El momento más hondo del Rocío

Dentro de la variadísima riqueza de Andalucía, el Rocío satisface las apetencias que cada cual tiene más dominantes.

La Romería del Rocío reúne los más diversos componentes de la forma de ser de Andalucía: paisaje, alimentos y bebidas, indumentaria, cante y baile, acogida de las casas, estilo de las personas... Este año hay que añadir la variedad del clima, pues ha habido desde los días de más rabiosa lluvia hasta los de sol más esplendoroso. No enumero entre los componentes de la Romería el elemento religioso, como si fuera uno más, pues todo gira en esos días alrededor de la Virgen del Rocío y del contacto con Ella todos los asistentes participan, con mayor o menos intensidad según la religiosidad de cada uno.

Los actos oficiales de la Romería -tras lo inigualable del camino, en lo que no entro- se centran todos en la Virgen del Rocío: la entrada o presentación de todas las Hermandades (este año ya, ¡117!), el viernes por la tarde y todo el sábado; el domingo por la mañana, la misa en el Real (la inmensa plaza, que tiene en el centro el monumento recordatorio de la coronación de la Virgen) y el domingo por la noche, el inmenso Rosario con la concentración y desfile de nuevo de todas las Hermandades; la madrugada y la mañana del lunes, la enteramente atípica procesión, con el saludo de la Virgen a todos los simpecados de las 117 Hermandades durante su oscilante paseo por las calles de la aldea a hombros de los almonteños. Alrededor de estos actos, como argamasa continua, está la convivencia en las casas, que con las continuas invitaciones engarza unas cosas con las otras durante los cuatro días; el paseo por las calles, andando, a caballo o en charret; el cumplimiento de promesas o las visitas a la ermita... Todo precipitadamente, pues los días del Rocío se pasan sin darse cuenta, sin tiempo apenas ni para dormir.

La misa en el Real no es ni el acto más numeroso ni el más popular del Rocío. La presentación de las Hermandades y la procesión son mucho más multitudinarios, pues en ellos toma parte de alguna manera la totalidad de las personas que asisten a la Romería, ese millón elástico de personas, esa cifra emblemática sobre la que se discute siempre si son más o menos que el año anterior... Sin embargo, sin ser el que más gente congrega, la misa en el Real se puede considerar como el acto más hondo del Rocío.

Cumpliendo plenamente su función de intercesora, de presentadora a sus devotos del Niño que tiene entre sus brazos, la Virgen, que centra directamente todos los otros actos de la Romería, ejerce como Esposa del Espíritu Santo en la celebración oficial del día de Pentecostés y conduce a todos sus devotos hacia su hijo Jesús en la Eucaristía solemne que se concelebra en el Real, con la participación este año de 110 sacerdotes y la presidencia de dos obispos, el de Huelva y el de Jerez. La asistencia llena el aforo del Real, pero no es tan de masas como los restantes actos del Rocío, estará alrededor de la media docena de miles de participantes. Es con todo el acto de sentido teológico más profundo y que da más hondura a todos los demás de la Romería.

La misa, además, es enormemente bella. La confluencia tempranera de las Hermandades hacia el Real, con los simpecados y todos los estandarte, con los tamboriles tocando suavemente y sin atronar, con la corta y más granada representación de todas las Hermandades, es un espectáculo contenido pero inigualable. Los simpecados se van colocando alrededor del monumento, en varias filas y sin dejar libre el más mínimo espacio, constituyendo el mas insólito retablo para la catedral que tiene por techo el cielo azul. La celebración discurre ordenadamente, sin prisas y con el realce que le proporcionan a cada parte las moniciones y las músicas. La coral -este año, de la Hermandad de Sevilla-Macarena- ofrece un auténtico concierto de las músicas rocieras más bellas. El Obispo de Huelva no tiene una homilía para salir del paso, aprovechando siempre la ocasión para extraer de la devoción rociera y de la fiesta de Pentecostés las enseñanzas sociales y religiosas más acomodadas para el momento. La parte más larga de todo el pontifical es la promesa de fe de los representantes de todas las Hermandades: aparentemente pesado por el tiempo que consume, resulta sin embargo emocionante la confesión explicita de fe que supone el juramento de todos al pasar ante el altar, casi todos con el colorido que le proporciona los trajes de corto o de gitana. Se ordena muy bien la distribución de la comunión, yendo muchos sacerdotes hacia los puntos claves a los que se va acercando la práctica totalidad de los asistentes. La Salve final, con el olé, olé, al Rocío yo quiero volver proporciona el toque emotivo, que antecede al nuevo río de las Hermandades hacia sus casas distribuidas por toda la aldea.



Cada momento del Rocío tiene su secreto. La suma, el conjunto de todos ellos, la heterogeneidad de los diversos elementos, hacen que todos los participantes en la Romería se sientan satisfechos, aunque todos no participen por igual en los diversos momentos. El Rocío es un conjunto muy rico, en el que cada cual saborea más lo que le resulta más afín, pero en el que la devoción a la Virgen sirve de sólido cimiento de sustentación y en el que la Misa del Real -en la que este año me he fijado- es el elemento más profundo.
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