¿Qué enseña la Iglesia a los católicos sobre sexualidad?

La sexualidad, como otras dimensiones de la opción del cristiano, es interpretada y concretada por la Iglesia. El seguidor de Jesús en comunión eclesial, tiene presente la autoridad moral del Magisterio en lo que respecta a la fe y a su conducta moral con el compromiso de obedecer y de evitar lo rechazado por la Iglesia. Así lo confirmó el Vaticano II en la Lumen gentium 25 y Gaudium et spes 50 y 51. Posteriormente Pablo VI en la Humanae vitae 4 y 6.
Sobre esta materia, la doctrina más reciente y posterior al Vaticano II (GS, nn. 47 al 52), está contenida en la encíclica Humanae Vitae, de Pablo VI (HV) (1968); la exhortación Familiaris Consortio (FC), de Juan Pablo II (1981); la declaración Persona Humana, de la S. C. para la Doctrina de la Fe (PH) (1975), las Orientaciones educativas sobre el amor humano (OE), de la S. C. para la Educación Católica (1983), Y los maravillosos agudos criterios sobre amor y sexualidad que encontramos en las recientes encíclicas de Benedicto XVI. También habría que tener presentes documentos más recientes sobre la pederastia y sobre la formación de los futuros sacerdotes en la sexualidad. Materia para otro artículo sería la enumeración de los criterios y normas más concretas que aparecen en el Catecismo de la Iglesia católica (1992) y en el Compendio del catecismo (2005).

Criterios y normativa sobre sexualidad
La Iglesia no ha quedado indiferente ante un pluralismo que puede desorientar. Por eso en el Sínodo de 1980 sobre la familia ratificó “la doctrina y la norma siempre antigua y siempre nueva de la Iglesia sobre el matrimonio y sobre la transmisión de la vida humana” (FC 29). He aquí algunos de los criterios que concretan tanto la antropología como la Palabra de Dios, “sin esconder las exigencias de radicalidad y de perfección” (FC 33; cf., GS 50 y 51). La teología moral explica y aplica los criterios que aquí resumimos

La sexualidad plena en el matrimonio
La unión sexual necesita la seguridad que da el compromiso conyugal garantizado por la sociedad;
-el matrimonio es “el único lugar” donde los dos se hacen una sola carne;
-la unión sexual fuera del matrimonio está rechazada formalmente (1 Cor 7,9; 6,12-20; 5,1; 6,9; 7,2; 10,8; Ef 5,5; 1 Tim 1,10; Heb 13,4; Mt 19,4-6; GS 48, 49; FC 11).

La sexualidad en su expresión genital
Está reservada para la procreación y el fomento del amor conyugal. Las relaciones sexuales pre o extramatrimoniales están rechazadas por la Palabra de Dios de manera directa o indirecta (Ex 20,14; Mt 5,28; 1Cor 6,9-10; 1Tes 4,3-8;Col 3,5-7; Ef 5,-38).

Objetividad en el obrar.
«La índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos» (GS 51 y citado en FC 32; d. HV 3, 10 al 13).


Apertura a la vida:
Es el criterio que está presente en el Vaticano II, que concretó la Humanae Vitae y ratificó la Familiaris Consortio: «El amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida» (FC 29; cf., GS 50; HV, n 11, 9 y 12); «Cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida» (HV 11).

Doble significado del acto conyugal «Inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador» (HV 12, citado por la FC en el n. 32). Esta atención al proceso generador incluye la finalidad procreativa y la expresión del amor.

Respuesta inaceptable
«toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación» (HV 14; texto citado en FC 32, y añadiendo: «y concluyó [Pablo VI en la Humanae Vitae] recalcando que hay que excluir, como intrínsecamente deshonesta...»).

Excluida la anticoncepción
Es decir, la conducta de quienes, «mediante el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual» (FC 32).
Algunas razones: «se comportan como árbitros del designio divino y 'manipulan' y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación total»; además, porque logran “una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal» (FC 32).

Ante el tema de los preservativos
En un artículo reciente respondía afirmativamente a la preguntaba ¿Lleva razón el Papa en el tema de los preservativos? Las palabras de Benedicto XVI sobre los preservativos: “puede haber casos justificados singulares, por ejemplo, cuando una prostituta utiliza un preservativo, y éste puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia sobre el hecho de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Sin embargo, este no es el verdadero modo para vencer la infección del VIH. Es verdaderamente necesaria una humanización de la sexualidad»
Del artículo mencionado me permite repetir que el criterio para juzgar la moralidad de una respuesta presenta varios factores: el respeto, la expresión de amor, la paternidad responsable, la apertura a la vida, la adhesión al proceso biológico de la intimidad sexual, la comunión con el magisterio de la Iglesia y las exigencias de la situación como esposos y como familia. A la conciencia de los esposos “toca” la respuesta en un tema que viene a ser la aplicación de un precepto natural de segundo orden. También conviene tener presente que el tema de los anticonceptivos hay que integrarlo en el TODO de una sexualidad humana y cristiana. Y la sexualidad en el TODO de la madurez cristiana”
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