El «motu proprio» tiene como propósito «promover la teología en el futuro» (ATP 1). En el marco del movimiento sinodal, Francisco ha querido decir una palabra sobre este tema tan importante como controvertido, a propósito de la actualización de los Estatutos de la Pontificia Academia de Teología. No es la primera vez que lo hace. En diciembre del 2017, había publicado la constitución apostólica Veritatis gaudium (VG) sobre las universidades y facultades eclesiásticas, que se inicia con un significativo proemio al que este «motu proprio» cita un par de veces. Es importante, por tanto, la lectura conjunta de ambos documentos.
Iremos recorriendo el documento, destacando los principales rasgos del quehacer teológico subrayados por Francisco, comentándolos y acudiendo a otros documentos significativos – por ejemplo, la exhortación apostólica Evangelii gaudium o el documento final de la primera sesión de la XVI Asamblea general ordinaria del Sínodo, titulado Una Iglesia sinodal en misión[1] – cuando parezca conveniente hacerlo, con el deseo de aportar una mejor comprensión.
Una teología en salida y desde las fronteras
La idea de una teología en salida y desde las fronteras corresponde al Francisco de los comienzos de su pontificado. Se encuentra en su primer documento propio, la exhortación apostólica Evangelii gaudium (EG), de noviembre del 2013, en su primer capítulo, dedicado a la transformación misionera de la Iglesia. El primer acápite se refiere a «una Iglesia en salida», que remite al dinamismo «en salida» propio de la palabra de Dios (cf. EG 20). Abraham, Moisés, Jeremías encarnan ese movimiento en el Antiguo Testamento. De este movimiento nace el envío, la misión, la alegría de ser enviados.
Para Francisco, «la Iglesia en salida es la comunidad de los discípulos que primerean (un neologismo típico del Papa), que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan» (EG 24). Estos verbos forman parte del dinamismo de una Iglesia que sale de sí misma, de su autorreferencialidad y que se dirige a las fronteras, a las periferias. Dice el texto: «Su alegría de comunicar a Jesucristo se expresa tanto en su preocupación por anunciarlo en otros lugares más necesitados como en una salida constante hacia las periferias de su propio territorio o hacia los nuevos ámbitos culturales» (EG 30).
Las periferias, las fronteras, no son sólo geográficas o territoriales sino existenciales y sociales. Una de las claves fundamentales del pensamiento de Francisco es la idea de frontera como espacio de encuentro y diálogo. Las fronteras son espacios liminares donde las diferencias se encuentran, se entrecruzan, dialogan, debaten, se pelean. Son los espacios de la diversidad que, asumida desde el diálogo, enriquece y permite crecer. Son las fronteras de las «profundas transformaciones culturales» a las que se refiere el documento (cf. ATP 1).
En este contexto, la teología no se puede limitar «a proponer de manera abstracta fórmulas y esquemas del pasado» (ibid.). La Iglesia en salida lleva a una teología en salida y no «de escritorio», que huele «a pueblo y a camino», que sea capaz de verter «aceite y vino sobre las heridas del hombre» (ATP 3).
Las fronteras son también lugar de conflicto. Lo muestran las guerras que nos asolan actualmente en Ucrania, en Gaza y en tantos otros lugares. O los miles de migrantes forzados a salir de su tierra para buscar un futuro mejor. Por ello, para Francisco, la Iglesia en salida es también un «hospital de campaña». Es «la Iglesia pobre con los pobres» a la que se refirió en su primera conferencia de prensa luego de ser elegido obispo de Roma. Esta referencia al «cuerpo llagado» del pobre se repite en la I Jornada Mundial de los pobres en 2017: «Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la eucaristía»[2].
En una carta del 2015, dirigida al gran canciller de la Universidad Católica Argentina, Francisco vincula el quehacer teológico con la idea de Iglesia como «hospital»: «Que la teología sea expresión de una Iglesia que es “hospital de campo”, que vive su misión de salvación y curación en el mundo». Y, si es así, añade esta intuición fundamental: «Enseñar y estudiar teología significa vivir en una frontera, esa en la que el Evangelio encuentra las necesidades de las personas a las que se anuncia, de manera comprensible y significativa»[3].
Posteriormente, enVeritatis gaudium, Francisco insiste en que la teología debe acompañar los procesos sociales y culturales y, «de modo particular las transiciones difíciles» (VG 4). Es más, citando la carta al gran canciller, Francisco subraya que «la teología también debe hacerse cargo de los conflictos: no sólo de los que experimentamos dentro de la Iglesia, sino también de los que afectan a todo el mundo» (ibid.).
La frontera, lugar de vulnerabilidad y de conflicto, interpela así a la teología. El quehacer teológico que brota desde la cercanía a los sufrientes está llamado «a interpretar proféticamente el presente y a ver nuevos itinerarios para el futuro» (ATP 1).
Una teología contextual
El concepto de «teología contextual» no es nuevo en la reflexión teológica. Teólogos como Robert Schreiter o Stephen Bevans, académicos a la vez que misioneros, han reflexionado sobre este punto para subrayar «una manera de hacer teología que toma en cuenta el espíritu y el mensaje del Evangelio, la tradición del pueblo cristiano, la cultura desde la que se reflexiona teológicamente y los cambios sociales que ocurren en la cultura»[4].
No podemos asegurar que Francisco conozca a estos autores, pero, sin duda, el contenido del mensaje del «motu proprio» coincide con las ideas básicas de este enfoque teológico. De allí, la importancia que el documento pontificio le concede a la «cultura», a la que menciona varias veces, y a la estrecha vinculación entre la teología y «una cultura de diálogo y encuentro» en la que «sólo puede desarrollarse» el quehacer teológico (ATP 4).
En ese marco de diálogo y encuentro se van «contextualizando» las «palabras grandes» de la Tradición. «Debemos – dice Benedicto XVI –, a través del estudio y cuanto nos dicen los maestros de teología y nuestra experiencia personal con Dios, concretar, traducir estas grandes palabras de forma que entren en el anuncio de Dios al hombre de hoy»[5]. A este modo de trabajar teológicamente, Bevans lo denomina «modelo de traducción». Pero no se trata de una traducción literal sino de releer desde nuevos contextos el significado central de la expresión y formularlo de modo tal que pueda ser captado en su sentido propio por los nuevos destinatarios. Se le suele denominar traducción mediante «equivalencia dinámica».
Bevans desarrolla otros modelos de teología contextual como, por ejemplo, el antropológico o el que pone el énfasis en la praxis histórica de los cristianos. En este segundo modelo, tanto Bevans como Schreiter, ubican a la teología de la liberación. El modelo antropológico enfatiza la identidad cultural y ciertos rasgos dentro de ella desde los que se reflexionan la palabra de Dios, la tradición, el magisterio y el rol social de la Iglesia. Este es el modelo de las teologías que ponen el acento en las relaciones de género (teología feminista, desde la mujer) o en la dimensión étnico-cultural (teología indígena, teología negra)[6].