Urge un compromiso radical, sin término medio, con Cristo.

Domingo Trece Año Ordinario A. (Mateo 10,37-42). 02.07.2017.


"No es digno de mí el que ama a su padre o a su madre más que a mí; no es digno de mí el que ama a su hijo o a su hija más que a mí. No es digno de mí el que no toma su cruz para seguirme. El que procure salvar su vida la perderá , y el que sacrifique su vida por mí, la hallará".


Hay momentos definitorios en cualquier vida común y corriente. Hay momentos de situaciones límites, donde hay que elegir, sin ninguna otra alternativa, entre el bien o el mal. Sin tender a ningún término medio, y para mí, sin la excusa del "mal menor". Para mí, el bien es bien y el mal es mal. Por eso, no me parece una elección que hace tantos cálculos entre el bien y el mal. Y lamentablemente hay cierta tendencia humana que busca o tiene término medio. Tal vez, dicho de otra manera, en esos momentos cruciales y de definición, debe haber un solo sí o un solo nó.


Pongamos algunos ejemplos: provocar o no un aborto, aceptar o no una fornicación entre personas lésbicas u homosexuales, o aceptar o no una vida en pareja y matrimonio igualitario contra natura; aceptar o no un trabajo o un dinero injustos, aceptar o no votar por candidatos con programas o proyectos de un sistema económico "capitalista salvaje", llamado así porque mata de a poco a gente quitándole sus derechos humanos fundamentales; aceptar o no ser candidato en circunstancias reñidas con la ética y lo ilegítimo institucional, seguir o no confesando su fe cristiana en situaciones difíciles.


Para un verdadero discípulo de Cristo, también existen estas situaciones o definiciones sin término medio. Creo que es en este contexto que hay que entender el Evangelio de este domingo. Jesús, al exigirnos, en el Evangelio, nos está preparando para saber enfrentar estas situaciones reales de nuestra vida humana. Cuando Él nos exige que hay que querer a nuestros parientes menos que a Él, se está refiriendo precisamente a esos momentos en que nuestros parientes en vez de ayudarnos se transforman en obstáculos para tomar y decidir una opción entre Cristo y el mundo.

Es en estos casos y situaciones que Cristo nos dice:

"No es digno de mí el que no toma su cruz para seguirme. El que procure salvar su vida la perderá, y el que sacrifique su vida por mí, la hallará".


Es en estos casos, sin término medio, que Jesús nos dice que "salvar mi vida" siguiendo mi egoísmo "es perderla", y la única manera de "hallarla o encontrarla" es siguiéndolo a Él, que se nos muestra cargando la cruz. Quiere decir que la forma de "hallar" la Vida es siguiendo a Jesús y con carga de la cruz.


La cruz cristiana, la de Jesús y la nuestra, no es algo que buscamos por masoquismo, o que la buscamos por sí misma. La cruz es la consecuencia lógica de la fidelidad a Jesús, a la causa del bien por sobre cualquiera otra consideración.
En Jesús, la cruz, fue el resultado de haber proclamado la verdad, no obstante la mentira del mundo. Fue el resultado de su fidelidad a la voluntad del Padre.


El Evangelio de Jesús nos llama, hoy día, a un amor radical, a un compromiso con Cristo, que, en muchos casos tendrá como consecuencia la cruz. Cruz siempre liberadora. Cargarla es vivir existencialmente que hemos salido de nuestro egoísmo, más aún, que hemos encontrado al "Camino, Verdad y Vida".


Solo Dios puede exigir algo así, como lo presentado, pues sólo Él es capaz de hacernos vivir para siempre y de transformar nuestra cruz en liberación.
Jesús, el Dios hecho Hombre, es nuestro único absoluto en las grandes opciones de nuestra vida. Él relativiza todo lo demás.
Sigamos a Jesús. Elijámoslo a Él. El que lo sigue "les aseguro que no perderá su paga". Abracen a Cristo y su causa. Abracen la Cruz. Sin término medio con Él. Díganle un sí rotundo y radical. Y serán bienaventurados. (Mateo 5,1-12).


Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
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