Vivamos nuestra cuaresma como lo hace Jesús, para morir y resucitar con Él.
DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA AÑO C.14.02.2016
(Lucas 4,1-13).
Si bien es cierto, que en mis escritos siempre estoy recurriendo a la Sagrada Escritura. Hoy, sin dejarla de lado, no me ceñiré sólo a los textos bíblicos de este domingo. Quiero, sin dejar la Biblia, concentrarme más bien en la cuaresma, sus derivados y consecuencias, en nuestra vida, que busca morir, para tener la resurrección y la vida eterna en Cristo.
Hoy me dejaré guiar por tres personas que han influido en mi vida de amor a Jesús. Uno de ellos, muy personalmente, me acompañó en mi vida de seminarista y sacerdotal, y a través de su testimonio y fecunda vida, y rica escritura en sus libros, se trata de Obispo Don Carlos González Cruchaga (Q.E.P.D.). Los otros dos son teólogos pastoralistas que he seguido en sus escritos: Arturo Paoli y Segundo Galilea, quienes también han vivido su pascua.
1."Luego el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo. Y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre".
Jesús tiene una cuarentena antes de comenzar el camino de búsqueda de salvación de la humanidad. Jesús vive una cuaresma antes de pasar por lo que pasó para salvarnos. Podríamos decir, que Jesús vivió una cuarentena: una cuaresma, para tomar el camino que lo conduce a su Pascua: su Muerte y Resurrección, que es nuestra propia pascua: vivir un tiempo en este mundo, para dar un "paso", de muerte a vida eterna.: de muerte a resurrección. Se podría pensar, que la cuarentena de Jesús en el desierto, es figura de su vida terrenal y cuaresmal, que busca, por encargo del Padre, la salvación, redención y liberación integral de "todo el hombre y de todos los hombres". Vivió su cuaresma como nosotros en todo, asumiéndolo en su naturaleza humana, menos en el pecado. A éste, que es el nuestro, lo cargo en su "cabalgadura" para redimirlo: en su carne mortal crucificada, crucificándolo en su cuerpo, y haciéndolo morir en su muerte, para que el hombre todo, fuera salvado y liberado, haciéndolo vivir y resucitar integralmente, para conducirlo a vida eterna. La vida de Jesús es una cuaresma, conducente a Muerte y Resurrección: Pascua de muerte a vida. Todo, en una dinámica de cumplimiento de la voluntad de su Padre, de Salvación del mundo y de toda la humanidad empecatada.
Pero, Jesús es Camino, Verdad y Vida. A Él tenemos que tomar como nuestro Camino que nos conduce al Padre. Tomarlo como la Verdad que nos hará libres íntegros. Y como la Vida que nos hará vivir abundantemente y para vida eterna.
Podemos decir, entonces, que la cuaresma de Jesús, es figura de nuestro "paso" por este mundo: hacia el morir y resucitar, para vida eterna. Cristo nos conduce hacia la filiación, dándonos Su Espíritu, por el cual, podemos decir o llamar Abbá (Papito) al Padre. Este es el misterio de nuestra fe.
La Iglesia, como Madre y Maestra, ha querido propiciar pedagógicamente un tiempo litúrgico, que nos recuerde y no haga vivir el Camino, la Verdad y la Vida: la cuaresma de Jesús y nuestra propia cuaresma. El Miércoles ha comenzado el tiempo llamado Cuaresma.
Recopilando este primer punto:
a) Jesús vive su cuaresma y la comienza en el desierto donde es tentado por el demonio.
b) La cuaresma, la vida de Cristo, es conducente a su Pascua: Muerte y Resurrección.
c) Nuestra vida debe ser a la manera de Cristo: una cuaresma en Cristo, para pasar de muerte a resurrección, de muerte a vida eterna.
d) La Iglesia como madre y maestra nos hace vivir pedagógicamente este misterio de nuestra fe a través de un tiempo litúrgico que nos hace centrar en lo cuaresmal de nuestra vida peregrina. Iglesia no quiere que esto sea vivido en un sólo tiempo y momento litúrgico. Nuestra vida es cuaresmal, conducente siempre a nuestra muerte y pascua.
e) Lo hace un tiempo litúrgico conducente a vivir el memorial de la Pascua de Cristo que es nuestra propia pascua de salvación: "Anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús! Nos conduce litúrgicamente a celebrar la Semana Santa donde se concentra el "Misterio de nuestra fe".
2."El Demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar. Resistámosle firmes en la fe".
Nuestra vida cuaresmal y peregrina está siendo tentada permanentemente por el espíritu maligno: príncipe de la mentira y homicida desde el comienzo. Jesús, Palabra de Dios, Verbo Encarnado, para redimirnos asume nuestra humanidad. Lo que es asumido es redimido. Jesús que asume nuestra condición humana, por eso mismo permite ser tentado. Nuestra vida está llena de pruebas difíciles y también de tentaciones. Pero hay que diferenciar entre pruebas y tentaciones."Dios no tienta a nadie" nos dice la Biblia, y agrega:
"Dios no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas".
Las tentaciones no son de origen divino.
"El demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar. Resistirle firmes en la fe". (San Pedro).
Este es un tema que hay que tomar en cuenta en nuestra cuaresma de la vida. Jesús en Evangelio de este primer domingo se nos muestra como camino para saber salir airosos de toda tentación. Hay que resistir firmes en la fe. Pero todo esfuerzo de vida interior llega a un punto muerto más allá del cual ninguna persona puede seguir avanzando, a no ser que muera a sí mismo para abrirse a la fuerza de Dios. El esfuerzo humano se agota y Dios toma el relevo y lo lleva a un crecimiento que el hombre no podría llegar por un esfuerzo propio.
Es un punto muerto de agotamiento moral que se llama acedia (pereza espiritual). Es una situación temible de tentación. (Documento de un monje egipcio, llamado Macario).
Esta escrito que Dios pone a prueba al hombre para ver si renuncia verdaderamente a las pasiones y si sabe resistir a los ataques de los principales de este mundo. Está a punto de dejarse vencer por su cuerpo fatigado y por el tiempo que no avanza. Las tentaciones susurran: ¿Cuánto tiempo podrás soportar el trabajo?,¿Puede Dios perdonarte tantos pecados? El corazón se debilita hasta el punto que llega a considerar el peso de la castidad como algo absolutamente imposible de soportar. Porque las tentaciones indican que la vida es larga, la virtud difícil y su peso grande e insoportable, el cuerpo es muy débil y la naturaleza demasiado frágil.
Cuando Dios ha visto que el corazón ha sabido prevalecer frente al enemigo, le sustrae, poco a poco, la fuerza que lo sostenía, y permite que el enemigo le ataque mediante diversas tentaciones de la carne, de la vanagloria y del orgullo, hasta el punto que podría ser comparado a un navío sin timón que tropezará por todas partes en los arrecifes de la playa. El corazón está marchito. Dios abre progresivamente los ojos del corazón para que termine comprendiendo que sólo Él es quien le da la fuerza. Sólo entonces comienza el hombre a dar verdaderamente gloria a Dios y con toda humildad y quebrantamiento del corazón. Como dice David:
"El sacrificio grato a Dios es un corazón quebrantado". (Sal.50,19).
De tales dificultades, en la lucha nacerá la humildad, la mansedumbre y la dulzura.
Lo dicho trata de desacreditar el esfuerzo puramente humano y ascético que intenta hacer proezas exteriores dignas de un campeonato de atletismo espiritual. Nada más contrario a la ascesis cristiana. Ésta, obligatoriamente, debe conducir al quebrantamiento del corazón, a ese punto muerto a partir del cual el poder de Jesús podrá trabajar y desplegar su gracia, realizando así, en la humildad, esas maravillas que escapan totalmente a su pobre esfuerzo.
Será mejor hablar menos de proezas ascéticas y mucho más de las maravillas y milagros de Dios. Dios lo realiza un día, de manera frecuentemente inesperada, en un hombre que sabe ya por experiencia cómo, abandonado a sus solas fuerzas naturales no podrá crecer en el amor a Dios.
Ojala estas reflexiones de espiritualidad del monje egipcio Macario y de Don Carlos nos ayuden en la cuaresma de nuestra vida.
3. La Espiritualidad desde abajo.
Seguiré en este punto la espiritualidad mostrada con su testimonio de vida y con sus escritos por mi padre Don Carlos. Creo que seguir esta espiritualidad será una buena ayuda para seguir nuestra cuaresma buscando, en Cristo, nuestra pascua y resurrección.
En este contexto de Cuaresma cabe bien hablar de la espiritualidad desde abajo. Que esta mística nos acompañe en la cuaresma de nuestra vida. Y desde acá abajo, damos gracias a Don Carlos, y le pedimos que desde arriba, nos ayude a subir, desde nuestras servidumbres, extendiendo sus brazos, como un ascensor hacia la Pascua eterna.
Todo comienza desde abajo. Desde Belén una pequeña ciudad marginal .Desde un establo, desde una pesebrera, en una solitaria noche, nuestro único Dios y Señor se abaja. Nace y viene a salvarnos y liberarnos integralmente, escogiendo llegar a nosotros, haciéndose uno de nosotros, sin considerarlo indigno. "El Verbo de Dios se hace carne". Es la Palabra de Dios que se abaja y se hace carne en un pequeño, en un niño pobre. Es Jesús, el Hijo de Dios, que siendo el primero se hace el último. Llega a nosotros no en primera clase, sino en la última. "No tuvo un lugar en la posada" para nacer. Todo empieza desde abajo. Sus padres, escogidos por Dios mismo: su madre: María, una mujer campesina que se llama a si misma: la sierva del Señor; su padre terrenal: un "carpintero de Nazaret", un obrero: José. A ambos se le puede aplicar desde abajo lo expresado por la madre y esposa en su hermoso cántico: "El Señor hizo en mí maravillas, pues se fijó en la bajeza (pequeñez)" de sus siervos. Desde los de abajo Dios hace grandes cosas: ¡Santo es mi Dios!
Dios y el Hombre se han abrazado en la Encarnación de Cristo. Jesús descendió al corazón del mundo, al corazón del hombre, a las zonas más profundas del ser humano.
Ya está visto y oído, Jesús no escoge un palacio ni una cuna de oro para nacer. Jesús "quiere nacer en el corazón de los pobres y en la pobreza de corazón". Nosotros, expectantes y espiritualmente pobres estamos como en vida de establo, que generalmente no es limpio ni presentable, pero el Señor quiere habitar precisamente en nuestra pobreza.
Si contemplamos la persona y vida de Jesús nos encontramos con "una espiritualidad desde abajo". Jesús viene especialmente a los pecadores a los cuales se dirige y busca, al igual que con los publicanos. Ellos están "abiertos al amor de Dios". Cuánta misericordia de Jesús para los más débiles y pecadores. Y estamos en el año de la misericordia.
En la Parábola del Fariseo y del Publicano, Jesús enseña una "espiritualidad desde abajo" porque ésta es la que abre los corazones de los hombres hacia Dios. Se trata del corazón humilde, con buena voluntad y abierto al querer de Dios. Es la "espiritualidad desde abajo". La de nuestras enfermedades, problemas, aflicciones, dolores, marginaciones, fracasos y muchas situaciones semejantes, que nos hacen descubrir caminos para llegar a Dios.
"La espiritualidad desde abajo" se llama "humildad", palabra que nace del "humus", es decir, la mejor tierra de hojas.
Esta "espiritualidad desde abajo" es muy distinta a una vida "que busca ser impecable" sin reconocer debilidad. El que aspira a una corrección impecable y a cualquier precio no verá crecer en el campo de su corazón más que raquítico trigo. Muchos idealistas viven tan concentrados sobre sus faltas y sobre algunos métodos o técnicas para erradicarlas , que viven una vida incompleta. A fuerza de buscar perfección se vacían de dinamismo y de cordialidad.
Jesús nos dice:
"Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón".
La humildad, ya hemos dicho viene de "humus", la mejor tierra de hojas: viene desde abajo. Jesús no sólo nació pobre, sino vivió y murió pobre. Su misma muerte es también resultado de su humildad, Jesús "se humilló al morir crucificado".
Y Jesús Eucarístico se reduce a un pedacito de pan. La humildad es fundamental en nuestra "espiritualidad desde abajo". Pero, ni ella es alcanzada por nosotros mismos. Y esto tenemos que aceptarlo contrariando nuestra exigencia egocentrista y perfeccionista. "La humildad verdadera llega cuando Dios quiera". Y no se logra la atención del Señor "si vivimos con máscaras o disfraces".
La espiritualidad de la humildad nos hace ser más maduros. Nos hace conocer nuestra vida interior y nos hace vivir con serenidad incluso momentos difíciles propios de nuestra condición de humana fragilidad. Momentos que aceptamos con humildad porque llegamos a reconocer que todo sucede porque somos "barro de la tierra": "humus". Y "por tanto nunca debemos hacer asco a nada terrenal".
"Acuérdate que eres polvo y que en polvo te convertirás".
Somos un Miércoles de Cenizas. Hay que vivencialmente aceptar y no huir de nuestra propia realidad cuando nos damos cuenta de que no somos como quisiéramos ser. Desde esa aceptación y reconocimiento desde abajo, abandonándonos como el barro en manos del alfarero, Dios hará, en nosotros, como en María, maravillas y milagros.
"Señor, yo quiero abandonarme, como el barro en las manos del alfarero; toma mi vida, hazla de nuevo; yo quiero ser, yo quiero ser un vaso nuevo".
Que esta doble oración sea permanente existencialmente en nuestro afán cuaresmal.
La "espiritualidad desde abajo" es obra de Dios. Cuesta entenderla, sobre todo cuando todavía queda mucho "yo" en uno mismo. Aunque cuesta se llega a entender y aceptar con los años. Esta espiritualidad desde el "humus" se contrapone a un perfeccionismo y rigideces, que han sido una etapa en casi todos nosotros. La acción de Dios nos hace más humanos, superando el perfeccionismo y cierta tendencia escrupulosa.
Se opone a la espiritualidad de la humildad y desde abajo, el afán de poder y cierto arribismo en el corazón del que busca éxito haciéndolo prevalecer sobre la verdad. Hay que cuidarse de cierto "carrerismo" ansioso de poder y de primeros puestos y honores. No es evangélico porque la espiritualidad del "humus" es esencialmente propia del Evangelio, de la pobreza de espíritu que es transversal a todas las bienaventuranzas.
Nuestra cuaresma nos lleva a nuestra redención, gracias a la obra de Cristo en nuestras vidas. Jesús descendió, asumió lo humanos y así lo redimió. Él sabía que sólo lo que es asumido puede ser redimido. Jesús "pasó por Getsemaní y por la Cruz".
"Jesús se anonadó a sí mismo, tomó la condición de esclavo y llegó a ser semejante a los hombres. Se humilló hasta morir en la cruz"(Filipenses 2, 5-8).
Después de la cruz, muestra el camino de la Resurrección y de la esperanza. Es nuestro camino cuaresmal. El Bienaventurado Jesús es el Camino a nuestra pascua. Desde nuestras profundidades y miserias reconocidas con humildad salimos a flote en resurrección, no desde nuestras cumbres y virtudes. Porque Jesús ve esa actitud vital en nosotros, nos asume y redime.
Querer llegar a Dios, nos enseña Jesús, no es poner una escala de perfección por la que se sube peldaño a peldaño. Él enseña un camino de descenso al fondo de la humanidad, hasta lo más profundo de nuestras miserias. Es la reconciliación con el mundo de los impulsos y con todo lo negativo que existe en el interior de nuestro ser. Es reconocer que en nuestras miserias y fragilidades se encuentra a Dios. El orgullo y el exceso de amor a sí mismo parecen ser los mayores obstáculos para crecer en una espiritualidad llevada por Dios y recibida con humildad. La humildad significa morir a uno mismo , a nuestro pecado, sepultándose con Cristo, para resucitar, gracias á Él, en su Resurrección.
Vivamos nuestra cuaresma con esta "espiritualidad desde abajo": desde la humildad.
4.Adán y Cristo. Pecado y Conversión. División y Unión.
En este punto influirán más mis amigos Paoli y Galilea.
Son realidades que se contraponen. Adán es pecado y división. Cristo es conversión y unión. De todo esto trataremos en este cuarto punto.
Cuaresma es un tiempo de conversión. La conversión es fundamental en nuestra vida personal y social. Siempre hay que convertirse porque somos pecadores. Pecamos ofendiendo a Dios y a nuestros hermanos. El pecado tiene una dimensión personal y social: individual y comunitario. Cuaresma es una oportunidad de conversión. Convertirse es como mejorarse súbitamente de una enfermedad, es verdaderamente un milagro de Dios en cada uno y en la comunidad. Este milagro sólo Dios lo puede hacer. Al hablar y meditar sobre la conversión es ya una súplica, una oración a Dios para pedirle la conversión. Es como desafiar o provocar a Dios para que Él intervenga cambiando nuestras vidas. Es sinceramente buscar ser hombres y mujeres nuevos en Cristo. Es la intención de la Iglesia cuando nos propone un tiempo de Cuaresma. Y si hablamos de conversión, consecuente y lógicamente, tenemos que hablar de pecado cuyo reconocimiento humilde indica cambio de vida y ánimo de conversión verdadera.
El Evangelio de hoy nos dice acerca del pecado, de la tentación y de Satanás. El pecado es una traición . Traición a Cristo, a su Evangelio como programa de vida. Es una traición al ideal de Cristo. Consecuentemente es una traición a su Iglesia: a los que se comprometieron con Cristo: a sus discípulos comprometidos a alcanzar y hacer realidad el plan y programa de Jesús. ¿Cuál es ese plan y programa que se busca cumplir y alcanzar como meta cristiana? Esta interrogante nos conduce a dos modelos presentados en el texto de San Pablo a los Romanos, capítulo 5, 12-19: Adán y Cristo. Pablo afirma que la humanidad es una, como un solo cuerpo u hombre, pero que se dividió a causa del pecado de Adán como cabeza de esta humanidad. Esta humanidad debe volver a hacerse una en Cristo, cabeza nueva de una nueva humanidad.
Hay signos claros de división en nuestra sociedad.
Existe el llamado "pecado social" señalado como denuncia por nuestros obispos latinoamericanos tanto en Medellín como en Puebla.
Un ejemplo se da mirando las ciudades. Encontramos barrios ricos y privilegiados. Pero también favelas, callampas y campamentos dónde están escondidos:
"los millones de hombres que piden a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte".(Pobreza de la Iglesia 2.).
Son poblaciones miserables y marginadas. ¿Por qué existen? Por culpa de los hombres egoístas, acaparadores y acumuladores, haciendo la escasez, y vida indigna de seres humanos, con un sistema económico: "capitalismo salvaje" y de muerte. Es un ejemplo del Adán pecador de hoy que produce división. La humanidad es mucha y creciente. Pero la división también es mucha. Estamos divididos. Más aún, estamos en confrontación, teniendo una vocación de entendimiento. La competencia y los afanes idolátricos de poder y dinero nos introducen a rivalidades y odiosidades. Existe de hecho una lucha de clases. 'Si no hay un cambio, una conversión, querámoslo o no vendrá un estallido social'.(Mons. Goic). Ante esta realidad anunciamos la esperanza de Jesús que vino precisamente para vencer el pecado y liberar, salvando integralmente a "todo el hombre y a todos los hombres" (Pablo VI y G.S.). Cristo viene a hacer la unidad y fraternidad de los seres humanos. Viene a juntar en hermandad a los dispersos en partes divididas.
"Cuando yo sea levantado en lo alto atraeré a todos hacia mí".
El Crucificado es para liberar del pecado, raíz de la división, de la injusticia social y de la falta de fraternidad. La voluntad de Jesús es que seamos uno "como yo y el Padre somos uno".
El Crucificado: el amor más grande, que entregó su Cuerpo y Sangre, para la salvación de vosotros y de todos los hombres, nos da el mandato nuevo de amarse unos a otros "como yo los amé":"Hagan esto en memoria mía". Estamos llamados a trabajar con Cristo , dando pasos concretos y eficaces hacia la comunión de hermanos, hacia la reunión de los hombres (Puebla 212-215).
La siembra de confusión, de división, de odio y de violencia física e institucional en el mundo, es traicionar la voluntad de Cristo, su plan, programa e ideal evangélico. Esto es el pecado . Y todo nos lleva a definirnos: o somos descendientes de Adán divisor o de Cristo, el nuevo Adán unificador. Este llamado a definirse es muy serio, porque a veces es difícil darse cuenta cuando un acto y una opción va en el sentido de unión y comunión o de división y pecado. Muchas veces se habla de paz y en aras de una falsa paz, no se asume, más bien se evade de asumir este conflicto de la vida que se va dando sistemáticamente delante de nuestros ojos: nos "lavamos las manos" como un Pilatos de hoy, permitiendo que Cristo hoy padezca "bajo el poder de Poncio Pilato". Hoy se está repitiendo la pasión y muerte de Cristo en los hermanos. Hoy se es violento y asesino de Cristo. ¡El pobre es Cristo! nos decía nuestro Padre Hurtado.
Se habla de amor, pero con las cosas que decidimos, sembramos división y discordia sobre la tierra. Lo repetimos y lo reafirmamos hoy, cuando vemos que ya los políticos están preocupados de elecciones, de costosas y comprobadas campañas corruptas. Ya vendrán con sus grandes discursos electorales que dividen, y de grandes promesas que no se cumplen, engañando al pueblo. Esas elecciones, de una vez para siempre, los políticos y sus Partidos, tienen que entender que no son verdaderas. Chile no es democrático y tiene una institucionalidad ilegítima, por lo tanto no hay que mentir y engañar más. La gente, cada vez les cree menos, por eso no vota. Tiene que haber un cambio radical. Hay que recomenzar y recuperar el tranco perdido. Es urgente un Chile nuevo.
Al pecado lo podemos tratar desde diversos ángulos y perspectivas. Hoy podemos quedarnos con esta idea o "ideitas", como decía, uno de mis padres: Obispo Don Enrique Alvear: el pecado es división. Es aquello que nos hace odiarnos y enfrentarse unos contra otros.
Jesús ha venido a unir. En este tiempo de Cuaresma está la invitación a colaborar con Jesús, trabajando en cambio y conversión dentro de nosotros mismos y fuera de nosotros, cambiando y renovando la faz de la tierra, por y con el Espíritu que habita en nosotros. Procuremos ser habitados, para enfrentar, con fortaleza y valentía, el compromiso por la justicia unificadora y de fraternidad. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
(Lucas 4,1-13).
Si bien es cierto, que en mis escritos siempre estoy recurriendo a la Sagrada Escritura. Hoy, sin dejarla de lado, no me ceñiré sólo a los textos bíblicos de este domingo. Quiero, sin dejar la Biblia, concentrarme más bien en la cuaresma, sus derivados y consecuencias, en nuestra vida, que busca morir, para tener la resurrección y la vida eterna en Cristo.
Hoy me dejaré guiar por tres personas que han influido en mi vida de amor a Jesús. Uno de ellos, muy personalmente, me acompañó en mi vida de seminarista y sacerdotal, y a través de su testimonio y fecunda vida, y rica escritura en sus libros, se trata de Obispo Don Carlos González Cruchaga (Q.E.P.D.). Los otros dos son teólogos pastoralistas que he seguido en sus escritos: Arturo Paoli y Segundo Galilea, quienes también han vivido su pascua.
1."Luego el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo. Y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre".
Jesús tiene una cuarentena antes de comenzar el camino de búsqueda de salvación de la humanidad. Jesús vive una cuaresma antes de pasar por lo que pasó para salvarnos. Podríamos decir, que Jesús vivió una cuarentena: una cuaresma, para tomar el camino que lo conduce a su Pascua: su Muerte y Resurrección, que es nuestra propia pascua: vivir un tiempo en este mundo, para dar un "paso", de muerte a vida eterna.: de muerte a resurrección. Se podría pensar, que la cuarentena de Jesús en el desierto, es figura de su vida terrenal y cuaresmal, que busca, por encargo del Padre, la salvación, redención y liberación integral de "todo el hombre y de todos los hombres". Vivió su cuaresma como nosotros en todo, asumiéndolo en su naturaleza humana, menos en el pecado. A éste, que es el nuestro, lo cargo en su "cabalgadura" para redimirlo: en su carne mortal crucificada, crucificándolo en su cuerpo, y haciéndolo morir en su muerte, para que el hombre todo, fuera salvado y liberado, haciéndolo vivir y resucitar integralmente, para conducirlo a vida eterna. La vida de Jesús es una cuaresma, conducente a Muerte y Resurrección: Pascua de muerte a vida. Todo, en una dinámica de cumplimiento de la voluntad de su Padre, de Salvación del mundo y de toda la humanidad empecatada.
Pero, Jesús es Camino, Verdad y Vida. A Él tenemos que tomar como nuestro Camino que nos conduce al Padre. Tomarlo como la Verdad que nos hará libres íntegros. Y como la Vida que nos hará vivir abundantemente y para vida eterna.
Podemos decir, entonces, que la cuaresma de Jesús, es figura de nuestro "paso" por este mundo: hacia el morir y resucitar, para vida eterna. Cristo nos conduce hacia la filiación, dándonos Su Espíritu, por el cual, podemos decir o llamar Abbá (Papito) al Padre. Este es el misterio de nuestra fe.
La Iglesia, como Madre y Maestra, ha querido propiciar pedagógicamente un tiempo litúrgico, que nos recuerde y no haga vivir el Camino, la Verdad y la Vida: la cuaresma de Jesús y nuestra propia cuaresma. El Miércoles ha comenzado el tiempo llamado Cuaresma.
Recopilando este primer punto:
a) Jesús vive su cuaresma y la comienza en el desierto donde es tentado por el demonio.
b) La cuaresma, la vida de Cristo, es conducente a su Pascua: Muerte y Resurrección.
c) Nuestra vida debe ser a la manera de Cristo: una cuaresma en Cristo, para pasar de muerte a resurrección, de muerte a vida eterna.
d) La Iglesia como madre y maestra nos hace vivir pedagógicamente este misterio de nuestra fe a través de un tiempo litúrgico que nos hace centrar en lo cuaresmal de nuestra vida peregrina. Iglesia no quiere que esto sea vivido en un sólo tiempo y momento litúrgico. Nuestra vida es cuaresmal, conducente siempre a nuestra muerte y pascua.
e) Lo hace un tiempo litúrgico conducente a vivir el memorial de la Pascua de Cristo que es nuestra propia pascua de salvación: "Anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor, Jesús! Nos conduce litúrgicamente a celebrar la Semana Santa donde se concentra el "Misterio de nuestra fe".
2."El Demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar. Resistámosle firmes en la fe".
Nuestra vida cuaresmal y peregrina está siendo tentada permanentemente por el espíritu maligno: príncipe de la mentira y homicida desde el comienzo. Jesús, Palabra de Dios, Verbo Encarnado, para redimirnos asume nuestra humanidad. Lo que es asumido es redimido. Jesús que asume nuestra condición humana, por eso mismo permite ser tentado. Nuestra vida está llena de pruebas difíciles y también de tentaciones. Pero hay que diferenciar entre pruebas y tentaciones."Dios no tienta a nadie" nos dice la Biblia, y agrega:
"Dios no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas".
Las tentaciones no son de origen divino.
"El demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar. Resistirle firmes en la fe". (San Pedro).
Este es un tema que hay que tomar en cuenta en nuestra cuaresma de la vida. Jesús en Evangelio de este primer domingo se nos muestra como camino para saber salir airosos de toda tentación. Hay que resistir firmes en la fe. Pero todo esfuerzo de vida interior llega a un punto muerto más allá del cual ninguna persona puede seguir avanzando, a no ser que muera a sí mismo para abrirse a la fuerza de Dios. El esfuerzo humano se agota y Dios toma el relevo y lo lleva a un crecimiento que el hombre no podría llegar por un esfuerzo propio.
Es un punto muerto de agotamiento moral que se llama acedia (pereza espiritual). Es una situación temible de tentación. (Documento de un monje egipcio, llamado Macario).
Esta escrito que Dios pone a prueba al hombre para ver si renuncia verdaderamente a las pasiones y si sabe resistir a los ataques de los principales de este mundo. Está a punto de dejarse vencer por su cuerpo fatigado y por el tiempo que no avanza. Las tentaciones susurran: ¿Cuánto tiempo podrás soportar el trabajo?,¿Puede Dios perdonarte tantos pecados? El corazón se debilita hasta el punto que llega a considerar el peso de la castidad como algo absolutamente imposible de soportar. Porque las tentaciones indican que la vida es larga, la virtud difícil y su peso grande e insoportable, el cuerpo es muy débil y la naturaleza demasiado frágil.
Cuando Dios ha visto que el corazón ha sabido prevalecer frente al enemigo, le sustrae, poco a poco, la fuerza que lo sostenía, y permite que el enemigo le ataque mediante diversas tentaciones de la carne, de la vanagloria y del orgullo, hasta el punto que podría ser comparado a un navío sin timón que tropezará por todas partes en los arrecifes de la playa. El corazón está marchito. Dios abre progresivamente los ojos del corazón para que termine comprendiendo que sólo Él es quien le da la fuerza. Sólo entonces comienza el hombre a dar verdaderamente gloria a Dios y con toda humildad y quebrantamiento del corazón. Como dice David:
"El sacrificio grato a Dios es un corazón quebrantado". (Sal.50,19).
De tales dificultades, en la lucha nacerá la humildad, la mansedumbre y la dulzura.
Lo dicho trata de desacreditar el esfuerzo puramente humano y ascético que intenta hacer proezas exteriores dignas de un campeonato de atletismo espiritual. Nada más contrario a la ascesis cristiana. Ésta, obligatoriamente, debe conducir al quebrantamiento del corazón, a ese punto muerto a partir del cual el poder de Jesús podrá trabajar y desplegar su gracia, realizando así, en la humildad, esas maravillas que escapan totalmente a su pobre esfuerzo.
Será mejor hablar menos de proezas ascéticas y mucho más de las maravillas y milagros de Dios. Dios lo realiza un día, de manera frecuentemente inesperada, en un hombre que sabe ya por experiencia cómo, abandonado a sus solas fuerzas naturales no podrá crecer en el amor a Dios.
Ojala estas reflexiones de espiritualidad del monje egipcio Macario y de Don Carlos nos ayuden en la cuaresma de nuestra vida.
3. La Espiritualidad desde abajo.
Seguiré en este punto la espiritualidad mostrada con su testimonio de vida y con sus escritos por mi padre Don Carlos. Creo que seguir esta espiritualidad será una buena ayuda para seguir nuestra cuaresma buscando, en Cristo, nuestra pascua y resurrección.
En este contexto de Cuaresma cabe bien hablar de la espiritualidad desde abajo. Que esta mística nos acompañe en la cuaresma de nuestra vida. Y desde acá abajo, damos gracias a Don Carlos, y le pedimos que desde arriba, nos ayude a subir, desde nuestras servidumbres, extendiendo sus brazos, como un ascensor hacia la Pascua eterna.
Todo comienza desde abajo. Desde Belén una pequeña ciudad marginal .Desde un establo, desde una pesebrera, en una solitaria noche, nuestro único Dios y Señor se abaja. Nace y viene a salvarnos y liberarnos integralmente, escogiendo llegar a nosotros, haciéndose uno de nosotros, sin considerarlo indigno. "El Verbo de Dios se hace carne". Es la Palabra de Dios que se abaja y se hace carne en un pequeño, en un niño pobre. Es Jesús, el Hijo de Dios, que siendo el primero se hace el último. Llega a nosotros no en primera clase, sino en la última. "No tuvo un lugar en la posada" para nacer. Todo empieza desde abajo. Sus padres, escogidos por Dios mismo: su madre: María, una mujer campesina que se llama a si misma: la sierva del Señor; su padre terrenal: un "carpintero de Nazaret", un obrero: José. A ambos se le puede aplicar desde abajo lo expresado por la madre y esposa en su hermoso cántico: "El Señor hizo en mí maravillas, pues se fijó en la bajeza (pequeñez)" de sus siervos. Desde los de abajo Dios hace grandes cosas: ¡Santo es mi Dios!
Dios y el Hombre se han abrazado en la Encarnación de Cristo. Jesús descendió al corazón del mundo, al corazón del hombre, a las zonas más profundas del ser humano.
Ya está visto y oído, Jesús no escoge un palacio ni una cuna de oro para nacer. Jesús "quiere nacer en el corazón de los pobres y en la pobreza de corazón". Nosotros, expectantes y espiritualmente pobres estamos como en vida de establo, que generalmente no es limpio ni presentable, pero el Señor quiere habitar precisamente en nuestra pobreza.
Si contemplamos la persona y vida de Jesús nos encontramos con "una espiritualidad desde abajo". Jesús viene especialmente a los pecadores a los cuales se dirige y busca, al igual que con los publicanos. Ellos están "abiertos al amor de Dios". Cuánta misericordia de Jesús para los más débiles y pecadores. Y estamos en el año de la misericordia.
En la Parábola del Fariseo y del Publicano, Jesús enseña una "espiritualidad desde abajo" porque ésta es la que abre los corazones de los hombres hacia Dios. Se trata del corazón humilde, con buena voluntad y abierto al querer de Dios. Es la "espiritualidad desde abajo". La de nuestras enfermedades, problemas, aflicciones, dolores, marginaciones, fracasos y muchas situaciones semejantes, que nos hacen descubrir caminos para llegar a Dios.
"La espiritualidad desde abajo" se llama "humildad", palabra que nace del "humus", es decir, la mejor tierra de hojas.
Esta "espiritualidad desde abajo" es muy distinta a una vida "que busca ser impecable" sin reconocer debilidad. El que aspira a una corrección impecable y a cualquier precio no verá crecer en el campo de su corazón más que raquítico trigo. Muchos idealistas viven tan concentrados sobre sus faltas y sobre algunos métodos o técnicas para erradicarlas , que viven una vida incompleta. A fuerza de buscar perfección se vacían de dinamismo y de cordialidad.
Jesús nos dice:
"Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón".
La humildad, ya hemos dicho viene de "humus", la mejor tierra de hojas: viene desde abajo. Jesús no sólo nació pobre, sino vivió y murió pobre. Su misma muerte es también resultado de su humildad, Jesús "se humilló al morir crucificado".
Y Jesús Eucarístico se reduce a un pedacito de pan. La humildad es fundamental en nuestra "espiritualidad desde abajo". Pero, ni ella es alcanzada por nosotros mismos. Y esto tenemos que aceptarlo contrariando nuestra exigencia egocentrista y perfeccionista. "La humildad verdadera llega cuando Dios quiera". Y no se logra la atención del Señor "si vivimos con máscaras o disfraces".
La espiritualidad de la humildad nos hace ser más maduros. Nos hace conocer nuestra vida interior y nos hace vivir con serenidad incluso momentos difíciles propios de nuestra condición de humana fragilidad. Momentos que aceptamos con humildad porque llegamos a reconocer que todo sucede porque somos "barro de la tierra": "humus". Y "por tanto nunca debemos hacer asco a nada terrenal".
"Acuérdate que eres polvo y que en polvo te convertirás".
Somos un Miércoles de Cenizas. Hay que vivencialmente aceptar y no huir de nuestra propia realidad cuando nos damos cuenta de que no somos como quisiéramos ser. Desde esa aceptación y reconocimiento desde abajo, abandonándonos como el barro en manos del alfarero, Dios hará, en nosotros, como en María, maravillas y milagros.
"Señor, yo quiero abandonarme, como el barro en las manos del alfarero; toma mi vida, hazla de nuevo; yo quiero ser, yo quiero ser un vaso nuevo".
Que esta doble oración sea permanente existencialmente en nuestro afán cuaresmal.
La "espiritualidad desde abajo" es obra de Dios. Cuesta entenderla, sobre todo cuando todavía queda mucho "yo" en uno mismo. Aunque cuesta se llega a entender y aceptar con los años. Esta espiritualidad desde el "humus" se contrapone a un perfeccionismo y rigideces, que han sido una etapa en casi todos nosotros. La acción de Dios nos hace más humanos, superando el perfeccionismo y cierta tendencia escrupulosa.
Se opone a la espiritualidad de la humildad y desde abajo, el afán de poder y cierto arribismo en el corazón del que busca éxito haciéndolo prevalecer sobre la verdad. Hay que cuidarse de cierto "carrerismo" ansioso de poder y de primeros puestos y honores. No es evangélico porque la espiritualidad del "humus" es esencialmente propia del Evangelio, de la pobreza de espíritu que es transversal a todas las bienaventuranzas.
Nuestra cuaresma nos lleva a nuestra redención, gracias a la obra de Cristo en nuestras vidas. Jesús descendió, asumió lo humanos y así lo redimió. Él sabía que sólo lo que es asumido puede ser redimido. Jesús "pasó por Getsemaní y por la Cruz".
"Jesús se anonadó a sí mismo, tomó la condición de esclavo y llegó a ser semejante a los hombres. Se humilló hasta morir en la cruz"(Filipenses 2, 5-8).
Después de la cruz, muestra el camino de la Resurrección y de la esperanza. Es nuestro camino cuaresmal. El Bienaventurado Jesús es el Camino a nuestra pascua. Desde nuestras profundidades y miserias reconocidas con humildad salimos a flote en resurrección, no desde nuestras cumbres y virtudes. Porque Jesús ve esa actitud vital en nosotros, nos asume y redime.
Querer llegar a Dios, nos enseña Jesús, no es poner una escala de perfección por la que se sube peldaño a peldaño. Él enseña un camino de descenso al fondo de la humanidad, hasta lo más profundo de nuestras miserias. Es la reconciliación con el mundo de los impulsos y con todo lo negativo que existe en el interior de nuestro ser. Es reconocer que en nuestras miserias y fragilidades se encuentra a Dios. El orgullo y el exceso de amor a sí mismo parecen ser los mayores obstáculos para crecer en una espiritualidad llevada por Dios y recibida con humildad. La humildad significa morir a uno mismo , a nuestro pecado, sepultándose con Cristo, para resucitar, gracias á Él, en su Resurrección.
Vivamos nuestra cuaresma con esta "espiritualidad desde abajo": desde la humildad.
4.Adán y Cristo. Pecado y Conversión. División y Unión.
En este punto influirán más mis amigos Paoli y Galilea.
Son realidades que se contraponen. Adán es pecado y división. Cristo es conversión y unión. De todo esto trataremos en este cuarto punto.
Cuaresma es un tiempo de conversión. La conversión es fundamental en nuestra vida personal y social. Siempre hay que convertirse porque somos pecadores. Pecamos ofendiendo a Dios y a nuestros hermanos. El pecado tiene una dimensión personal y social: individual y comunitario. Cuaresma es una oportunidad de conversión. Convertirse es como mejorarse súbitamente de una enfermedad, es verdaderamente un milagro de Dios en cada uno y en la comunidad. Este milagro sólo Dios lo puede hacer. Al hablar y meditar sobre la conversión es ya una súplica, una oración a Dios para pedirle la conversión. Es como desafiar o provocar a Dios para que Él intervenga cambiando nuestras vidas. Es sinceramente buscar ser hombres y mujeres nuevos en Cristo. Es la intención de la Iglesia cuando nos propone un tiempo de Cuaresma. Y si hablamos de conversión, consecuente y lógicamente, tenemos que hablar de pecado cuyo reconocimiento humilde indica cambio de vida y ánimo de conversión verdadera.
El Evangelio de hoy nos dice acerca del pecado, de la tentación y de Satanás. El pecado es una traición . Traición a Cristo, a su Evangelio como programa de vida. Es una traición al ideal de Cristo. Consecuentemente es una traición a su Iglesia: a los que se comprometieron con Cristo: a sus discípulos comprometidos a alcanzar y hacer realidad el plan y programa de Jesús. ¿Cuál es ese plan y programa que se busca cumplir y alcanzar como meta cristiana? Esta interrogante nos conduce a dos modelos presentados en el texto de San Pablo a los Romanos, capítulo 5, 12-19: Adán y Cristo. Pablo afirma que la humanidad es una, como un solo cuerpo u hombre, pero que se dividió a causa del pecado de Adán como cabeza de esta humanidad. Esta humanidad debe volver a hacerse una en Cristo, cabeza nueva de una nueva humanidad.
Hay signos claros de división en nuestra sociedad.
Existe el llamado "pecado social" señalado como denuncia por nuestros obispos latinoamericanos tanto en Medellín como en Puebla.
Un ejemplo se da mirando las ciudades. Encontramos barrios ricos y privilegiados. Pero también favelas, callampas y campamentos dónde están escondidos:
"los millones de hombres que piden a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte".(Pobreza de la Iglesia 2.).
Son poblaciones miserables y marginadas. ¿Por qué existen? Por culpa de los hombres egoístas, acaparadores y acumuladores, haciendo la escasez, y vida indigna de seres humanos, con un sistema económico: "capitalismo salvaje" y de muerte. Es un ejemplo del Adán pecador de hoy que produce división. La humanidad es mucha y creciente. Pero la división también es mucha. Estamos divididos. Más aún, estamos en confrontación, teniendo una vocación de entendimiento. La competencia y los afanes idolátricos de poder y dinero nos introducen a rivalidades y odiosidades. Existe de hecho una lucha de clases. 'Si no hay un cambio, una conversión, querámoslo o no vendrá un estallido social'.(Mons. Goic). Ante esta realidad anunciamos la esperanza de Jesús que vino precisamente para vencer el pecado y liberar, salvando integralmente a "todo el hombre y a todos los hombres" (Pablo VI y G.S.). Cristo viene a hacer la unidad y fraternidad de los seres humanos. Viene a juntar en hermandad a los dispersos en partes divididas.
"Cuando yo sea levantado en lo alto atraeré a todos hacia mí".
El Crucificado es para liberar del pecado, raíz de la división, de la injusticia social y de la falta de fraternidad. La voluntad de Jesús es que seamos uno "como yo y el Padre somos uno".
El Crucificado: el amor más grande, que entregó su Cuerpo y Sangre, para la salvación de vosotros y de todos los hombres, nos da el mandato nuevo de amarse unos a otros "como yo los amé":"Hagan esto en memoria mía". Estamos llamados a trabajar con Cristo , dando pasos concretos y eficaces hacia la comunión de hermanos, hacia la reunión de los hombres (Puebla 212-215).
La siembra de confusión, de división, de odio y de violencia física e institucional en el mundo, es traicionar la voluntad de Cristo, su plan, programa e ideal evangélico. Esto es el pecado . Y todo nos lleva a definirnos: o somos descendientes de Adán divisor o de Cristo, el nuevo Adán unificador. Este llamado a definirse es muy serio, porque a veces es difícil darse cuenta cuando un acto y una opción va en el sentido de unión y comunión o de división y pecado. Muchas veces se habla de paz y en aras de una falsa paz, no se asume, más bien se evade de asumir este conflicto de la vida que se va dando sistemáticamente delante de nuestros ojos: nos "lavamos las manos" como un Pilatos de hoy, permitiendo que Cristo hoy padezca "bajo el poder de Poncio Pilato". Hoy se está repitiendo la pasión y muerte de Cristo en los hermanos. Hoy se es violento y asesino de Cristo. ¡El pobre es Cristo! nos decía nuestro Padre Hurtado.
Se habla de amor, pero con las cosas que decidimos, sembramos división y discordia sobre la tierra. Lo repetimos y lo reafirmamos hoy, cuando vemos que ya los políticos están preocupados de elecciones, de costosas y comprobadas campañas corruptas. Ya vendrán con sus grandes discursos electorales que dividen, y de grandes promesas que no se cumplen, engañando al pueblo. Esas elecciones, de una vez para siempre, los políticos y sus Partidos, tienen que entender que no son verdaderas. Chile no es democrático y tiene una institucionalidad ilegítima, por lo tanto no hay que mentir y engañar más. La gente, cada vez les cree menos, por eso no vota. Tiene que haber un cambio radical. Hay que recomenzar y recuperar el tranco perdido. Es urgente un Chile nuevo.
Al pecado lo podemos tratar desde diversos ángulos y perspectivas. Hoy podemos quedarnos con esta idea o "ideitas", como decía, uno de mis padres: Obispo Don Enrique Alvear: el pecado es división. Es aquello que nos hace odiarnos y enfrentarse unos contra otros.
Jesús ha venido a unir. En este tiempo de Cuaresma está la invitación a colaborar con Jesús, trabajando en cambio y conversión dentro de nosotros mismos y fuera de nosotros, cambiando y renovando la faz de la tierra, por y con el Espíritu que habita en nosotros. Procuremos ser habitados, para enfrentar, con fortaleza y valentía, el compromiso por la justicia unificadora y de fraternidad. Amén.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+