Qué quiere Dios de nosotros.
¿Cómo es nuestra experiencia de Dios?
¿Es de confianza, de duda, de miedo, de qué es…? También podríamos preguntarnos: ¿Cómo ha sido mi experiencia con mi padre desde mi infancia?
Si normalmente un padre siempre busca y quiere lo mejor para sus hijos, qué no querrá Dios…
Simplemente quiere que seamos hijos, que confiemos en Él porque un padre siempre quiere lo mejor, que no vivamos con ese sentimiento de recelo, miedo, ese “tercer ojo” del que siempre han hablado nuestros mayores. Solo desde la confianza nace la obediencia, el servicio y la fidelidad. Quizá aquí podríamos matizar que no es la fidelidad de Dios la que responde a la nuestra, es decir, que si nosotros fallamos, él se siente en la necesidad de fallar también. Él no nos es fiel por nuestra lealtad sino, todo lo contrario, es desde su fidelidad desde donde nace la nuestra.
Recordemos el Evangelio del “Hijo Prodigo” aún reciente, o quizá “del padre compasivo”. Un hijo menor infiel y egoísta entre otras cosas y ante eso ¿Cómo actúa el padre? Ni por un momento duda en abrirle los brazos, ni se le pasa por la cabeza el reproche. A partir de ese re-encuentro, ese hijo siente que se abre a algo nuevo ante él, que su vida ha cambiado, su sentir no es el mismo, su vida ha dado un vuelco y no me refiero a lo material, sino a algo más.
Si nosotros fuéramos capaces de abrir nuestras entrañas y buscar la verdad, reconocerla, confiar y aceptar su voluntad en contra-posición a la nuestra, seguro que seríamos mucho más felices y no haríamos grandes castillos de las pequeñas dificultades cotidianas.