¿Qué puede esperar un anciano de la cuarta edad?
El protagonista cumplió los 80 años y tiene la meta bien clarificada. Ahora pregunto: ¿qué puede aspirar la persona en la cuarta edad, en la octava década? Más en concreto: ¿hacia qué objetivos puede caminar el anciano, persona mayor, “viejo- vieja”, dada su situación anteriormente descrita? Si antes, en la tercera etapa de la vida, se consideraba más o menos feliz, útil, valorado, aceptado, amado y realizado en sus tareas, ahora, la respuesta depende de la salud física y psíquica en la que se encuentre: con o sin enfermedades graves como persona mayor o como anciano venerable; con o sin los efectos avanzados del envejecimiento. También serán diferentes los objetivos según se trate del área personal, familiar-social o religiosa. Porque no son lo mismo las aspiraciones de la persona como tal individuo que como miembro de una comunidad, o como creyente y persona piadosa.
Para simplificar la respuesta, el presente artículo apunta a la realización personal: ¿cómo será la del anciano cuando tenga los ochenta? ¿Qué podrá hacer un anciano en la cuarta edad? Encontramos unos objetivos invariables y unas cuantas tareas posibles.
Objetivos invariables, permanentes
Como la persona es la misma en las tres fases dentro de la década octava, sus objetivos fundamentales permanecen invariables. Pero surgen otros nuevos objetivos, consecuencia de la nueva situaciones. Y en ocasiones, los cambios son tan profundos que afectan a las metas que motivaron la vida anterior. ¿Mantendrá los mismos objetivos? ¿A cuál de ellos tendrá que renunciar? ¿Cuál de los nuevos tendrá que aceptar?
Mientras la persona esté viva, tiene derecho a desarrollar sus valores y posibilidades. Ni el entorno, familiar ni el sociopolítico, pueden negar los derechos que le corresponden.
Aunque limitado, el anciano no renuncia al deseo de ser valorado, aceptado, respetado y amado por los que integran su entorno más cercano. Sigue siendo el individuo-persona de siempre, portador de los derechos humanos, que posee la independencia en su ser, la adhesión a una jerarquía de valores libremente aceptados, la conciencia de ser superior a los demás seres por la libertad creadora, y el estar proyectado al encuentro con el prójimo con la capacidad de compromiso...
Al igual que en edades anteriores, y aunque de manera diferente, el de la cuarta edad tiene como meta personal, ser feliz Aspiración que se traduce en poseer el bienestar necesario, gozar de la vida en cuanto pueda ser, la seguridad dentro de los límites razonables, y cultivar sus legítimas aspiraciones para mejor servir al prójimo. Y como situación fundamental: vivir en paz, poder amar y ser amado.
La paz, condición para ser feliz
Los que pudieron entrar a la etapa final de la vida, tienen escasas responsabilidades, pues están jubilados, los hijos están casados y los padres,-se supone-, reciben una pensión económica adecuada. En principio, su paz incluye la tranquilidad de la propia persona y una convivencia sin conflictos con quienes se relacionan. Pero preguntamos por la existencia de una paz más completa, integrada por la justicia, el orden, y sobre todo por el equilibrio entre aspiraciones y realizaciones, la comunión consigo mismo fruto de una vida sin tensiones, la armonía entre los componentes temperamentales sin elementos patológicos; la serenidad de vida que se identifica con la aceptación de la historia pasada y de las limitaciones presentes, el amor fraterno, el humano, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. Y la tranquilidad en la convivencia que no sea efecto del miedo o de la ignorancia.
La segunda condición: amar y ser amado.
Uno de los grandes males de hoy es la soledad del anciano. Antes, el amor impregnaba toda su vida: personas, tareas, instituciones y toda su creatividad. Por lo tanto, antes, cada la persona, “ahora vieja”, se amaba a sí misma, amaba a muchos prójimos y era amada por familiares y amigos…que ahora muchos de ellos fallecieron. Antes, con facilidad conseguía su realización o desarrollo de las facultades, derechos y aspiraciones, pero ahora no puede por su deficiente salud. El hecho es innegable: la vida cambió faltando, quizás, lo mejor: la amistad, culmen del amor, donación mutua y desinteresada entre el yo y el tú. ¡Amar y ser amado que es la gran aspiración del corazón de cada persona! ¿Y qué hacer en esta situación?
Tareas que ayudan a la realización del anciano
Acudo a la experiencia pastoral, a lo que he visto y escuchado en el trato con personas de la cuarta edad. He aquí una lista posible de tareas que animarán la vida de quien cumplió los ochenta años. Me permito añadir un “aunque” que según la RAE: “expresa una objeción que no impide el desarrollo de la acción principal”; y “la coordinación de dos o más acciones opuestas”
1-Acompañar y aconsejar a los hijos y nietos con paz y equilibrio, aunque como padres tengan que esperar pacientemente la visita o la llamada telefónica.
2-Seguir realizando las tareas de siempre, aunque reconozcan con humildad que alguna de ellas, ahora, ya no pueden realizarlas.
3-Rezar por todos, por cada hijo y nieto. Las oraciones de siempre y que saben de memoria, aunque tengan que pedir por situaciones que no comprenden como las de los hijos divorciados o los que viven con su pareja sin compromiso civil ni religioso.
4-Como pareja, pasear, jugar la partida o comer con amigos, aunque lamenten que cada vez más el grupo se reduce por la muerte de alguno de ellos.
5-Como ex empresario, trabajar en “la sombra”, por ser jubilado, o supervisar el negocio familiar, aunque crean que él lo harían mejor.
6-Pasear juntos como pareja, como en otros tiempos, aunque tengan que acortar por cansancio físico distancias y detenerse con frecuencia.
7-Como padres y abuelos, recibir las visitas de familiares y amigos, aunque no sea a gusto de los dos por conflictos en el pasado.
8-Como marido paciente, acompañar a las tareas ordinarias del cónyuge, aunque tenga que permanecer leyendo porque le faltan las fuerzas para lo que antes sí realizaba.
9-Como esposa sufrida, ver con la pareja programas de televisión, mucho futbol, aunque disguste su contenido.
10-Como padres y abuelos, propiciar comidas en casa con hijos y nietos aunque el segundo gozo sea quedar tranquilos cuando marcharon por la agitación y el trabajo pendiente en la cocina.
11-Visitar a familiares y amigos enfermos, aunque salgan un tanto entristecidos por las penas y tribulaciones que escucharon.
12-Como padres, siempre benefactores: ayudar a la economía deficiente de los hijos con la pensión aunque la propia está bajo límites.
13-Escuchar los problemas y sufrimientos de hijos y nietos, aunque existe el peligro de pasar del consejo a la planificación de sus vidas como en el pasado
¿Algo más? Sí. conviene tener presente que los ancianos creyentes poseen motivaciones, recursos y tareas especiales. Tema para otro artículo.
Para simplificar la respuesta, el presente artículo apunta a la realización personal: ¿cómo será la del anciano cuando tenga los ochenta? ¿Qué podrá hacer un anciano en la cuarta edad? Encontramos unos objetivos invariables y unas cuantas tareas posibles.
Objetivos invariables, permanentes
Como la persona es la misma en las tres fases dentro de la década octava, sus objetivos fundamentales permanecen invariables. Pero surgen otros nuevos objetivos, consecuencia de la nueva situaciones. Y en ocasiones, los cambios son tan profundos que afectan a las metas que motivaron la vida anterior. ¿Mantendrá los mismos objetivos? ¿A cuál de ellos tendrá que renunciar? ¿Cuál de los nuevos tendrá que aceptar?
Mientras la persona esté viva, tiene derecho a desarrollar sus valores y posibilidades. Ni el entorno, familiar ni el sociopolítico, pueden negar los derechos que le corresponden.
Aunque limitado, el anciano no renuncia al deseo de ser valorado, aceptado, respetado y amado por los que integran su entorno más cercano. Sigue siendo el individuo-persona de siempre, portador de los derechos humanos, que posee la independencia en su ser, la adhesión a una jerarquía de valores libremente aceptados, la conciencia de ser superior a los demás seres por la libertad creadora, y el estar proyectado al encuentro con el prójimo con la capacidad de compromiso...
Al igual que en edades anteriores, y aunque de manera diferente, el de la cuarta edad tiene como meta personal, ser feliz Aspiración que se traduce en poseer el bienestar necesario, gozar de la vida en cuanto pueda ser, la seguridad dentro de los límites razonables, y cultivar sus legítimas aspiraciones para mejor servir al prójimo. Y como situación fundamental: vivir en paz, poder amar y ser amado.
La paz, condición para ser feliz
Los que pudieron entrar a la etapa final de la vida, tienen escasas responsabilidades, pues están jubilados, los hijos están casados y los padres,-se supone-, reciben una pensión económica adecuada. En principio, su paz incluye la tranquilidad de la propia persona y una convivencia sin conflictos con quienes se relacionan. Pero preguntamos por la existencia de una paz más completa, integrada por la justicia, el orden, y sobre todo por el equilibrio entre aspiraciones y realizaciones, la comunión consigo mismo fruto de una vida sin tensiones, la armonía entre los componentes temperamentales sin elementos patológicos; la serenidad de vida que se identifica con la aceptación de la historia pasada y de las limitaciones presentes, el amor fraterno, el humano, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar. Y la tranquilidad en la convivencia que no sea efecto del miedo o de la ignorancia.
La segunda condición: amar y ser amado.
Uno de los grandes males de hoy es la soledad del anciano. Antes, el amor impregnaba toda su vida: personas, tareas, instituciones y toda su creatividad. Por lo tanto, antes, cada la persona, “ahora vieja”, se amaba a sí misma, amaba a muchos prójimos y era amada por familiares y amigos…que ahora muchos de ellos fallecieron. Antes, con facilidad conseguía su realización o desarrollo de las facultades, derechos y aspiraciones, pero ahora no puede por su deficiente salud. El hecho es innegable: la vida cambió faltando, quizás, lo mejor: la amistad, culmen del amor, donación mutua y desinteresada entre el yo y el tú. ¡Amar y ser amado que es la gran aspiración del corazón de cada persona! ¿Y qué hacer en esta situación?
Tareas que ayudan a la realización del anciano
Acudo a la experiencia pastoral, a lo que he visto y escuchado en el trato con personas de la cuarta edad. He aquí una lista posible de tareas que animarán la vida de quien cumplió los ochenta años. Me permito añadir un “aunque” que según la RAE: “expresa una objeción que no impide el desarrollo de la acción principal”; y “la coordinación de dos o más acciones opuestas”
1-Acompañar y aconsejar a los hijos y nietos con paz y equilibrio, aunque como padres tengan que esperar pacientemente la visita o la llamada telefónica.
2-Seguir realizando las tareas de siempre, aunque reconozcan con humildad que alguna de ellas, ahora, ya no pueden realizarlas.
3-Rezar por todos, por cada hijo y nieto. Las oraciones de siempre y que saben de memoria, aunque tengan que pedir por situaciones que no comprenden como las de los hijos divorciados o los que viven con su pareja sin compromiso civil ni religioso.
4-Como pareja, pasear, jugar la partida o comer con amigos, aunque lamenten que cada vez más el grupo se reduce por la muerte de alguno de ellos.
5-Como ex empresario, trabajar en “la sombra”, por ser jubilado, o supervisar el negocio familiar, aunque crean que él lo harían mejor.
6-Pasear juntos como pareja, como en otros tiempos, aunque tengan que acortar por cansancio físico distancias y detenerse con frecuencia.
7-Como padres y abuelos, recibir las visitas de familiares y amigos, aunque no sea a gusto de los dos por conflictos en el pasado.
8-Como marido paciente, acompañar a las tareas ordinarias del cónyuge, aunque tenga que permanecer leyendo porque le faltan las fuerzas para lo que antes sí realizaba.
9-Como esposa sufrida, ver con la pareja programas de televisión, mucho futbol, aunque disguste su contenido.
10-Como padres y abuelos, propiciar comidas en casa con hijos y nietos aunque el segundo gozo sea quedar tranquilos cuando marcharon por la agitación y el trabajo pendiente en la cocina.
11-Visitar a familiares y amigos enfermos, aunque salgan un tanto entristecidos por las penas y tribulaciones que escucharon.
12-Como padres, siempre benefactores: ayudar a la economía deficiente de los hijos con la pensión aunque la propia está bajo límites.
13-Escuchar los problemas y sufrimientos de hijos y nietos, aunque existe el peligro de pasar del consejo a la planificación de sus vidas como en el pasado
¿Algo más? Sí. conviene tener presente que los ancianos creyentes poseen motivaciones, recursos y tareas especiales. Tema para otro artículo.