Ante la muerte de mi padre.
Hoy, cuando menos lo esperaba, –nunca se espera- mi padre ha muerto. Ha muerto mientras le aplicaba un masaje cardiaco por indicación del médico de urgencia a través del teléfono. No es fácil ver morir a tu padre y no poder hacer nada por él. Cuando el médico llegó aún le estaba dando yo el masaje cardiaco hasta que él mismo me sustituyó. Yo sabía que vería morir a mi padre porque, en los últimos tiempos, no me he separado de él ni de día ni de noche. He dormido al lado de su cama para calmar su sed, arroparle si se desarropaba o simplemente para escuchar su monólogo descoordinado y sin sentido a causa de su Altzheimer avanzado. En la última noche llamaba constantemente a su madre como el niño que necesita protección y ayuda.
Yo sabía que este momento iba a llegar por su extrema debilidad en los últimos tiempos, pero nunca uno está preparado para esto. Ver cómo tu padre se va entre tus brazos y no poder ayudarlo es una experiencia muy dura y frustrante. Creo que lo voy a recordar siempre. Sólo tuve tiempo de hacerle la señal de la cruz en la frente. Ya había recibido de mis manos, algún tiempo atrás, la unción de enfermos.
Voy a recordar siempre este momento, ¡siempre¡ Muchas veces me han dicho que la experiencia de soledad que se siente cuando un padre muere es muy fuerte. Pero nunca pensé que sería tan especial. Parece que se rompen tus raíces y tu infancia desaparece entre la niebla. Porque nuestra infancia tiene mucho de padre. ¡Y ahora esa referencia ya no está!
Puse mi mano en su frente y pude comprobar cómo los dedos fríos de la muerte lo iban abrazando hasta dejarlo pálido, frío y sin vida.
Mi padre se iba delante de mis ojos y yo era un ser inútil e incapaz de regalarle un poco de mi aliento. La vida no nos pertenece, estamos en manos de Dios, en cada instante.
Los recuerdos se acumularon de repente en mi mente. Lo veía dándome la mano por la montaña mientras acompañábamos a nuestras cabras para que pastaran. ¡Tantos recuerdos asociados a él se iban por la ventana de repente y nadie podía retenerlos! Como humo, como incienso, como pájaros volando por el cielo…
Mi padre se ha ido y ha permanecido con nosotros la esperanza, porque sólo desde la fe la muerte se ve como un trámite que hay que pasar pero no como una derrota definitiva. Nadie podrá apagar el amor que él ha sido capaz de regalarnos de manera gratuita durante tantos años de su vida. Hoy somos lo que somos por lo que él y mi madre han sido. Ha sido un hombre bueno y eso es para nosotros una fuerza sobrehumana.
Su funeral fue un canto a la vida porque era tiempo de pascua para mi padre.
El momento más entrañable para nosotros ha sido cuando el cadáver de mi padre en la caja entraba ya en el nicho en su sepultura y mi sobrina Virginia ha comenzado a cantar el padre nuestro con aires flamencos a modo de despedida. Un escalofrío de emoción, hecho oración, ha recorrido la piel de cada uno de los asistentes. Muchas lágrimas y mucha paz. No hubo gritos ni llantos excesivos sino la aceptación de una realidad que nos transciende y nos envuelve de continuo.
Allí quedó en el silencio del cementerio y se vino con nosotros el recuerdo de lo que siempre fue con nosotros y con los demás. Y ese recuerdo permanecerá siempre en su esposa, en sus hijos, en sus nietos…
Mi padre se ha ido, pero no se ha ido del todo, aunque su vacío ahora es evidente en cada rincón de nuestra casa.
Me con consuelan mucho las palabras de Martín Descalzo, que escribió cuando sabía que su muerte era inminente:
“Dejar ya de sufrir y hacer preguntas
ver el amor sin enigmas ni espejos,
descansar y vivir en la ternura.
Tener la luz, la paz, la casa juntas
y ver, dejando los dolores lejos,
La noche-luz tras tanta noche oscura”.
Yo sabía que este momento iba a llegar por su extrema debilidad en los últimos tiempos, pero nunca uno está preparado para esto. Ver cómo tu padre se va entre tus brazos y no poder ayudarlo es una experiencia muy dura y frustrante. Creo que lo voy a recordar siempre. Sólo tuve tiempo de hacerle la señal de la cruz en la frente. Ya había recibido de mis manos, algún tiempo atrás, la unción de enfermos.
Voy a recordar siempre este momento, ¡siempre¡ Muchas veces me han dicho que la experiencia de soledad que se siente cuando un padre muere es muy fuerte. Pero nunca pensé que sería tan especial. Parece que se rompen tus raíces y tu infancia desaparece entre la niebla. Porque nuestra infancia tiene mucho de padre. ¡Y ahora esa referencia ya no está!
Puse mi mano en su frente y pude comprobar cómo los dedos fríos de la muerte lo iban abrazando hasta dejarlo pálido, frío y sin vida.
Mi padre se iba delante de mis ojos y yo era un ser inútil e incapaz de regalarle un poco de mi aliento. La vida no nos pertenece, estamos en manos de Dios, en cada instante.
Los recuerdos se acumularon de repente en mi mente. Lo veía dándome la mano por la montaña mientras acompañábamos a nuestras cabras para que pastaran. ¡Tantos recuerdos asociados a él se iban por la ventana de repente y nadie podía retenerlos! Como humo, como incienso, como pájaros volando por el cielo…
Mi padre se ha ido y ha permanecido con nosotros la esperanza, porque sólo desde la fe la muerte se ve como un trámite que hay que pasar pero no como una derrota definitiva. Nadie podrá apagar el amor que él ha sido capaz de regalarnos de manera gratuita durante tantos años de su vida. Hoy somos lo que somos por lo que él y mi madre han sido. Ha sido un hombre bueno y eso es para nosotros una fuerza sobrehumana.
Su funeral fue un canto a la vida porque era tiempo de pascua para mi padre.
El momento más entrañable para nosotros ha sido cuando el cadáver de mi padre en la caja entraba ya en el nicho en su sepultura y mi sobrina Virginia ha comenzado a cantar el padre nuestro con aires flamencos a modo de despedida. Un escalofrío de emoción, hecho oración, ha recorrido la piel de cada uno de los asistentes. Muchas lágrimas y mucha paz. No hubo gritos ni llantos excesivos sino la aceptación de una realidad que nos transciende y nos envuelve de continuo.
Allí quedó en el silencio del cementerio y se vino con nosotros el recuerdo de lo que siempre fue con nosotros y con los demás. Y ese recuerdo permanecerá siempre en su esposa, en sus hijos, en sus nietos…
Mi padre se ha ido, pero no se ha ido del todo, aunque su vacío ahora es evidente en cada rincón de nuestra casa.
Me con consuelan mucho las palabras de Martín Descalzo, que escribió cuando sabía que su muerte era inminente:
“Dejar ya de sufrir y hacer preguntas
ver el amor sin enigmas ni espejos,
descansar y vivir en la ternura.
Tener la luz, la paz, la casa juntas
y ver, dejando los dolores lejos,
La noche-luz tras tanta noche oscura”.