Semana Santa, discusión eterna


La Semana Santa es motivo de grandes entusiasmos, para algunos, y motivo también de grandes discusiones, para otros. Donde la Semana Santa es fuerte, pocos quedan insensibles ante ella: o a favor o en contra, incluso con apasionamiento. Me refiero, por supuesto, a la Semana Santa en la calle; no a la celebración litúrgica de la Pascua, la Muerte y Resurrección de Jesús, que está más allá de cualquier discusión para los creyentes.

Después de la Navidad y sobre todo al comenzar la Cuaresma, cuando los cofrades entran ya en celo –la expresión la he recogido en la calle, no es por supuesto mía-, en las ciudades más semanasanteras del Sur nozco la realidad inmediata de ciudades de otras regiones, en las que también es fuerte la celebración de la Semana Santa-, sorprende constatar que la prensa local le dedica una y hasta varias páginas diarias a la actualidad de las Cofradías: innovaciones del año en los pasos o tronos, alteraciones en los recorridos, nombramientos en las Juntas Directivas, entrevistas a los Hermanos Mayores, Agenda cofradiera, … Hay redactores especializados, a los que la materia siempre les resulta inagotable.

Este año, un testimonio cualificado sobre la Semana Santa me ha llamado la atención. Al cumplir siete años (17 de febrero) de su llegada a Sevilla, al Arzobispo Juan José Asenjo le hizo el ABC una entrevista generosa y amistosa de dos páginas, en la que pudo hablar sin que se le mostrase ninguna acritud sobre todo los temas relacionados con su ejecutoria sevillana. Cerrando ya la entrevista, sobre la Semana Santa dijo el Arzobispo de Sevilla: Si no existiesen las hermandades habría que inventarlas como ejemplos de vida cristiana, apostolado, servicio a los demás y dique contra la secularización. Proviniendo de un hombre que no se ha distinguido precisamente por el fervor cofrade, esta manifestación merece una atención.

Conozco un cura que creó en un barrio de Sevilla hace ya bastantes años una Cofradía, y esto le elevó a los altares del aprecio para algunos, pero también le produjo muchos sinsabores ante muchos de sus colegas. Es conocida la triquiñuela de algún cura que, al construir un nuevo templo, le pone muchos escalones en la entrada o una viga muy grande y muy baja en la puerta de acceso, para dificultar de tal modo la entrada y salida de los pasos, para conseguir que a nadie se le ocurra pensar en la constitución de una Cofradía en la Parroquia. Con las Cofradías ya constituidas no es infrecuente, por desgracia, la tensión enconada entre los párrocos y los responsables de las Cofradías. En el desarrollo de la actividad cofradiera, en la importancia que se le da a detalles menos trascendentes, en la ocasional minusvaloración de aspectos de hondura evangélica, en el día a día de las Hermandades, salta con alguna frecuencia la falta de acuerdo y hasta el enfrentamiento. La autonomía real de los seglares en el gobierno de las Cofradías, además, no siempre es bien encajada por los párrocos y los representantes orgánicos de la jerarquía eclesiástica.

Por estos motivos frecuentes de disensión sobresale la manifestación positiva del Arzobispo de Sevilla. En ella, me ha llamado sobre todo la atención que caracterice al desarrollo de la Semana Santa como dique contra la secularización. Esta valoración podrá resultar discutible para algunos, pero destaca una realidad cierta y constatable. La religiosidad de Sevilla es diversa a la de otras ciudades menos semanasanteras. La gente entiende mejor el lenguaje concreto de los símbolos externos, la expresividad de las imágenes y el colorido intenso de todos los elementos de la parafernalia cofradiera, que la sublimidad más abstracta de la liturgia, en la que los menos formados se pierden, se aburren y dejan pronto de participar en ella. Es cierto que la Semana Santa contiene la secularización porque ofrece un lenguaje mucho más asequible a la mentalidad popular, porque vincula de alguna manera a la trascendencia pero de una manera menos intensa pero más adecuada al estilo intrascendente de las personas menos religiosas.

El locutor Carlos Herrera, reconocido cofrade en Sevilla y con indudable habilidad para conectar con las masas, en una entrevista concedida a los periódicos de la cadena Joly, a una pregunta sobre la Semana Santa, respondía: Tengo varios miles de planteamientos para defender a las cofradías. Es una realidad trasversal. Debajo de un antifaz nadie sabe qué ideas laten, quién está ahí. Conozco ateos que respetan la religión y ateos que respetan la –semana Santa y que hasta sienten cierta devoción cuando ven un paso.

Dique contra la secularización, realidad transversal, mantenedora de la religiosidad popular… Realidades ciertas, dentro de unos conceptos escurridizos. La religiosidad, y más aún la religiosidad popular, resultan siempre ambivalentes: son realidades positivas, porque conectan con Dios y con lo trascendente; pero también defectuosas, por humanas e incapaces de la conexión perfecta con Dios. Lo que no cabe duda es que, como casi todas las manifestación es de la religiosidad popular, la Semana Santa es algo muy hondo y arraigado para las personas que la sienten. El nivel de percepción de cada uno depende de la formación y del nivel de religiosidad que cada cual posee. Pero no se debe minusvalorar y conviene mantener y perfeccionar lo que siempre tiene más elementos positivos que negativos.
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