Un santo para cada día: 31 de julio San Ignacio de Loyola (Fundador de la Compañía de Jesús)
De caballero cortesano y soldado batallador a Apóstol de Cristo. Así fue la vida de San Ignacio de Loyola. Generalmente el espíritu castrense es detectado en la persona del fundador de los jesuitas y en su “modus operandi”, como si lo llevara en su ADN
| Francisca Abad Martín
De caballero cortesano y soldado batallador a Apóstol de Cristo. Así fue la vida de San Ignacio de Loyola. Generalmente el espíritu castrense es detectado en la persona del fundador de los jesuitas y en su “modus operandi”, como si lo llevara en su ADN
Nació en la casa-torre de Loyola en Azpeitia (Vascongadas) en el año 1491. Era el décimo tercero y último de los hijos de Beltrán Yáñez de Oñar y Loyola. Su madre fallece pronto y en su adolescencia, su padre le pone bajo la protección del noble caballero de Arévalo, Juan Velázquez de Cuéllar, Contador mayor de Castilla al servicio de Fernando el Católico, en calidad de paje. Pasa en Arévalo más de 12 años, pero su gran pasión era la guerra.
Muerto D. Juan Velázquez en 1517, se acoge bajo la protección de D. Antonio Manrique, duque de Nájera, que era pariente suyo. Sirviendo al duque participa en la guerra contra los Comuneros de Castilla y también en la defensa del castillo de Pamplona, contra los franceses. Allí cae herido por una bala de cañón que le destroza una pierna. Era el 20 de mayo de 1521. Es colocado en una litera y lo llevan a su casa de Loyola. Este percance habría de ser el comienzo de su nueva vida.
En Loyola le curan, pero tiene que permanecer mucho tiempo en reposo, hasta que sus heridas cicatricen y pueda volver a caminar. Durante su convalecencia, no teniendo otro tipo de lecturas, se puso a leer la vida de Cristo y las vidas de los santos y esto motivó su conversión y su entrega a Dios.
Cuando ya está completamente recuperado sale de Loyola con la idea de hacer una peregrinación a Jerusalén, pero se detiene unos días en el Santuario de Montserrat; allí cambia sus ropas lujosas con las de un pobre, hace confesión general y después pasa un año en una cueva a las afueras de Manresa. Comienza a escribir sus primeras experiencias espirituales, que habrían de ser el germen de sus famosos “Ejercicios Espirituales”. En Barcelona embarca hacia Italia y después visita con gran devoción los Santos Lugares de Palestina. A su regreso va a estudiar a las Universidades de Alcalá y Salamanca y en 1528 va a la Universidad de París, donde pasa 7 años. Obtiene el Doctorado en Filosofía en 1534 y conoce a algunos universitarios, que habrían de ser los pilares de la Compañía de Jesús: Fabro, Lainez, Salmerón, Bobadilla y también a Francisco Javier, con los que hace en Montmartre los votos correspondientes y un cuarto voto de obediencia al papa
Con estos compañeros va a Roma y allí Paulo III, el mismo que abriría el Concilio de Trento, les dio su aprobación y les permitió ordenarse sacerdotes en 1538. Ignacio celebra su primera Misa el día de Navidad de 1538. La Compañía de Jesús queda aprobada el 27 de septiembre de 1540. En Roma instalan el “Cuartel General” y allí queda Iñigo de Loyola, que desde entonces cambiará su nombre por el de Ignacio. Sigue predicando, dando Ejercicios y enseñando el Catecismo en las plazas de Roma, fundando Instituciones y Patronatos para atender a los pobres y enfermos, a las muchachas en peligro y a las que desean redimirse. Le llaman “el apóstol de Roma”. Crea también el Colegio Romano, que después se llamará Universidad Gregoriana y mantiene un contacto asiduo y permanente con sus “hijos”, que ya se van extendiendo por muchos lugares de la Tierra. El de Loyola pasará a la historia como el exponente más elevado de la Contra-Reforma protestante y este espíritu de lucha es el que en cierta manera caracterizó a su fundación desde sus orígenes. Los éxitos en su lucha contra la reforma protestante nadie puede ponerlos en duda.
En los últimos años de su vida despliega una intensa actividad. Pocas figuras de la Contrarreforma son comparables con él. Cansado y agotado fallece en Roma el 31 de julio de 1556, a los 65 años. Su lema fue “Ad maiorem Dei gloriam”. Fue beatificado por Paulo V el 27 de julio de 1609, Gregorio XV lo canonizó el 12 de marzo de 1622, junto con Francisco Javier, Felipe Neri, Teresa de Jesús e Isidro labrador y Pío XI lo declaró en 1922 patrón de los Ejercicios Espirituales.
Reflexión desde el contexto actual:
El espíritu ignaciano ha llegado a nuestros días con el mismo carisma que siempre le caracterizó. Los jesuitas han ido siempre por delante, sabiendo interpretar los signos de los tiempos, abriendo caminos para ir adaptándose a las situaciones de cada momento. Como Ignacio de Loyola las nuevas generaciones de jesuitas han querido seguir sus pasos y ser los pioneros en el mundo que les ha tocado vivir. Sin duda la Compañía de Jesús ha sido objeto de animadversión y persecuciones, incluso sus más acérrimos enemigos les acusarán de manga ancha y de cierta hipocresía jesuítica, pero lo cierto es que sus servicios a la Iglesia son incuestionables.