¿Por qué defender la vida humana?

La defensa de la vida humana admite varias razones: por sus valores como persona, porque es violada en sus derechos y por su relación con Dios. Urge colocar de modo coherente al ser humano en el centro de la creación y que sea comprendido de manera íntegra en su valor, relaciones y compromisos. Así se evitará tanto el endiosamiento como la reducción fisicista o biologicista.
El cómo práctico de la defensa exige el respeto y desarrollo de los derechos concernientes al vivir humano. En plan de “mínimos”, está el no matar. En plan positivo, el “sí” coherente reclama que se conserve toda vida desde la concepción hasta la muerte. Desde el “sí” a una vida digna, se comprende mejor el “no” rotundo a cuanto se oponga a sus derechos como el “no matarás”, del quinto mandamiento, violado tanto por diversas clases de homicidio en general como por el aborto y la eutanasia en particular.
Toda persona tiene derecho a vivir según su dignidad y a poseer los medios necesarios para prevenir y recuperar la salud. La realización de estas exigencias revela a Dios como fuente de toda vida y defensor de la dignidad humana, actualiza el mensaje de Cristo que es para todo hombre, camino, verdad y “vida”, y constituye una tarea más para la comunidad eclesial, comprometida en el reinado de Dios que es de vida en todo sentido.

Por su dignidad de persona
Al hablar de vida humana nos referimos a la persona, ser humano racional, libre, capaz de determinarse y de responsabilizarse de sus actos. Tiene ante sí un horizonte ilimitado para desarrollar sus potencialidades, un proyecto que tiene que realizarlo para llegar a la plena libertad.
Como persona toma conciencia de su interioridad y de su auto-proyecto. El hombre con su vida humana tiene conciencia moral que le compromete consigo mismo, con sus semejantes y con el Absoluto. El que es individuo racional asume sus actos con todas las consecuencias, ante sí y ante los otros miembros de la comunidad social. Al ser responsable, acepta las consecuencias del ejercicio de su libertad; asume el tener-que-ser, el realizarse como persona humana, el darle un sentido a su existencia, a los valores creadores para comprometerse en la sociedad.
El protagonista primero de la vida humana, se siente como un ser arrojado en la existencia, no puede evitar estar-en-el-mundo y con los demás. Ciertamente el hombre se reconoce como autor de sus actos, pero no como el autor y la razón de ser de su existencia.
Hay un pensamiento que angustia a la persona consciente, y es el de la muerte. En su contingencia y limitación, el hombre se contempla como un ser-para-la-muerte. Es la única criatura en el mundo que se formula los interrogantes: ¿por qué vivir, sufrir y morir? ¿Qué hay detrás de la muerte? ¿Puedo y debo tener alguna relación con el Tú divino en esta vida y “en la otra”?
Desde la perspectiva relacional, la persona es un ser para el encuentro. Lo que más nos interesa subrayar del hombre, (inteligencia sentiente según Zubiri), es su índole relacional como ser para el encuentro. Porque es indigente, no se basta a sí mismo y tiene una misión que le proyecta hacia los demás. El hombre, por definición, es el trascendente que busca un tú con quien relacionarse. La persona humana presenta la responsabilidad como actitud clave de quien se siente interpelado por un Tú trascendente que puede convertirse en la opción fundamental para la propia persona, su familia, patria, religión.

Por su condición sagrada En el tema de la vida utilizaré textos y pensamiento de Juan Pablo que se encuentran en la encíclica sobre el valor de la vida, la Evangelium vitae (1995). Ahora resumo el n. 34 que desarrolla la grandeza de quien es reflejo de Dios, primacía de la creación y partícipe de la misma vida divina.

El hombre, reflejo de Dios, que le ha concedido una vida superior a la de otros vivientes, pues "el hombre es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria (cf. Gn 1,26-27; Sal 8,6)..."En el hombre se refleja la realidad misma de Dios".

Primacía del hombre en la creación. Es el culmen. "Toda la creación está ordenada al hombre y todo se somete a él" (Gn. 1,28). El hombre cuida del paraíso y "así se reafirma su primacía sobre las cosas, las cuales están destinadas a él y confiadas a su responsabilidad" (cf. Gn 2,15).

La mayor grandeza del hombre, participar del mismo Dios. La vida humana goza de una dignidad especial, pues Dios dijo: "hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra" (Gn 1,26). La vida que Dios ofrece al hombre es un don con el que Dios comparte algo de sí mismo con la criatura. La vida humana "es tensión hacia una plenitud de vida, es germen de una existencia que supera los límites del tiempo: 'porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza'(Sb 2,23)".

Y puede conocer y amar a Dios. El fundamento radica en que Dios reviste a los hombres con su fuerza "y los hizo a su imagen" (Ecclo 17,3) y les enseña el bien y el mal (Si 17,6). "La capacidad de conocer la verdad y la libertad son prerrogativas del hombre en cuanto creado a imagen de su Creador" (cf. Dt 32,4). "Sólo el hombre, entre todas las criaturas visibles, tiene 'capacidad para conocer y amar a su Creador (cf. GS 12)”. En el mismo documento, el Papa .completa la grandeza humana por la aspiración profunda de su corazón expresada por san Agustín: «nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti » (EV 35).
Y existe otra razón para la defensa-elogio de la persona humana porque además de participar de la misma vida de Dios, ha sido realzada, -como afirmara el Vaticano II- por el hecho de que "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). Y a todo esto hay que tener presente que "tanto amó -Dios- al mundo que dio a su Hijo único" (Jn 3,16) (EV 2).

Pero con sus derechos a respetar
Si la persona goza de una gran dignidad, lógicamente posee unos derechos dignos de todo respeto y desarrollo. En el marco de los derechos humanos se insertan los de una vida digna y los derechos a la salud.

Los derechos a una vida digna
El respeto se fundamenta en el derecho que toda persona tiene a gozar de una vida digna y a los cuidados para recuperar la salud. Así lo expresa le encíclica de Juan XXIII, Pacem in terris: el hombre “tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento” (PT 11 y cf. DU 23 y GS 27)

Y los derechos a la salud
El enfermo tiene derecho a ser tratado con respeto según su dignidad humana, aceptar o rechazar el diagnóstico y el tratamiento; ser informado de su estado de antemano, recibir la protección de su vida privada y el reconocimiento de sus convicciones religiosas y filosóficas. También le asiste el derecho a poder reclamar los resultados del tratamiento y acceder a los servicios hospitalarios adecuados a su enfermedad.
La base del derecho a los medios para recuperar la salud es una actualización del derecho a una vida digna. El cristiano encuentra motivaciones especiales en la parábola del buen samaritano y en las palabras sobre el juicio final: existe la obligación de ayudar al enfermo porque la persona tiene derecho a la salud y a la ayuda del prójimo (Lc 10,25-37; Mt 25, 39-40).
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