Con la luz corta
Quien por la noche y con niebla conduce un coche, pone la luz corta y reduce la velocidad. Y cuando desaparece la niebla, acelera la velocidad y pone la luz larga. Si desapareció el peligro de la niebla o cualquier riesgo, no tiene sentido caminar con la luz corta pues con larga se camina a mayor velocidad.
Con este simil enfocamos el atardecer de la persona mayor ante el futuro inmediato, el que sigue a la muerte. Tiene dos opciones, o bien valorar el futuro con la razón y la experiencia, luz corta; o bien, si es creyente, puede valorar el “después” a la luz de la fe y de la esperanza, luz larga. Y concretamos el futuro preguntando: ¿qué será de mi vida después de la muerte? ¿Terminará totalmente con el final de las tareas, compromisos y relaciones interpersonales?
Si el problema del más allá de la muerte afecta a toda persona, con más razón a quien intuye o deduce que está cerca el fin de su vida terrena.
Entre los temas del futuro, sobresale el de la muerte y del más allá. ¿Los afronta quien avanza en el atardecer con la luz corta de la sola razón o con la luz larga de la fe que ofrece un panorama más amplio y una situación de felicidad o desgracia para la persona?
Ante la muerte en el atardecer de la vida
Antes o después de los setenta, puede morir cualquier persona. Pero es lógico que cuantos más años tenga, más cercano aparece el final de la vida. Antes o después, siempre en el atardecer, surge la pregunta: ¿qué opinar y cómo responder ante la muerte, meta final, y el más allá? Muchas personas mayores mantienen su temor por las consecuencias o por las dudas que les asaltan. Otras, se oponen abiertamente a la muerte por el dolor que les espera o por la falta de toda esperanza. No falta quien piense en el suicidio aunque en el mundo secularista, la mayoría permanece indiferente, tanto sobre la muerte como sobre el más allá de esta vida. Enumeramos algunas actitudes y respuestas de personas que en su atardecer piensan y reaccionan con la luz corta, sólo la razón., o la luz larga de la fe y la esperanza.
Opiniones
Ocasionalmente, o como actitud bien definida, muchas personas manifiestan sobre la muerte su indiferencia, o su temor por las consecuencias:
-“ante le muerte, estoy indiferente. Me da igual, ya vendrá”. Quien está abrumado por miles problemas de todo tipo, (no cumplió los 60 y goza de buena salud), es comprensible que la muerte esté fuera del círculo de sus preocupaciones. Ni la rechaza, ni le interesa. Pasa de ella.
-“Me angustia morir cuando pienso qué será de mi familia sin mi persona”. Es la respuesta coherente de quien ama y se siente amado, de quien tiene muchas tareas por realizar y muchas responsabilidades familiares y sociales que cumplir. Aunque cronológicamente está en el atardecer, cuando piensa en la muerte, piensa que su existencia es necesaria para su familia, amigos o para la misma sociedad. Ante la muerte, automáticamente, tiene presente a su familia y a su trabajo. Y desecha rápidamente cualquier pensamiento porque “ahora notodavía queda algún tiempo para tal acontecimiento “negativo”.
-“Espero con temor, más que por la muerte, por la enfermedad final, por las ofensas cometidas y por el sufrimiento que ocasionaré a mi familia” Así puede opinar la persona religiosa-piadosa atormentada por los sufrimientos de sus familiares antes de morir o por su conducta inmoral e injusta.
Los que dudan sobre el más allá de la muerte
Muchos cristianos con formación religiosa, con práctica de misa dominical, y aun con devociones permanentes propias de católicos piadosos, no tienen reparo en afirmar, más o menos:“tengo muchas dudas sobre el más allá de la muerte. No sé qué responder a la pregunto: ¿y después, qué?” Es la situación del enfermo que vivió con una vida alejada de Dios, con fe débil y débil esperanza cristiana. No puede evitar las dudas durante una enfermedad grave. Ahora, más que nunca, experimenta la tensión entre su presente y su futuro. Desea, pero no puede reafirmar el final del Credo que tantas veces pronunció rutinariamente: “creo en la vida eterna”.
Quien niega a Dios, rechaza todo futuro escatológico
Quien carece de la fe no puede tener esperanza en un más allá de la muerte, aunque no faltan quienes aceptan a Dios pero exclusivamente para esta vida, Diferente es la situación de quienes rechazan totalmente el futuro escatológico. Y mucho más, y con toda lógica, los que, por una u otra razón niegan la existencia de Dios. Son los ateos que hacen suyas estas expresiones: «Dios ha muerto» (Nietzsche); «Dios no existe, ¡aleluya!, ¡alegría! No hay cielo, no hay infierno: no hay más que la tierra; sólo existen los hombres» (Sartre); «para el hombre, el ser supremo es el hombre» (Marx); «el hombre es su propio fin, su único fin» (Camús). Sin frases espectaculares pero en cantidad superior más impresionante son los agnósticos que declaran serenamente no poder relacionarse con Dios porque no existe un puente de comunicación entre el yo humano y el posible tú divino.
De los autores citados nos fijamos en Nietzsche con las frases de Manuel Fraijó publicadas en el periódico el País (Nov 2015): “Nietzsche percibió como pocos que, sin Dios, sonaba la hora del desierto, del vacío total, del nihilismo completo. Acudió a tres certeras metáforas para ilustrar las consecuencias de la muerte de Dios: se vacía el “mar”, es decir, ya no podremos saciar nuestra sed de infinitud y trascendencia; se borra el “horizonte” o, lo que es igual, nos quedamos sin referente último para vivir y actuar en la historia, se esfuman los valores; y, por último, el “sol” se separa de la tierra, es decir, el frío y la oscuridad lo invaden todo, el mundo deja de ser hogar…. ¿Intuiría que un siglo después de su muerte, en nuestros días, nos íbamos a quedar casi sin mar, sin horizonte, sin sol?”
Los que viven con luz larga, ¿qué horizontes nuevos les da la esperanza cristiana?
Con este simil enfocamos el atardecer de la persona mayor ante el futuro inmediato, el que sigue a la muerte. Tiene dos opciones, o bien valorar el futuro con la razón y la experiencia, luz corta; o bien, si es creyente, puede valorar el “después” a la luz de la fe y de la esperanza, luz larga. Y concretamos el futuro preguntando: ¿qué será de mi vida después de la muerte? ¿Terminará totalmente con el final de las tareas, compromisos y relaciones interpersonales?
Si el problema del más allá de la muerte afecta a toda persona, con más razón a quien intuye o deduce que está cerca el fin de su vida terrena.
Entre los temas del futuro, sobresale el de la muerte y del más allá. ¿Los afronta quien avanza en el atardecer con la luz corta de la sola razón o con la luz larga de la fe que ofrece un panorama más amplio y una situación de felicidad o desgracia para la persona?
Ante la muerte en el atardecer de la vida
Antes o después de los setenta, puede morir cualquier persona. Pero es lógico que cuantos más años tenga, más cercano aparece el final de la vida. Antes o después, siempre en el atardecer, surge la pregunta: ¿qué opinar y cómo responder ante la muerte, meta final, y el más allá? Muchas personas mayores mantienen su temor por las consecuencias o por las dudas que les asaltan. Otras, se oponen abiertamente a la muerte por el dolor que les espera o por la falta de toda esperanza. No falta quien piense en el suicidio aunque en el mundo secularista, la mayoría permanece indiferente, tanto sobre la muerte como sobre el más allá de esta vida. Enumeramos algunas actitudes y respuestas de personas que en su atardecer piensan y reaccionan con la luz corta, sólo la razón., o la luz larga de la fe y la esperanza.
Opiniones
Ocasionalmente, o como actitud bien definida, muchas personas manifiestan sobre la muerte su indiferencia, o su temor por las consecuencias:
-“ante le muerte, estoy indiferente. Me da igual, ya vendrá”. Quien está abrumado por miles problemas de todo tipo, (no cumplió los 60 y goza de buena salud), es comprensible que la muerte esté fuera del círculo de sus preocupaciones. Ni la rechaza, ni le interesa. Pasa de ella.
-“Me angustia morir cuando pienso qué será de mi familia sin mi persona”. Es la respuesta coherente de quien ama y se siente amado, de quien tiene muchas tareas por realizar y muchas responsabilidades familiares y sociales que cumplir. Aunque cronológicamente está en el atardecer, cuando piensa en la muerte, piensa que su existencia es necesaria para su familia, amigos o para la misma sociedad. Ante la muerte, automáticamente, tiene presente a su familia y a su trabajo. Y desecha rápidamente cualquier pensamiento porque “ahora notodavía queda algún tiempo para tal acontecimiento “negativo”.
-“Espero con temor, más que por la muerte, por la enfermedad final, por las ofensas cometidas y por el sufrimiento que ocasionaré a mi familia” Así puede opinar la persona religiosa-piadosa atormentada por los sufrimientos de sus familiares antes de morir o por su conducta inmoral e injusta.
Los que dudan sobre el más allá de la muerte
Muchos cristianos con formación religiosa, con práctica de misa dominical, y aun con devociones permanentes propias de católicos piadosos, no tienen reparo en afirmar, más o menos:“tengo muchas dudas sobre el más allá de la muerte. No sé qué responder a la pregunto: ¿y después, qué?” Es la situación del enfermo que vivió con una vida alejada de Dios, con fe débil y débil esperanza cristiana. No puede evitar las dudas durante una enfermedad grave. Ahora, más que nunca, experimenta la tensión entre su presente y su futuro. Desea, pero no puede reafirmar el final del Credo que tantas veces pronunció rutinariamente: “creo en la vida eterna”.
Quien niega a Dios, rechaza todo futuro escatológico
Quien carece de la fe no puede tener esperanza en un más allá de la muerte, aunque no faltan quienes aceptan a Dios pero exclusivamente para esta vida, Diferente es la situación de quienes rechazan totalmente el futuro escatológico. Y mucho más, y con toda lógica, los que, por una u otra razón niegan la existencia de Dios. Son los ateos que hacen suyas estas expresiones: «Dios ha muerto» (Nietzsche); «Dios no existe, ¡aleluya!, ¡alegría! No hay cielo, no hay infierno: no hay más que la tierra; sólo existen los hombres» (Sartre); «para el hombre, el ser supremo es el hombre» (Marx); «el hombre es su propio fin, su único fin» (Camús). Sin frases espectaculares pero en cantidad superior más impresionante son los agnósticos que declaran serenamente no poder relacionarse con Dios porque no existe un puente de comunicación entre el yo humano y el posible tú divino.
De los autores citados nos fijamos en Nietzsche con las frases de Manuel Fraijó publicadas en el periódico el País (Nov 2015): “Nietzsche percibió como pocos que, sin Dios, sonaba la hora del desierto, del vacío total, del nihilismo completo. Acudió a tres certeras metáforas para ilustrar las consecuencias de la muerte de Dios: se vacía el “mar”, es decir, ya no podremos saciar nuestra sed de infinitud y trascendencia; se borra el “horizonte” o, lo que es igual, nos quedamos sin referente último para vivir y actuar en la historia, se esfuman los valores; y, por último, el “sol” se separa de la tierra, es decir, el frío y la oscuridad lo invaden todo, el mundo deja de ser hogar…. ¿Intuiría que un siglo después de su muerte, en nuestros días, nos íbamos a quedar casi sin mar, sin horizonte, sin sol?”
Los que viven con luz larga, ¿qué horizontes nuevos les da la esperanza cristiana?