El culto a las reliquias, en todas las religiones Del Santo Prepucio al pelo de Mahoma
Reliquias. El brazo incorrupto de Sant Vicent Màrtir y el supuesto Santo Cáliz que utilizó Jesús en la Última Cena son las principales reliquias conservadas en Valencia. Una muestra destacada en un mundo, el de las reliquias, que el profesor Peter Mansau ha analizado en el ensayo "Huesos Sagrados" (Ed. Alba). Pelos de Mahoma, dientes de Buda, una lengua de San Antonio o el Santo Prepucio de Jesús. Su veneración no es ninguna tontería. Lo cuenta Paco Cerdá en Levante.
Empecemos por el prepucio. O mejor dicho, por el Santo Prepucio. El trozo de piel que sobró tras la circuncisión de Jesús es la reliquia desaparecida más famosa del mundo. En la Edad Media llegaron a circular más de una docena de pellejos envejecidos que, según aseguraban las abadías y conventos propietarios, habían salido de la circuncisión judía aplicada al pene del Niño Jesús. El Santo Prepucio llegó a ser una reliquia tan ubicua en su día que llevó al reformista Calvino a preguntarse cuán grande sería el miembro del Señor para que se pudiera recortar una docena de veces sin que se agotara la fuente original.
Lo cierto es que el pellejo despertaba pasiones, más si cabe entre las místicas medievales. Como recoge Peter Manseau en su libro, "la célebre santa Catalina de Siena se imaginaba llevándolo en el dedo a modo de alianza; otras, como la mística austriaca Agnes Blannbekin, se lo comían. Pero no eran más que visiones. Dadas las codiciadas cualidades milagrosas del prepucio, no es de extrañar que las autoridades eclesiásticas decidieran custodiar la reliquia fuera del alcance de las monjas".
El culto al Santo Prepucio -que tenía festividad propia en el calendario litúrgico (1 de enero)- fue derogado por el Vaticano en 1900. Aquello incomodaba a la Iglesia por la "curiosidad irrespetuosa" que suscitaba. Tras desaparecer progresivamente todos los Santos Prepucios, la pequeña aldea italiana de Calcata afirmaba poseer el último "original" conservado tras recibirla en un rocambolesco viaje de dos mil años en el que pasó por las manos de San Juan Bautista, María Magdalena, un ángel, San Gregorio Magno o el papa León III. Pero en 1983, unos ladrones robaron el relicario cubierto de joyas con el Santo Prepucio dentro. Y todavía hay quien lo busca.
Aparte de la devoción, esta historia puede mover a la hilaridad de los agnósticos o a la depresión de los creyentes más progresistas. Pero no hay que desdeñar la importancia de hechos como éste, que hallan su réplica en casi todas las religiones del mundo. Lo explica Peter Manseau: "No hay religión, por muy adelantados que se consideren hoy sus miembros, que haya sido inmune en el pasado a una u otra forma de culto a las reliquias. Toda tradición religiosa que haya sobrevivido al paso de los siglos lo ha conseguido mediante su expansión casi constante por nuevos territorios en que reclutar nuevos adeptos. Para triunfar en este empeño, una fe de nuevo cuño necesitaba algún tipo de tarjeta de visita, una forma portátil de santidad en torno a la cual sus enviados a las regiones más remotas pudieran suscitar adhesiones. En el caso, sobre todo, del cristianismo, el islamismo y el budismo, esas tarjetas de visita eran las reliquias: si no simiente de comunidad, sí al menos un buen fertilizante".
Leche de María y un suspiro de José
Es cierto que la relación de reliquias cristianas se haría muy golosa de leer: recipientes con la leche maternal de la Virgen María; más de 800 espinas de la corona de Jesús; dos calaveras, dos, de San Juan Bautista; un suspiro de San José; un estornudo del Espíritu Santo; o plumas del arcángel Gabriel. En Valencia, como explica el canónigo conservador de la catedral, Jaime Sancho, se conserva el brazo izquierdo momificado, además de "incorrupto", del martirizado Sant Vicent; el supuesto Santo Cáliz que utilizó Jesús en la Última Cena; una astilla de la Vera Cruz en la que murió Jesucristo; una espina de su corona; dos fragmentos del velo de la Virgen María; un trozo de la camisa del Niño Jesús; una reliquia de San Jorge a la que los rusos visitan con fervor y curiosidad; pequeños pedazos del pesebre donde nació Jesús y así, hasta completar el material suficiente para llenar los tres grandes armarios que componen el relicario de la Seo.
Pero más que buscar la anécdota o ir a lo estrambótico, merece la pena buscar los aspectos profundos de este fenómeno que tuvo su apogeo entre los siglos XI y XVI. Algunos ejemplos los narra de forma amena y desde un perspectiva escéptica el ensayo Huesos Sagrados. Por ejemplo, el del pelo más peligroso del mundo: un (supuesto) pelo de la barba del profeta Mahoma que se conserva en el santuario de Hazratbal de Cachemira, la región de mayoría musulmana disputada por Pakistán y la India. Durante ocho generaciones, la reliquia estuvo custodiada por la familia de Mohamed Busch, hasta que, en 1963, el pelo fue robado y posteriormente devuelto. Desde entonces, soldados hindúes la custodian y la familia Busch se ha quedado sin empleo y sin la tradición. Pero la importancia del pelo reside en "la instrumentación política que hizo de la reliquia [el líder cachemir Mohamed Abdulá]. Eso la puso en el centro de un conflicto que se ha perpetuado hasta hoy. En tanto que reliquia islámica en un país hinduista, el pelo de la barba de Mahoma de Hazratbal es para los musulmanes cachemires una imagen de sí mismos".
El diente sagrado de Buda
Esta reliquia ha sido capaz de enfrentar (más todavía) a dos pueblos. Hay otras con un papel más conciliador. Como la del diente sagrado de Buda. En la ciudad de Kandy, en Sri Lanka, hay un lugar sacro que visitan cada día más de mil budistas. Es el Templo del Diente Sagrado, para algunos el santuario budista más importante del mundo, que conserva uno de los varios dientes de Siddhartha Gautama que se dice que sobrevivieron a su incineración en el siglo VI a. C.. El budismo era una religión ajena a Sri Lanka, que llegó procedente de la India. "Pero fue el diente lo que permitió que se impusiera" entre la población, precisa Peter Manseau.
El tirón popular de su leyenda cumplió con la misión de las reliquias en el budismo: ser "fuente transportable de santidad, cartas de presentación que los misioneros llevaban consigo a tierras remotas". De hecho, "sin reliquias de Buda y sin discípulos que hicieran de embajadores, es posible que no hubiera llegado a propagarse la fe", especula Peter Manseau. Ahora, el diente de Sri Lanka se guarda en una urna dorada que sólo se abre al público una vez cada cinco años.
Una importancia decreciente
Aunque los budistas hayan lanzado por todo el mundo la "Gira de las Reliquias del Santuario del Corazón" -con restos de Buda y de una veintena más de sabios y lamas- para financiar los 140 millones de euros de la estatua de Buda más grande de la historia, lo cierto es que las reliquias ya no son lo que eran. Lo admite el propio canónigo conservador de la catedral de Valencia. "Las reliquias han tenido más importancia en la historia de la Iglesia y de la ciudad. Hoy nos preocupamos más por los sacramentos. Pero aunque no concedemos ningún valor mágico a las reliquias, éstas funcionan como un recuerdo de la realidad de los santos y nos acercan a su memoria y a su intercesión, y nos dan esperanza en la vida eterna", señala Jaime Sancho.
Tras su recorrido por las reliquias religiosas de medio mundo, Peter Mansau llega a una conclusión casi idéntica: "Cuando uno venera o besa un objeto o el cuerpo de un santo, no rinde tributo al cuerpo en sí, sino a lo que el cuerpo representa". Algo similar -más de lo que parece- ocurre con los cuerpos embalsamados de Lenin o Mao que se exhiben en Moscú y Pekín, o con la "posible uña de un dedo del pie de Elvis" que luce en un museo de Georgia (EE UU). O con el diente de leche de su primer hijo que quizá usted guarde en el tocador. O con la foto del padre o el retrato de la esposa que siempre viaja en su cartera o que preside el recibidor de su hogar. O con el traje de boda que almacena polvo sin demasiado sentido. O con el autógrafo de su cantante favorito. O con aquella camiseta de fútbol firmada por su ídolo. En principio, son sólo objetos o recuerdos. ¿Pero seguro que se tratan sólo como objetos o recuerdos? Como advierte Michael Shermer en la solapa del libro, "cuidado" con este ensayo de Peter Manseau: "Puede descubrir que también usted cree en las santas reliquias y ni siquiera se había dado cuenta".
Deusdona, el ladrón de reliquias más famoso
Las reliquias han tenido otra dimensión, más allá de la espiritual, que explica el libro de Peter Manseau. "Como objetos de valor incalculable, las reliquias constituían una forma de valor de cambio extraordinaria. Además de ser botín de guerra durante las cruzadas, servían como regalo, se ofrecían como dote y se intercambiaban por prestigio, influencia y acceso a determinadas instancias. Durante siglos, las reliquias fueron la verdadera divisa del reino". De ahí que proliferaran los ladrones de reliquias. El más intrépido de ellos fue Deusdona, que en un periodo de tres años de la década de 830 robó y consiguió vender trozos de santos tanto famosos como ignorados, entre los que se contaban Alejandro, Cástulo, Concordia, Emerenciana, Fabián, Felicísimo, Felicidad, Mauro, Pánfilo, Papia, Sebastián, Urbano y Victoria. "Luego -escribe Manseau- se dedicó a vender su cosecha, como quien va a una feria agrícola en un día de verano".