La iniciativa del amor viene de Dios.

DOMINGO VEINTICINCO AÑO ORDINARIO A. 24.09.2017




La parábola de hoy está llena de sugerencias. Sólo escogeré tres:



I. “¿Cómo es que han estado todo el día parados sin trabajar?
“Nadie nos ha contratado”.


Esta situación es común en la viña del Señor, en la Iglesia, en las parroquias, en las Comunidades de Base Sectoriales (Capillas), en Equipos o Grupos Pastorales: Agentes Pastorales.
Potencialmente hay muchos y buenos católicos y posibles evangelizadores, que no han sido tomados en cuenta, ni han sido invitados a participar en responsabilidades de Iglesia. Aquí corresponde usar las palabras de la parábola: “Nadie nos ha contratado”. No se les ha dado ninguna oportunidad, a pesar de su buena voluntad. No pueden o no se les deja participar apostólicamente.
Pareciera que algunos integrantes o miembros activos de la Iglesia se han dejado contagiar, tal vez, no con mucha conciencia, por la sociedad actual. Sociedad competitiva, que busca más el tener que el ser. Sociedad acaparadora y acumuladora, concentradora de “poder”, haciendo la marginación de muchos seres humanos.
Los trabajos pastorales aparecen acaparados, acumulados y consumidos en una disputa competitiva, concentradora de “poder”, al estilo del mundo moderno, donde unas pocas personas de la comunidad eclesial lo hacen todo o tienen la actividad pastoral en sus manos. Siempre los mismos: “los que no se pierden una”: los que siempre buscan estar en primer lugar, marginando y haciendo nula la posibilidad de participación de muchos laicos.


El fenómeno competitivo, celoso y envidioso reinante en sociedad actual, centrada en el "poder" y en el "dinero", hace también, concentración, acaparamiento y acumulación de “poder” en la vida de los hombres y mujeres de Iglesia. Incluso hace que se instale una “carrerismo eclesiástico”. Los mismos de siempre “pechan” ansiosamente por ser ministros laicos, diáconos permanentes; por ser agentes pastorales con más cargos, como quien lucha por lucir más “charreteras”. Uno ve, con cierta preocupación, cómo algunos se han llenado certificados de cursos hechos, para ser nombrados en algún cargo pastoral.

Esto puede sonar duro. Pero hay que decirlo. En estos momentos tengo muy presente la renuncia de Benedicto XVI. Sus motivos no eran sólo falta de fuerzas físicas por su edad, sino también falta de fuerzas anímicas motivadas por las divisiones internas y luchas de poder en la Iglesia. Dada su edad prefirió renunciar. Así el que vendría, con mayor fuerza, podría asumir mejor dicho problema. El gesto de Benedicto XVI se tornó profético, dejando al descubierto errores y actitudes, por corregir, al interior de la Iglesia, especialmente de la Curia Vaticana.

Hasta este momento, con respecto a este problema interno de vida eclesial, sólo me he referido a los laicos.

Lo preocupante es cuando los sacerdotes acaparan y concentran “poder”, en una equivocada concepción de lo que es un rol jerárquico dentro de la Iglesia. Algunos laicos se han quejado, que cuando ellos expresan su parecer, constantemente el sacerdote le está diciendo: “Acuérdese que la Iglesia es jerárquica”. Habría que recordar que la jerarquía es una autoridad de servicio dialogante con todos sus hermanos, sin excluir a sus hermanos laicos. La Iglesia fue hecha por Cristo con una autoridad. Es cierto. Pero, el mismo Jesús, con su testimonio y palabra, indicó a los discípulos cómo ejercer dicha autoridad. Ese testimonio y palabra valen bien para nosotros sacerdotes:

“Pero luego comenzaron a discutir cuál de ellos debía ocupar el primer lugar. Jesús les dijo: Los reyes de las naciones se portan como dueños de ellas y, en el momento en que las oprimen, se hacen llamar bienhechores. Ustedes no deben ser así. Al contrario, el más importante entre ustedes se portará como si fuera el último, y el que manda como el que sirve.
Pues ¿quién es más importante: el que está sentado a la mesa o el que sirve? El que está sentado, ¿no es cierto? Sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve”.
(Lc. 24, 22-27).

“Se levantó mientras cenaba, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura y echó agua en un recipiente .Luego se puso a lavarles los pies a sus discípulos y se los secaba con la toalla… Cuando terminó de lavarles los pies y se volvió a poner el manto, se sentó a la mesa y dijo: ¿Entienden lo que he hecho con ustedes?
Ustedes me llaman el Señor y el Maestro, y dicen verdad, pues lo soy. Si yo, siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros.
Les he dado un ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Porque, en verdad, les digo: el servidor no es más que su patrón, y el enviado no es más que el que lo envía.
Pues bien, ustedes ya saben estas cosas. ¡Felices si las ponen en práctica!”.
(Jn.13, 4-5.12-17)

“Les doy este mandamiento nuevo: que se amen unos a otros. Ustedes se amarán unos a otros como yo los he amado. Así reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: si tienen amor unos a otros”.(Jn. 13, 34-35).

Todo este testimonio y palabra de Jesús se da en un contexto de la Última Cena. En la Eucaristía: “Hagan esto en memoria mía”. Entonces a los sacerdotes, celebrantes de la Eucaristía, nos queda muy claro nuestro rol: vivir la Eucaristía con nuestros hermanos, amando y sirviendo como Jesús. Este es el criterio de Jesús de cómo ser jerarquía y autoridad. Es criterio de Dios y no del mundo.



Un clericalismo en la Iglesia, con poca participación y ninguna decisión laical, no es la Iglesia del Vaticano II, inspirado por el Espíritu Santo, para que se cumpla todo y por todos.
Cuando la Iglesia se concentra en el sólo clero, se corre el peligro de hacerse una Iglesia centrada en sí misma y en la sola sacramentación, pues los sacramentos, casi todos, los dan los clérigos, a no ser que los sacerdotes, hermanados con los laicos, también tengan un verdadero espíritu misionero. La Iglesia centrada en sí misma y en la sola sacramentación se pone más clerical y concentradora de “poder”.

Así, la Iglesia, no se hace misionera ni evangelizadora del “mundo secular”, siendo éste el lugar “específico” del laico. (E.N.73).

Así, la Iglesia, no es evangelizadora, como lo mandó Jesús. En una Iglesia así, no se consideran, como corresponde, a muchos laicos. Se produce un reduccionismo eclesial. Los pocos laicos aparecen, en una Iglesia así, sólo como ejecutivos de los planes del sacerdote; laicos clericales y temerosos del “poder jerárquico”.

Así, Jesús no fundó su Iglesia. Así, tampoco la quiere el Vaticano II, que como Jesús, nos ha enviado al mundo. Y más aún, Pablo VI, la envía- a nosotros - al mundo, no sólo como maestros, sino también como discípulos: a Evangelizar y a dejarse Evangelizar por el mundo. Jesús y el Concilio nos envían a todos: “Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará”. (Mc.16, 15-16). “Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he encomendado”. (Mt.28, 18-20). Queda claro que la Evangelización misionera es una instancia esencial y previa a la sacramentación.


Nosotros, sacerdotes de la Iglesia misionera, no podemos ni debemos escuchar de nuestros hermanos laicos, las palabras del Evangelio de hoy: “Nadie nos ha contratado”. Ni tampoco, con nuestro amor, servicio y autoridad dialogante, dejar que las responsabilidades, servicios y trabajos pastorales queden concentrados en pocas personas, siempre las mismas, y el resto: muchos buenos católicos, evangelizadores potenciales, tengan poca o ninguna oportunidad.

Nunca estará demás recordar algo más sobre los laicos: “La diversidad de formas organizadas del apostolado seglar exige su presencia y participación en la pastoral de conjunto, tanto por la naturaleza misma de la Iglesia, misterio de comunión de diversos miembros y ministerios, como por la eficacia de la acción pastoral con la participación coordinada de todos”. (Puebla 807).

“Se requiere la participación del laicado no sólo en la fase de ejecución de la pastoral de conjunto, sino también en la planificación y en los mismos organismos de “decisión”. (Puebla 808).


Y en este mismo contexto del Evangelio de hoy hay que recordar: “La mies es mucha y los operarios son pocos". Y esto no sólo porque no le rezamos al dueño de la mies, sino porque también, habiendo muchos buenos laicos, que teniendo una gran voluntad de trabajar en la viña del Señor: “Nadie los ha contratado”.


II. “Al anochecer, dijo el dueño de la viña a su mayordomo: Llama a los trabajadores y págales su jornal, empezando por los últimos y terminando por los primeros. Se presentaron los que habían salido a trabajar a las cinco de la tarde, y a cada uno se le dio un denario (una moneda de plata). Cuando finalmente llegaron los primeros, se imaginaron que iban a recibir más; pero recibieron un denario”.

¿Por qué los contratados al final reciben igual salario que los que fueron contratados los primeros?

Porque los criterios de Dios y su Reino no son los criterios del mundo.

Lo esencial en la parábola, el centro de la cuestión, es que en la viña del Señor, y en el transcurso de nuestra vida en ella, trabajar por y para el Señor es un valor en sí mismo. Es gratificante en sí mismo. Es más valioso que el salario, que el reconocimiento y otros criterios humanos. Es un premio. Es un privilegio y una alegría.

Sí. Los trabajadores de la hora última recibieron la misma paga, pero no experimentaron la alegría y la felicidad de trabajar en la viña del Señor. Antes de ser contratados, a su vida le faltaba su verdadero sentido; había una vida vacía. Una vez contratados no sólo obtuvieron un salario, sino que igualmente descubrieron el sentido más pleno de sus vidas.

No olvidemos el criterio de Jesús: “los últimos serán los primeros”. Es el criterio eterno, pero siempre olvidado.
Aquellos que se creen con el derecho de entrar en los primeros puestos; aquellos que se sienten seguros de sí mismo; y de ser justos, son repudiados, mientras aquellos que se sienten indignos, los últimos, son los preferidos.

“Dios resiste a los soberbios y los deja con las manos vacías. Da su gracia a los humildes”. Es la oración de María en el Magnificat.



III. “Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros.
No somos nosotros los que hemos amado a Dios sino que él nos amó primero
Y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados”.
(1ª Carta de Juan 4,10).


Se trata de que “la iniciativa del amor viene de Dios”.
A fin de cuentas, en la parábola de hoy, nadie es repudiado; todos son admitidos a recibir el mismo salario. No hay ninguno que se “suba” sobre el otro.
Tal vez la clave para entender esta parábola está en la respuesta que el dueño de la viña da a los trabajadores que se lamentan o se quejan: “¿No puedo hacer con mis cosas lo que quiero? ¿O acaso tú eres envidioso porque yo soy bueno?”
A menudo olvidamos que la “iniciativa del amor viene de Dios”; podemos amarnos porque Dios nos amó primero.
Por eso no somos nosotros los que podemos vanagloriarnos de hacer algo, porque sin Dios somos incapaces de todo.
La perfección consiste en el amor, y ciertamente no es aquel que ha hecho más cosas y en el que puede vanagloriarse de “obras buenas” de estar más cerca de Dios, sino en aquel que ama más a su hermano. Y el amor al prójimo, si es verdadero, si es auténtico, es de Dios: es religioso. Pues uno no puede amar verdaderamente si no tiene a Dios en sí, aunque no lo reconozca, aunque no logre verlo. No se puede amar verdaderamente si uno no se da cuenta de que es amado. En este darse cuenta de que uno es amado está el reconocimiento de tener un Padre; en el fondo es un acto de fe.

Jesús quiere combatir, en Evangelio de hoy, a los fariseos que confían demasiado en su pertenencia al pueblo de Israel, el pueblo de la promesa, y en sus obras. Y se sienten seguros y miran un poco desde arriba a los demás, pensando que no pueden entrar en el reino. Pero, hoy Jesús, no enseña que no hay “categorías”: los que llegaron primero y los que llegaron después; el que ha hecho más y el que ha hecho menos. Todos seremos examinados en nuestra capacidad de amar; seremos examinados acerca de nuestra victoria sobre nuestro egoísmo. Cuanto más seamos del amor en el verdadero sentido cristiano de éste, tanto más seremos aceptados por Dios. Amén.

Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+




Volver arriba