Un santo para cada día: 27 de octubre Santos Vicente, Sabina y Cristeta: (“Los Santos Mártires de Talavera”)
| Francisca Abad Martín
Los Santos Mártires de Talavera eran tres hermanos: Vicente, Sabina y Cristeta, que no fueron precisamente martirizados en su lugar de origen, Talavera de la Reina, sino en un lugar a las afueras de la ciudad de Ávila. Corrían los tiempos del emperador Diocleciano y de Publio Daciano, en el siglo IV, momento en que el prefecto romano de Hispania, cruel, bárbaro y perverso se ensañaba con los cristianos.
Allá por el año 304 ó 307, estos tres hermanos vivían en Talavera de la Reina. Quedaron pronto huérfanos y Vicente, que era el mayor, se convirtió en el apoyo y sostén de sus dos hermanas Sabina y Cristeta. Publio Daciano, el prefecto, ya había hecho de las suyas en Barcelona, Zaragoza y Toledo. Llegó a Talavera de la Reina y Vicente fue presentado ante él como cristiano, que tenía fama de prestar ayuda a los más necesitados. A través de Vicente quiso dar un escarmiento ejemplar. Por todos los medios intentaron que renegara de su fe y ofreciera sacrificios a los dioses del Imperio, en el templo de Júpiter y dice la leyenda que, al entrar Vicente en el templo, la primera piedra que pisó se ablandó como si fuera de cera, quedando marcadas la huella de su pie y la de su bastón. Esta piedra se venera hoy en Talavera. Entonces los guardias, asustados, lo encerraron en la prisión.
Sus hermanas acudieron a verle y le pidieron que huyera con ellas a caballo, porque si a él le mataban, ellas quedarían desamparadas sin nadie que las protegiera. Huyeron a través de la sierra, pasando por lugares que se conocen hoy como Sierra de S. Vicente, Cerro de S. Vicente, Hortigosa de S. Vicente, etc. Según se cuenta al llegar al pueblo que hoy se llama Hinojosa de San Vicente (Toledo), se refugiaron en una cueva, a la que los habitantes de este pueblo tienen hoy una gran devoción. Daciano, inmediatamente, ordena su búsqueda y captura y consiguen echarles mano a las afueras de Ávila. Allí se ensañan con ellos, les despojan de sus vestiduras, les azotan y estiran sus extremidades hasta descoyuntarlas, en un potro en forma de aspa. Después golpean con piedras sus cráneos hasta darles muerte.
Los cuerpos quedan esparcidos por el suelo. Dicen que las fieras no se acercaban a ellos porque les custodiaba una gran serpiente. Un judío se acerca hasta ellos con intención de profanar sus cuerpos, pero la serpiente, enroscándose en su cuello lo asfixiaba. Viendo en esto el judío una señal del cielo, prometió bautizarse si salía ileso de ésta y dar cristiana sepultura a los mártires. Dios le escucho, viéndose libre de la serpiente que regresó al agujero de donde había salido. El judío, arrepentido cumplió lo prometido y les dio sepultura entre unas peñas y sobre ella construyó una pequeña ermita, que después se convirtió en la hermosa basílica románica de San Vicente de Ávila.
Sobre la tumba se construyó un primer cenotafio de estilo románico en el siglo XII, bajo la dirección del Maestro Fruchel, con relieves tallados, narrando las escenas del martirio y sobre él, en el siglo XV se añadió un precioso baldaquino de estilo gótico. Se halla situado en el interior de la Basílica, en el lado de la epístola. Recientemente restaurado, ha vuelto a recuperar la policromía que tuvo en sus orígenes.
Reflexión desde el contexto actual:
Es una pena que de una gran parte de los mártires no haya apenas datos históricos y la mayoría estén envueltos en leyendas, pero éstas, aún con todo lo que tienen de fantasiosas, siguen contribuyendo en nuestros días a mantener vivo el recuerdo de todos aquellos, que tan valientemente dieron su vida por defender una fe que nosotros hemos heredado. En cualquier caso, lo esencial de todas estas vidas está asegurado históricamente y es que dieron testimonio de Cristo de forma heroica y que su testimonio ha servido para fundamentar la fe de los que venían detrás