¿Es una utopía imposible la paz interna y la interpersonal?
Para no complicar más el interrogante, no trataré de la paz social ni mucho menos de la internacional. Empiezo por lo más inmediato, por la tranquilidad interna de la propia persona y por la convivencia sin conflictos con quienes nos relacionamos. Y aun así, sigue la duda de si estamos ante una utopía imposible de alcanzar. Porque son muchas las exigencias de la paz aunque sea mínima. Y muchos los obstáculos tanto personales como de convivencia. Y mucho el esfuerzo para poner en práctica la terapia apropiada. Pero no soy pesimista. Intentaré dibujar el rostro de una paz posible y necesaria.
Identidad Ante los múltiples significados y las diferentes exigencias de la paz, aparece su núcleo humano unido a la justicia como raíz y a la libertad como derecho inseparable. Con la justicia y la libertad se abre la paz como una comunión-armonía de la persona consigo misma y con las demás. Acudamos a la metáfora: la paz es como un remanso de aguas que proceden de varias fuentes: la justicia con el respeto a los derechos humanos; la equidad de las estructuras según la dignidad del hombre; el dominio de sí mismo y la confianza mutua entre los miembros de las diferentes comunidades. Brevemente: la paz es el fruto de un orden justo y de unas relaciones basadas en el mutuo respeto.
Los obstáculos
¿Es posible vivir en paz intrapersonal y fraterna? Los hechos presentan a la paz amenazada por los inevitables conflictos de todo tipo y por el pecado que se manifiesta en el descontrol personal y en la agresividad destructora. Con facilidad, la paz sucumbe ante los obstáculos que provocan la división entre los miembros de la comunidad; las acciones violentas que matan la justicia y el amor; los actos de terror y la guerra entre naciones que utilizan el armamento para disuadir.
¿Más obstáculos? Sí. Hay que enumerar las guerrillas, los conflictos, peleas, ataques, insultos, amenazas, venganzas actos de violencia, actitudes agresivas, la división y el odio con los virus del orgullo y la envidia. También influye negativamente en la paz el equilibrio de fuerzas en tensión por el dominio, en ocasiones entre el esposo y la esposa, entre padres e hijos, entre educadores y alumnos,etc. Y es lógico que la paz desaparece con las exigencias indebidas o la negación de lo debido, con el miedo, el nerviosismo, la ansiedad, la insatisfacción grave en las aspiraciones personales, en la situación de infelicidad o de opresión, el sentirse esclavizado encadenado-a, objeto de desprecio, en un ambiente conflictivo, etc.
Los componentes de la paz La paz-utopía se explica porque viene a ser como un todo integrado por diversos componentes o factores como son:
la justicia, pues «con toda exactitud y propiedad se llama (la paz) “obra de la justicia' (Is 32,7)”(GS 78);
el orden como la coherencia en la conducta y como acuerdo de las voluntades a la hora de organizar las tareas-actividades temporales en un ajuste racional y permanente de las partes de un todo;
el amor fraterno, el humano, porque «la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar» (GS 78). Sin amor y confianza, la paz, aun fundamentada en la justicia, es flor de poco tiempo;
la tranquilidad en la convivencia que no será efecto de una represión, del miedo o de la ignorancia La “tranquilitas ordinis” de San Agustín presupone concordia entre las personas por la vigencia de la justicia;
la realización de las personas en sus principales valores y de los grupos en sus aspiraciones legítimas. En definitiva, la paz es un presupuesto indispensable para el desarrollo pleno, la exigencia coherente y la condición indispensable para el progreso y para la misma pervivencia de la humanidad.
Y la participación de los miembros. Es insuficiente la buena voluntad de una parte de las personas (familia o grupo social). Tampoco nace ni se conserva espontáneamente la paz que en definitiva es el resultado del compromiso de cada persona. Para que haya paz entre dos personas, cada una debe poner su parte. La paz no se impone, se construye entre todos los miembros de la comunidad familiar o social.
La paz interna, de la persona consigo misma Para facilitar el interrogante propuesto conviene separar las exigencias de la paz interna, la individual, de la comunitaria. Y así sucede que la tranquilidad en el interior de la persona, la paz intrapersonal, se caracteriza por:
el orden y el dominio como desarrollo normal de las facultades de las personas, del equilibrio entre sus aspiraciones y las realizaciones que consigue;
la comunión consigo mismo con un orden sin tensiones, la coherencia mínima entre los valores aceptados y las respuestas consecuentes en orden a la realización personal. También requiere la individual en el bienestar sin violencia, la integridad sin divisiones (shálom), el amor sin egoísmo, la felicidad relativa sin graves frustraciones, etc; .
el equilibrio o armonía en los componentes temperamentales sin elemetos patológicos; un mínimo de optimismo vital para superar las dificultades, la coherencia entre ortodoxia y ortopraxis: la unidad interna entre lo que rectamente se piensa y coherentemente se vive; la fidelidad al proyecto de vida, con la necesaria confianza en sí mismo y en las posibilidades; el amor auténtico, que excluye la actitud egoísta, orgullosa o ambiciosa; la prudencia como discernimiento, que supera respuestas irreflexivas que perturban la vida; la autoliberación, que modera los impulsos (fuente de desórdenes) y encauza las tendencias vehementes movidas por el placer ciego; la capacidad de freno o dominio necesario para saber aceptar lo inevitable con calma, sin violencia interna;
la serenidad de vida que se identifica con la aceptación de la historia pasada y de las limitaciones presentes. La actitud serena, no problemática, refleja la tranquilidad del orden reinante, la armonía -por lo menos mínima- entre el pensar y el obrar y la la unidad entre la fe profesada y la vida realizada.
La paz interpersonal, comunión-amor entre el yo y el tú
Este rasgo de comunión-amor caracteriza la paz en la segunda área pues exige relación con otras personas o con un determinado ambiente. Es oportuno subrayar la comunión como elemento básico que resume el amor y la unidad con el prójimo. Por otra parte, esta comunión es la meta a la que se dirige la paz:, la mutua identificación del uno en el otro, la prolongación del yo en el tú, la integración de los intereses ajenos en los personales. En definitiva la paz y el amor se unen cuando el yo contempla la felicidad ajena como personal y su existencia como un medio para proporcionar paz al otro. Descrita así la comunión, está claro que sin la savia de la comunión-amor morirá, tarde o temprano, la planta de la paz. Es impensable la paz interna y la social sin un mínimo de donación mutua a nivel de personas, de grupos o de naciones. La paz como comunión puede existir en cualquier grupo sea cual fuere su ideología y religión porque el amor fraterno es patrimonio universal.
Entonces, la paz ¿es una utopía inalcancable?
Ante el cúmulo de exigencias y obstáculos, surge una conclusión: la paz como estado anímico y como tranquila relación, es un ideal, una utopía que no se puede conseguir. ¿Qué hacer para que la paz-utopía sea un factor de la felicidad personal? Antes de ofrecer una respuesta completa, habrá que subrayar la necesidad de luchar para que la vida se imponga a la muerte, la serenidad al carácter agresivo, la concordia a la violencia, la paz a la guerra, el diálogo a las relaciones tensas, la reconciliación a la división, el perdón al odio, el bien nacional e internacional al egoísmo de grupo. La paz permanece como tarea-reto, que, para el cristiano, se traduce en actitud optimista: «Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivir en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros» (2 Cor 13,11).
¿Qué añade la paz cristiana?Cristo, el justo y príncipe de la paz que predicó la justicia y anunció "el Reino de Dios (que) es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,17).
El reino de Dios. Junto a Cristo, la paz cristiana añade el Reino, que es de paz «nacida del amor al prójimo, (es) imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su cruz. (y).. ha infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres» (GS 78).
La vida del cristiano. La paz recibe el agua de otras fuentes: la fe que proporciona más luz a los valores de la persona; la esperanza, que amplía las motivaciones de la convivencia; la caridad, que refuerza las exigencias para superar los obstáculos, y la madurez en Cristo que capacita mejor para interiorizar las terapias que facilitan la comunión interpersonal. La paz es asumida por el cristiano dentro de toda su vocación, de la llamada y respuesta a Cristo como un elemento inseparable del don de la gracia y de la vivencia teologal.
Una reflexión teológica sobre la paz.
Desde la Teología, la paz, es contemplada como la autocomunicación del Dios trino al hombre para salvarlo en todas las dimensiones de su existencia. Esta paz es una manifestación de Dios, que se presenta como una alianza gratuita fundada en la sangre de su Hijo, el mediador, y sellada con la fuerza soberana de su Espíritu. Los cristianos reciben la paz como un don y una tarea a realizar. Y así «despertados a una viva esperanza, que es don del Espíritu Santo, para que, por fin, llegada la hora, sean recibidos en la paz y en la suma bienaventuranza en la patria que brillará con la gloria del Señor»(GS 93).
Sí, la paz es una utopía, pero asequible para quienes se esfuerzan en poner en práctica la Buena Nueva de Jesucristo.
Identidad Ante los múltiples significados y las diferentes exigencias de la paz, aparece su núcleo humano unido a la justicia como raíz y a la libertad como derecho inseparable. Con la justicia y la libertad se abre la paz como una comunión-armonía de la persona consigo misma y con las demás. Acudamos a la metáfora: la paz es como un remanso de aguas que proceden de varias fuentes: la justicia con el respeto a los derechos humanos; la equidad de las estructuras según la dignidad del hombre; el dominio de sí mismo y la confianza mutua entre los miembros de las diferentes comunidades. Brevemente: la paz es el fruto de un orden justo y de unas relaciones basadas en el mutuo respeto.
Los obstáculos
¿Es posible vivir en paz intrapersonal y fraterna? Los hechos presentan a la paz amenazada por los inevitables conflictos de todo tipo y por el pecado que se manifiesta en el descontrol personal y en la agresividad destructora. Con facilidad, la paz sucumbe ante los obstáculos que provocan la división entre los miembros de la comunidad; las acciones violentas que matan la justicia y el amor; los actos de terror y la guerra entre naciones que utilizan el armamento para disuadir.
¿Más obstáculos? Sí. Hay que enumerar las guerrillas, los conflictos, peleas, ataques, insultos, amenazas, venganzas actos de violencia, actitudes agresivas, la división y el odio con los virus del orgullo y la envidia. También influye negativamente en la paz el equilibrio de fuerzas en tensión por el dominio, en ocasiones entre el esposo y la esposa, entre padres e hijos, entre educadores y alumnos,etc. Y es lógico que la paz desaparece con las exigencias indebidas o la negación de lo debido, con el miedo, el nerviosismo, la ansiedad, la insatisfacción grave en las aspiraciones personales, en la situación de infelicidad o de opresión, el sentirse esclavizado encadenado-a, objeto de desprecio, en un ambiente conflictivo, etc.
Los componentes de la paz La paz-utopía se explica porque viene a ser como un todo integrado por diversos componentes o factores como son:
la justicia, pues «con toda exactitud y propiedad se llama (la paz) “obra de la justicia' (Is 32,7)”(GS 78);
el orden como la coherencia en la conducta y como acuerdo de las voluntades a la hora de organizar las tareas-actividades temporales en un ajuste racional y permanente de las partes de un todo;
el amor fraterno, el humano, porque «la paz es también fruto del amor, el cual sobrepasa todo lo que la justicia puede realizar» (GS 78). Sin amor y confianza, la paz, aun fundamentada en la justicia, es flor de poco tiempo;
la tranquilidad en la convivencia que no será efecto de una represión, del miedo o de la ignorancia La “tranquilitas ordinis” de San Agustín presupone concordia entre las personas por la vigencia de la justicia;
la realización de las personas en sus principales valores y de los grupos en sus aspiraciones legítimas. En definitiva, la paz es un presupuesto indispensable para el desarrollo pleno, la exigencia coherente y la condición indispensable para el progreso y para la misma pervivencia de la humanidad.
Y la participación de los miembros. Es insuficiente la buena voluntad de una parte de las personas (familia o grupo social). Tampoco nace ni se conserva espontáneamente la paz que en definitiva es el resultado del compromiso de cada persona. Para que haya paz entre dos personas, cada una debe poner su parte. La paz no se impone, se construye entre todos los miembros de la comunidad familiar o social.
La paz interna, de la persona consigo misma Para facilitar el interrogante propuesto conviene separar las exigencias de la paz interna, la individual, de la comunitaria. Y así sucede que la tranquilidad en el interior de la persona, la paz intrapersonal, se caracteriza por:
el orden y el dominio como desarrollo normal de las facultades de las personas, del equilibrio entre sus aspiraciones y las realizaciones que consigue;
la comunión consigo mismo con un orden sin tensiones, la coherencia mínima entre los valores aceptados y las respuestas consecuentes en orden a la realización personal. También requiere la individual en el bienestar sin violencia, la integridad sin divisiones (shálom), el amor sin egoísmo, la felicidad relativa sin graves frustraciones, etc; .
el equilibrio o armonía en los componentes temperamentales sin elemetos patológicos; un mínimo de optimismo vital para superar las dificultades, la coherencia entre ortodoxia y ortopraxis: la unidad interna entre lo que rectamente se piensa y coherentemente se vive; la fidelidad al proyecto de vida, con la necesaria confianza en sí mismo y en las posibilidades; el amor auténtico, que excluye la actitud egoísta, orgullosa o ambiciosa; la prudencia como discernimiento, que supera respuestas irreflexivas que perturban la vida; la autoliberación, que modera los impulsos (fuente de desórdenes) y encauza las tendencias vehementes movidas por el placer ciego; la capacidad de freno o dominio necesario para saber aceptar lo inevitable con calma, sin violencia interna;
la serenidad de vida que se identifica con la aceptación de la historia pasada y de las limitaciones presentes. La actitud serena, no problemática, refleja la tranquilidad del orden reinante, la armonía -por lo menos mínima- entre el pensar y el obrar y la la unidad entre la fe profesada y la vida realizada.
La paz interpersonal, comunión-amor entre el yo y el tú
Este rasgo de comunión-amor caracteriza la paz en la segunda área pues exige relación con otras personas o con un determinado ambiente. Es oportuno subrayar la comunión como elemento básico que resume el amor y la unidad con el prójimo. Por otra parte, esta comunión es la meta a la que se dirige la paz:, la mutua identificación del uno en el otro, la prolongación del yo en el tú, la integración de los intereses ajenos en los personales. En definitiva la paz y el amor se unen cuando el yo contempla la felicidad ajena como personal y su existencia como un medio para proporcionar paz al otro. Descrita así la comunión, está claro que sin la savia de la comunión-amor morirá, tarde o temprano, la planta de la paz. Es impensable la paz interna y la social sin un mínimo de donación mutua a nivel de personas, de grupos o de naciones. La paz como comunión puede existir en cualquier grupo sea cual fuere su ideología y religión porque el amor fraterno es patrimonio universal.
Entonces, la paz ¿es una utopía inalcancable?
Ante el cúmulo de exigencias y obstáculos, surge una conclusión: la paz como estado anímico y como tranquila relación, es un ideal, una utopía que no se puede conseguir. ¿Qué hacer para que la paz-utopía sea un factor de la felicidad personal? Antes de ofrecer una respuesta completa, habrá que subrayar la necesidad de luchar para que la vida se imponga a la muerte, la serenidad al carácter agresivo, la concordia a la violencia, la paz a la guerra, el diálogo a las relaciones tensas, la reconciliación a la división, el perdón al odio, el bien nacional e internacional al egoísmo de grupo. La paz permanece como tarea-reto, que, para el cristiano, se traduce en actitud optimista: «Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivir en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros» (2 Cor 13,11).
¿Qué añade la paz cristiana?Cristo, el justo y príncipe de la paz que predicó la justicia y anunció "el Reino de Dios (que) es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14,17).
El reino de Dios. Junto a Cristo, la paz cristiana añade el Reino, que es de paz «nacida del amor al prójimo, (es) imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre. En efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su cruz. (y).. ha infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres» (GS 78).
La vida del cristiano. La paz recibe el agua de otras fuentes: la fe que proporciona más luz a los valores de la persona; la esperanza, que amplía las motivaciones de la convivencia; la caridad, que refuerza las exigencias para superar los obstáculos, y la madurez en Cristo que capacita mejor para interiorizar las terapias que facilitan la comunión interpersonal. La paz es asumida por el cristiano dentro de toda su vocación, de la llamada y respuesta a Cristo como un elemento inseparable del don de la gracia y de la vivencia teologal.
Una reflexión teológica sobre la paz.
Desde la Teología, la paz, es contemplada como la autocomunicación del Dios trino al hombre para salvarlo en todas las dimensiones de su existencia. Esta paz es una manifestación de Dios, que se presenta como una alianza gratuita fundada en la sangre de su Hijo, el mediador, y sellada con la fuerza soberana de su Espíritu. Los cristianos reciben la paz como un don y una tarea a realizar. Y así «despertados a una viva esperanza, que es don del Espíritu Santo, para que, por fin, llegada la hora, sean recibidos en la paz y en la suma bienaventuranza en la patria que brillará con la gloria del Señor»(GS 93).
Sí, la paz es una utopía, pero asequible para quienes se esfuerzan en poner en práctica la Buena Nueva de Jesucristo.