¿Se acaba la misericordia?



Después de una anunciada pero muy prolongada ausencia estival, reinicio el contemplar las cosas tras mi vidriera, el mirar y reflexionar serenamente sobre lo que la vida nos va deparando. Ya bien iniciado el curso, comienza un nuevo periodo. Hoy considero el ya inminente final del Año de la Misericordia. ¿Se acaba la misericordia al finalizar su Año?

El que algo sea objeto especial de un Día o de un Año tiene el fácil peligro de que se produzca un apagón sobre el tema cuando el periodo luminoso se extingue. Se deja de mirar lo que antes ha estado tan iluminado.

La misericordia no es algo fácil de vivir o de experimentar. Cuando alguien se siente muy seguro, no tiene necesidad de recurrir a la misericordia, no precisa de la compasión de otros. El que se siente bien, el que se cree bueno, el que no se culpabiliza de nada, no siente la necesidad ser perdonado, de ser compadecido, de que los demás se porten benévolamente con él. La necesidad de la misericordia aparece, así, como un sentimiento propio de los débiles, de los carentes de seguridad en sí mismos. El fariseo de la escena evangélica no necesita de la misericordia de nadie.

El sentimiento de alteridad es, con todo, algo que el creyente debe siempre experimentar. El hombre no está solo, no es del todo autosuficiente, no es el rey omnímodo de la creación, necesita contar con Otro que estuvo en el origen de su aparición el mundo. El no sentir nunca la necesidad de ayuda puede derivar fácilmente en actitudes demenciales, en paroxismos antihumanos.

Por esto no es menos plena la actitud del publicano. No es fruto de la debilidad sino del realismo el caer en la cuenta de las propias carencias, sin caer en las posturas engañosas de presumir de lo que no se tiene. La humildad es más amable que la prepotencia. El que desprecia al otro porque no necesita para nada de él es en el fondo más odiable que el que reconoce la alteridad como parte constitutiva de su propia personalidad.

Esta sencilla disquisición, al hilo de la parábola evangélica del fariseo y el publicano, permite encarar mejor el tema de la misericordia. No es un plus innecesario, no es un tributo de los débiles, el sentir la necesidad de la misericordia es algo que dignifica al hombre, que lo hace situarse dentro de sus límites, que le convierte en más amable para todo el que se roza con él. La autosuficiencia absoluta conduce a la paranoia.

Si todo esto es verdad en la pura relación de unas personas con otras, en la estricta dimensión humana de la existencia del hombre, mucho más aparece como imprescindible para el creyente en la relación trascendente con Dios. Siempre Dios nos supera y nos desborda, resulta muy difícil pensar en el eternamente Otro que está del todo más allá de nuestra capacidad de comprensión. Pero precisamente por esto, el hombre necesita de Aquel que completa sus limitaciones y se apiada de sus debilidades. La misericordia de Dio es necesaria para el hombre creyente.

El Papa Francisco nos ha recordado que la misericordia no es una teoría, no es un concepto, sino una realidad en Jesucristo, el rostro de la misericordia. Es algo mucho más sencillo que todo lo expuesto en esta breve exposición. Para el creyente, la misericordia es la ternura de Dios manifestada en Jesucristo. Algo que no se acaba cuando finaliza el Año de la Misericordia, sino que puede llegar a vivirse más plenamente con el recordatoria de las ideas y los sentimientos que este Año nos ha facilitado.
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