| Manuel del Pino
En el colegio María Auxiliadora había una alumna, Susana, muy disruptiva. Pues dormía en un centro de acogida, no podía contar con sus padres, apenas asistía a la escuela y muchas veces las monjas la expulsaban: no sabían lo que hacer con ella.
Esa hermosa mañana de abril, Susana chillaba y despotricaba en el despacho de la directora, sor Amparo, que hacía todo lo posible por apaciguar a la niña, acompañada por otras hermanas maestras, aunque sin conseguirlo.
Llevaban así un buen rato, demasiado, para el escándalo de lloros y quejas que estaba montando la niña y que se oía en todo el colegio.
Sor Consuelo lo oyó, bajó al despacho de la madre priora y se fue derecha a Susana para abrazarla con fuerza, mientras le decía:
-Ya está. Yo te quiero. Te amamos. Porque Jesús te quiere.
Y Susana se calmó al instante.
Y las hermanas se quedaron atónitas alrededor.