La meta: ¿seré una persona mayor, o un anciano, o un viejo?
Saber hacia qué meta nos dirigimos es un paso previo para asumir los objetivos coherentes. Por ello, la pregunta de quien cumple 70 años: ¿cómo viviré en la década de los ochenta? Porque según sean las modalidades del final, así serán las respuestas adecuadas para conseguirlo. En concreto, la meta de los ochenta, plena cuarta edad, plantea con toda crudeza tres posibilidades o modos de vivir. En los primeros meses de la octava década, permanece la figura de persona mayor que continúa prácticamente con las mismas tareas y relaciones de la década anterior. A continuación, o quizás mezclada con la fase anterior, surge la figura del anciano venerable al que se le aprecia alguna que otra deficiencia grave por razón de su salud. Y, por fin, surge la tercera fase: el proceso acelerado de envejecimiento, el “ochentón” que en poco tiempo, quizás desde los 82-84, no puede disimular su condición de viejo-vieja debido a la dependencia de otras personas en la vida ordinaria, o bien por la gravedad de sus enfermedades.
Ante este panorama, es comprensible que cada fase de la meta genérica de los ochenta plantee objetivos humanos y espirituales diferentes. Por lo tanto, se impone clarificar criterios sobre la tercera edad como punto de partida, de la cuarta edad como la meta genérica y sobre cada una de las posibles fases de persona mayor, anciano venerable o persona vieja. Y según sean las posibilidades, así serán los objetivos que puede pretender quien pasa de la tercera a la cuarta edad. Y mientras se aproxima la entrada a la cuarta edad, son inevitables algunos de estos interrogantes: ¿seré una persona mayor, un anciano, o un viejo? ¿Me mantendré durante mucho tiempo como persona mayor o como un venerable anciano? ¿Cuándo comenzará y cómo será mi proceso de envejecimiento? ¿Qué objetivos presidirán mi vida en la década futura?
Para dar alguna que otra respuesta a los interrogantes planteados, este artículo concreta los criterios sobre la tercera y cuarta edad con las manifestaciones de persona mayor, de anciano venerable o de persona que padece un proceso grave de envejecimiento.
La tercera edad condiciona la década de los ochenta
Prescindo del tema técnico sobre el final de la tercera etapa de la vida humana y el comienzo de la cuarta, (la tercera etapa entre los 60 y los 80 o bien entre los 65 y los 70). Allá los científicos. En plan más modesto considero como meta de los setenta, la inmediata de los ochenta, la cuarta etapa. Y siempre encontramos en la tercera edad al grupo de personas que empiezan a experimentar una disminución en sus facultades, en las tareas y responsabilidades que antes realizaba con normalidad. Con la jubilación y la aparición de alguna que otra enfermedad grave, la vida tiene que adaptarse a las nuevas situaciones. Antes de los ochenta, por regla general, las personas experimentan que su cuerpo comienza a deteriorarse, que pierden oportunidades de trabajo, de actividad social y capacidad de relacionarse. En muchos casos, se sienten postergados y excluidos.
Otros rasgos presentes en la etapa anterior a los ochenta. Selecciono rasgos que los científicos fundamentan: el corazón se fatiga más con el esfuerzo; la circulación sanguínea es más lenta; la cantidad de sueño reparador va disminuyendo; la persona pierde agudeza visual; el oído sufre dificultades para seguir conversaciones con ruido de fondo. Surgen también cambios en las capacidades mentales: más problemas para aprender, la atención es menor, la memoria es menos eficiente en el reconocimiento y en el recordar.
También aumentan los cambios en las relaciones sociales: la jubilación es un cambio importante que conlleva pérdida de ingresos económicos, disminución de la identidad personal asociada a la profesión y el descenso en las relaciones sociales. Se impone, por lo tanto, el cambio de hábitos diarios como en horarios, ocupaciones y en el cuidado de la salud por la presencia de enfermedades crónicas como la artritis, hipertensión, deficiencia auditiva, enfermedades del corazón...
La cuarta edad: rasgos propios
Con los rasgos más o menos acentuados de la etapa anterior, se inicia la penúltima, a los 80 años que terminará a los 90. Los que llegan a esta década suscitan tres valoraciones: la positiva de admiración hacia la persona mayor, de respeto por el anciano y de menos aprecio, y a veces despectiva, de viejo-vieja. Pero siempre será un tiempo en el que la persona cultivará algunos de los objetivos del pasado y otros nuevos. O los mismos del pasado pero modificados.
Como factor determinante para valorar a las personas de la cuarta edad, es necesario tener presente las enfermedades de los años anteriores y de otras no enumeradas pero posibles como el mal de Alzheimer, la demencia senil, la artrosis, el párkinson o trastorno neurodegenerativo crónico que conduce con el tiempo a una incapacidad progresiva, y la distrofia muscular de Duchenne que incapacita para caminar por el daño progresivo de las células musculares que provocan la necesidad de la silla de ruedas…
La persona mayor y el anciano venerable
Es la fase de la vida que dura menos tiempo en la mayoría de los mortales. El anciano es valorado positivamente porque, quien cumplió los ochenta, se mantiene bien de salud y de facultades. Sigue en primera línea con su edad. Su único “defecto” radica en haber cumplido los ochenta y en ser una “persona mayor”, pero la feliz persona que llega a esta edad, despierta la admiración de familiares y conocidos que exclaman: ¡quien pudiera llegar a sus años y de esa manera! ¡No pasa el tiempo por ella; parece que estuviera todavía en los sesenta años!”
Este afortunado grupo de personas, en las que sobresale el buen estado de salud corporal y mental, el anciano venerable y respetado, son las que pueden envejecer saludablemente controlando achaques y limitaciones. Pero no todo es perfecto, porque la experiencia confirma que muchos, pertenecientes al grupo “feliz”, en realidad son los del “semi o casi” indepenedientes o semi o casi dependientes. La persona “mayor” comienza a tener fallos serios en la salud, facultades, tareas y relaciones. Por un tiempo, logra mantenerse en segunda fila. Pero comienzan los años (¿85 y siguientes? ¿desde los 80?) que preocupan a la misma persona y a los familiares. En ocasiones, el anciano se muestra totalmente autosuficiente, pero en otras, comienza a necesitar ayuda. En ocasiones, es la persona que casi se vale por sí misma pero en otras depende de otros. Para muchas tareas, es semi útil pero en otras no lo es. Total, que se encuentra en la época del semi o del casi.
El anciano atrayente. Anselm Grün en El arte de envejecer describe los aspectos positivos de la persona mayor que pueden aplicarse a quien comienza la década penúltima, los 80. El anciano es el guía de las generaciones jóvenes que enseña cuáles sean los patrones que deben regir. Representa la belleza del otoño y la paz del invierno. La misma Biblia presenta la figura simpática del anciano en Zacarías, Isabel, Simeón y Ana con sus 84 años.
El protagonista de la penúltima década puede interiorizar el mensaje alentador de san Pablo en 2Cor 4, 16-18: “por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno”.
Y a este anciano, de modo especial, le puede consolar la recitación del salmo Salmo 71: 3. Señor, sé para mí una roca de refugio, una ciudad fortificada en que me salve, pues tú eres mi roca, mi fortaleza. 5. pues tú eres, Señor, mi esperanza, y en ti he confiado desde mi juventud. 7. Pero ahora para muchos soy un escándalo, y sólo me quedas tú, mi amparo seguro. 9. No me despidas ahora que soy viejo, no te alejes cuando mis fuerzas me abandonan. 12. Oh Dios, no te alejes de mí, Dios mío, ven pronto a socorrerme. 17. Oh Dios, me has enseñado desde joven, y hasta ahora anuncié tus maravillas; 18. si ahora estoy viejo y decrépito, oh Dios, no me abandones. A esta generación anunciaré tu poder, y a los que vengan después, tu valentía 20. Tú que me hiciste pasar tantas penas y miserias, volverás para hacerme revivir, y me harás subir de nuevo del abismo. 21. Volverás a ponerme de pie y tendré de nuevo tu consuelo.
Y durante la cuarta edad, el anciano y persona mayor, experimentará cómo avanza el proceso de envejecimiento, cómo se convierte en un viejo-vieja y cómo se acerca el final de su vida con la muerte.
Ante este panorama, es comprensible que cada fase de la meta genérica de los ochenta plantee objetivos humanos y espirituales diferentes. Por lo tanto, se impone clarificar criterios sobre la tercera edad como punto de partida, de la cuarta edad como la meta genérica y sobre cada una de las posibles fases de persona mayor, anciano venerable o persona vieja. Y según sean las posibilidades, así serán los objetivos que puede pretender quien pasa de la tercera a la cuarta edad. Y mientras se aproxima la entrada a la cuarta edad, son inevitables algunos de estos interrogantes: ¿seré una persona mayor, un anciano, o un viejo? ¿Me mantendré durante mucho tiempo como persona mayor o como un venerable anciano? ¿Cuándo comenzará y cómo será mi proceso de envejecimiento? ¿Qué objetivos presidirán mi vida en la década futura?
Para dar alguna que otra respuesta a los interrogantes planteados, este artículo concreta los criterios sobre la tercera y cuarta edad con las manifestaciones de persona mayor, de anciano venerable o de persona que padece un proceso grave de envejecimiento.
La tercera edad condiciona la década de los ochenta
Prescindo del tema técnico sobre el final de la tercera etapa de la vida humana y el comienzo de la cuarta, (la tercera etapa entre los 60 y los 80 o bien entre los 65 y los 70). Allá los científicos. En plan más modesto considero como meta de los setenta, la inmediata de los ochenta, la cuarta etapa. Y siempre encontramos en la tercera edad al grupo de personas que empiezan a experimentar una disminución en sus facultades, en las tareas y responsabilidades que antes realizaba con normalidad. Con la jubilación y la aparición de alguna que otra enfermedad grave, la vida tiene que adaptarse a las nuevas situaciones. Antes de los ochenta, por regla general, las personas experimentan que su cuerpo comienza a deteriorarse, que pierden oportunidades de trabajo, de actividad social y capacidad de relacionarse. En muchos casos, se sienten postergados y excluidos.
Otros rasgos presentes en la etapa anterior a los ochenta. Selecciono rasgos que los científicos fundamentan: el corazón se fatiga más con el esfuerzo; la circulación sanguínea es más lenta; la cantidad de sueño reparador va disminuyendo; la persona pierde agudeza visual; el oído sufre dificultades para seguir conversaciones con ruido de fondo. Surgen también cambios en las capacidades mentales: más problemas para aprender, la atención es menor, la memoria es menos eficiente en el reconocimiento y en el recordar.
También aumentan los cambios en las relaciones sociales: la jubilación es un cambio importante que conlleva pérdida de ingresos económicos, disminución de la identidad personal asociada a la profesión y el descenso en las relaciones sociales. Se impone, por lo tanto, el cambio de hábitos diarios como en horarios, ocupaciones y en el cuidado de la salud por la presencia de enfermedades crónicas como la artritis, hipertensión, deficiencia auditiva, enfermedades del corazón...
La cuarta edad: rasgos propios
Con los rasgos más o menos acentuados de la etapa anterior, se inicia la penúltima, a los 80 años que terminará a los 90. Los que llegan a esta década suscitan tres valoraciones: la positiva de admiración hacia la persona mayor, de respeto por el anciano y de menos aprecio, y a veces despectiva, de viejo-vieja. Pero siempre será un tiempo en el que la persona cultivará algunos de los objetivos del pasado y otros nuevos. O los mismos del pasado pero modificados.
Como factor determinante para valorar a las personas de la cuarta edad, es necesario tener presente las enfermedades de los años anteriores y de otras no enumeradas pero posibles como el mal de Alzheimer, la demencia senil, la artrosis, el párkinson o trastorno neurodegenerativo crónico que conduce con el tiempo a una incapacidad progresiva, y la distrofia muscular de Duchenne que incapacita para caminar por el daño progresivo de las células musculares que provocan la necesidad de la silla de ruedas…
La persona mayor y el anciano venerable
Es la fase de la vida que dura menos tiempo en la mayoría de los mortales. El anciano es valorado positivamente porque, quien cumplió los ochenta, se mantiene bien de salud y de facultades. Sigue en primera línea con su edad. Su único “defecto” radica en haber cumplido los ochenta y en ser una “persona mayor”, pero la feliz persona que llega a esta edad, despierta la admiración de familiares y conocidos que exclaman: ¡quien pudiera llegar a sus años y de esa manera! ¡No pasa el tiempo por ella; parece que estuviera todavía en los sesenta años!”
Este afortunado grupo de personas, en las que sobresale el buen estado de salud corporal y mental, el anciano venerable y respetado, son las que pueden envejecer saludablemente controlando achaques y limitaciones. Pero no todo es perfecto, porque la experiencia confirma que muchos, pertenecientes al grupo “feliz”, en realidad son los del “semi o casi” indepenedientes o semi o casi dependientes. La persona “mayor” comienza a tener fallos serios en la salud, facultades, tareas y relaciones. Por un tiempo, logra mantenerse en segunda fila. Pero comienzan los años (¿85 y siguientes? ¿desde los 80?) que preocupan a la misma persona y a los familiares. En ocasiones, el anciano se muestra totalmente autosuficiente, pero en otras, comienza a necesitar ayuda. En ocasiones, es la persona que casi se vale por sí misma pero en otras depende de otros. Para muchas tareas, es semi útil pero en otras no lo es. Total, que se encuentra en la época del semi o del casi.
El anciano atrayente. Anselm Grün en El arte de envejecer describe los aspectos positivos de la persona mayor que pueden aplicarse a quien comienza la década penúltima, los 80. El anciano es el guía de las generaciones jóvenes que enseña cuáles sean los patrones que deben regir. Representa la belleza del otoño y la paz del invierno. La misma Biblia presenta la figura simpática del anciano en Zacarías, Isabel, Simeón y Ana con sus 84 años.
El protagonista de la penúltima década puede interiorizar el mensaje alentador de san Pablo en 2Cor 4, 16-18: “por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno”.
Y a este anciano, de modo especial, le puede consolar la recitación del salmo Salmo 71: 3. Señor, sé para mí una roca de refugio, una ciudad fortificada en que me salve, pues tú eres mi roca, mi fortaleza. 5. pues tú eres, Señor, mi esperanza, y en ti he confiado desde mi juventud. 7. Pero ahora para muchos soy un escándalo, y sólo me quedas tú, mi amparo seguro. 9. No me despidas ahora que soy viejo, no te alejes cuando mis fuerzas me abandonan. 12. Oh Dios, no te alejes de mí, Dios mío, ven pronto a socorrerme. 17. Oh Dios, me has enseñado desde joven, y hasta ahora anuncié tus maravillas; 18. si ahora estoy viejo y decrépito, oh Dios, no me abandones. A esta generación anunciaré tu poder, y a los que vengan después, tu valentía 20. Tú que me hiciste pasar tantas penas y miserias, volverás para hacerme revivir, y me harás subir de nuevo del abismo. 21. Volverás a ponerme de pie y tendré de nuevo tu consuelo.
Y durante la cuarta edad, el anciano y persona mayor, experimentará cómo avanza el proceso de envejecimiento, cómo se convierte en un viejo-vieja y cómo se acerca el final de su vida con la muerte.