#pascua2023 ¡Resurrección!

2023

En una semana empezaría el periodo vacacional de Semana Santa, aunque había
trabajado con intensidad los meses pasados y necesitaba descansar, no llamaban
su atención esos días de asueto por los recuerdos que le traían. Hacía unos años
que estaba sola, y lo consideraba una ventaja. Cuando lo requería yacía con algún
hombre que le gustara pero con una sonrisa se despedía sin prometer nada, y
agradecer menos, aunque para estar con el varón en turno, hubiera habido un
periodo de cortejo entre cenas y regalos de ambas partes. Se consideraba
eficiente en las lides de la cama y cuando obtenía lo que quería sencillamente se
desligaba, no le interesaba el compromiso. Se auto nombraba una mujer libre sin
ataduras.


En especial esos días le conducían a evocaciones de su pasado. Había nacido en
una familia católica tradicionalista y cuando le fueron dando evasivas o respuestas
truncas o triviales a sus inquietudes juveniles, se incrementó de manera gradual la
distancia entre ella y la Iglesia; mientras se fue acercando más a una postura
humanística antropocéntrica, hasta llegar a creer que el panteísmo era lo mejor
asumido para vivir.


Estaba en desacuerdo con el término pecado que muchas veces escuchó y se le
aplicó de niña y adolescente a sus actitudes y acciones. Sumado a la creencia de
un Padre Celestial, que limitaba y oprimía a la mujer desde siempre como el
mundo patriarcal en que se desenvolvía. La conquista de su estado actual le había
tomado muchos años de rebeldía en contra de los parámetros tradicionales que
había vivido y en los cuales se le había obligado a vivir. Su capacidad intelectiva

había sido cultivada desde que era una niñita, comenzando con sus porqués a
todo lo que no entendía o sentía curiosidad.

RESUCITÓ


Sin embargo había algo lacerante que no expresaba y menos traía a su memoria,
el único hijo que había tenido había muerto en una semana Santa. Creyéndose
con una alta posibilidad de infertilidad, lo había engendrado y apenas nacido había
muerto. La única vez que lo sostuvo en sus brazos, estaba muerto. Y lo tuvo que
dejar ir para que extraños lo enterraran, pues ella estaba internada. No quería
reconocerlo, pero ni siquiera podía recordar su carita, aunque algo como huella
lacerante conservaba, era el recuerdo del cuerpecito que cuando por alguna razón
traía al presente, parecía como si estuviera cargando una losa de cemento.
Entonces rabiosa, al darse cuenta que comenzaba a llorar, con un manotazo se
limpiaba las lágrimas y golpeaba o destruía lo que tuviera a su alcance.


Cada año era lo mismo, una sensación de enojo la invadía en los llamados días
santos, que reconocía pero no podía, no sabía cómo dominar. Era un lapso donde
no se relacionaba con nadie, pues como animal herido se ocultaba para lamerse
las lesiones. No permitía que ni su único allegado, en esos momentos la buscara.
Se encerraba en un ostracismo insolente y desgarrador.


El Domingo de Ramos, había soñado que una voz firme y varonil le decía: Ven,
entra conmigo. Al despertar lo único que recordaba era esa invitación. No sabía el
porqué durante todo el día vino a sí, varias veces. Parecía como si se lo repitiera
al oído. Hasta pensó en algún momento que era real. Estaba extrañada.


El Lunes Santo, estaba escribiendo un artículo acerca del comportamiento de los
que sin saberlo están en peligro inminente y su comportamiento inusual. Como
socióloga le gustaba investigar acerca de la conducta de otras personas en
peculiares condiciones. Cuando terminó casi había pasado todo el día, así que se
acercó un libro, se preparó una cuba libre y se fue a la terraza a leer. Entre lectura
y sorbos de su bebida, se quedó dormida. Su sueño fue inquieto, caminaba sin
rumbo fijo, pasando entre una multitud que la ignoraba y hubo un momento en que
se cayó, nadie la ayudó aunque varios se dieron cuenta que estaba en el suelo,
que estaba lastimada. Solo un pequeño zafándose de la mano materna intentó
hacerlo, pero fue inútil, no la pudo levantar. Entonces su mamá acercándose al
niño, lo jaló brusca y lo apartó. Lo desconcertante había sido que al voltear a ver a
la mamá, era ella misma. Cuando despertó, sudaba. Tenía la sensación de
indefensión.


El Martes Santo, quiso realizar una caminata vigorosa y fue al cerro del Ajusco. En
ese ambiente fresco y vital se permitió gritar cuando estuvo sola en el bosque.
Creía que le ayudaría para sacar el malestar anímico que sentía. Esa noche vio
una película vieja que le extrañó aún la pasaran, Espartaco. Aunque el tema no
era de su predilección, disfrutó el cortometraje, se identificó con el protagonista en
la perseverancia de sus ideas, que lo llevaron hasta la muerte de cruz. Cuando se
fue a dormir, su cuerpo lo agradeció. Soñó participando en una sesión de mujeres
feministas radicales, donde expresaba que era válida la violencia física para

hacerse escuchar y justificar sus convicciones. Aún tenía la mano en alto y se
escuchaba la ovación que recibía de la audiencia, mientras paseaba la mirada
entre la concurrencia femenina enardecida, cuando vio a un niño pequeño de pie,
que gritaba con un atisbo asustado y se tapaba los oídos. Nadie le hacía caso,
entonces por unos instantes sus miradas se cruzaron y este infante le gritaba: Te
hablo y no me quieres escuchar. Llorando se sentaba en la butaca, perdiéndose
en ella, porque el entusiasmo de las mujeres que lo rodeaban lo iban sofocando.
Sudorosa se despertó y no pudo conciliar el sueño de nuevo, pues cuando cerraba
los ojos, escuchaba la voz infantil diciéndole: Te hablo y no me quieres escuchar.


El Miércoles Santo se sentía muy inquieta, los sueños tan extraños que estaba
teniendo eran inusuales y no le gustaban, aún más le hacían enojar. Pero no tenía
como sacar su frustración, así que le habló a un amigo y le propuso cenar y
cohabitar. Se dio cuenta que no era del agrado de él lo que le había propuesto,
pero se dejó convencer ante la promesa femenina de que pagaría todo en la
velada. Se arregló para cautivarlo, no obstante, el ambiente festivo entre los
concurrentes del restaurante, ellos se notaban forzados. Eso no le gustó y como
experta en frivolidades sexuales, lo urgió a irse. Lo que no quería era pasar la
noche sola. En los juegos previos al coito, él dijo estar indispuesto, decepcionada
le contestó. No importa, pero quédate a pasar la noche. Asombrado por la
invitación pero sintiéndose mal, le aceptó una pastilla para las molestias
estomacales y al poco tiempo cayeron en un profundo sueño. Llegó un momento
en que se veía dormir con él a su lado. Pero él por momentos era pequeño como
un niño y otros un adulto, aunque ambos estaban enfermos. Entonces con fastidio
les decía, mejor se hubieran ido, estoy muy fatigada. A lo cual el niño le contestó.


Por eso fue mejor dejarte sola, pues te hubieras cansado pronto de cuidarme.
Mientras que veía como el hombre la miraba reprochándole su egoísmo.
Ignorándolos se volteó, aunque notó que su rostro estaba húmedo. Al despertar
sola, encontró en su celular un mensaje de él, dándole disculpas por las molestias
ocasionadas. Y por primera vez hizo lo que se juró no volver a hacer, lloró
desconsolada reconociendo su egoísmo.


El Jueves Santo se dijo, que necesitaba estar bien como siempre y no pensar en
tarugadas ni actuar idiotamente. Iba a festejar estar sola y vivir de manera plena
como hasta ese momento creía haberlo logrado. Estaba enojada consigo misma
por dejarse influir por estúpidos sueños. Así que tomó su camioneta y se dirigió a
Cholula, era una ciudad que le gustaba por su pirámide, y su enorme museo en
donde los aspectos históricos y sociales eran de su agrado. Como era día de
asueto, encontró a muchos paseantes. De regreso, en la carretera se encontró
con un carro accidentado, por lo que bajó la velocidad, sin embargo de otro auto
una mujer, se bajaba y corría a prestar ayuda. Iba a pasarse de largo, cuando los
gritos de ésta le indicaban que se acercara. De mala gana lo hizo. En el
accidentado, había un hombre, una mujer y un niño, parecían una familia. La
mujer que se había acercado, les hablaba con calma, diciéndoles que estarían
bien, que permanecería con ellos y que no tuvieran miedo, mientras del asiento de
atrás sacaba al bebé y se los mostraba, rogándoles que se tranquilizaran para que
el pequeño también lo hiciera. Entonces con sumo cuidado, lo puso en los brazos

de la joven que tenía lesiones en la cara, mientras que el pequeño bajaba la
intensidad de su llanto. El hombre con gesto dolorido y mirada agradecida le
pedía no los dejara, que atendiera a la mujer y al niño, a lo que ella volvió a
decirles, voy a estar con ustedes. Entonces volteando a verla la urgió. Aquí no hay
señal, vaya consiga ayuda y mándela. Confió en usted. De mala gana
internamente se reprochó por haberse parado. Pero contestó que sí y lo hizo. Así
que su llegada a casa ya fue muy entrada la noche. Esa noche soñó que el niñito
le decía, gracias por haber ayudado, gracias por estar.


Cuando se despertó el Viernes Santo, ya no solo se sentía enojada, sino también
estaba confundida, se cuestionaba porqué le pasaba lo que le había vivido y luego
el porqué de esos sueños tan perturbadores. Pasó la mañana pensativa y cuando
vio el reloj eran las tres de la tarde, entonces se acordó de las palabras de su
abuela cuando siendo niña, una vez le preguntó porqué a esa hora se había
puesto a orar, a lo que su ancestra le contestó, porque hace muchos años a Jesús
lo crucificaron y a esta hora murió siendo inocente en la cruz y lo hizo por amor a
nosotros, que tanto lo ofendemos. Entonces se hincó junto a su abuela y pensó
que era extraño que alguien siendo inocente, hubiera muerto por ella sin
conocerla. Hacía más de medio siglo que no había recordado ese episodio.


En la noche se tomó una pastilla para conciliar el sueño de manera profunda y
evitar soñar o al menos olvidar lo soñado. Cuando se despertó el Sábado Santo,
su cara estaba mojada por un torrente de lágrimas incontrolable, había soñando
que cuando bajaron de la cruz a Jesús muerto, éste al llegar al suelo era su
pequeño hijo y quien lo recibía era ella, ella, no María como sabía. Su cuerpecito
aún estaba tibio. Olía a ella, a pesar de haber estado luchando contra la muerte en
el canal del parto, se veía hermoso. Lo podía besar, y decirle que lo amaba y que
lo recordaría por siempre, mientras la tibieza del niño, parecía reconfortarla más y
más. Entonces levantaba el cuerpecito al cielo implorando por él y veía como en la
cruz Jesús moribundo les decía sin palabras: Los amo, dámelo.


Se paró, rabiosa fue a la cocina y aventó tazas y platos hasta descargar su furia.
Pero se agotó tanto, que solo atinó a irse a la cama y entre llanto, ira y frustración
pasó todo el día sin comer. Al llegar la noche no quería dormir, estaba asustada.
Pero el cansancio la venció.
Cuando despertó ese Sábado Santo, sentía que el ambiente era desolado, tanto
como se sentía después de toda esa semana y en especial de lo soñado un día
antes. No podía ni siquiera comentarlo con alguien, no tenía con quién, estaba tan
sola emocionalmente que no podía acercarse a alguien. Sentía una angustia
opresora de soledad que le ocasionaba lágrimas inconscientemente. Por varias
veces se las limpió, las primeras con enojo pero al paso de las horas ya sin fuerza,
como si la estuviesen limpiando y ayudándola a sacar toda la violencia que
albergaba, habiendo quedado hueca, laxa, sin fuerza, aunque la sensación de
soledad no se iba. Entonces recordó como su mamá le había dicho una vez que
María madre de Jesús estuvo muy triste cuando su hijo había muerto y que ella
comprendía nuestros sentires como madre. Por primera vez admiró a María, ella
había visto como asesinaban a su hijo Jesús, siendo inocente y un hombre en la

plenitud de su ser, vida que María había cuidado desde que fue concebido. En
cambio ella, no se había cuidado durante el embarazo, y entre fiestas,
borracheras y excesos laborales, había descuidado el don de la maternidad que
se le había otorgado. Ocasionando que su pequeño naciera débil, prematuro e
indefenso. El diagnóstico médico había sido desnutrición extrema. Estaba viviendo
uno de los peores días en su vida. ¿María se habrá sentido hueca, vacía como
ella lo estaba. Habría llorado tanto como ella, ante la pérdida del Hijo? Ni siquiera
se dio cuenta cuando se quedó dormida.


Cuando despertó ese Domingo de Resurrección, sus ojos estaban tan hinchados
que apenas podía abrirlos. Se bañó, se alistó y se salió de su casa. No quería
estar porque ahora le parecía opresiva su casa. Se puso unos lentes negros, no
quería ver a nadie, ni que la vieran. Se encaminó al Jardín Botánico de
Chapultepec que sabía estaba abierto, se sentía como un cactus con una
apariencia árida. Entrando buscó un lugar apartado, y cerró los ojos. Sin saber qué
tiempo había pasado, de repente escuchó una voz infantil que le decía: Ya no
estés triste, mi mamá me dijo que hasta los cactus se alegran y por eso dan flores
hermosas y brillantes. Ven y te enseño. El pequeño tendría unos siete años.
Sabes no puedo hablar con extraños, pero te quiero enseñar una flor bonita. Ven.
Se paró, lo siguió hasta el lugar donde un cactus llamado Monstruoso, estaba
cubierto con muchas flores blancas, tan bellas contrastando con la apariencia
poco agraciada de la planta. Mientras el niño urgiéndola, le decía: ¿Verdad que
están bonitas, qué bueno que te las enseñe, ¿cierto? Y se fue.


Lloraba, pero estas lágrimas eran como si la estuvieran lavando, como si la
purificaran. Luego se encaminó al templo, vio la escultura del Resucitado, participó
en la Celebración Eucarística. La homilía fue de la capacidad sanadora que el
Resucitado podía otorgar si es que uno estaba dispuesto a aceptarla. Por eso
cuando alguien se acercó y la abrazó diciéndole: Felices Pascuas de
Resurrección, entendió y sintió que de su actitud positiva y reflexiva sería si
empezaba a vivir la resurrección o se quedaba en el dolor. Así que se dejó
envolver por el abrazo fraterno de esa mujer vieja y sin poder decir nada, aceptó
que Jesús resucitado estaba con ella, invitándola a vivir la Pascua de
Resurrección.


De ella dependería aprender a vivirla, pero si aceptaba, Jesús estaría a su lado
para acompañarla y sostenerla en ese caminar.
¡Había resucitado!


Martha Eugenia,
Mujer Mariposa.

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