Baño de Escorial
Hay ciudades que están impregnadas por el monumento que albergan en su interior. Al nombrarlas, no se piensa en la ciudad sino en el monumento que en ella está situado. Así es San Lorenzo del Escorial, donde por una actividad pastoral he permanecido ahora una decena de días.
La impresionante mole del Monasterio domina toda la ciudad de San Lorenzo del Escorial. En la ciudad hay además un par de docenas de otros monumentos también de la época de Felipe II, que reproducen fielmente todas las guías turísticas y que localizan además los grandes mapas situados en los cartelones distribuidos en las calles para orientar a los turistas, pero es el Monasterio el que concentra todo el paisaje urbano y el que atrae fundamentalmente la atención de los visitantes.
Había visitado hace muchos años el Monasterio, pero el vivir ahora junto a él unos días me ha deslumbrado. Los lejanos recuerdos de antaño se han configurado ahora en impresiones vivas sobre lo que es y lo que significa este gran monumento.
Los datos numéricos del Monasterio son sencillamente espeluznantes. Paseando su alrededor, me había preguntado cuál sería el número de ventanas del enorme edificio. En una guía he visto después que las ventanas son 2.673 y que las puertas son 1.200, unas cifras que no creo tengan parangón en ningún otro edificio del mundo. Los restantes datos numéricos del monumento son igualmente apabullantes: una superficie de 33.327 metros cuadrados -¡una finca, no pequeña!-, con una fachada de 270 metros de longitud, y teniendo en el interior 16 patios, 15 claustros, 86 escaleras y 9 torres.
Lo que impresiona con todo del monumento, más que las cifras exageradas, es la proporción existente entre todos los elementos del edificio. Sorprende y admira la armonía conseguida, en el edificio y en las terrazas y jardines exteriores, por los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, el que ha dado nombre al "herrerismo", el arquetipo del estilo monumental más clasico. Como he visto escrito este estilo se caracteriza por el protagonismo de la línea frente a los elementos decorativos que distrajesen su contemplación.
Personalmente, lo que me ha hecho reflexionar es lo distinta que era la cultura de esta época, la que ha dado origen a la impresionante manifestación de orden y armonía que constituye el edificio. El interior de los palacios ya deja claro que las costumbres -la forma de vivir y de dormir de los reyes Austrias y Borbones, que ocuparon las innumerables estancias del edificio- eran del todo diferentes a las que en épocas posteriores hemos tenido. Pero el conjunto del monumento deja entrever un mundo perfectamente ordenado, sin elementos que alteren el conjunto, donde todo se somete a una estructura preconcebida, donde la majestuosidad nunca es interrumpida por ningún detalle que rompa su armonía. La contemplación del monasterio destaca ciclopiamente las enormes diferencias existentes entre el mundo del Rey Felipe II, que lo mandó construir y lo habitó, y el mundo actual de su sucesor Felipe VI, en el que sería del todo imposible llegar a construir un edificio de estas características.
La diferencia entre aquel mundo y el actual se pone particularmente de manifiesto al fijarse en los elementos religiosos del edificio. Por lo pronto está el dato de los 13 oratorios que existen en los palacios, algunos dejando claro que incluso en los dormitorios se ponía una capilla al alcance de la vista del personaje que los ocupaban. La riquísima colección de cuadros y de otros elementos decorativos existente en las diversas estancias del edificio ya manifiestan la importancia que a la religión se le daba por los que encargaban y por los que realizaban estas obras de arte. Pero es sobre todo en la monumental basílica del Monasterio donde mejor se exterioriza el alcance que la religión alcanzaba en la cultura que puso en pie este monumento. La basílica ocupa el centro del edificio y con su inmensa cúpula y sus torres exteriores, con la magnificencia de sus espacios interiores y de sus altares y de su espectacular retablo, es desde luego la basílica la que mejor refleja el carácter que Felipe II quiso dar a todo el edificio. El concepto que la religión tenía entonces era desde luego diferente, otorgándosele una espació y unas categorías que ahora son del todo diferentes: ¿mejores? ¿peores? Desde luego, diferentes.
La estancia en San Lorenzo me ha permitido un baño en el arte de su monasterio, una incursión en la cultura que le dio origen, diversa pero de la que ahora se pueden extraer muchas enseñanzas.
La impresionante mole del Monasterio domina toda la ciudad de San Lorenzo del Escorial. En la ciudad hay además un par de docenas de otros monumentos también de la época de Felipe II, que reproducen fielmente todas las guías turísticas y que localizan además los grandes mapas situados en los cartelones distribuidos en las calles para orientar a los turistas, pero es el Monasterio el que concentra todo el paisaje urbano y el que atrae fundamentalmente la atención de los visitantes.
Había visitado hace muchos años el Monasterio, pero el vivir ahora junto a él unos días me ha deslumbrado. Los lejanos recuerdos de antaño se han configurado ahora en impresiones vivas sobre lo que es y lo que significa este gran monumento.
Los datos numéricos del Monasterio son sencillamente espeluznantes. Paseando su alrededor, me había preguntado cuál sería el número de ventanas del enorme edificio. En una guía he visto después que las ventanas son 2.673 y que las puertas son 1.200, unas cifras que no creo tengan parangón en ningún otro edificio del mundo. Los restantes datos numéricos del monumento son igualmente apabullantes: una superficie de 33.327 metros cuadrados -¡una finca, no pequeña!-, con una fachada de 270 metros de longitud, y teniendo en el interior 16 patios, 15 claustros, 86 escaleras y 9 torres.
Lo que impresiona con todo del monumento, más que las cifras exageradas, es la proporción existente entre todos los elementos del edificio. Sorprende y admira la armonía conseguida, en el edificio y en las terrazas y jardines exteriores, por los arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, el que ha dado nombre al "herrerismo", el arquetipo del estilo monumental más clasico. Como he visto escrito este estilo se caracteriza por el protagonismo de la línea frente a los elementos decorativos que distrajesen su contemplación.
Personalmente, lo que me ha hecho reflexionar es lo distinta que era la cultura de esta época, la que ha dado origen a la impresionante manifestación de orden y armonía que constituye el edificio. El interior de los palacios ya deja claro que las costumbres -la forma de vivir y de dormir de los reyes Austrias y Borbones, que ocuparon las innumerables estancias del edificio- eran del todo diferentes a las que en épocas posteriores hemos tenido. Pero el conjunto del monumento deja entrever un mundo perfectamente ordenado, sin elementos que alteren el conjunto, donde todo se somete a una estructura preconcebida, donde la majestuosidad nunca es interrumpida por ningún detalle que rompa su armonía. La contemplación del monasterio destaca ciclopiamente las enormes diferencias existentes entre el mundo del Rey Felipe II, que lo mandó construir y lo habitó, y el mundo actual de su sucesor Felipe VI, en el que sería del todo imposible llegar a construir un edificio de estas características.
La diferencia entre aquel mundo y el actual se pone particularmente de manifiesto al fijarse en los elementos religiosos del edificio. Por lo pronto está el dato de los 13 oratorios que existen en los palacios, algunos dejando claro que incluso en los dormitorios se ponía una capilla al alcance de la vista del personaje que los ocupaban. La riquísima colección de cuadros y de otros elementos decorativos existente en las diversas estancias del edificio ya manifiestan la importancia que a la religión se le daba por los que encargaban y por los que realizaban estas obras de arte. Pero es sobre todo en la monumental basílica del Monasterio donde mejor se exterioriza el alcance que la religión alcanzaba en la cultura que puso en pie este monumento. La basílica ocupa el centro del edificio y con su inmensa cúpula y sus torres exteriores, con la magnificencia de sus espacios interiores y de sus altares y de su espectacular retablo, es desde luego la basílica la que mejor refleja el carácter que Felipe II quiso dar a todo el edificio. El concepto que la religión tenía entonces era desde luego diferente, otorgándosele una espació y unas categorías que ahora son del todo diferentes: ¿mejores? ¿peores? Desde luego, diferentes.
La estancia en San Lorenzo me ha permitido un baño en el arte de su monasterio, una incursión en la cultura que le dio origen, diversa pero de la que ahora se pueden extraer muchas enseñanzas.