#pascua2023 Conocer más la vida de Jesús para vivir mejor el Misterio Pascual
Un mundo capaz de defender la vida plena de todas las personas y en todas las situaciones.
| Olga Consuelo Vélez
Semana Santa siempre se ha considerado un tiempo fuerte de vivencia de la fe, participación litúrgica y compromiso cristiano. No ha de ser menos este año en que, controlada la pandemia, ya no existe restricción para la presencialidad plena. Sin embargo, estas condiciones externas no garantizan que la vivencia de esta Semana Mayor se realice con la intensidad que debería tener. Por eso, reflexionar sobre el significado de los momentos centrales de estos días, puede ayudarnos a profundizar en su significado.
La Semana Santa no podemos vivirla independiente de la predicación del Reino de Dios hecha por Jesús y de las acciones proféticas de su vida pública. Si no hacemos esta conexión, nos encontramos conmemorando un asesinato -el de Jesús- sin saber los motivos de tal atrocidad y lo que, en realidad, significa para nosotros. Lamentablemente esta conexión, muchas veces, no se hace. En la catequesis comúnmente se explica que Judas traicionó a Jesús, las autoridades romanas le dieron muerte, de esa manera Él nos salvó de nuestros pecados -perdonando a sus verdugos- y con su resurrección nos abrió la puerta para la resurrección que esperamos. Pero esa historia no implica mucho nuestra vida, solo despierta sentimientos de dolor y compasión por todo el sufrimiento que tuvo Jesús y sentimientos de alegría porque, al final, Jesús venció la muerte.
Por el contrario, cuando nos preguntamos por las causas del asesinato de Jesús y nos remitimos a su vida pública, podemos entender mejor lo que significa ser cristiano. Jesús predicó el reino de Dios para todas las personas. Sus curaciones y encuentros con los que se consideraban excluidos en su tiempo -mujeres, publicanos, niños, extranjeros, enfermos, etc., hacían presente el reino que anunciaba, mostrando con sus hechos que la visión de Dios sobre la humanidad es de total inclusión, sin aceptar ninguna razón para dejar a alguien al margen. Además, Jesús enseñó, con sus curaciones en sábado, que la Ley debe estar al servicio de las personas y no al contrario. Pero esto último es bien difícil que se ponga en práctica. Hay demasiado rigorismo moral y muy poca misericordia. Precisamente, la misericordia, es la actitud fundamental del Dios predicado por Jesús. El padre misericordioso de la parábola -que tanto se medita en este tiempo- no pone ninguna condición para acoger al Hijo, no le exige absolutamente nada y solo hace fiesta por su regreso. Pero, muchas veces, cuando se predica esta parábola se hace énfasis en que el hijo se arrepintió y no en la misericordia absoluta de nuestro Dios. Y casi no se explica que la parábola estaba dirigida para el hijo mayor, quien representa a los escribas y fariseos, los cuales no se alegran con la bondad del Padre de la parábola (Lc 15, 11-32). La predicación de Jesús, de un Dios que es amor y solo amor, le lleva a ganarse la persecución de los “maestros de la ley” y de los “sacerdotes del templo”, aquellos que creían conocer a Dios y no aceptaban que Jesús les mostrara, con sus hechos, que el Dios del reino no es a la medida de los criterios de la justicia humana -ojo por ojo, diente por diente- sino de la bondad infinita de Dios.
El Jueves Santo, Jesús se reúne con los suyos para decirles -una vez más- cómo es el Dios Padre/Madre que Él predica. Por eso les lava los pies y se pone como servidor de todos (Jn 13, 1-13). Pero sus discípulos no acaban de entender y el viernes santo huyen porque no quieren correr la suerte del Maestro. Así es como Jesús se enfrenta a la muerte, incomprendido hasta por los suyos, pero manteniendo su fidelidad a su misión. Él no vino a cumplir un plan determinado por Dios para salvarnos sino a mostrarnos cómo es Dios y cómo nosotros podemos ser ese “otro Cristo” -como diría San Pablo (Flp 3, 7-11), viviendo la comunión con Él en este presente y, esperando la plenitud definitiva, en la eternidad.
Jesús es ajusticiado y los poderosos de su tiempo se sienten satisfechos de haber podido eliminar a quien les incomodaba. Pero la vida triunfa sobre la muerte y ese es el anuncio que las mujeres valientes y fuertes que van el sábado al sepulcro, comunican a los discípulos, los cuales están temerosos y convencidos del fracaso de Jesús. Por eso no creen en las palabras de María Magdalena, Juana, María la de Santiago y las demás que estaban con ellas (Lc 24, 9-11) (También no creen por el hecho de ser mujeres). Sin embargo, poco a poco la vida sigue imponiéndose sobre la muerte y por la fuerza del Espíritu de Jesús esas primeras mujeres y varones testigos de la resurrección de Jesús, continúan transmitiendo su experiencia de fe y así, de generación en generación, ha llegado hasta nosotros la Buena Noticia del pregón pascual porque, efectivamente, a Jesús Nazareno, al que mataron los que se creían guardianes de la Ley, “Dios lo resucitó” (Hc 2, 22-24).
Sería necesario profundizar más en la vida de Jesús y en el significado de esta para nuestro presente buscando que la liturgia de estos días no se quede en el rito y en la solemnidad, sino que esté cargada de la vida concreta que llevamos entre manos. De esta manera, el misterio pascual no será un recuerdo del pasado sino la actitud presente para asumir la realidad, confiados en que nuestra fidelidad al proyecto del reino, hará posible los frutos del Misterio Pascual: la paz, la justicia, en otras palabras, un mundo capaz de defender la vida plena de todas las personas y en todas las situaciones.