El trato justo, condición para la familia perfecta

El trato justo, o la justicia en las relaciones familiares, es el termómetro para medir la felicidad en la familia. Y la justicia es anterior al mismo amor, porque la justicia en la vida familiar exige respeto mutuo y responsabilidad. Sin estos rasgos, no puede existir la familia comunidad de amor. De existir manifestaciones afectuosas, éstas, o son falsas o incompletas. En la medida en que falte el respeto o la responsabilidad, faltará el amor auténtico. Claro está que no tratamos de las faltas leves y ocasionales, inevitables y compatibles con la familia, comunidad de amor. También es posible que la familia no sea comunidad de amor aunque un miembro ame intensamente, normalmente la madre es la que más ama y se sacrifica en una familia sin amor por el trato injusto de los otros miembros.
Las faltas graves y repetidas contra los derechos humanos, (contra los padres, los hijos y abuelos) imposibilitan la perfección y la felicidad familiar.

El respeto mutuo, fundamento de la ética familiar La familia es una comunidad, y como en toda comunidad las relaciones descansan en el respeto a los derechos ajenos mediante el cumplimiento de las propias obligaciones.
El respeto como fundamento.
Más importante que el mismo amor es el mutuo respeto de quienes integran la comunidad familiar. Porque si no existe el respeto entre los miembros de la familia, no se dará el amor. Por lo menos, el respeto debe permanecer aunque desaparezca el amor, porque los derechos son sagrados.
Pero, ¿quién respeta a quién? Todos a todos, porque el respeto es mutuo. Y existe el respeto cuando no se lesionan los derechos del prójimo. La dinámica es muy sencilla: “no hacer al otro lo que no quieras para ti”. Como en la familia cada miembro tiene unas tareas y unas responsabilidades, respetar quiere decir cumplir con fidelidad y según la palabra dada las tareas compartidas del hogar.
Las faltas de respeto.
¿Quién no respeta a quién? Quien no da al otro lo que éste exige como un derecho o necesidad. Por ejemplo: quien critica sin información los hechos de los demás o revela defectos que deben permanecer en secreto, o “utiliza” al otro en servicios que él mismo puede realizar. Se falta al más elemental de los respetos con la ironía ridiculizando públicamente al otro por algún defecto.
También se falta con manifestaciones de resentimiento o de venganza al no perdonar. En la vida familiar existen otras maneras de faltar al respeto: la actitud agresiva y silenciosa, el llevar la contraria por fastidiar, el juzgar e interpretar mal las intenciones, el mantener una actitud de represalia con “la mala cara”, el no prestar servicios que fácilmente se puede realizar, o la crítica –burla- que humilla a quien no puede defenderse dialécticamente.
Los padres tienen que evitar en el trato con los hijos cuanto pueda humillarles. Y así no vale argumentar que les corrigen “por amor” cuando el castigo brota del enojo y se manifiesta con palabras o con castigos desproporcionados que humillan a la persona. También faltan los padres que comparan a unos hijos con los otros, o muestran preferencias sin justificación. Aunque parezca amor, en el fondo de muchos cuidados y prohibiciones, es una posesión psicológica del hijo a quien le cortan las alas y violan el derecho a ser uno mismo.
Los hijos, por su parte, sean conscientes de lo que pide la obediencia más elemental como expresión del respeto filial. Así mismo eviten con sus padres y hermanos la palabra hiriente, el desaire y cuanto pueda ofender con las rupturas afectivas, la frialdad en el trato, el retirar la palabra o las rivalidades fraternas...
Reina el respeto cuando todos, evitan las frases groseras, violentas, agresivas Y siempre provocan un clima desagradable con el trato desigual e injustificado como sucede con el padre-madre que tienen “su ojito” derecho que suscita envidias y críticas entre los otros hermanos.
En do mayor, son ofensivos y crean malestar: los gritos, las palabras hirientes que se disparan con insultos; -las frases despectivas como “siempre dices tonterías”, “está como loco”, “qué brutos eres”…
Y mucho más injustas las respuestas de violencia física como los golpes, las peleas, etc. Que pueden provocar acciones judiciales. Es el final del matrimonio o de toda la familia.

La responsabilidad, madre del respeto
Junto al respeto y como complemento indispensable está la conducta responsable de cada miembro. La persona que es responsable de sus actos tratará respetuosamente al prójimo.
Actitud de responsabilidad
Responsable es la persona capaz de dar una respuesta adecuada en el momento oportuno. Con mayor precisión, la responsabilidad es:
-la conducta consecuente ante los derechos ajenos y antes los deberes personales;
-el “sí” práctico y eficaz que damos ante la llamada de la justicia, de la libertad ajena, de la paz comunitaria y de la fraternidad vivida en familia;
-la coherencia al obrar según la dignidad personal y los compromisos propios de la edad y del estado familiar;
-la fuente de muchas virtudes como es el cumplimiento de la justicia en general, el respeto de los derechos ajenos, la participación en las actividades de interés común, la solidaridad para remediar las necesidades comunitarias, la unión del esfuerzo individual al de los otros para conseguir el bien familiar, etc.
-lo opuesto, es la irresponsabilidad de quien no sabe, no quiere o no puede responder de su conducta honesta ante sí mismo y ante los demás;

Justicia y otros valores y virtudes humanas El respeto y la responsabilidad van unidos de ordinario a muchos valores y virtudes necesarias para una convivencia feliz:
-al amor como fuente y motivación. Sin amor, el respeto y la responsabilidad convierte la familia en una comunidad más de personas civilizadas;
-a la conducta ordenada de quien sabe distribuir bien su tiempo y organizar las tareas para que los demás se sientan satisfechos;
-a la mente flexible que es decisiva para saber comprender y dialogar, especialmente cuando se trata de los defectos ajenos;
-al espíritu de trabajo personal que evita muchas críticas de los que sufren por causa de la pereza o retraso en cumplir sus obligaciones;
-a la paciencia o capacidad de aguantar para que exista paz en las relaciones interpersonales;
-al recto obrar contrario a la ley del embudo y que capacita para valorar con objetividad lo que pertenece al otro y lo que yo debo dar;
-a la capacidad de mandar y de obedecer como una clave decisiva para evitar los conflictos que suelen darse entre quien ejerce la autoridad y quien debe cumplir órdenes;
-a la humildad que es indispensable para aceptar las críticas sin defensas violentas o represalias;
-a la sinceridad como puerta que abre el diálogo y hace creíble a la otra persona superando recelos y preguntas sospechosas;
-al dominio del “mal carácter” con la honestidad en la conducta, la fidelidad a la palabra dada, etc.
-al testimonio o buen ejemplo. Si cada miembro de la familia actúa con libertad responsable, ofrece un “buen ejemplo” (testimonio) que motiva a los demás a cumplir con sus respectivos compromisos. Una vez más rige la sentencia de siempre: las palabras vuelan, pero los ejemplos arrastran. El buen ejemplo es decisivo para el niño que da por bueno lo que hacen los mayores y que se desconcierta cuando palpa que no coincide la conducta de los mayores con lo que ellos exigen a los demás. Aun para el adolescente rebelde el peso de un buen ejemplo es irresistible: ellos también se sienten inclinados a reproducir los modos de obrar que advierten su familia.
Como Cristo, libres y responsables para amar.
Para el cristiano, y para la familia cristiana, una consigna básica radica en el seguimiento de Cristo viviendo la libertad responsable para amar a Dios y a los hombres. Si la madurez ética se centra en una libertad responsable para amar, la madurez cristiana se ensancha y profundiza en la libertad. La libertad cristiana apunta a la vivencia de la libertad en el contexto del reinado de Dios y del seguimiento del hombre libre por excelencia, de Cristo Jesús. Y, claro está, la libertad responsable se hace más comprensible en la medida en que reina “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunicación del Espíritu Santo” (2Cor 13,13).
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