Un obispo sencillamente humano
El obispo de Ciudad Real, Mons. Antonio Algora, ha publicado, en una revista de su diócesis, una reflexión sobre la reciente reforma laboral, que el presidente Rajoy, desde la prepotencia que le otorga su mayoría absoluta, ha impuesto a los trabajadores en España. La reflexión del obispo Algora ha sido noticia de ámbito nacional. Y está siendo motivo de numerosos comentarios.
Lo que llama la atención, en este asunto, es que sea noticia el hecho de que un obispo diga lo que tendría (y tiene) que decir cualquier ciudadano honrado y con la debida conciencia de su responsabilidad. No pretendo afirmar, ni siquiera insinuar, que los demás obispos no sean hombres honrados y responsables. ¿Quién soy yo para enjuiciar a los demás? El Evangelio dice, en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30), que quienes trabajamos en este mundo, tenemos prohibido señalar quién es trigo y quién es cizaña. No. Eso corresponde solamente al Señor.
Si destaco lo que ha dicho Mons. Algora, es porque me alegra y me emociona que un obispo de la Iglesia católica, con la autoridad que le concede su cargo, se pronuncie tan claramente, no ya sólo en favor de la religión y de la Iglesia, sino, además de eso, en favor del ser humano. Y más concretamente, en defensa de los derechos y de la dignidad de los trabajadores, a favor de los que tienen que soportar el peso más duro de la historia. Y lo más notable es que el obispo ha hecho esto en una situación concreta, difícil, comprometida, con la libertad y coherencia que el momento requiere. Quienes queremos sinceramente a la Iglesia; y queremos compartir las alegrías y dolores de los trabajadores, vemos en esto algo muy importante.
Yo sé muy bien que el deber sagrado de un obispo es defender la fe y los dogmas de la fe católica. Pero nunca deberíamos olvidar lo que, con tanto acierto y precisión, ha escrito un eminente teólogo que aún vive, Juan Bautista Metz: “La fe dogmática o fe confesional es el compromiso con determinadas doctrinas que pueden y deben entenderse como fórmulas rememorativas de una reprimida, no-sometida, subversiva y peligrosa memoria de la humanidad. El criterio de su genuino carácter cristiano es la peligrosidad crítica y liberadora, y al mismo tiempo redentora, con la que actualizan el mensaje recordado, de suerte que “los hombres se asusten de él y, no obstante, sean avasallados por su fuerza” (D. Bonhoeffer). El obispo Algora ha sido, en este caso, un decidido defensor del dogma católico. Porque ha sido un valiente defensor de aquello a lo que el dogma católico tiene que llevar a rodos los que se confiesan católicos: a ponerse decididamente de parte de los derechos, de la seguridad y de la dignidad de los que siempre se ven obligados a estar abajo en la sociedad y en la historia.
Lo que llama la atención, en este asunto, es que sea noticia el hecho de que un obispo diga lo que tendría (y tiene) que decir cualquier ciudadano honrado y con la debida conciencia de su responsabilidad. No pretendo afirmar, ni siquiera insinuar, que los demás obispos no sean hombres honrados y responsables. ¿Quién soy yo para enjuiciar a los demás? El Evangelio dice, en la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30), que quienes trabajamos en este mundo, tenemos prohibido señalar quién es trigo y quién es cizaña. No. Eso corresponde solamente al Señor.
Si destaco lo que ha dicho Mons. Algora, es porque me alegra y me emociona que un obispo de la Iglesia católica, con la autoridad que le concede su cargo, se pronuncie tan claramente, no ya sólo en favor de la religión y de la Iglesia, sino, además de eso, en favor del ser humano. Y más concretamente, en defensa de los derechos y de la dignidad de los trabajadores, a favor de los que tienen que soportar el peso más duro de la historia. Y lo más notable es que el obispo ha hecho esto en una situación concreta, difícil, comprometida, con la libertad y coherencia que el momento requiere. Quienes queremos sinceramente a la Iglesia; y queremos compartir las alegrías y dolores de los trabajadores, vemos en esto algo muy importante.
Yo sé muy bien que el deber sagrado de un obispo es defender la fe y los dogmas de la fe católica. Pero nunca deberíamos olvidar lo que, con tanto acierto y precisión, ha escrito un eminente teólogo que aún vive, Juan Bautista Metz: “La fe dogmática o fe confesional es el compromiso con determinadas doctrinas que pueden y deben entenderse como fórmulas rememorativas de una reprimida, no-sometida, subversiva y peligrosa memoria de la humanidad. El criterio de su genuino carácter cristiano es la peligrosidad crítica y liberadora, y al mismo tiempo redentora, con la que actualizan el mensaje recordado, de suerte que “los hombres se asusten de él y, no obstante, sean avasallados por su fuerza” (D. Bonhoeffer). El obispo Algora ha sido, en este caso, un decidido defensor del dogma católico. Porque ha sido un valiente defensor de aquello a lo que el dogma católico tiene que llevar a rodos los que se confiesan católicos: a ponerse decididamente de parte de los derechos, de la seguridad y de la dignidad de los que siempre se ven obligados a estar abajo en la sociedad y en la historia.