Un santo para cada día: 14 de julio San Camilo de Lelis (Patrono del personal sanitario)
“El santo no nace, sino que se hace”, con ayuda de Dios por supuesto, que es tanto como decir “A Dios rogando y con el mazo dando”. En realidad, este refrán se podría aplicar a todos los santos, pero de un modo muy especial a San Camilo, comparable con San Juan de Dios, ya que sus planteamientos de vida son bastante parecidos
| Francisca Abad Martín
“El santo no nace, sino que se hace”, con ayuda de Dios por supuesto, que es tanto como decir “A Dios rogando y con el mazo dando”. En realidad, este refrán se podría aplicar a todos los santos, pero de un modo muy especial a San Camilo, comparable con San Juan de Dios, ya que sus planteamientos de vida son bastante parecidos.
Nace en 1550, el día de Pentecostés, en Bucchianico, un pueblecito perteneciente al reino de Nápoles (Italia). Su padre, Juan de Lelis, alistado desde joven al servicio de España, había sido un soldado valiente y leal. A su madre, cuando nació Camilo, la llamaban Madona Elisabetta, por comparación con la prima de la Virgen, ya que como ella había tenido el hijo en edad avanzada. El muchacho era muy grande, tanto que destacaba por encima de los de su edad; le solían llamar “gigante”. Era fuerte, robusto y testarudo, llevaba en su sangre el arrojo y el valor de intrépidos guerreros. Todo parecía predisponerle para la existencia belicosa del cuartel.
Después de haber fallecido su madre, siendo ya adolescente, el Papa Pio V convoca una cruzada para luchar contra los turcos, su padre se alista, llevándose consigo a Camilo, pero unas fiebres malignas, unido a su edad avanzada, le obligan a retirarse y antes de llegar a su hogar fallece en brazos de su hijo. Camilo queda solo, sin más herencia que una espada, un arcabuz y una herida ulcerada en una pierna, que no le abandonaría ya el resto de su vida. Alguien le sugiere que podrían curarle en Roma, en el hospital de Santiago y allí acude en marzo de 1571.
Su herida mejora y comienza a servir como criado en el mismo hospital, pero había un terrible vicio del que estaba poseído, el juego y esto hace que un día sea expulsado del hospital. Solo y sin saber adónde ir, intenta enrolarse en el ejército, pero como sigue jugando lo que gana por una parte lo pierde dándole a los naipes o a los dados. Se jugó la espada y el arcabuz de su padre para acabar perdiéndolos, dicen que llegó a jugarse hasta la camisa que llevaba puesta.
Un día, en el fragor de una tempestad, hizo voto de vestir el hábito de San Francisco si salía con vida, pero él seguía jugando y naturalmente perdiendo lo poco que le quedaba. Se llegó hasta el convento de los Padres Capuchinos y les ayudó en las obras de restauración del mismo. Un día, mientras llevaba una carga de piedras con el borriquillo, Dios tocó su corazón y entonces pidió que le dieran el hábito, pero la herida de la pierna se le volvió a ulcerar con el roce de la burda tela del hábito y tuvo que volver al hospital. Esta vez encontró allí, en el cuidado de los enfermos, su verdadera vocación. Ya no se apartaría jamás de ellos.
Junto a unos cuantos voluntarios y con el personal del hospital, formó una especie de “Cofradía”, convirtiéndose en el jefe de aquel grupo. Decide entonces hacerse sacerdote, celebrando su primera misa el 10 de junio de 1584. El grupo se instala en una pequeña casa junto a la iglesia de la Magdalena, siguen atendiendo a los enfermos a diario en los hospitales y añaden también la atención a los encarcelados y a los moribundos. El 18 de marzo de 1586 el Papa Sixto V aprueba ese género de vida, aunque sin mediar obligación de votos. Se llaman “Los ministros de los enfermos”. Su lema a partir de ahora va a ser “cuidar y enseñar a cuidar “. a los enfermos y a las personas mayores desasistidas. La institución que Camilo pone en marcha viene a ser, salvadas las diferencias, una especie de Cruz Roja del siglo XVI, cuyo propósito principal no era otro que el de salvar vidas. Con razón se ha podido decir que el cuarto voto de los religiosos de la orden de “los camilos” se sustancia en la atención misericordiosa a los enfermos y moribundos, que nos remite a la parábola del buen samaritano.
A los 64 años, cansado, enfermo y con su llaga abierta en la pierna, fallece el 14 de julio de 1614. Fue beatificado el 2 de febrero de 1742 por Benedicto XIV y canonizado por el mismo Papa el 29 de junio de 1784. Pio XI le proclama en 1930 patrono de enfermeros y del personal de los hospitales, juntamente con San Juan de Dios.
Reflexión desde el contexto actual:
La vida de S. Camilo viene a ponernos claramente de manifiesto que la entrega generosa por salvar la vida de los demás resulta ser una práctica esencialmente humanitaria, que si se hace por Dios se convierte en un acto de caridad misericordiosa, que nos coloca frente al misterio de la esencialidad cristiana. Quienes movidos por este tipo de sentimiento se entregan como buenos samaritano a ayudar a los enfermos y moribundos necesariamente han de tener el reconocimiento de la sociedad. Desde tiempos de S. Camilo hasta el día de hoy éste ha sido el carisma de una orden que nació pensando en la triste situación en que se encontraban los enfermos, apestados o víctimas de enfermedades infecciosas y se vuelcan en su ayuda aún con grave riesgo para su salud. Los religiosos “Camilos”, siguiendo el ejemplo de su santo fundador viven su cuarto voto compartiendo su vida con aquellos que viven los momentos angustiosos de perderla. La pandemia del coronavirus ha traído al primer plano de actualidad a Camilo y a sus hijos que, como el resto del personal sanitario, son considerados como unos héroes anónimos que seguramente nadie conoce por su nombre, pero que ahí están.