Hacia el paradigma del deber, deontotonía: Pablo VI
Deontotónico es el hagiotipo en el que predomina el deber y la caridad de servicio en las obras. En esta personalidad sobresale la rigurosa conciencia del deber ante Dios, el sentido de responsabilidad, la fidelidad en las cosas pequeñas, la modestia, el pudor, el ascetismo, el amor al retiro y al silencio, la inclinación a la oración mental, la obediencia de ejecución y voluntad, y la justicia valorada.
Si en los artículos anteriores propuse como referentes a los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II para los rasgos del paradigma sobre el amor, -agapetonía-, y el dinamismo apostólico, –prasotonía-, respectivamente; ahora presento también como referente al Siervo de Dios Pablo VI para el paradigma del deber (deontotonía). Pero conviene recordar que no hay hagiotipos puros, pues cada personalidad integra en mayor o menor grado las virtudes de los otros dos paradigmas. Y así, aunque Pablo VI poseyó muchos rasgos corporales y psicológicos del cerebro-deontotónico también poseyó virtudes propias del prasotónico y del agapetónico.
No pretendo hablar del papa Montini sino plantear cómo llegar al paradigma del deber-fidelidad. Y una vez encontramos la respuesta en el testimonio y doctrina de Jesucristo, el supremo hagionormo en el paradigma de la deontotonía. Los rasgos elegidos son: la conciencia del deber, la obediencia a la voluntad del Padre, la responsabilidad como amor coherente en Jesús; su máxima fidelidad, la justicia y la coherencia.
La conciencia del deber
El fundamento de este paradigma radica en la persona que al sentirse amada y recibir beneficios, siente la necesidad de responder, tiene conciencia del deber y experimenta el compromiso para servir cuando sea necesario. Es decir, que del beneficio recibido pasamos al sentimiento de gratitud; de la gratitud a la obligación de corresponder o conciencia del deber; y de esta obligación-conciencia a la disponibilidad para servir y cumplir la voluntad del benefactor.
La conciencia del deber en Cristo
Cristo vivió plenamente el esquema descrito. El es el Hijo predilecto del Padre y llamado a una misión redentora. A Jesús, desde el principio de su vida pública, le sostenía el respaldo cariñoso que Dios Padre le otorgó: «he aquí mi hijo predilecto, a quien yo quiero» (Lc 3,22; Mt 3,17; 17,1.5; Mc 9,7). "Amaos como yo os he amado". ¿Cómo? "Como el Padre me amó, os amé también yo" (Jn 15,9). El, por amor respondió con un sí coherente a la voluntad de Dios Padre a lo largo de toda su vida hasta que declaró en la cruz que todo lo encomendado había sido cumplido (Jn 19,30). “Yo he venido para que tengan vida abundante” (Jn 10,10).
San Juan insiste: el amor a Dios se muestra en el cumplimiento del deber (Jn 14.23); si me amareis, guardaréis mis mandamientos (Jn 14.15). Y san Mateo completa: quien hiciera la voluntad de mi Padre, éste es mi hermano y hermana y madre” (Mt 12, 50).
La obediencia a la voluntad del Padre
El Redentor acepta la misión redentora porque es voluntad de su Padre (Jn 18,11); su manjar es hacer la voluntad del que le envió (Jn 4,34; Jn 9,4). Siempre Jesús se sintió enviado por el Padre y al final pudo decir: he guardado los mandamientos de mi Padre (Jn 15,10). En Jesús brilló en grado máximo su amor fiel, su obediencia total y permanente a la voluntad del que le envió. Él hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); permanece en el amor del Padre porque ha cumplido su voluntad (Jn 15,10).
Toda la vida de Cristo fue un acto de obediencia hasta la muerte y muerte de cruz (Ph 2,8). En la vida oculta, obedecía a sus padres (Lc 2,51).
Exclamó en Getsemaní: si es posible, pase este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya (Mc 14, 36; Mt 26, 42). Efectivamente: la obediencia a Dios es la prueba del amor: vosotros sois mis amigos si hicieres lo que yo os mando (Jn 15,14).
Y a los discípulos advierte:”no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7.21), porque son bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11,28). Desde esta actitud se comprende las invectivas de Jesús contra los fariseos porque predicaban pero no cumplían (Mt, 23; Lc 11,37-54).
Responsabilidad: amor coherente en Jesús
La conciencia del deber coherente conduce a la responsabilidad para cumplir los compromisos emitidos y los derechos del prójimo. La persona responsable da un “sí” práctico y eficaz a la llamada del deber, de la justicia, la libertad, la paz comunitaria, la fraternidad de todos, etc.; porque es libre la ordenación de su opción personal para el bien del prójimo. Responsable llamamos a quien se comporta de manera coherente.
Jesús, responsable ante el Padre y los hombres
Toda la vida de Cristo aparece sellada por la responsabilidad absoluta ante la misión que el Padre le encomendara. Esta actitud coherente se manifiesta en expresiones de fidelidad y de responsabilidad propias de quien tiene gran conciencia del deber y cumple la voluntad de Dios.
Aparece siempre consciente de su misión desde el principio (Lc 2,49; Jn 18,37); siente la misión del buen pastor que cuida de sus ovejas y da la vida por ellas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21). Su gran consigna: para que conozca el mundo que amo al Padre; “como me lo mandó el Padre, así lo hago” (Jn 14,31).
El Maestro pide responsabilidad
La exigencia de la responsabilidad está presente en su doctrina. Así, para todos, en la parábola de los talentos, la respuesta coherente con lo recibido de Dios (Mt 25, 14-30). A los apóstoles manda que den buen ejemplo porque son la luz del mundo (Mt 5,13-16); y como sal de la tierra han de ser buenos, pues si ésta se vuelve sosa, no vale para nada en absoluto (Lc 14,34-35). La responsabilidad pide vigilancia: en varias parábolas se pone de relieve la idea de que hay que estar preparados, porque no sabemos el día ni la hora (Mt 24, 45-51). Pide vigilancia a las vírgenes prudentes y a las necias (Mt 25, 1-13), al rico necio y al rico epulón (Lc 12, 13-21; 16,27-31). A todos sirve el aviso: “vigilad, porque no sabéis la hora en que vuestro Señor vendrá” (Mt 24,42).
Máxima fidelidad
La turba decía de Jesucristo que todo lo hizo bien (Mt 7,37). Paga el tributo de dos dracmas (Mt 17,23-26) y afirma: Yo hago siempre lo que le agrada al Padre (Jn 8,29). Al curar al leproso, le manda que cumpla el rito de presentarse al sacerdote y ofrecer el don que ordenó Moisés (Mt 8, 2-4). Muestra el aprecio que hace de cosas rituales como el lavar los pies al convidado, dar el ósculo de bienvenida o ungir la cabeza con óleo.
Y en su doctrina sostiene: quien es fiel en lo mínimo, también en lo mucho es fiel (Lc 16,10). Más vale el cornadillo de la viuda que lo que dan otros de lo que les sobra (Mc 12, 41-44). No sólo se comete adulterio con las obras, también con los pensamientos (Mt 5, 27-28). Quien quebrante uno estos mandamientos será el más pequeño en el reino de los cielos (M 5, 19). Quien es fiel en lo mínimo, también en lo mucho es fiel (Lc 16,10). Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que no que caiga una sola tilde de la ley (Lc 16,17).
La justicia en Jesús
Nunca nadie pudo encontrar injusticia en Jesús (Jn 8,46a). Él es la única excepción en la historia que vivió sin pecado alguno (Mt 17:5; Jn 12:28; 1P 2:22-23). Por otra parte, Jesús es perfectamente justo por su obediencia a la ley de Dios. Él “cumple con toda justicia” (Mt 3, 14-15).
Con toda autoridad pudo exigir justicia y condenar la injusticia. Proclamó bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia, a los que padecen por causa de la justicia (Mt 5,1-9). Criticó con toda claridad: porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 5. 20). Predicó sobre la injusticia del siervo cruel que no quiere perdonar a otros y quiere, en cambio que le perdonen (Mt 18, 21-35). Así mismo la conducta injusta del juez inicuo con la viuda (Lc 18, 1-8). Por falsedad e injusticia, el Maestro condenó la hipocresía de los fariseos (Mt 15,1-9; y el 23) y expulsó a los mercaderes del templo (Mt 21, 12-13).
El maestro misericordioso juzga y perdona a la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Valora más el óbolo de la viuda porque lo sacó de su sustento (Mc 12, 41-44). Pero Jesús no interviene en los asuntos de herencia (Lc 12,13-14).
Jesús coherente y contra la incoherencia
Muchos son los rasgos en la vida de Jesús relacionados con el sentido del deber. Bajo su coherencia y el rechazo de los incoherentes enumeramos unos cuantos textos mezclando testimonio y doctrina.
En la pobreza.
Afirma que no tiene donde reclinar su cabeza (Mt 8,20); exhorta como bienaventurados a los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3). Jesús es tajante con el posible discípulo: si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y vuelto acá, sígueme (Mt 19,21). La pobreza es condición del apostolado (Mt 8, 19-22). Completa su mentalidad la parábola del rico epulón (Lc 16,19-21), la enseñanza sobre los peligros de la riqueza y los premios prometidos a los pobres (Mt 19, 23-30). Siempre elogió el desprendimiento de lo material (Mt 6,24-34).
El sacrificio.
Personalmente añadió a su actividad apostólica y al servicio permanente durante el día, las noches que pasaba en oración (Lc 21,27; 22,39). Con toda autoridad exigía: si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo y tome su cruz diariamente y sígame (Lc 9, 23); si uno viene a mí, y no aborrece a su padre y a su madre…hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14, 26). Y una razón preside: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto, pero si muere, dará mucho fruto (Jn12, 24).
Si en los artículos anteriores propuse como referentes a los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II para los rasgos del paradigma sobre el amor, -agapetonía-, y el dinamismo apostólico, –prasotonía-, respectivamente; ahora presento también como referente al Siervo de Dios Pablo VI para el paradigma del deber (deontotonía). Pero conviene recordar que no hay hagiotipos puros, pues cada personalidad integra en mayor o menor grado las virtudes de los otros dos paradigmas. Y así, aunque Pablo VI poseyó muchos rasgos corporales y psicológicos del cerebro-deontotónico también poseyó virtudes propias del prasotónico y del agapetónico.
No pretendo hablar del papa Montini sino plantear cómo llegar al paradigma del deber-fidelidad. Y una vez encontramos la respuesta en el testimonio y doctrina de Jesucristo, el supremo hagionormo en el paradigma de la deontotonía. Los rasgos elegidos son: la conciencia del deber, la obediencia a la voluntad del Padre, la responsabilidad como amor coherente en Jesús; su máxima fidelidad, la justicia y la coherencia.
La conciencia del deber
El fundamento de este paradigma radica en la persona que al sentirse amada y recibir beneficios, siente la necesidad de responder, tiene conciencia del deber y experimenta el compromiso para servir cuando sea necesario. Es decir, que del beneficio recibido pasamos al sentimiento de gratitud; de la gratitud a la obligación de corresponder o conciencia del deber; y de esta obligación-conciencia a la disponibilidad para servir y cumplir la voluntad del benefactor.
La conciencia del deber en Cristo
Cristo vivió plenamente el esquema descrito. El es el Hijo predilecto del Padre y llamado a una misión redentora. A Jesús, desde el principio de su vida pública, le sostenía el respaldo cariñoso que Dios Padre le otorgó: «he aquí mi hijo predilecto, a quien yo quiero» (Lc 3,22; Mt 3,17; 17,1.5; Mc 9,7). "Amaos como yo os he amado". ¿Cómo? "Como el Padre me amó, os amé también yo" (Jn 15,9). El, por amor respondió con un sí coherente a la voluntad de Dios Padre a lo largo de toda su vida hasta que declaró en la cruz que todo lo encomendado había sido cumplido (Jn 19,30). “Yo he venido para que tengan vida abundante” (Jn 10,10).
San Juan insiste: el amor a Dios se muestra en el cumplimiento del deber (Jn 14.23); si me amareis, guardaréis mis mandamientos (Jn 14.15). Y san Mateo completa: quien hiciera la voluntad de mi Padre, éste es mi hermano y hermana y madre” (Mt 12, 50).
La obediencia a la voluntad del Padre
El Redentor acepta la misión redentora porque es voluntad de su Padre (Jn 18,11); su manjar es hacer la voluntad del que le envió (Jn 4,34; Jn 9,4). Siempre Jesús se sintió enviado por el Padre y al final pudo decir: he guardado los mandamientos de mi Padre (Jn 15,10). En Jesús brilló en grado máximo su amor fiel, su obediencia total y permanente a la voluntad del que le envió. Él hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 8,29); permanece en el amor del Padre porque ha cumplido su voluntad (Jn 15,10).
Toda la vida de Cristo fue un acto de obediencia hasta la muerte y muerte de cruz (Ph 2,8). En la vida oculta, obedecía a sus padres (Lc 2,51).
Exclamó en Getsemaní: si es posible, pase este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya (Mc 14, 36; Mt 26, 42). Efectivamente: la obediencia a Dios es la prueba del amor: vosotros sois mis amigos si hicieres lo que yo os mando (Jn 15,14).
Y a los discípulos advierte:”no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre” (Mt 7.21), porque son bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Lc 11,28). Desde esta actitud se comprende las invectivas de Jesús contra los fariseos porque predicaban pero no cumplían (Mt, 23; Lc 11,37-54).
Responsabilidad: amor coherente en Jesús
La conciencia del deber coherente conduce a la responsabilidad para cumplir los compromisos emitidos y los derechos del prójimo. La persona responsable da un “sí” práctico y eficaz a la llamada del deber, de la justicia, la libertad, la paz comunitaria, la fraternidad de todos, etc.; porque es libre la ordenación de su opción personal para el bien del prójimo. Responsable llamamos a quien se comporta de manera coherente.
Jesús, responsable ante el Padre y los hombres
Toda la vida de Cristo aparece sellada por la responsabilidad absoluta ante la misión que el Padre le encomendara. Esta actitud coherente se manifiesta en expresiones de fidelidad y de responsabilidad propias de quien tiene gran conciencia del deber y cumple la voluntad de Dios.
Aparece siempre consciente de su misión desde el principio (Lc 2,49; Jn 18,37); siente la misión del buen pastor que cuida de sus ovejas y da la vida por ellas, como se lo mandó su Padre (Jn 10,1-21). Su gran consigna: para que conozca el mundo que amo al Padre; “como me lo mandó el Padre, así lo hago” (Jn 14,31).
El Maestro pide responsabilidad
La exigencia de la responsabilidad está presente en su doctrina. Así, para todos, en la parábola de los talentos, la respuesta coherente con lo recibido de Dios (Mt 25, 14-30). A los apóstoles manda que den buen ejemplo porque son la luz del mundo (Mt 5,13-16); y como sal de la tierra han de ser buenos, pues si ésta se vuelve sosa, no vale para nada en absoluto (Lc 14,34-35). La responsabilidad pide vigilancia: en varias parábolas se pone de relieve la idea de que hay que estar preparados, porque no sabemos el día ni la hora (Mt 24, 45-51). Pide vigilancia a las vírgenes prudentes y a las necias (Mt 25, 1-13), al rico necio y al rico epulón (Lc 12, 13-21; 16,27-31). A todos sirve el aviso: “vigilad, porque no sabéis la hora en que vuestro Señor vendrá” (Mt 24,42).
Máxima fidelidad
La turba decía de Jesucristo que todo lo hizo bien (Mt 7,37). Paga el tributo de dos dracmas (Mt 17,23-26) y afirma: Yo hago siempre lo que le agrada al Padre (Jn 8,29). Al curar al leproso, le manda que cumpla el rito de presentarse al sacerdote y ofrecer el don que ordenó Moisés (Mt 8, 2-4). Muestra el aprecio que hace de cosas rituales como el lavar los pies al convidado, dar el ósculo de bienvenida o ungir la cabeza con óleo.
Y en su doctrina sostiene: quien es fiel en lo mínimo, también en lo mucho es fiel (Lc 16,10). Más vale el cornadillo de la viuda que lo que dan otros de lo que les sobra (Mc 12, 41-44). No sólo se comete adulterio con las obras, también con los pensamientos (Mt 5, 27-28). Quien quebrante uno estos mandamientos será el más pequeño en el reino de los cielos (M 5, 19). Quien es fiel en lo mínimo, también en lo mucho es fiel (Lc 16,10). Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que no que caiga una sola tilde de la ley (Lc 16,17).
La justicia en Jesús
Nunca nadie pudo encontrar injusticia en Jesús (Jn 8,46a). Él es la única excepción en la historia que vivió sin pecado alguno (Mt 17:5; Jn 12:28; 1P 2:22-23). Por otra parte, Jesús es perfectamente justo por su obediencia a la ley de Dios. Él “cumple con toda justicia” (Mt 3, 14-15).
Con toda autoridad pudo exigir justicia y condenar la injusticia. Proclamó bienaventurados a los que tienen hambre y sed de justicia, a los que padecen por causa de la justicia (Mt 5,1-9). Criticó con toda claridad: porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 5. 20). Predicó sobre la injusticia del siervo cruel que no quiere perdonar a otros y quiere, en cambio que le perdonen (Mt 18, 21-35). Así mismo la conducta injusta del juez inicuo con la viuda (Lc 18, 1-8). Por falsedad e injusticia, el Maestro condenó la hipocresía de los fariseos (Mt 15,1-9; y el 23) y expulsó a los mercaderes del templo (Mt 21, 12-13).
El maestro misericordioso juzga y perdona a la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Valora más el óbolo de la viuda porque lo sacó de su sustento (Mc 12, 41-44). Pero Jesús no interviene en los asuntos de herencia (Lc 12,13-14).
Jesús coherente y contra la incoherencia
Muchos son los rasgos en la vida de Jesús relacionados con el sentido del deber. Bajo su coherencia y el rechazo de los incoherentes enumeramos unos cuantos textos mezclando testimonio y doctrina.
En la pobreza.
Afirma que no tiene donde reclinar su cabeza (Mt 8,20); exhorta como bienaventurados a los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3). Jesús es tajante con el posible discípulo: si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto posees y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y vuelto acá, sígueme (Mt 19,21). La pobreza es condición del apostolado (Mt 8, 19-22). Completa su mentalidad la parábola del rico epulón (Lc 16,19-21), la enseñanza sobre los peligros de la riqueza y los premios prometidos a los pobres (Mt 19, 23-30). Siempre elogió el desprendimiento de lo material (Mt 6,24-34).
El sacrificio.
Personalmente añadió a su actividad apostólica y al servicio permanente durante el día, las noches que pasaba en oración (Lc 21,27; 22,39). Con toda autoridad exigía: si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese así mismo y tome su cruz diariamente y sígame (Lc 9, 23); si uno viene a mí, y no aborrece a su padre y a su madre…hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo (Lc 14, 26). Y una razón preside: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da fruto, pero si muere, dará mucho fruto (Jn12, 24).