Un santo para cada día: 6 de abril Beata Petrina Morosini: la nueva Maria Goretti

Beata Petrina Morosini: la nueva Maria Goretti
Beata Petrina Morosini: la nueva Maria Goretti

Se defiende, trata de huir; pero de nada va a servirle porque  la fiera enfurecida por no haber podido saciar sus bajos instintos, la alcanzó y con una piedra la golpeó en la cabeza hasta dejarla malherida

Lo acontecido a Petrina parece sacado de un noticiero de sucesos trágicos. Esta joven  acabaría corriendo la misma suerte que   muchas otras  jóvenes  a las que hemos visto pasar por nuestras calles. Víctimas todas ellas de un instinto salvaje, irreprimible o en el peor de los casos  no debidamente controlado. En cualquier caso  estamos hablando de algo  que sucede  desgraciadamente con relativa frecuencia en nuestra sociedad y que como seres humanos que somos nos avergüenza. Vaya nuestro cariño emocionado para todas las victimas que han padecido este tipo de crimen y nuestra devota y fervorosa devoción para  quien debido él, se ha convertido en la mártir de nuestro tiempo.

Petrina nacía en Fiobbio di Albino pueblecito de la provincia de Bérgamo (Italia)  un 7 de Enero de 1931, lo cual quiere decir que dada la expectativa de vida, muy bien podría encontrarse todavía  entre nosotros.  Su padre se llamaba Rocco Morosini y  su madre  Sara Noris, un modesto matrimonio dedicado a las faenas del campo, quienes se cuidaron de educarla cristianamente, recibiendo la primera comunión y la confirmación en su pueblo natal, aquí recibiría también sus primeros estudios,  para que una vez concluidos pudiera colocarse en algún trabajo y así poder ayudar a la economía familiar, puesto que era la mayor de nueve hijos. Su padre, después de haber quedado inválido,  pudo trabajar de guardián en un establecimiento, por lo que tuvieran a bien darle  y su madre abandonando a sus propios hijos se vio obligada a cuidar a los hijos de otras familias para poder salir adelante.

A la edad de 15 años  la vemos como operaria en la fábrica textil  de Honegger, de Albino, sin otros proyectos de vida que no fuera contribuir al sostenimiento una familia, donde había muchas bocas que alimentar, de modo que pronto tuvo que aprender a renunciar a todo y olvidarse  de todo aquello que  a ella le hubiera gustado ser, maestra, religiosa o misionera. Entiende que su  obligación es la que es y lo primero es atender a su familia. Su trabajo es duro, pero sabe sobrellevarlo con alegría.  Las condiciones son duras, trabaja en el primer  turno, por lo que debe levantarse a las cuatro de la mañana, pero ella encuentra la forma de organizarse para asistir a misa y comulgar  siempre que puede; para ella lo primero es rezar, rezar mucho y a todas las horas, cualquier momento es bueno para ello. Reza el rosario cuando se dirige de casa, cuando va hacia el telar, reza cuando trabaja, reza cuando la dan un tiempo de respiro.

Petrina Morosini

Entre tanto  encuentra la forma de introducirse en los círculos religiosos y se ejercita como animadora misionera,  trabaja como celadora del Seminario, se hace terciaria franciscana; pero sobre todo se vuelva en la acción de apostolado a través de la Acción Católica, organismo que por aquellos tiempos se mostraba floreciente y de esta forma iba  canalizando los ímpetus juveniles poniéndolos al servicio del evangelio. Petrina era una persona organizada a quien  le queda  todavía  tiempo  para   plasmar en un papel sus memorias y hacer balance de su vida interior; a través del cual  podemos escrutar la  exquisitez de su espíritu  y sus más íntimos propósitos. Estas palabras lo dicen todo de su vida “mi amor, un Dios Crucificado; mi fuerza, la Santa Comunión; la hora preferida, aquella de la Misa; mi lema, ser nada; mi meta, el cielo”.

Uno de esos días en que de forma rutinaria regresaba del trabajo a su casa, el 4 de abril de 1957 hacia las tres de la tarde,  en el castañal solitario, un paraje próximo  del Monte Misma fue  asaltada por su agresor para violarla. Ironías de la Vida; ella que  había participado activamente en la ceremonia de la beatificación de María Goretti en Roma, el 27 de abril de 1947, ella que había comentado a su hermano “Mas bien que cometer un pecado me dejo matar”, se veía ahora en el trance de cumplir su promesa. Había llegado el momento seguramente mil veces imaginado y ella no lo duda ni un momento Se defiende, trata de huir; pero de nada va a servirle porque  la fiera enfurecida por no haber podido saciar sus bajos instintos, la alcanzó y con una piedra la golpeó en la cabeza hasta dejarla malherida. Inconsciente fue conducida al hospital de Bergamo. El cirujano  que se hizo cargo de ella al punto  exclamó: «Tenemos una nueva María Goretti» y  esto es lo que pensaron todos los que la conocían. Allí permaneció dos días sin haber recuperado el conocimiento para acabar muriendo en la flor de la vida, cuando solo tenía 27 años.  Sería beatificada por el papa Juan Pablo II el 4 de octubre de 1987.

Reflexión desde el contexto actual

Los grandes maestros del espíritu insisten en que el sentido sobrenatural de que dotamos a  nuestras acciones y comportamientos, hace que tales sean elevados a un plano superior. Esto lo vemos claramente en el ejemplo que nos ofrece Petrina. Ella pudo ser simplemente una pobre víctima, pero su intencionalidad de permanecer unida a Dios, la convirtió en una gloriosa mártir

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