Insomnio sobre el apabullante Universo

En otras ocasiones, me habían también llamado mucho la atención, pero ahora la impresión ha sido mucho más fuerte. Las informaciones sobre el universo -había conocido entrevistas sobre el observatorio de La Palma y había tenido contacto personal con un astrónomo del observatorio Vaticano- producen un desconcierto realmente apabullante, sobrecogedor.
En un programa nocturno de RNE, he escuchado una entrevista sobre un observatorio existente en el altiplano de Chile, creo recordar que a 5.000 metros de altura, llamado ALMA. En él existe un gigantesco telescopio, capaz para hacer llegar informaciones desde distancias inconmensurables. Dos datos aportados por el que informaba -un astrónomo español y joven, cuyo nombre no he retenido- me han dejado anonadado.

El primer dato es que una información sobre una galaxia existente en el inmenso espacio del universo, diferente y muy lejana a la nuestra solar, había sido percibida por el telescopio de ALMA a los cuatrocientos cincuenta años de haber sido emitida. Dentro de lo que con mucho esfuerzo concebimos como espacio, existe algo que emitió señales en nuestro siglo XVI, cuando todavía vivían en nuestro territorio Teresa de Jesús e Ignacio de Loyola, que ahora han sido percibidas por el telescopio chileno ALMA. La distancia, a la velocidad de transmisión de la luz, alcanza cifras siderales. La capacidad de la mente humana para imaginar una distancia queda del todo desbordada.

El otro dato, facilitado en la entrevista con el astrónomo para dar comprender las informaciones y magnitudes que se estaban barajando, es que la tierra y toda nuestra galaxia solar tienen escasamente la dimensión de un átomo dentro del inmenso sistema del universo. Si a la mente le cuesta imaginar lo que un átomo ocupa dentro del cuerpo humano -las cifras desbordan en esto por lo bajas-, el esfuerzo por llegar a imaginar lo que nuestro sistema terreno y solar ocupa en el universo está también por encima de nuestra capacidad humana de pensar.

A una mente científica, acostumbrada a trabajar con estos datos, probablemente su formulación no le impresionará tanto, pues será capaz de pensarlas y dimensionarlas. Pero para una persona no acostumbrada a barajar semejantes informaciones, estos dos simples datos ofrecen mucho campo para la reflexión posterior.

La relativización de las dimensiones del mundo en el que vivimos es la primera conclusión de los dos simples datos anteriores. Los problemas que aquí más preocupan -los políticos de Cataluña y España, los referentes a la crisis económica actual, los que se derivan de las prácticas inmorales realmente existentes sobre la familia o el aborto, todos los enfrentamientos e injusticias existentes entre los humanos- resultan minúsculos dentro del universo sideral. No se puede ser simplista en la valoración relativa de los problemas, pero tampoco se pueden sobredimensionar dentro de la amplitud desbordante del universo.

Todo el conjunto de temas relacionado con la trascendencia queda también alterado por la consideración de las dimensiones siderales del universo. La reflexión desde estructuras antropomórficas sobre Dios en toda la larga historia del Antiguo Testamento difícilmente encaja el hecho de que Dios está fuera del espacio y el tiempo, más allá del universo que se descubre reflexionando mínimamente sobre los simples datos aportados. En este sentido, sorprende mucho que sólo la tierra esté habitada por humanos, que sólo para los habitantes de la tierra se haya producido la redención, la venida de Dios el mundo recordada en la Navidad. La parquedad y lucidez de Teilhard de Chardin al hablar sobre Dios, con plena coherencia con sus estudios paleontológicos, resulta muy estimulante en este sentido. Surge el interrogante sobre cúando hay qe dejar de hablar del universo, para denominarlo ya el Universo. No se puede hablar sobre Dios de forma ingenua, imaginativa, encerrada en estructuras humanas, sin tener en consideración que está más allá de las dimensiones siderales del espacio y del tiempo aportadas por la astronomía y por todas las concepciones de la ciencia moderna. Conviene volver al Deus semper maius, siempre mayor, enteramente otro, de la teología clásica. Para hablar de Dios, es mejor acudir al lenguaje sugerente de los místicos que a las comparaciones simplificadoras de los apologetas.

El programa nocturno de RNE despertó estas consideraciones sobre las que resulta tan conveniente volver. En algunas ocasiones, un insomnio puede resultar procedente.
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