La misericordia de Dios versus la hipocresía humana.

Domingo Quinto de Cuaresma. Año C. 13.03.2015.


La mujer adúltera.

(Juan 8,1-11.).

Jesús se enfrenta con los letrados y fariseos en torno al pecado de la mujer adúltera. Podríamos denominar este enfrentamiento como un enfrentamiento entre la misericordia divina y la hipocresía humana.
Los letrados y fariseos le exigen a Jesús el cumplimiento de la ley de Moisés con respecto a la mujer sorprendida en pecado de adulterio. La ley exigía apedrear a la mujer adúltera.
Jesús no desautoriza la ley, sino que la supera, con un gran gesto de misericordia. Lo natural de la misericordia es no apegarse o aferrarse a una ley rígida, estricta: al legalismo, ni siquiera a la justicia; a ésta la humaniza, con un trato comprensivo y un amor gratuito:

"El que no tenga pecado lance la primera piedra".

"Y todos se fueron retirándose uno a uno, comenzando por los más viejos".

"Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella contestó: "Ninguno, Señor".

Entonces, Jesús, culminando su gesto misericordioso, le dijo a la mujer pecadora:

"Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar en adelante".(Jn. 8, 7.9.10-11.).


"En realidad, si Jesús demuestra tanto respeto a la pecadora y se niega a condenarla como los humanos, ¿será que, para él, la falta no es grave? Digamos mejor que Dios usa otros medios que los hombres para llevar al pecador al arrepentimiento y para que se purifique, con el sufrimiento, de culpas que no son pura ignorancia". (Cfr. Biblia Latinoamericana pág. 244).


La ley y la justicia estrictas entregadas a sí mismas, sin bondad, ni misericordia, son frías e inhumanas; no son capaces de cambiar y lograr la conversión de nadie.


Jesús rechaza la mera actitud condenatoria y solamente legalista de los fariseos y letrados. Éstos no tenían ni un asomo de misericordia con la mujer adúltera. Además, hacen notar la hipocresía en ellos. Los fariseos y letrados eran tanto o más pecadores que la misma mujer adúltera. La falta de misericordia es una manera de hipocresía. Los fariseos y letrados, como decía, eran tanto o más pecadores que la mujer adúltera, pero se convirtieron en jueces, dándose ellos mismos una autoridad que ciertamente no tenían, porque por sus muchos pecados ni siquiera tenían una autoridad moral para condenar, mostrando con su actitud una característica propia de los fariseos. Esta actitud ha pasado a catalogarse como pecado de fariseísmo.


El hijo mayor de la parábola del hijo pródigo nos mostraba, en semana pasada, una actitud parecida. Él, con otra manera de hipocresía, no entendió nada de la misericordia de su padre con su hermano menor, que se había ido de la casa, gastando su herencia en una vida llena de pecados hasta quedar en un despojo y abandono emporcado. No entendió la actitud llena de misericordia de su padre, ahora alegre, porque acoge y halla con vida al que daba por muerto.
El hijo mayor era un cumplidor estricto, rígido y cerrado. Se consideraba un hombre justo. Él cumplía en todo, con la esperanza de ser premiado y ser reconocido superior a los demás, especialmente con respecto a su hermano pecador. Por esto mismo, no pudo entender que se trataba de acoger a los pecadores para salvarlos. Eso, lo llevó a una actitud contraria a Jesús que vino a salvar y no a condenar. No entendió ni pudo participar de la alegría y la fiesta de su padre, que encarna la misericordia y la alegría de Cristo:

"porque hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse".


Hoy, uno se encuentra con el mismo problema. Se encuentra con las réplicas de los fariseos y letrados; se encuentra con la actitud del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo.
Uno se encuentra con hijos de la Iglesia, exigiendo, con beligerancia, castigo y condenación, sin nada de misericordia, con hermanos pecadores, con sacerdotes con pecados de abuso sexual, incluso de menores. Se convierten en jueces de sus hermanos pecadores, incluso, como en la moda de la farándula, no hacen más que hablar y criticar a sus hermanos, y lo hacen con hipocresía, porque ellos, muchas veces, son tanto o más pecadores que sus hermanos pecadores de Iglesia; claro que la hipocresía es porque su vida, también pecadora, se centra sólo en pecados de abusos sexuales de otros, haciéndose enajenados con respecto a sus propios pecados de sexo y en otras materias graves. Se erigen en jueces condenadores, no entendiendo que ni siquiera pueden tener autoridad moral para condenar tan fácil y rápidamente a sus hermanos en la fe. No entienden ni pueden entender, por su conducta enajenada y dureza de corazón, que el asunto, que tanto les obsesiona, corresponde tratarlos a Tribunales de Justicia Civil y Eclesiástica, buscando hacer verdad, justicia, una reparación debida por daño causado a las víctimas.


La Iglesia de Jesús, nuestra Iglesia, Pueblo de Dios, rechaza el pecado y el delito cometido; se somete a Tribunales de Justicia Civil cuando tratan abusos y delitos de uno de sus hijos, sea sacerdote o laico; también tiene Tribunales de Justicia Eclesiástica, para cuando sus hijos recurren a ella, para tratar los pecados o delitos cometidos por un miembro de la Iglesia, y haciendo verdad, proceder a sentenciar, condenar y hacer reparación por daño causado a las víctimas. Incluso, ante reiteradas situaciones de abusos sexuales de sacerdotes, no sólo con mayores, sino también con menores, la Iglesia se ha organizado mejor para responder a estos graves requerimientos.

Yo diría que a los demás hijos del Pueblo de Dios, nos corresponde orar, exigir justicia, hablar menos, y no entrar a condenar, siguiendo el mal ejemplo de fariseos y letrados; eso no nos corresponde. A nosotros nos corresponde salvar por mandato de Jesús y su Evangelio. Aquí cabe el dicho que remarca la misericordia correspondiente, a la manera de Jesús:

"El pecado y delito lo rechazamos y condenamos, pero al pecador le abrimos nuestros brazos, con corazón lleno de misericordia, para abrazarlos, acogiéndolos para salvarlos y encaminarlos hacia su vida eterna".


Cabe también citar de memoria el Evangelio de las misericordias:

"He venido por los pecadores y no por los justos que no necesitan salvarse".

"Son los enfermos que necesitan de médicos y no los sanos".

"El Buen Pastor ha venido a buscar a la oveja perdida. Y deja las noventa y nueve en el corral y va en búsqueda de la una perdida. Cuando la encuentra, con gran gozo, la carga sobre sus hombros y brazos, y lleno de alegría la reintegra a su rebaño".

"Hay gran alegría en el cielo por un pecador que se convierte, más que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".

"Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para salvar al mundo y no para condenarlo".


Esto es el amor gratuito y la gran misericordia del que vino:

"para que tengamos vida y vida en abundancia".


Es el amor y la misericordia del que entregó su vida para salvarnos y liberarnos integralmente. Es un amor hasta el extremo de dar su vida en el madero de la Cruz:

"No hay amor y misericordia más grande que dar la vida por los que se ama".



Esto es el Evangelio de Jesús:

"lento a la ira y rico en misericordia".


Este es el Evangelio que nos indica la actitud que nos corresponde frente al pecador y al pecado del mundo: misericordia y amor gratuito que salva y libera al hermano y a la sociedad del pecado.


Con dolor he visto a hermanos míos comportarse como los fariseos y letrados, también como el hijo mayor de parábola del hijo pródigo. He visto que no han asumido ni entendido en sus vidas el criterio del Verbo Encarnado:

"Misericordia quiero y no sacrificios".


Los he visto sin ninguna misericordia disparar como francotiradores, poniéndose en actitud como fuera de la Iglesia a la que pertenecen, "apedreando" sin misericordia y con mucho de fariseísmo, a sus hermanos que han caído gravemente en abusos sexuales, incluso con menores. Y en esta actitud sin misericordia y condenatoria no correspondiente a ellos, porque existen Tribunales, y sobre todo, porque ellos, como los letrados y fariseos son tanto o más pecadores que sus hermanos,los he visto en estos días y los he leído en Internet, en sus correos digitales, en sus Revistas, poniéndose incluso, en contra de sus Pastores, en forma no fraterna y muy beligerante, culpándolos injustamente de "encubridores de pecadores". Veo, que por su dureza inmisericorde de corazón, los acusan de "encubridores", confundiendo una necesaria demora, por investigaciones, o por cambios de informes hacia Tribunal vaticano de los casos denunciados, porque, en investigación se encontraron abusos a menores, y eso, corresponde ser tratado por Vaticano.
Objetivamente - no me meto en lo subjetivo de su conciencia - caen en actitud de injuria y calumnia. A veces, los fariseos y letrados de hoy, legalistas y sin misericordia, conociendo su trayectoria, me he encontrado que, ellos sí que han callado, también en otras materias, convirtiéndose en aquello que acusan a sus Pastores: han sido de una y otra forma verdaderos encubridores. Y caigo en cuenta, que en mi Iglesia, hay mucho de fariseísmo, que hace actuar a muchos sin misericordia evangélica. Veo que, sin ninguna distinción, "meten en el mismo saco" a justos con pecadores, incluso a su Iglesia misma, ignorando y no distinguiendo en ella, lo esencial de lo accidental, en su naturaleza misma, fundada por Jesús. No distinguiendo que Iglesia vive y vivirá una paradoja: siempre será santa y pecadora. Santa, porque es de Jesús:

"no es de Pablo ni de Apolo, ni de Kefas".

Y pecadora, porque Jesús sabiendo de nuestra fragilidad humana, la hizo y la confió en hombres y mujeres, con virtudes, defectos y pecados. A esta Iglesia, Jesús le prometió:

"estar con ella hasta el fin de los tiempos".

A ella le envió, no dejándola huérfana, el Espíritu Santo.

Por tanto, no se puede hacer omisiones, enajenándose y confundiendo, una Iglesia en su esencia y no distinguiéndola de su parte accidental, y menos, confundiendo y no distinguiendo entre una Iglesia santa y paradojalmente pecadora.


Los laicos tiene un rol protagónico en la Iglesia, pero no hay que confundirlo con un rol de jueces, de fariseos y letrados, condenando, y condenando no sólo al pecador, sino también a sus Pastores:

"mirando la paja en ojo ajeno y no la viga en el propio".

Estos laicos se han centrado en lo que ellos entienden de Iglesia, perdiendo su espíritu misionero. ¿Por qué no hacer una acción positiva con las víctimas? ¿Por qué no salir de su enclaustro y porfía y hacer un apostolado con sus hermanos sacerdotes? ¿Acaso no es de urgencia acompañar a sacerdotes tan solos y recargados de trabajo pastoral? ¿Por qué no se cumple con rol específico del laico en la vida política nacional? ¿Acaso también transaron y se acomodaron a la espuria negociación entre clase política y la dictadura? ¿Acaso han aceptado la institucionalidad ilegítima en donde se han juntado el poder económico y el poder político, para someter y secuestrar al pueblo en un sistema económico neo liberal, perverso, duro, inhumano y no cristiano? ¿Acaso los pobres deben seguir esperando? ¿No hay una misión y evangelización encarnada que realizar en la sociedad chilena y en el Chile político de hoy?


Como sacerdote, miembro de la Iglesia, que amo, considerándola como mi madre, insto a todos los miembros de ella, a trabajar por los cambios necesarios que ella necesita. Trabajaré por esos cambios, pero lo haré junto a verdaderos hijos amantes de la Iglesia. La Iglesia es madre, teniendo como modelo: lo dice Vaticano II en Lumen Gentium, a nuestra Madre María Virgen, a la cual, muchas veces, se la "apedrea" cual mujer adúltera, incluso,

"atravesando su corazón como con una espada".


¡Y un verdadero hijo no trata así a su madre!



El Evangelio de la mujer adúltera y la actitud de misericordia de Jesús con ella, es una crítica al fariseísmo y a la hipocresía. A nuestro fariseísmo y a nuestra hipocresía. Aquí cabe la máxima evangélica de Jesús:

"El que esté libre de culpa que lance la primera piedra".


Se trata de una crítica al fariseísmo e hipocresía de hombres y mujeres, también de grupos e ideologías; de una sociedad y de una nación.

Por ejemplo, en Chile con respecto a una idolatría del sexo. Habiendo una moral permisiva, hay mucho pecado sexual. Hay relaciones sexuales de jóvenes y adultos fuera del matrimonio. Incluso las hay pasajeras y momentáneas. Hay parejas que se van a vivir en departamento para probar. Hay parejas que no se casan y que se cambian como quien se cambia su camisa. Hay grandes y muchos abusos sexuales, violaciones a mujeres, incluso a niñas y niños. La mayoría de abusos sexuales y de pedofilia y de abusos sexuales a menores, según estadísticas y sociología, se dan al interior de las familias. Por otro lado se dan adulterios e infidelidades, tanto de parte del varón como de la mujer. Hay fracasos matrimoniales, acarreando problemas en las familias y por ende en la sociedad misma. ¡Hay mucho libertinaje sexual! Pero, no obstante esto, que se da en nuestra sociedad, que da para reafirmar nuestra constancia de que existe mucho fariseísmo e hipocresía, como la de los letrados y fariseos, es necesario volver a decir, que como antaño, nuestra hipocresía y fariseísmo, se concentra mucho en una hipócrita moral del sexo, descuidando otros pecados o delitos, tanto o más graves, en materias importantes y de graves consecuencias para la convivencia fraterna de una sociedad o país.


El fracaso de la justicia y de la verdadera fraternidad en muchos países, incluyendo especialmente el nuestro, es insoluble sin el aporte de la misericordia que Jesús proclama en su Evangelio. El neocolonialismo interno e internacional; la explotación y opresión que viven los pobres, por unas minorías privilegiadas, de privados ricos, favorecidos por leyes injustas, y por una economía perversa reinante y globalizada; la explotación de los países ricos por sobre los pobres, haciendo un vergonzante imperialismo; los abusos de la riqueza, del poder y de un orgullo, propio de una egolatría; la violación masiva de los derechos humanos, y toda forma de violencia establecida e institucionalizada, no son sólo problemas legales de un nuevo orden internacional o nacional. Ni siquiera se resuelven con la aplicación de una justicia estricta, que a menudo deja en el abandono total a los más pobres y débiles. Se requiere igualmente salir de la hipocresía de los ricos y poderosos, casi siempre unidos a la clase política farisaica; se requiere salir de los gobiernos mal llamados democráticos, y entrar en la perspectiva de la misericordia, que por lo demás incluye la verdadera justicia: un corazón junto a la miseria, para salir de servidumbres humanas hacia una vida digna. Se trata de entrar en la dimensión de misericordia sin ningún dejo de fariseísmo. No olvidando:

"que lo más importante de la ley es la justicia, la misericordia y la fe".

(Por favor, pido leer, con corazón de discípulo, el documento de Puebla en el Nº 79).


Abandonar el fariseísmo significa, que en todo esto presentado, debemos criticarnos a nosotros mismos, sin mirar en primer lugar:

"la paja en el ojo ajeno, sino la viga en mi propio ojo".



Se trata, entonces, en esta cuaresma, de "mi conversión"; de cómo "yo" uso el poder; de cómo manejo mi orgullo: se trata de "mi justicia y de mi misericordia y de mi fe". Y esto en mi vida personal, individual, y también en mi vida social y comunitaria. De esto se trata: de una actitud que se nos exige, para que haya una verdadera conversión cuaresmal.


Pidamos con fe, en nuestra oración personal y de Iglesia comunitaria, en esta cuaresma casi finalizando, que todos y cada uno podamos escuchar del mismo Jesús:

"Nadie te ha condenado. Yo tampoco te condeno. Vete en paz y no peques más".


Y será la resurrección y la vida, en Chile, en países hermanos, y en nuestra querida Iglesia, Pueblo de Dios. Amén.


Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+

























































































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