Jesús Resucitado nos trae la alegría de su perdón y también de perdonarnos como hermanos.
DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA AÑO B. 08.04.2018.
(Juan 20, 19-31).
Nuestra fe sería incompleta si sólo nos quedamos en Jesús Crucificado y Muerto. Eso es quedarse sólo con un Cristo que sufre y muere en la Cruz por amor a nosotros.Sería una fe incompleta, no obstante ser el acto de amor más grande de Jesús por nuestra salvación y liberación integral. Se hace necesaria, en nuestra religión, aceptar de corazón a un Cristo Vivo y Resucitado, que vive en nuestros días y en nuestras vidas de hoy. No podemos contentarnos sólo con una buena Cuaresma y con un devoto seguimiento de Semana Santa.
Resulta ingrato, estar disponible para nuestro amigo Jesús, sólo en sus sufrimientos, acompañándolo sólo, como quien dice, cuando Él lo está "pasando mal" humanamente.Sería contradictorio con nuestra fe, no estar con Cristo, verdaderamente, con corazón y vida, en su momento de gozo, alegría y victoria: en su Resurrección y Vida. Nuestra mayor amistad con Cristo debe manifestarse en una íntima unión con su vida de ahora y para siempre. Gozar y alegrarse en Cristo Resucitado significa vivir por Él, con Él, y en Él. Poder decir con San Pablo:
"Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí".
Es la condición del habitado por Cristo. Es el hombre y la mujer que se hace propiedad y pertenencia del Señor Resucitado.
No debemos comportarnos con los criterios del mundo, como la gente que se une y solidariza cuando algún vecino muere; se acompaña a la familia, se le da el pésame e incluso se la acompaña al funeral. Hay presencia funeraria. Y eso está bien. Pero sería pasajero e incompleto, si pasado el duelo, la olvidamos y nos quedamos con nuestra mente funeraria y de cementerio con respecto a ellos.
La fe verdadera y nuestra vida en Cristo en Cuaresma, en su Pasión, Cruz y Muerte, debe conducirnos a un encuentro verdadero con Cristo Vivo y Resucitado.
Si nos quedamos sólo satisfechos con haber vivido una Cuaresma y una Cruz y Muerte de Cristo, no hemos llegado a la Pascua; no hemos dado un "paso" de muerte a vida. Sería una religión incompleta. Hay que morir con Cristo y Resucitar con Él.
Si no es así, quiere decir que habría cristianos de Viernes Santo, de la Cruz y Muerte: cristianos con ausencia del Señor.
Pero nuestra verdadera vida cristiana consiste en "pasar" de la ausencia a la presencia real del Cristo viviente en nuestras vidas; morir y resucitar con Cristo, y esto no sólo en nuestra vida interior, sino buscando siempre presencia del Cristo Vivo en el mundo social, haciendo de nuestra vida interior con Cristo, un compromiso de construcción del Reino; un compromiso de derrotar los signos de muerte, poniendo, con nuestros hermanos, sean o no creyentes, los signos de vida: signos que derroten al "pecado social".
Veamos ahora, el Evangelio de este domingo en forma más directa, pero dividido en dos partes:
1°. Jesús se aparece vivo y resucitado a los apóstoles no estando Tomás.
2°. Jesús se aparece estando presente Tomás.
1°. "Los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos".
Recordemos, que en un momento crucial de Cristo, los discípulos lo habían abandonado; habían huido:
"Hirieron al pastor y el rebaño se dispersó".
Entonces, no sólo estaban con temor a los judíos; estaban avergonzados, con cargo de conciencia, propio del que ha pecado.
Amaban a Jesús, pero le habían fallado y lo habían abandonado, dejándolo solo. Eran hombres frágiles como lo somos nosotros.
En estas circunstancias se les aparece Jesús Resucitado:
"La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos. Les dijo: "La paz sea con ustedes". Después de saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor".
El gozo de los apóstoles fue grande. Se dieron cuenta que el Señor no estaba enojado, como ellos suponían, por su abandono y traición a Jesús. El Señor estaba vivo y venía especialmente por ellos. Se sintieron muy amados y, sobre todo, muy perdonados. Vino a perdonarlos, a recuperarlos para Él, reintegrándolos a su misión de Vida, misión encargada por su Padre.
Los discípulos, viven, en el encuentro con Cristo, la experiencia del amor y la misericordia del Señor con ellos y, sobre todo, viven el perdón, y la entrega de la misión, de la cual el Señor, como Maestro les había enseñado durante tres años:
"Él volvió a decir: "La paz esté con ustedes. Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes". Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo: a quienes ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados".
Cristo en un ambiente de amor, misericordia, reconciliación y perdón, instituye el Sacramento del Perdón.
Los apóstoles son confirmados en la fe y confianza. Ellos, al recibir la misión de evangelizar, sienten y toman conciencia de que Jesús, no obstante su fragilidad, les encomienda, entre otras responsabilidades, la de perdonar.
¿Cómo está nuestra vida cristiana frente a este Sacramento de nuestra fe? ¿Hace cuánto tiempo que no pido el perdón de Dios y de la Iglesia, por mis pecados, en este Sacramento?
El que se confiesa, pidiendo el perdón de sus pecados, vive la experiencia de un encuentro de alegría, de perdón y reconciliación con Dios y con sus hermanos: Pueblo de Dios.
Los Apóstoles, una vez convertidos en su encuentro de alegría y perdón con Cristo Resucitado, ya no sintieron ni vivieron más nostalgias y añoranzas de la presencia carnal de Cristo. Los Apóstoles lo reconocieron Vivo y Resucitado; tuvieron un encuentro con Cristo Resucitado y Glorificado:
"Sea Él nuestra Alegría y nuestro Gozo".
Así entendieron que Cristo estaba vivo; que había salido Resucitado del sepulcro; que había vencido a la muerte misma y que viviría para siempre; comprendieron y creyeron que en su misión y envío,Cristo iba a estar con ellos y con la Iglesia hasta la consumación de los siglos. Y que el "soplo" sobre ellos, significaba la presencia del Espíritu Santo, inspirando, acompañando y guiando la misión y el envío recibidos.
Así como en la primera creación Dios infundió la vida al hombre, así también el "soplo" de Jesús comunicaba vida a la nueva creación espiritual. Cristo que murió para quitar el pecado del mundo, ya resucitado, deja a los suyos el poder de perdonar.
Así se realiza la esperanza del pueblo de la Biblia. Dios lo había educado de modo que sintiera la presencia universal del pecado. En el Templo se ofrecían animales en sacrificio para aplacar a Dios. Pero ninguno de esos sacrificios lograban destruir el pecado, y los mismos sacerdotes debían ofrecer sacrificios por sus propios pecados antes de rogar a Dios por los demás. Las ceremonias y los ritos no limpiaban el corazón ni daban el Espíritu Santo.
Pero ahora, en la persona de Jesús resucitado, ha llegado un mundo nuevo. Aunque la humanidad siga pecando, "ya el primero de sus hijos": el "hermano mayor de todos ellos", ha ingresado a la vida santa de Dios.
El pecado es algo mucho más grave que nuestras faltas diarias en que siempre entra una gran parte de error y debilidad. Es una negativa o un temor a perdernos en Dios, con lo que llegaríamos a la vida totalmente despojada y totalmente colmada. Al perdonar el pecado, Dios nos hace perdernos en Él.
Asimismo, la capacidad de perdonar es la fuerza que permite solucionar las grandes tensiones de la humanidad. Si bien penetra difícilmente en los corazones, ella no deja de ser un gran secreto y la Iglesia debe considerarla como bien suyo propio.
Quien no sabe perdonar no sabe amar. Asimismo, al fijarse en el pecado y al limpiarnos de él, la Iglesia nos ayuda a demostrar al prójimo un amor auténtico. Lo mismo debiéramos decir con respecto a saber pedir perdón al hermano que ofendemos. Sabemos pedir perdón a Dios, pero vemos cómo cuesta a muchos pedir perdón acerca de una ofensa hecha a un hermano:
"Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
"Si al momento de presentar tu ofrenda ante el altar, recuerdas que tienes una deuda con tu hermano, anda, deja tu ofrenda, y ve primero a arreglarte con tu hermano; después presenta tu ofrenda".
Esto no sólo significa saber perdonar al hermano que nos ofende, sino también pedir perdón con humildad y sinceridad al hermano que uno ha ofendido. Así se hace verdaderamente auténtica la petición de perdón en la oración del Padre Nuestro. Este perdón también es de la alegría de la resurrección.
Se hacen necesarias, algunas citas evangélicas, muy necesarias de vivir, en nuestra Iglesia, y ante momentos de dificultades:
"Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta hasta que se termine este mundo". (Mateo 28, 18-20).
"Estoy con ustedes todos los días".
La primera generación cristiana pensó que Cristo no tardaría en volver, pero ya en el momento en que se escribió el Evangelio, entendía que la historia no había llegado a su término. Jesús se había comprometido con la Iglesia de sus apóstoles en forma definitiva como Dios, otrora, se comprometió con el pueblo de Israel.
La Iglesia católica se distingue de las demás iglesias hermanas y cristianas porque la fundaron los apóstoles de Jesús. Solamente ella se considera obligada a permanecer unida en torno a sus sucesores, los obispos; esta unidad y continuidad nos cuesta en muchas circunstancias en que aparecería más fácil fundar una nueva comunidad, reformada, al lado de ella. Pero también esta obediencia a la voluntad del Padre es el medio que a él le permite ejercitar y purificar nuestra fe y quedarse dueño del destino de "su" Iglesia.
"El que los recibe a ustedes, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió". (Mateo 10, 40).
"Y ahora, yo te digo: Tú eres Pedro, o sea, Piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del infierno no la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en los Cielos". (Mateo 16, 18-19).
"El que escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza, a mí me rechaza, y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió". (Lucas 10, 16).
2°. Jesús se aparece estando presente Tomás.
"Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Él les respondió: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Creo, que esa dureza tan grande no puede venir más que de un sufrimiento grande.
Tomás había amado mucho a Jesús; tenía puesta su fe y esperanza en Él.
La muerte de Cristo le había producido una gran crisis. Su ilusión con Cristo se había venido abajo.Con esto, no estoy diciendo, que había perdido su fe. Dicho de otra forma: quería creer y también no creer. Porque, si no era cierto, él no quería pasar de nuevo por lo mismo que le produjo la muerte de Cristo. Lo que pasa es que no quiere pasar - si no es verdad - por el mismo sufrimiento, la misma desilusión y la dolorosa experiencia anterior, de soledad y de ausencia de Cristo. No quería hacerse ilusiones, para después desilusionarse de nuevo.
Jesús ante el desafío inaudito de un hombre que lo ama, pero que no quería volver a perder ese amor, por la posibilidad de que Jesús estuviese todavía muerto, viene especialmente, a este desconfiado, que quiere seguridad, y que desafía a los demás apóstoles; Jesús viene para entregarle su amor y misericordia y, sobre todo, su perdón.
La respuesta de Jesús a la exigencia de Tomás es desconcertante, sobrepasa nuestra imaginación.Jesús acepta la exigencias, los desafíos de Tomás; se somete a ellos.Jesús viene especialmente por Tomás:
"Luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
La verdad es que Tomás no tenía ganas de tocar; hubiera dado cualquier cosa por no tener que meter su dedo y su mano en las llagas, por no tener que oír el dulce reproche: "Tú has creído porque has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!
Antes de que Jesús lo dijese, ya Tomás estaba seguro de todo. Con certeza sabía que Jesús estaba vivo, y que había venido porque lo amaba y lo perdonaba.
Cuando se puso a tocar, lo hacía por docilidad y por arrepentimiento.Yo creo que Tomás creyó no tanto por los toques que estaba haciendo de las huellas dejadas por los sufrimientos padecidos por Cristo, sino que creyó porque se sintió, muy en lo profundo de su ser, muy amado por Jesús y muy perdonado; porque Jesús le manifestó hasta donde había llegado su amor. Aquí vienen bien las palabras de San Pablo a los Efesios:
"Que sean capaces de comprender, con todos los creyentes, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, que conozcan este más allá del conocimiento que es el amor de Cristo. Y, en fin, que queden colmados hasta recibir toda la plenitud de Dios".
Por sentirse amado y perdonado, Tomás llegó a una altura, tal vez, donde nunca había llegado nadie en ese tiempo:
"Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío".
Fue el único en decirlo desde el fondo de su corazón y mente, inundados por el amor de Dios, y un amor de perdón. Tomás se sintió perdonado.
De aquel Tomás vacilante, Jesús ha sacado el acto de fe más hermoso del Evangelio. Jesús lo ha amado tanto, lo ha tratado con tal ternura, que de la falta de Tomás, de su amargura, de su humillación ha hecho un recuerdo maravilloso y perenne. Dios sabe perdonar así los pecados. Dios es el único que sabe hacer de nuestras faltas, unas faltas benditas, que nos recordarán la maravillosa ternura, la misericordia, el amor y el perdón salvador de Jesús de todos nuestros pecados.
El Perdón de Cristo Resucitado es un camino de alegría. Busquemos esa alegría que produce una gran paz y vida interior. Cristo vive para siempre. Siempre está buscando a los pecadores más que a los justos. Es el médico que necesitan los enfermos y no los sanos. Es el Buen Pastor que busca a la oveja perdida, dejando a las noventa y nueve en el corral, y al encontrarla, la pone con ternura sobre sus hombros, la trae y la reintegra gozoso al redil. Es el Buen Samaritano que se baja de su cabalgadura y se hace prójimo del que está a la vera del camino: de la humanidad caída, despojada y herida por el pecado personal y social. Es el que amó tanto al mundo, que obedeciendo a la voluntad de su Padre, vino a nosotros pecadores, no para condenarnos, sino para salvarnos. Es el que instituyó el Sacramento del Perdón y Reconciliación, para mediante el sacerdote, su ministro, hacerse presente vivo, para siempre, y entregarnos su perdón salvador. Es el Dios lento a la ira y rápido en una misericordia de perdón al pecador. Vivamos la experiencia de Tomás, de Pedro y los demás apóstoles; también la de la Magdalena y de la mujer adúltera.
Los insto a encontrarse con Cristo en el camino de la alegría y del perdón salvador y liberador. Los insto a darle la mayor importancia, en nuestra vida cristiana, al Sacramento del Perdón y de la Reconciliación con Dios y los hermanos, y así vivir con Dios la gratuidad de su amor y misericordia: Gracia divina en nosotros.
Reafirmo lo dicho anteriormente con respecto a saber pedir perdón al hermano, porque mi experiencia me dice que a muchos no les cuesta pedir perdón a Dios, pero sí y mucho, pedir perdón al hermano que se ha ofendido, ya sea de obra o por omisión:
El perdón debe darnos la alegría de un Cristo vivo, cuando nos perdonamos mutuamente entre hermanos. Es triste comprobar, en una crisis cultural como la nuestra, la falta de capacidad para perdonar y pedir perdón al hermano o hermana. Y esto se da también en sacerdotes y religiosas entre si. Es un mal testimonio. Como lo es también el no saber o no querer pedirse perdón mutuamente. Se ofende a un hermano sacerdote o a una hermana religiosa; el ofensor no quiere o no sabe pedir perdón.
Se habla de recuperar la credibilidad de la Iglesia. Pero ésta no puede consistir en peticiones de perdón solamente de nuestra jerarquía por los solos pecados y abusos sexuales de sacerdotes y religiosas. Es necesario practicar el pedirnos perdón personalmente y saber perdonarnos, también personalmente, en otras materias tan importantes como las anteriores, teniendo el propósito de enmienda.
La Iglesia necesita de esta práctica evangélica. Así dirán los demás:
"Miren como se aman".
Lo digo por mi experiencia de más de 55 años de sacerdocio. Amo a mi Iglesia. Y solidarizando, con ella, digo como San Pablo:
"Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella, la bañó y la santificó en la Palabra, mediante el bautismo de agua. Porque si bien es cierto, deseaba una Iglesia espléndida, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada, él mismo debía prepararla y presentársela".
Es, en estos momentos, una tarea de toda la Iglesia: Laicos, Sacerdotes, Religiosos (as) y de nuestra Jerarquía.
En América Latina ha habido Golpes de Estado, con consecuencias graves de violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad; con detenciones arbitrarias y desapariciones de personas detenidas. Debe pedirse perdón. No se ha hecho por parte de quien corresponde; pero para recibir el perdón y reconciliarnos, debe haber reconocimiento de la verdad de la culpa; pedir perdón con humildad; tener un firme propósito de no reincidencia; de reparación del daño causado y de cumplir con la penitencia y sentencia dictaminada, haciendo la debida justicia.
Existe también el "pecado social". Hay un pecado institucional de una economía neo liberal: "capitalismo salvaje" que ofende nuestras conciencias, al hacer un grave daño, sufrimiento e injusticias sobre tantos hombres y mujeres, haciendo también una sufrida vida familiar de muchos hogares chilenos, principalmente en los todavía muchos Campamentos. ¿Quién hace justicia y reparación por tan grave mal ciudadano?
¿Quién reconoce la verdad de la culpa reinante en la sociedad? ¿Quién pide perdón y repara el daño causado? No hay un propósito de enmienda.Cada vez cunde más el "pecado social". Este pecado, impuesto por un sistema económico de una minoría, que tiene secuestrada a una mayoría, se ha globalizado, y en el mundo el 80% de las personas, imágenes y semejanzas de Dios, son pobres, sin posibilidad de tener una vida digna.
Se hace urgente, que esta minoría, "pase" de muerte a vida. Que cambie. Que pida perdón y que viva con un propósito de justicia y fraternidad, haciendo una reparación debida. La minoría rica y poderosa, tiene que reconciliarse con los pobres y su mundo todo. Hay que recuperar el alma nacional de los pueblos y países empobrecidos. Todo estos deseos fervientes para los pobres: exigencias para los ricos y políticos, también para el Gobierno, se podría considerar y tomar en cuenta como una petición de perdón sincera y un camino de reconciliación de ciudadanos, que traería implícita, la Vida y la Resurrección. Recientemente ha habido una reunión del Gobierno de turno con el Comité Permanente del Episcopado de Chile. A la salida los salientes de la reunión sólo comentaron conversaciones sobre los llamados temas valóricos. Pero parece que no es un tema valórico la justicia social en Chile. Hay un "pecado social" como la Iglesia lo ha dicho hace mucho tiempo. No obstante sigue la injusticia social impuesta por dictadura y mantenida por todos lo gobiernos post dictadura, y que hacen, repito, el "pecado social". Ese sistema es una grave ofensa a los hermanos, especialmente a Cristo que está preferencialmente en ellos, los más pobres. De hecho es una ofensa a Dios y a los hermanos. De hecho no se pide perdón ni a Dios ni a los hermanos gravemente ofendidos por una grave injusticia social y se ha constituído un pecado permanente y reincidente.
Pidamos a Dios por la conversión de los causantes de este grave pecado. Que nuestra jerarquía eclesial sea profética y que llame a la conversión, haciendo conciencia a una minoría, que está en pecado, secuestrando a una mayoría. Que así sea.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
(Juan 20, 19-31).
Nuestra fe sería incompleta si sólo nos quedamos en Jesús Crucificado y Muerto. Eso es quedarse sólo con un Cristo que sufre y muere en la Cruz por amor a nosotros.Sería una fe incompleta, no obstante ser el acto de amor más grande de Jesús por nuestra salvación y liberación integral. Se hace necesaria, en nuestra religión, aceptar de corazón a un Cristo Vivo y Resucitado, que vive en nuestros días y en nuestras vidas de hoy. No podemos contentarnos sólo con una buena Cuaresma y con un devoto seguimiento de Semana Santa.
Resulta ingrato, estar disponible para nuestro amigo Jesús, sólo en sus sufrimientos, acompañándolo sólo, como quien dice, cuando Él lo está "pasando mal" humanamente.Sería contradictorio con nuestra fe, no estar con Cristo, verdaderamente, con corazón y vida, en su momento de gozo, alegría y victoria: en su Resurrección y Vida. Nuestra mayor amistad con Cristo debe manifestarse en una íntima unión con su vida de ahora y para siempre. Gozar y alegrarse en Cristo Resucitado significa vivir por Él, con Él, y en Él. Poder decir con San Pablo:
"Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí".
Es la condición del habitado por Cristo. Es el hombre y la mujer que se hace propiedad y pertenencia del Señor Resucitado.
No debemos comportarnos con los criterios del mundo, como la gente que se une y solidariza cuando algún vecino muere; se acompaña a la familia, se le da el pésame e incluso se la acompaña al funeral. Hay presencia funeraria. Y eso está bien. Pero sería pasajero e incompleto, si pasado el duelo, la olvidamos y nos quedamos con nuestra mente funeraria y de cementerio con respecto a ellos.
La fe verdadera y nuestra vida en Cristo en Cuaresma, en su Pasión, Cruz y Muerte, debe conducirnos a un encuentro verdadero con Cristo Vivo y Resucitado.
Si nos quedamos sólo satisfechos con haber vivido una Cuaresma y una Cruz y Muerte de Cristo, no hemos llegado a la Pascua; no hemos dado un "paso" de muerte a vida. Sería una religión incompleta. Hay que morir con Cristo y Resucitar con Él.
Si no es así, quiere decir que habría cristianos de Viernes Santo, de la Cruz y Muerte: cristianos con ausencia del Señor.
Pero nuestra verdadera vida cristiana consiste en "pasar" de la ausencia a la presencia real del Cristo viviente en nuestras vidas; morir y resucitar con Cristo, y esto no sólo en nuestra vida interior, sino buscando siempre presencia del Cristo Vivo en el mundo social, haciendo de nuestra vida interior con Cristo, un compromiso de construcción del Reino; un compromiso de derrotar los signos de muerte, poniendo, con nuestros hermanos, sean o no creyentes, los signos de vida: signos que derroten al "pecado social".
Veamos ahora, el Evangelio de este domingo en forma más directa, pero dividido en dos partes:
1°. Jesús se aparece vivo y resucitado a los apóstoles no estando Tomás.
2°. Jesús se aparece estando presente Tomás.
1°. "Los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos".
Recordemos, que en un momento crucial de Cristo, los discípulos lo habían abandonado; habían huido:
"Hirieron al pastor y el rebaño se dispersó".
Entonces, no sólo estaban con temor a los judíos; estaban avergonzados, con cargo de conciencia, propio del que ha pecado.
Amaban a Jesús, pero le habían fallado y lo habían abandonado, dejándolo solo. Eran hombres frágiles como lo somos nosotros.
En estas circunstancias se les aparece Jesús Resucitado:
"La tarde de ese mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús se hizo presente allí, de pie en medio de ellos. Les dijo: "La paz sea con ustedes". Después de saludarlos así, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de gozo al ver al Señor".
El gozo de los apóstoles fue grande. Se dieron cuenta que el Señor no estaba enojado, como ellos suponían, por su abandono y traición a Jesús. El Señor estaba vivo y venía especialmente por ellos. Se sintieron muy amados y, sobre todo, muy perdonados. Vino a perdonarlos, a recuperarlos para Él, reintegrándolos a su misión de Vida, misión encargada por su Padre.
Los discípulos, viven, en el encuentro con Cristo, la experiencia del amor y la misericordia del Señor con ellos y, sobre todo, viven el perdón, y la entrega de la misión, de la cual el Señor, como Maestro les había enseñado durante tres años:
"Él volvió a decir: "La paz esté con ustedes. Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes". Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo: a quienes ustedes perdonen queden perdonados, y a quienes no libren de sus pecados, queden atados".
Cristo en un ambiente de amor, misericordia, reconciliación y perdón, instituye el Sacramento del Perdón.
Los apóstoles son confirmados en la fe y confianza. Ellos, al recibir la misión de evangelizar, sienten y toman conciencia de que Jesús, no obstante su fragilidad, les encomienda, entre otras responsabilidades, la de perdonar.
¿Cómo está nuestra vida cristiana frente a este Sacramento de nuestra fe? ¿Hace cuánto tiempo que no pido el perdón de Dios y de la Iglesia, por mis pecados, en este Sacramento?
El que se confiesa, pidiendo el perdón de sus pecados, vive la experiencia de un encuentro de alegría, de perdón y reconciliación con Dios y con sus hermanos: Pueblo de Dios.
Los Apóstoles, una vez convertidos en su encuentro de alegría y perdón con Cristo Resucitado, ya no sintieron ni vivieron más nostalgias y añoranzas de la presencia carnal de Cristo. Los Apóstoles lo reconocieron Vivo y Resucitado; tuvieron un encuentro con Cristo Resucitado y Glorificado:
"Sea Él nuestra Alegría y nuestro Gozo".
Así entendieron que Cristo estaba vivo; que había salido Resucitado del sepulcro; que había vencido a la muerte misma y que viviría para siempre; comprendieron y creyeron que en su misión y envío,Cristo iba a estar con ellos y con la Iglesia hasta la consumación de los siglos. Y que el "soplo" sobre ellos, significaba la presencia del Espíritu Santo, inspirando, acompañando y guiando la misión y el envío recibidos.
Así como en la primera creación Dios infundió la vida al hombre, así también el "soplo" de Jesús comunicaba vida a la nueva creación espiritual. Cristo que murió para quitar el pecado del mundo, ya resucitado, deja a los suyos el poder de perdonar.
Así se realiza la esperanza del pueblo de la Biblia. Dios lo había educado de modo que sintiera la presencia universal del pecado. En el Templo se ofrecían animales en sacrificio para aplacar a Dios. Pero ninguno de esos sacrificios lograban destruir el pecado, y los mismos sacerdotes debían ofrecer sacrificios por sus propios pecados antes de rogar a Dios por los demás. Las ceremonias y los ritos no limpiaban el corazón ni daban el Espíritu Santo.
Pero ahora, en la persona de Jesús resucitado, ha llegado un mundo nuevo. Aunque la humanidad siga pecando, "ya el primero de sus hijos": el "hermano mayor de todos ellos", ha ingresado a la vida santa de Dios.
El pecado es algo mucho más grave que nuestras faltas diarias en que siempre entra una gran parte de error y debilidad. Es una negativa o un temor a perdernos en Dios, con lo que llegaríamos a la vida totalmente despojada y totalmente colmada. Al perdonar el pecado, Dios nos hace perdernos en Él.
Asimismo, la capacidad de perdonar es la fuerza que permite solucionar las grandes tensiones de la humanidad. Si bien penetra difícilmente en los corazones, ella no deja de ser un gran secreto y la Iglesia debe considerarla como bien suyo propio.
Quien no sabe perdonar no sabe amar. Asimismo, al fijarse en el pecado y al limpiarnos de él, la Iglesia nos ayuda a demostrar al prójimo un amor auténtico. Lo mismo debiéramos decir con respecto a saber pedir perdón al hermano que ofendemos. Sabemos pedir perdón a Dios, pero vemos cómo cuesta a muchos pedir perdón acerca de una ofensa hecha a un hermano:
"Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden".
"Si al momento de presentar tu ofrenda ante el altar, recuerdas que tienes una deuda con tu hermano, anda, deja tu ofrenda, y ve primero a arreglarte con tu hermano; después presenta tu ofrenda".
Esto no sólo significa saber perdonar al hermano que nos ofende, sino también pedir perdón con humildad y sinceridad al hermano que uno ha ofendido. Así se hace verdaderamente auténtica la petición de perdón en la oración del Padre Nuestro. Este perdón también es de la alegría de la resurrección.
Se hacen necesarias, algunas citas evangélicas, muy necesarias de vivir, en nuestra Iglesia, y ante momentos de dificultades:
"Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta hasta que se termine este mundo". (Mateo 28, 18-20).
"Estoy con ustedes todos los días".
La primera generación cristiana pensó que Cristo no tardaría en volver, pero ya en el momento en que se escribió el Evangelio, entendía que la historia no había llegado a su término. Jesús se había comprometido con la Iglesia de sus apóstoles en forma definitiva como Dios, otrora, se comprometió con el pueblo de Israel.
La Iglesia católica se distingue de las demás iglesias hermanas y cristianas porque la fundaron los apóstoles de Jesús. Solamente ella se considera obligada a permanecer unida en torno a sus sucesores, los obispos; esta unidad y continuidad nos cuesta en muchas circunstancias en que aparecería más fácil fundar una nueva comunidad, reformada, al lado de ella. Pero también esta obediencia a la voluntad del Padre es el medio que a él le permite ejercitar y purificar nuestra fe y quedarse dueño del destino de "su" Iglesia.
"El que los recibe a ustedes, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió". (Mateo 10, 40).
"Y ahora, yo te digo: Tú eres Pedro, o sea, Piedra, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las fuerzas del infierno no la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en los Cielos". (Mateo 16, 18-19).
"El que escucha a ustedes, a mí me escucha; el que los rechaza, a mí me rechaza, y el que a mí me rechaza, rechaza al que me envió". (Lucas 10, 16).
2°. Jesús se aparece estando presente Tomás.
"Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: ¡Hemos visto al Señor! Él les respondió: Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Creo, que esa dureza tan grande no puede venir más que de un sufrimiento grande.
Tomás había amado mucho a Jesús; tenía puesta su fe y esperanza en Él.
La muerte de Cristo le había producido una gran crisis. Su ilusión con Cristo se había venido abajo.Con esto, no estoy diciendo, que había perdido su fe. Dicho de otra forma: quería creer y también no creer. Porque, si no era cierto, él no quería pasar de nuevo por lo mismo que le produjo la muerte de Cristo. Lo que pasa es que no quiere pasar - si no es verdad - por el mismo sufrimiento, la misma desilusión y la dolorosa experiencia anterior, de soledad y de ausencia de Cristo. No quería hacerse ilusiones, para después desilusionarse de nuevo.
Jesús ante el desafío inaudito de un hombre que lo ama, pero que no quería volver a perder ese amor, por la posibilidad de que Jesús estuviese todavía muerto, viene especialmente, a este desconfiado, que quiere seguridad, y que desafía a los demás apóstoles; Jesús viene para entregarle su amor y misericordia y, sobre todo, su perdón.
La respuesta de Jesús a la exigencia de Tomás es desconcertante, sobrepasa nuestra imaginación.Jesús acepta la exigencias, los desafíos de Tomás; se somete a ellos.Jesús viene especialmente por Tomás:
"Luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
La verdad es que Tomás no tenía ganas de tocar; hubiera dado cualquier cosa por no tener que meter su dedo y su mano en las llagas, por no tener que oír el dulce reproche: "Tú has creído porque has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!
Antes de que Jesús lo dijese, ya Tomás estaba seguro de todo. Con certeza sabía que Jesús estaba vivo, y que había venido porque lo amaba y lo perdonaba.
Cuando se puso a tocar, lo hacía por docilidad y por arrepentimiento.Yo creo que Tomás creyó no tanto por los toques que estaba haciendo de las huellas dejadas por los sufrimientos padecidos por Cristo, sino que creyó porque se sintió, muy en lo profundo de su ser, muy amado por Jesús y muy perdonado; porque Jesús le manifestó hasta donde había llegado su amor. Aquí vienen bien las palabras de San Pablo a los Efesios:
"Que sean capaces de comprender, con todos los creyentes, la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, que conozcan este más allá del conocimiento que es el amor de Cristo. Y, en fin, que queden colmados hasta recibir toda la plenitud de Dios".
Por sentirse amado y perdonado, Tomás llegó a una altura, tal vez, donde nunca había llegado nadie en ese tiempo:
"Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío".
Fue el único en decirlo desde el fondo de su corazón y mente, inundados por el amor de Dios, y un amor de perdón. Tomás se sintió perdonado.
De aquel Tomás vacilante, Jesús ha sacado el acto de fe más hermoso del Evangelio. Jesús lo ha amado tanto, lo ha tratado con tal ternura, que de la falta de Tomás, de su amargura, de su humillación ha hecho un recuerdo maravilloso y perenne. Dios sabe perdonar así los pecados. Dios es el único que sabe hacer de nuestras faltas, unas faltas benditas, que nos recordarán la maravillosa ternura, la misericordia, el amor y el perdón salvador de Jesús de todos nuestros pecados.
El Perdón de Cristo Resucitado es un camino de alegría. Busquemos esa alegría que produce una gran paz y vida interior. Cristo vive para siempre. Siempre está buscando a los pecadores más que a los justos. Es el médico que necesitan los enfermos y no los sanos. Es el Buen Pastor que busca a la oveja perdida, dejando a las noventa y nueve en el corral, y al encontrarla, la pone con ternura sobre sus hombros, la trae y la reintegra gozoso al redil. Es el Buen Samaritano que se baja de su cabalgadura y se hace prójimo del que está a la vera del camino: de la humanidad caída, despojada y herida por el pecado personal y social. Es el que amó tanto al mundo, que obedeciendo a la voluntad de su Padre, vino a nosotros pecadores, no para condenarnos, sino para salvarnos. Es el que instituyó el Sacramento del Perdón y Reconciliación, para mediante el sacerdote, su ministro, hacerse presente vivo, para siempre, y entregarnos su perdón salvador. Es el Dios lento a la ira y rápido en una misericordia de perdón al pecador. Vivamos la experiencia de Tomás, de Pedro y los demás apóstoles; también la de la Magdalena y de la mujer adúltera.
Los insto a encontrarse con Cristo en el camino de la alegría y del perdón salvador y liberador. Los insto a darle la mayor importancia, en nuestra vida cristiana, al Sacramento del Perdón y de la Reconciliación con Dios y los hermanos, y así vivir con Dios la gratuidad de su amor y misericordia: Gracia divina en nosotros.
Reafirmo lo dicho anteriormente con respecto a saber pedir perdón al hermano, porque mi experiencia me dice que a muchos no les cuesta pedir perdón a Dios, pero sí y mucho, pedir perdón al hermano que se ha ofendido, ya sea de obra o por omisión:
El perdón debe darnos la alegría de un Cristo vivo, cuando nos perdonamos mutuamente entre hermanos. Es triste comprobar, en una crisis cultural como la nuestra, la falta de capacidad para perdonar y pedir perdón al hermano o hermana. Y esto se da también en sacerdotes y religiosas entre si. Es un mal testimonio. Como lo es también el no saber o no querer pedirse perdón mutuamente. Se ofende a un hermano sacerdote o a una hermana religiosa; el ofensor no quiere o no sabe pedir perdón.
Se habla de recuperar la credibilidad de la Iglesia. Pero ésta no puede consistir en peticiones de perdón solamente de nuestra jerarquía por los solos pecados y abusos sexuales de sacerdotes y religiosas. Es necesario practicar el pedirnos perdón personalmente y saber perdonarnos, también personalmente, en otras materias tan importantes como las anteriores, teniendo el propósito de enmienda.
La Iglesia necesita de esta práctica evangélica. Así dirán los demás:
"Miren como se aman".
Lo digo por mi experiencia de más de 55 años de sacerdocio. Amo a mi Iglesia. Y solidarizando, con ella, digo como San Pablo:
"Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella, la bañó y la santificó en la Palabra, mediante el bautismo de agua. Porque si bien es cierto, deseaba una Iglesia espléndida, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada, él mismo debía prepararla y presentársela".
Es, en estos momentos, una tarea de toda la Iglesia: Laicos, Sacerdotes, Religiosos (as) y de nuestra Jerarquía.
En América Latina ha habido Golpes de Estado, con consecuencias graves de violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad; con detenciones arbitrarias y desapariciones de personas detenidas. Debe pedirse perdón. No se ha hecho por parte de quien corresponde; pero para recibir el perdón y reconciliarnos, debe haber reconocimiento de la verdad de la culpa; pedir perdón con humildad; tener un firme propósito de no reincidencia; de reparación del daño causado y de cumplir con la penitencia y sentencia dictaminada, haciendo la debida justicia.
Existe también el "pecado social". Hay un pecado institucional de una economía neo liberal: "capitalismo salvaje" que ofende nuestras conciencias, al hacer un grave daño, sufrimiento e injusticias sobre tantos hombres y mujeres, haciendo también una sufrida vida familiar de muchos hogares chilenos, principalmente en los todavía muchos Campamentos. ¿Quién hace justicia y reparación por tan grave mal ciudadano?
¿Quién reconoce la verdad de la culpa reinante en la sociedad? ¿Quién pide perdón y repara el daño causado? No hay un propósito de enmienda.Cada vez cunde más el "pecado social". Este pecado, impuesto por un sistema económico de una minoría, que tiene secuestrada a una mayoría, se ha globalizado, y en el mundo el 80% de las personas, imágenes y semejanzas de Dios, son pobres, sin posibilidad de tener una vida digna.
Se hace urgente, que esta minoría, "pase" de muerte a vida. Que cambie. Que pida perdón y que viva con un propósito de justicia y fraternidad, haciendo una reparación debida. La minoría rica y poderosa, tiene que reconciliarse con los pobres y su mundo todo. Hay que recuperar el alma nacional de los pueblos y países empobrecidos. Todo estos deseos fervientes para los pobres: exigencias para los ricos y políticos, también para el Gobierno, se podría considerar y tomar en cuenta como una petición de perdón sincera y un camino de reconciliación de ciudadanos, que traería implícita, la Vida y la Resurrección. Recientemente ha habido una reunión del Gobierno de turno con el Comité Permanente del Episcopado de Chile. A la salida los salientes de la reunión sólo comentaron conversaciones sobre los llamados temas valóricos. Pero parece que no es un tema valórico la justicia social en Chile. Hay un "pecado social" como la Iglesia lo ha dicho hace mucho tiempo. No obstante sigue la injusticia social impuesta por dictadura y mantenida por todos lo gobiernos post dictadura, y que hacen, repito, el "pecado social". Ese sistema es una grave ofensa a los hermanos, especialmente a Cristo que está preferencialmente en ellos, los más pobres. De hecho es una ofensa a Dios y a los hermanos. De hecho no se pide perdón ni a Dios ni a los hermanos gravemente ofendidos por una grave injusticia social y se ha constituído un pecado permanente y reincidente.
Pidamos a Dios por la conversión de los causantes de este grave pecado. Que nuestra jerarquía eclesial sea profética y que llame a la conversión, haciendo conciencia a una minoría, que está en pecado, secuestrando a una mayoría. Que así sea.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+