#sentipensares La cocina: un espacio de oración y de resistencia feminista
| Luz Estela (Lucha) Castro
La cocina: un espacio de oración y resistencia feminista
Cocinar es un acto de amor, pero también de resistencia. Cuando entramos a la cocina, no solo transformamos ingredientes en alimento; transformamos el espacio en un lugar de memoria, gratitud y espiritualidad. Al preparar una comida, evocamos con gratitud a todas las personas que hicieron posible que los insumos llegaran a nuestras manos: quienes sembraron, cosecharon, transportaron y vendieron cada ingrediente. Pero también, y de manera especial, traemos al presente las historias de nuestras ancestras.
Las mujeres hemos sido tradicionalmente las guardianas del alimento, no solo del cuerpo, sino también del espíritu. Cada plato que preparamos cuenta historias: de aquellas que nos enseñaron a distinguir los olores, a reconocer los sabores y a entender que la cocina no es solo un lugar físico, sino un espacio donde se preservan tradiciones, se reafirman identidades y se cuida a quienes amamos. Hoy, mientras cocinaba, sentí que mis manos repetían los movimientos de tantas otras mujeres antes que yo: mis abuelas, mis tías, mis maestras de vida.
Recordé a Irma Ávalos, quien fue la nana de mis hijas durante 30 años y cocinaba en nuestra casa con tanto amor. Su comida no solo alimentaba nuestros cuerpos; también nutría nuestra alma con su dedicación y cuidado. También pensé en mi prima Silvia Castro Espinoza, Lulu para la familia, quien heredó toda la sabiduría culinaria del linaje Castro. Hoy, ella es una chef que comparte su arte con los barrios populares, llevando no solo alimento, sino también esperanza y conexión a las comunidades. Recordé la escena de Como agua para chocolate, cuando Tita transforma su dolor en un platillo que lleva su historia a quienes lo prueban. En la cocina, nosotras también volcamos emociones, experiencias y memorias en lo que preparamos. Es como si cada ingrediente se mezclara no solo con especias, sino con fragmentos de nosotras mismas.
Hoy, además, tuve el privilegio de que mi amiga Rosa Patiño Rosita, una chef argentina, me guiara con paciencia. Ella me compartió sus conocimientos y su propia manera de orar al cocinar, recordándome que la cocina también es un altar. Es un espacio de resistencia donde, como mujeres, afirmamos que alimentar es un acto de poder. Con cada plato, no solo damos sustento físico, sino que sostenemos comunidades, transmitimos historias y cultivamos la esperanza.
Cocinar es entonces un acto profundamente feminista. Es recordar que el amor que ponemos en cada receta no es “invisible” ni debe darse por hecho. Es un trabajo, sí, pero también una forma de conexión. En la cocina contamos nuestras historias y las historias de quienes vinieron antes de nosotras. La cocina es un puente entre generaciones y un espacio de lucha, donde reafirmamos que lo cotidiano también es político, y que alimentar —con los sabores, las palabras y la memoria— es una de las formas más poderosas de cuidar y transformar el mundo.