Un santo para cada día: 3 de febrero San Blas (Patrón de los laringólogos)
Blas estaba llamado a ser el pastor providencial, destinado a hacer frente a una situación trágica, motivada por las feroces persecuciones de los emperadores romanos, que obligaban a los cristianos a vivir en la clandestinidad; el mismo Blas se vio obligado en una ocasión a huir a la montaña para refugiarse en una gruta del monte Argeo
| Francisca Abad Martín
Sucede a veces que nos encontramos con personajes famosísimos de enorme relevancia popular a los que muchas gentes conocen y admiran, pero de los que se tienen pocos datos rigurosamente históricos sobre ellos. Esto precisamente es lo que nos sucede con Blas, que habría nacido según parece en Armenia, en la ciudad de Sebaste, allá por la segunda mitad del Siglo III, siendo muy venerado en toda la zona de la antigua Yugoslavia, extendiéndose su popularidad tanto en la Iglesia oriental como occidental, seguramente por la fama taumatúrgica de la que goza, en la que a veces se entremezclan leyendas poco verosímiles, como suele suceder con aquellos personajes de los que no se tienen fuentes históricas rigurosas. En el caso que nos ocupa, contamos con las Actas de S. Blas, en donde se pondera su paciencia, humildad, mansedumbre, castidad e inocencia, virtudes que, sin duda, fueron tenidas en cuenta a la hora de buscar un candidato para ocupar la sede episcopal de Sebaste, cuando ésta quedó vacante. Es considerado como uno de los 14 santos auxiliadores a quienes en la Edad Media se les rendía especial veneración y a ellos se intercedía para que curasen a la gente de las enfermedades. En el caso concreto de Blas no se sabe si realmente fue médico, o al menos tenía algunos estudios relacionados con la medicina. El caso cierto es, que fue nombrado el Patrón de los laringólogos y de los expertos en las afecciones de la garganta.
Blas estaba llamado a ser el pastor providencial, destinado a hacer frente a una situación trágica, motivada por las feroces persecuciones de los emperadores romanos, que obligaban a los cristianos a vivir en la clandestinidad; el mismo Blas se vio obligado en una ocasión a huir a la montaña para refugiarse en una gruta del monte Argeo, llevando allí una vida de auténtico eremita, entregado a la oración y la penitencia sin ningún consuelo humano, solo le visitaban algunos animales salvajes, de ahí que también los veterinarios le tengan como Patrón. En las soledades del monte Argeo la leyenda nos ofrece el dato pintoresco, según el cual, los animales acudían a la cueva para ser cuidados por el anacoreta. Después de algún tiempo los perseguidores le encuentran y le dicen: “Salte de la gruta, el prefecto te llama”. “Bienvenidos seáis, hijitos míos, responde Blas. Vayamos prontamente y sea con nosotros mi Señor Jesucristo que desea la hostia de mi cuerpo”. En el trayecto hasta Sebaste se le acercó una madre con su hijo moribundo, a causa de una espina de pescado que tenía atravesada en su garganta. El Santo, invocando a Dios y colocando sus manos sobre la garanta del niño, logró curarle, de ahí venía la costumbre de colocar a los niños, en muchos pueblos el día de San Blas, una cinta alrededor de su cuello y de esta tradición perdida podemos dar fe los que contamos con algunos añitos. Tal vez por esto, los laringólogos le hayan adoptado como patrón.
Llevado a presencia del Prefecto, éste intenta por las buenas y por las malas que reniegue de su religión, cosa a la que Blas se niega con toda determinación. En vista de que ni las promesas ni las torturas daban el menor resultado, el obispo de Sebaste, según opinión autorizada, fue cruelmente torturado y luego decapitado en la época del emperador romano Licinio, el 3 de febrero del año 316. A partir de aquí la devoción y el culto a S. Blas se extendió como un reguero de pólvora, erigiéndose templos e iglesias en su honor tanto en Oriente como en Occidente, una de ellas llegó a estar entre las 24 abadías más importantes de Roma.
Reflexión desde el contexto actual:
El hombre actual se ha vuelto excesivamente hipercrítico y en su locura ya no sabe distinguir muy bien que una cosa es el testimonio heroico de los santos, merecedores por ello de veneración y otra cosa bien distinta es el envoltorio con que a veces se nos presenta su ejemplaridad. El hecho de que en torno a ellos hayan surgido leyendas poco verosímiles, no merma en nada su grandeza. Digamos que, en la biografía de todo personaje, por muy histórica que se la suponga, siempre encontraremos elementos subjetivos por parte de quien la escribe.