Un santo para cada día: 15 de octubre Santa Teresa de Jesús. (La intrépida Virgen de Castilla, tildada de fémina desobediente y contumaz)
Religiosa Carmelita, mística, escritora y doctora de la Iglesia. Junto con San Juan de la Cruz, es considerada cumbre de la mística experimental cristiana
| Francisca Abad Martín
Religiosa Carmelita, mística, escritora y doctora de la Iglesia. Junto con San Juan de la Cruz, es considerada cumbre de la mística experimental cristiana.
Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, nació un 25 de marzo de 1515. Acerca del lugar donde nació unos dicen que en Ávila y otros que en Gotarrendura, localidad próxima a la capital, donde la familia de su madre poseía fincas y una casona, en la que pasaban largas temporadas. Fue bautizada en la Iglesia de San Juan en la ciudad de Ávila.
Conocemos algunos datos de su infancia, adolescencia y juventud, a través del “Libro de su Vida”, que ella misma escribió, a instancias de sus confesores. Tuvo una infancia feliz; a los 13 o 14 años, la pérdida de su querida madre la llenó de tristeza, pero tenía otra Madre, María y a Ella acudió buscando refugio y consuelo. Nos dice que era aficionada a los libros de caballerías. A los 16 años ingresa como colegiala en las Agustinas de Ávila para ser educada convenientemente. En ese momento ella estaba muy lejos de pensar en hacerse religiosa, pues le gustaba arreglarse y asistir a las fiestas.
Al cabo de un año sufre una enfermedad y va a recuperarse a la finca de un tío suyo en Ortigosa. Allí cae en sus manos un libro que la va a hacer meditar profundamente “El Abecedario de Osuna”. Ya no empieza a ver tan extraño eso de ser religiosa. En 1536, cuando tiene 21 años, ingresa en el Monasterio de la Encarnación de las religiosas carmelitas, en Ávila. Al principio hace vida normal, como todas, tratando mucho a la gente en el locutorio, pero un día, al contemplar una imagen de Jesús atado a la columna, con la espalda toda llagada por los azotes, se siente conmovida y se da cuenta de que su vida tiene que cambiar. En 1560, estando un día en oración, le sobrevino un éxtasis y entonces vio cómo un querubín con una espada de fuego le traspasaba el corazón. Es lo que conocemos como “la transverberación”.
Después de esto, ella se siente impulsada a la gran aventura de la reforma carmelitana, para volver al rigor y al fervor de la regla primitiva. Con un grupito de religiosas que piensan como ella, se decide a fundar un convento de carmelitas descalzas en Ávila y lo pone bajo el patrocinio de San José, santo de su especial devoción. Tuvo mucha oposición, incluso por parte de algunos prelados, como el nuncio del papa, que la llamó “fémina inquieta y andariega”, pero ella no se acobardaba ante nada, ni siquiera ante la Inquisición, donde fue acusada por sus escritos y por tener antepasados judíos, pues entonces eso de la “limpieza de sangre” estaba al cabo del día. Valerosa y segura de sí misma, como quien mantenía línea directa con Jesucristo, su Esposo, que a cada momento le dictaba lo que tenía que hacer, supo serle fiel aunque se viera obligada a enfrentarse y rebelarse contra la incomprensión de los poderes establecidos.
En pocos años desarrolla una actividad asombrosa: fundaciones, nada menos que 17 conventos fueron levantados por esta mujer andariega repartidos por toda España. Su correspondencia fue prolífera (se conservan 437 cartas de su puño y letra), escribió poemas y libros como: “El libro de su vida”, “Las fundaciones”, “Camino de Perfección” o “Las Moradas”. Asombra pensar cómo en medio de tanta agitación pudiera tener reposo para escribir tratados tan sublimes sobre la oración y la vida de entrega a Dios, pero es que ella lo sentía y lo vivía en su alma. Sorprende también enormemente que toda esta ingente labor fuera realizada por una persona aquejada de graves enfermedades durante toda su vida y encima mujer, con lo que esto conllevaba de discriminación y sometimiento en aquellos tiempos.
Una vez consumada esta ingente labor, le llega por fin el descanso, un 4 de octubre de 1582, en Alba de Tormes (Salamanca). Sus últimas palabras fueron: “Señor, ya es tiempo de caminar” y esta otra: “Al fin, Señor, muero hija de la Iglesia”. Tal vez esto lo dijo pensando en la amenaza de excomunión por parte de la Inquisición. Fue beatificada el 24 de abril de 1614 por Paulo V y canonizada el 12 de marzo de 1622 por Gregorio XV. Fue nombrada Doctora de la Iglesia, el 27 de septiembre de 1970, durante el pontificado de Pablo VI.
Reflexión desde el contexto actual:
Es mucho lo que le debemos a Santa Teresa. Ella no solo enriqueció el patrimonio cultural de la humanidad, sino que fue, sigue y seguirá siendo, maestra de vida espiritual, gran mujer, resuelta y decidida y todo ello sin renunciar a su condición femenina. Es difícil encontrar en toda la historia de la humanidad una persona tan integra como lo fue ella. Ya no diré que a través de su existencia quedó dignificada la mujer, sino en general el género humano. De haber vivido en nuestra sociedad de hoy, donde se demanda la reivindicación femenina en la Iglesia, fácil es de imaginar el papel que hubiera jugado esta intrépida mujer. De ella pueden aprender las mujeres del siglo XXI a ser dueñas de sí misma y a vivir en libertad de espíritu hasta alcanzar la plenitud personal. Es de justicia reconocer que Teresa fue una pionera en la época que le tocó vivir. Todo el mundo da a Descartes como el padre de la modernidad, pero no es descabellada la idea de que el autor de “Meditaciones Metafísicas” tuvo como precedente a la Mística Doctora, que se le había adelantado en su teoría del autoconocimiento situándose en un plano superior a la mera consciencia cognitiva.