Odio, violencia y agresividad en política. Ahora, ¿más o menos?
Del concejal que -en un pleno del Ayuntamiento de Barcelona- injurió y de alguna manera amenazó la vida del Rey, he oído que tiene un tatuaje en el brazo con la palabra ODIO. Es un síntoma de hasta dónde se puede llegar en política, hasta odiar a las personas y desearles la muerte.
En plena efervescencia política, es momento para analizar la presencia del odio y de la violencia en nuestra vida política actual. En concreto, resulta procedente interrogarse si hay en estos momentos más o menos agresividad y violencia que en pasadas elecciones recientes.
Hay mentalidades, y configuradores de la opinión pública, que siguen remitiendo a las situaciones más cruentas del enfrentamiento político. Sorprende que todavía haya quienes califican las situaciones y los comportamientos actuales de franquistas y, por el otro lado, quienes temen que la situación actual va a derivar en enfrentamientos armados, distorsiones a la propiedad y quema de iglesias. Admira que todavía se aluda como inmediato e inminente a lo que ocurrió hace más de cuarenta y de ochenta años, a la Guerra Civil y a Franco, sin tener en cuenta los cambios sociales y económicos que diferencian aquellas situaciones de las actuales.
Tengo la impresión que en el momento actual las alusiones catastrofistas a estos dos antecedentes, por uno y otro lado, han sido menos frecuentes, menos virulentas. Agrada positivamente que la Cadena informativa de la Iglesia, la COPE, o el siempre tradicional ABC, no recurran tanto en el momento actual a estas comparaciones odiosas, como se hacía cuando informaba desde la COPE el tremebundo periodista Federico Jiménez Losantos (por algún montaje llegado por la red, parece que éste continúa usando este lenguaje en su cadena actual, Es-Radio). Tampoco parece tan insistente y recurrente la asimilación con Franco de todo el mundo del PP y hasta de Ciudadanos, aunque alguna alusión directa a todo esto sí se ha podido escuchar del representante oficial de PODEMOS.
El tono general actual parece más distendido: la campaña electoral ha resultado en general más tranquila e incluso en la situación política extrema de Cataluña la vida social parecía seguir su curso normal. Pero la situación no ha cambiado del todo. Las injurias personales a las que llegaron Pedro Sánchez y Mariano Rajoy, en el único enfrentamiento televisivo que mantuvieron en la campaña para la elecciones, sobrepasaron el nivel de la correcta educación y llegaron a calificar al contrincante como malo. Además la negativa empecinada al diálogo, y el tratar al PP como apestado con el que se tiene decidido de antemano no mezclarse en ningún caso, son comportamientos del PSOE, de PODEMOS y de los independentistas, difícilmente justificables, hasta el punto que el único acuerdo del sector radical sólo parece el echar de la Moncloa al residente actual.
Aquí debería situarse el fiel de la balanza. Las ideas y hasta los comportamientos, resulta obvio que se pueden criticar -incluso con virulencia- desde el opuesto frente político. Pero la descalificación personal sería la linea roja -el término ahora más usado- que nunca se debería sobrepasar. La esencia de la democracia se pone siempre en el respeto al contrario, en no verlo como enemigo malo sino sólo como contrincante político: no estoy de acuerdo con Vd. pero estoy empeñado en que Vd lo pueda seguir diciendo, era según Churchil una de las definiciones de la democracia.
El pensamiento cristiano es muy claro a este respecto. La oposición al contrario resulta legítima, Jesús descalificó rotundamente a los judíos más radicales (sepulcros blanqueados, los que dicen y no hacen, dijo literalmente de los escribas y los fariseos ) y echó con furia del templo a los que lo usaban en provecho propio, para comprar y vender. Pero siempre hay que salvar el no juzguéis y no seréis juzgados. A la adúltera, que era sin duda adúltera, Jesús no le tiró piedras, a pesar de que la ley judía se lo permitía y hasta se lo mandaba. Ni de Judas se puede decir que es radicalmente malo, que se ha condenado. La condenación de los comportamientos no autoriza para la descalificación de las personas. Éste es uno de los rasgos más hermosos -y más difíciles- del cristianismo, que muchas de las actuales diatribas contra los políticos, de uno otro bando, no deberían olvidar, tendrían que aspirar a convertir en reales y no meramente como imposibles utopías.