Religión: Iglesia, servidora de los pobres
La Conferencia Episcopal Española, en su CV Asamblea ha aprobado una Instrucción Pastoral con el nombre: “Iglesia, servidora de los pobres”. Es una coral de reconciliación y de compromiso social.
La Instrucción, con indudable acierto, percibe que en el periodo de crisis se han acrecentado las desigualdades sociales y nuevas pobrezas que redundan en debilitar la justicia social y la necesaria redistribución, poniendo la atención en la familia, en una sociedad envejecida, en la falta de trabajo, en los jóvenes y la infancia, así como en los no nacidos, pero también en los ancianos, en la violencia doméstica y en la “feminización de la pobreza”.
También hay una palabra de aliento para el mundo rural, despoblado y envejecido, donde no se rehúye la denuncia de la cultura de las dádivas que priva a las personas de su dignidad. Recoge una palabra de acogida para “los otros”, para “los extraños” que nos enriquecen y que, a buen seguro, convertirán nuestra sociedad en multiétnica, intercultural y plurireligiosa.
Se señala a la corrupción como consecuencia de la codicia financiera y de la avaricia personal, y que “compromete el correcto funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las instituciones”.
Evidentemente, como no podía ser menos, se indica que el empobrecimiento espiritual es contrario a la propia esencia del ser humano, pues ignorar a Cristo, quien ha dado a conocer el rostro paternal de Dios, constituye una indigencia radical: La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria.
Las causas de la crisis no son unívocas ni simples, pero tienen su raíz en un orden económico establecido exclusivamente sobre el afán del lucro y las ansias desmedidas de dinero (el becerro de oro), sin consideración a las verdaderas necesidades del hombre, entendido como mero consumidor en el que se excluye el bien común, corriendo el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza (Caritas in veritate, 21).
Urge recuperar una economía basada en la ética y en el bien común por encima de los intereses individuales y egoístas que sólo conducen a la “cultura del descarte”.
La Instrucción, aplicando la Doctrina Social de la Iglesia, afirma la primacía de la persona y el servicio que la economía tiene que prestar a la misma y a su desarrollo integral, por lo que, consecuentemente, la propiedad privada no es un derecho absoluto e intocable, sino subordinado al destino universal de los bienes, entendido como la exclusión del monopolio de unos pocos sobre los frutos del progreso económico y tecnológico, que han de estar al servicio de las necesidades primarias de todos los seres humanos.
Nos recuerda el trípode de la Doctrina Social de la Iglesia: solidaridad, bien común y subsidiariedad, siendo la primera “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”, es pensar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.
La segunda, “es el bien de ese -todos nosotros-, formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social”.
La tercera es “el principio que regula las funciones que corresponden al Estado y a los cuerpos sociales intermedios permitiendo que éstos puedan desarrollar su función sin ser anulados por el Estado u otras instancias de orden superior”, permitiendo sentirnos personas activas y responsables que viven y se realizan en las distintas comunidades y asociaciones, de orden familiar, educativo, religioso, cultural, recreativo, deportivo, económico, profesional o político.
Una vez más, y a colación del documento “La Iglesia y los pobres” de 1994, se advierte de la tentación de contraponer la vida activa y la contemplativa, el compromiso y la oración y, más concretamente, la lucha por la justicia social y la vida espiritual como dos realidades no sólo diferentes, cuando son más bien complementarias y vinculadas entre sí, recordando que el compromiso social es consustancial a la Iglesia, perteneciendo a su propia naturaleza y misión, por lo que se reconoce y denuncia el desempleo como situación dramática: “La falta de trabajo va contra el derecho al trabajo, entendido- en el contexto global de los demás derechos fundamentales- como una necesidad primaria, y no un privilegio, de satisfacer las necesidades vitales de la existencia humana a través de la actividad laboral. (…) De un paro prolongado nace la inseguridad, la falta de iniciativa, la frustración, la irresponsabilidad, la desconfianza en la sociedad y en sí mismos; se atrofian así las capacidades de desarrollo personal; se pierde el entusiasmo, el amor al bien; surgen las crisis familiares, las situaciones personales desesperadas (…)”.
Por ello, la política más eficaz para lograr la integración y la cohesión social es la creación de empleo, pero éste ha de ser digno y estable. Un empleo digno permite desarrollar los propios talentos, facilita su encuentro con otros y aporta autoestima y reconocimiento social.
La falta de empleo o la precariedad del mismo, conducen a la pobreza, que no es consecuencia de un fatalismo inexorable, sino que tiene causas responsables: “Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y de la especulación financiera y atacando las causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del mundo y en definitiva ningún problema. La inequidad es raíz de los males sociales”. Es necesario, anuncian, acompañar y tocar el sufrimiento, compartiendo el dolor.
También piden perdón por los momentos en que no han sabido responder con prontitud a los clamores de los más frágiles y necesitados, y sostienen que se ha de trabajar con tesón para eliminar las causas estructurales de la pobreza, en la siguiente dirección:
Crear empleo. Las empresas han de ser apoyadas para que cumplan una de sus finalidades más valiosas: la creación y el mantenimiento del empleo. En los tiempos difíciles y duros para todos —como son los de las crisis económicas— no se puede abandonar a su suerte a los trabajadores pues sólo tienen sus brazos para mantenerse.
Que las Administraciones públicas, en cuanto garantes de los derechos, asuman su responsabilidad de mantener el estado social de bienestar, dotándolo de recursos suficientes.
Que la sociedad civil juegue un papel activo y comprometido en la consecución y defensa del bien común.
Que se llegue a un Pacto Social contra la pobreza aunando los esfuerzos de los poderes públicos y de la sociedad civil.
Que el mercado cumpla con su responsabilidad social a favor del bien común y no pretenda sólo sacar provecho de esta situación.
Que las personas orientemos nuestras vidas hacia actitudes de vida más austeras y modelos de consumo más sostenibles.
Que, en la medida de nuestras posibilidades, nos impliquemos también en la promoción de los más pobres y desarrollemos, en coherencia con nuestros valores, iniciativas conjuntas, trabajando en “red”, con las empresas y otras instituciones; apoyando, también con los recursos eclesiales, las finanzas éticas, microcréditos y empresas de economía social.
Que la dificultad del actual momento económico no nos impida escuchar el clamor de los pueblos más pobres de la tierra y extender a ellos nuestra solidaridad y la cooperación internacional y avanzar en su desarrollo integral.
Cultivar con esmero la formación de la conciencia sociopolítica de los cristianos de modo que sean consecuentes con su fe y hagan efectivo su compromiso de colaborar en la recta ordenación de los asuntos económicos y sociales.
Sólo queda manifestar el entusiasmo que despertará la divulgación e interiorización de esta Instrucción de enorme calado y tan necesaria antes, ahora y siempre.