias a la recta razón y al plan de Dios, que ofenden al prójimo y degrada a la persona que las comete;
la violación de un derecho, humano o religioso. Entraña una lesión injustificada contra los intereses de personas o de comunidades. Siempre es una ofensa contra Dios. Entre los tipos de injusticias cabe señalar: el quebranto voluntario, querido, de un derecho ajeno. Pero a veces se realiza sin querer, con inadvertencia o contra el deseo personal;
la oposición al prójimo desde la mente o con las palabras o las obras;
el daño por injuria personal o por robo. Puede ser en los bienes personales o en los externos-materiales.
Gravedad. Desde la ética. La ofensa objetiva puede ser grave o leve, según el derecho quebrantado, el daño ocasionado. Desde la fe: la Palabra de Dios prohibe las principales injusticias contra el prójimo (Ex 20, 13-17; Mt 19, 17-18) Cuando la injusticia cometida reúne las condiciones, puede ser una ofensa-pecado grave. Así se explica que “los injustos no poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6,9; Gal 5,19-21).
¿Quiénes son los culpables? El egoísmo es el primero
El egoísmo, personal o comunitario, es la causa primera que consiste en “el desordenado amor propio que anida profundamente en el hombre” (MM 229). Tal actitud negativa antepone el propio interés a los legítimos derechos del prójimo. Para la persona o grupo egoísta, lo suyo es lo primero, lo último y lo más importante. Y a veces, identifica sus caprichos con sus legítimos intereses. Es el egoísmo quien insensibiliza a las personas y a los grupos ante el derecho de los otros (locales, nacionales o internacionales). El egoísta obsesionado por sus derechos, perdió el sentido y la necesidad de sus obligaciones; atrofia el sentido de la alteridad, hace perder el sentido de la comunidad y la urgencia de colaborar con el bien común. Llega hasta ignorar el mínimo de la comunión y de su entrega;
Detrás, están el orgullo, la ambición y el poder
El individuo o la colectividad, empujados por estos impulsos refuerzan la postura egoísta a la que añaden el desprecio por los otros; el juicio erróneo sobre la superioridad de sus derechos y la inferioridad de sus obligaciones; la hipersensibilidad hacia el propio honor, ídolo al que fácilmente sacrifican a los adversarios; el rechazo de toda crítica o justo reclamo que descalifican por sistema; la autosuficiencia de quien desea arreglar él solo los problemas; la rebeldía que le empujará instintivamente contra los criterios y normas de los adversarios; la idolatría de su ego que no admite a nadie superior; la vanidad que justifica gastos escandalosos porque el dinero es suyo y las leyes le protegen...
Y otras manifestaciones: supervalora el yo (individual o grupal) y exagera la estima legítima del propio valer, poseer y poder; aplasta al que se opone a sus intereses; sacrifica con facilidad al prójimo, aunque sea más pobre que él y para satisfacer sus ansias de mayores riquezas. Mucha razón tiene Quevedo al afirmar que donde hay poca justicia es un peligro tener razón.
Y le siguen la avaricia y el materialismo He aquí algunos rasgos de la persona dominada por la ambición, el materialismo y le envidia: exalta el impulso innato a poseer bienes que aseguren la existencia y en detrimento de otras personas o grupos; queda esclavizada por el dinero, por la posesión de lo material, ídolo a quien rinde culto; entra en la carrera del tener y consumir. Atrapada por la sociedad de consumo, esta persona o grupo se obsesiona por su posesión y queda insensibilizada ante las necesidades ajenas. Con el deseo de igualar al que tiene más, -envidia-, no tiene escrúpulo de legitimar medios injustos ante los que tienen menos. Así es como pierde la paz, la serenidad y la sinceridad para juzgar sobre situaciones de justicia o injusticia. Con pasmosa tranquilidad usa medios que en otros juzgan razonablemente como maquiavélicos. Y por supuesto, prescinde de Dios, de la fe y de la esperanza para realizar su impulso de felicidad y para disfrutar de los tienes materiales (Lc 16,22; Mt 6, 19-24;).
Pero, el hombre ¿es víctima o autor de un mundo injusto?
El ambiente cultural y la presión de las estructuras explican la conducta injusta de muchas personas y clases sociales.
El juicio erróneo. En una problemática compleja surgen muchos juicios equivocados, fruto de la irresponsabilidad personal y del subjetivismo ético: “todo el mundo obra así, yo no voy a ser una excepción; a mí me roban continuamente, ¿por qué no responder igual?; en los negocios no hay moral: si me pillan, ya me las arreglaré para no ir a la cárcel; yo no robo ni mato, lo único que hago es defender mis derechos: aplico lo de la oculta compensación, el fin bueno de ganar para mi familia justifica los medios empleados; ¿quién sabe lo que es lo justo? yo obro según mi conciencia; ¿quién es la Iglesia para decir lo que tenemos que hacer en problemas tan complejos y técnicos?”
Estos juicios y otras respuestas injustas, son una simple aplicación de los criterios de una ética subjetivista, de la ética de situación proyectada a la vida económico-social. También hay que tener en cuenta las ideologías sociales radicalizadas del liberalismo capitalista y cel colectivismo marxista. Sus criterios forjan una mentalidad injusta de la que, lógicamente, saldrán comportamientos consecuentes, pero injustos
La ausencia de motivaciones personales. En muchas personas es tal la presión externa que acaban por matar o amortiguar las motivaciones de una sana conciencia. En otras, la situación especial explica sus respuestas injustas: caso del drogadicto, del parado y marginado que va de cárcel en cárcel, el que fue capturado por la mafia, etc. El problema es mayor cuando la persona no contó con formación moral y religiosa, cuando actualmente no tiene fe o influye para nada en la vida socioeconómica. La ausencia del Dios justo y misericordioso aumenta las dificultades para vivir según justicia. Rige el criterio de Platón: la obra maestra de la injusticia es parecer justo sin serlo.
Además, y como gran culpable, está la presión estructural que merece un artículo aparte. Pero de todas maneras, el hombre libre es responsable de sus actos. La presión externa explica pero no justifica la culpabilidad interna, mayor o menor, de acciones injustas