¿Cómo es nuestra resurrección de vida eterna?
Domingo Treinta y Dos. Año ordinario C. 06.11.2016.
Leemos en este Evangelio acerca de una discusión entre Jesús y algunos jefes que no creían en la resurrección. Estos jefes saduceos quieren entrampar a Jesús con una pregunta capciosa.Jesús no se deja entrampar. Tampoco cae en el juego de la casuística interminable. Jesús va directo al punto que importa Jesús habla de la resurrección.
La vocación y el llamado cristiano a ser una persona nueva y a hacer una sociedad también nueva, va más allá de nuestra historia terrenal y temporal. Jesús habla del Reino de Dios definitivo y eterno, que se va construyendo en nuestra historia temporal. Jesús habla de las promesas de eternidad. Éstas se van haciendo en nuestro tiempo terrenal. Él nos anuncia que entre esta vida y la futura hay al mismo tiempo continuidad y discontinuidad. Ya está el Reino, pero todavía no... hay uno definitivo, que se está gestando desde ya, aquí y ahora en el mundo temporal.(Cfr. Puebla 228-231).
El Evangelio nos dice que nuestra resurrección de entre los muertos es coherente con la naturaleza de Dios. Dios es Dios de vida. Dios es Dios de los vivos. Aquí cabe recordar las palabras de Jesús claras con respecto a Él, el Dios hecho Hombre:
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". (Jn. 10,10).
"Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en mí, no morirá para siempre". (Juan 11,25).
"La voluntad de mi Padre es que toda persona que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". (Juan 6,40).
Esta es la promesa de Jesús por la que dio y entregó su vida. Promesa que está en la raíz de nuestra vocación hacia la vida eterna. Esa vida de Jesús, que él comunica a los suyos es abundante, es inagotable; no puede agotarse en los límites de nuestra vida temporal e histórica. Siempre se está expresando en nuestra historia y realidad de nuestra vida terrenal. Jesús es la respuesta a nuestra aspiración de vivir plena y en forma definitiva. Él viene a responder a nuestra ansia de vivir siempre, vivir plenamente y eternamente. A esta realidad propia de nuestro ser es que podemos aplicar esa hermosa frase:
"Somos una flecha lanzada hacia el infinito". (Neruda).
La resurrección más allá de un acto milagroso, o un consuelo cierto. No, no es sólo eso:
¡Es el triunfo de la vida!
Es un triunfo definitivo fruto de esas semillas de vida que Cristo encarnó en nuestra historia personal y social a través de nuestros pasos por este mundo temporal.
La resurrección es una dimensión de nuestro cristianismo y de nuestra fe. Debe constituirse en un testimonio permanente de nuestra comunidad cristiana y de la misma Iglesia. Este testimonio es histórico y debe encarnarse por la fe y el amor concreto y eficaz, siguiendo la huellas de Jesús que se encarnó en nuestra vida y en la historia de este mundo, para salvarlo y no para condenarlo.
Siguiendo fiel y radicalmente a Jesús debemos hacer vida, solidarizando con los oprimidos, haciendo de este mundo de "pecado social", un mundo de justicia y vida; construyendo el Reino desde ya, y hacia la resurrección y el Reino definitivo.
También, en el caminar de vida y de resurrección de nuestros hermanos, hay matrimonio que se contraen, buscando la constitución de una familia.También hay política, con ansia de vida, buscando el bien de la "polis", del bien común.( Cfr. Puebla 796.799). En nuestro caminar hacia la vida eterna, procuramos que nuestra política sea la expresión más eximia de nuestra caridad a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres; hacemos un paso de muerte a vida cuando hacemos que nuestra sociedad sea más justa y fraterna. Así como en nuestra vida personal morimos al pecado para resucitar a la gracia divina, haciendo una pascua, también lo hacemos en el plano social, buscando el Reino de Dios y su justicia desde ya, aquí y ahora, haciendo un paso de situaciones infrahumanas a una vida más humana, avisorando esa resurrección y vida definitiva. En esos compromisos temporales, por la justicia e igualdad, y por una mayor fraternidad, ya estamos iniciando el Reino definitivo y eterno.
La Iglesia y la comunidad cristiana deben expresar en valores y actos concretos que su fe va más allá de esta historia temporal, y que la vida se nos dará en plenitud más allá de lo temporal e histórico de este mundo. Debemos entender que nuestros compromisos y trabajos no se explican sólo por las exigencias de esta vida, sino porque, con ellos, estamos buscando la resurrección y la vida eterna.
En este contexto, que hemos señalado, es que adquiere toda claridad y explicación, la respuesta de Jesús a los saduceos:
"En este mundo los hombres y las mujeres se casan. Pero los que sean juzgados dignos de entrar al otro mundo y de resucitar de entre los muertos, ya no se casarán. Sepan, además, que no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles. Y son hijos de Dios, pues él los ha resucitado".
La castidad consagrada y el celibato, que a veces nos cuesta entender como valor, a la que muchos cristianos(as) son conducidos por el Espíritu, es el testimonio de una forma de vivir propia de la resurrección. Puede esto resultar ambiguo si nuestro cristianismo se agotara en la tierra. Lo mismo se da en una opción radical a la pobreza voluntaria; también en una vida de oración contemplativa, en los momentos de liturgia que dedicamos a Dios. (Cfr. Puebla 742-757)).
El testimonio cristiano es vivir de tal modo, que esta vida sería absurda si no esperáramos la resurrección y la vida eterna.
Hay momentos, en nuestra vida, que se nos presentan, como una disyuntiva: elegir sobre cosas de la vida, aunque sean muy legítimas, y el absoluto de Dios; entre algo temporal y bueno, y el amor absoluto, sin condiciones, al Señor de la vida y de la resurrección:
"Si alguno quiere venir a mí, y no deja a un lado a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, y aún a su propia persona, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz para seguirme, no puede ser mi discípulo". (Lucas 14, 26-27).
Jesús piensa en los que, después de entusiasmarse por él y dejar ambiciones para dedicarse a la obra del Evangelio, volverán atrás, buscando una vida más "normal" y más segura, según las normas del hombre común. Jesús necesita discípulos que se comprometan de una vez, y cree que el hombre y la mujer pueden jugarse la vida de una vez y para siempre con, para y por Él. Cristo es de verdad un asunto muy serio, y es mejor no empezar si no estamos dispuestos de ir hasta el final. Hay que saber que la lucha es contra el "dueño" de las tinieblas de este mundo, el cual vendrá, hacia nosotros con muchas pruebas y trampas inesperadas. De no haberse entregado totalmente, el discípulo llegaría con toda certeza a una quiebra. Por eso, nuestro comienzo y nuestro caminar, siguiendo a Jesús Vida Eterna, requieren de una voluntad firme y perseverante, con un corazón abierto a Cristo, "que está a la puerta". Abierto con humildad y pobreza, para que Él viendo nuestra pequeñez, haga en nosotros grandes maravillas, como Dios con su Madre. Por ahí, no gana el "maligno".
A algunos Jesús les pide alejarse de los suyos y de los problemas familiares. A todos les muestra, que no serán libres, para responder a los llamados de Dios, si se niegan a pensar en forma totalmente nueva en los lazos familiares, en el uso de su tiempo y en lo que sacrifican a la convivencia con los de su ambiente de vida.
En este contexto, es que Jesús, llama a algunos, a una vida consagrada en la castidad y en el celibato. Hay disyuntivas que se presentan como elección absoluta de Jesús: nada puede postergarlo. Es una entrega de amor absoluto:
"Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas".
Y en la línea de un amor a los hermanos, no a medias o sólo como uno se ama a sí mismo:
"Ámense unos a otros como yo los amé".
Hasta el extremo de entregar su vida toda, para que todos tengan vida y vida en abundancia: vida de resurrección y vida eterna.
No obstante, levantar el celibato y la vida consagrada en castidad, pienso que los llamados y vocaciones de Dios no son iguales y hechos de una misma forma. Pienso que Dios puede llamar al sacerdocio de modos distintos. Pienso, y de hecho es así, el celibato no es inherente al sacerdocio. No siempre ha habido sacerdotes célibes; la historia de la Iglesia lo demuestra en forma concluyente. El celibato es exigido por la Iglesia al sacerdote por una norma externa al sacerdocio. Pienso que la Iglesia puede plantearse la posibilidad de un sacerdocio opcional: sacerdote célibe y sacerdote casado. Desde ya, pienso, que se podrían reintegrar al sacerdocio pleno en la Iglesia, a grandes sacerdotes, que por no tener vocación de célibe, dejaron su ejercicio ministerial con todas sus dispensas, llevando hoy una vida verdaderamente cristiana y ejemplar con su familia.
Levanto el celibato como un llamado de amor y de entrega total a Dios, en medio de un mundo convulsionado por los pecados y delitos de abusos sexuales de algunos hermanos míos en el sacerdocio.
No es el celibato la causa de esos pecados y delitos. Las estadísticas nos indican que la mayoría de los abusos sexuales se dan en el interior de una familia: con hombres y mujeres casados, no célibes.
La causa está, creo yo, en una sociedad y en una cultura de una moral muy permisiva. También en una vida cristiana que no responde a las exigencias del llamado de amor, a la manera de Cristo, con todo y hasta el extremo, y con una profunda vida interior con el Señor de la Vida
También, ya lo expresamos antes: el "dueño" de las tinieblas, el demonio, vendrá a poner mil pruebas y trampas. Si no nos hemos entregado totalmente a Dios, llegaremos con casi certeza a un quiebre, que sería mucho peor que haber optado por un sacerdocio célibe.
Pero, después de todo,repito: lo que importa es vivir de tal manera que nuestra vida sería absurda si no esperáramos la resurrección y la vida eterna.
Les doy otras citas de Puebla, para reafirmar más, el tema central de este domingo:
"La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos hacia su meta definitiva".
Ella "ya constituye en la tierra el germen y principio de ese Reino" (LG 5). Germen que deberá crecer en la historia, bajo el influjo del Espíritu,hasta el día en que "Dios sea todo en todos". (1 Cor. 15,28). Hasta entonces, la Iglesia permanecerá perfectible bajo muchos aspectos, permanentemente necesitada de auto evangelización, de mayor conversión y purificación".
"No obstante, el reino ya está en ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena Nueva. Porque ella - aunque de modo germinal - llena plenamente los anhelos y esperanzas más profundos de nuestros pueblos".
"En esto consiste el "misterio" de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva". (Cfr. LG 4b; 8a; SC 2).
"La Iglesia de hoy no es todavía lo que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta, para evitar una falsa visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que le falta, pues en ella ya está presente y operando de modo eficaz en este mundo la fuerza que obra el Reino definitivo". (Puebla 227-231).
"Por eso, el Padre resucita a su Hijo de entre los muertos. Lo exalta gloriosamente a su derecha. Lo colma de la fuerza vivificante de su Espíritu. Lo establece como Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia. Lo constituye Señor del Mundo y de su historia. Su resurrección es signo y prenda de la resurrección a la que todos estamos llamados y de transformación final del universo. Por Él y con Él ha querido el Padre recrear lo que ya había creado".
"Jesucristo, exaltado, no se ha apartado de nosotros; vive en medio de su Iglesia, principalmente en la Sagrada Eucaristía y en la proclamación de su Palabra; está presente entre los que se reúnen en su Nombre ( Cfr. Mt. 18,20) y en la persona de sus pastores enviados ( Cfr. Mt. 10,40;28,19ss) y ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres". ( Cfr. Mt. 25,40).
"En el centro de la historia humana queda así implantado el Reino de Dios, resplandeciente en el rostro de Jesucristo resucitado. La justicia de Dios ha triunfado sobre la injusticia de los hombres. Con Adán se inició la historia vieja. Con Jesucristo, el nuevo Adán, se inicia la historia nueva y ésta recibe el impulso indefectible que llevará a todos los hombres, hechos hijos de Dios por la eficacia del Espíritu a un dominio del mundo cada día más perfecto; a una comunión entre hermanos cada vez más lograda y a la plenitud de comunión y participación que constituyen la vida misma de Dios. Así asociamos la buena noticia de la persona de Jesucristo a los hombres de América Latina, llamados a ser hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio (Cfr. EN 18) para sostener su esfuerzo y alentar su esperanza". (Puebla 195-197).
Que Jesús muerto y resucitado nos haga ya, desde este mundo, morir al pecado personal y social, resucitando siempre, todos los días, proyectando esta pascua, hacia la resurrección y vida eterna en el Cielo.
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor, Jesús!".
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+
Leemos en este Evangelio acerca de una discusión entre Jesús y algunos jefes que no creían en la resurrección. Estos jefes saduceos quieren entrampar a Jesús con una pregunta capciosa.Jesús no se deja entrampar. Tampoco cae en el juego de la casuística interminable. Jesús va directo al punto que importa Jesús habla de la resurrección.
La vocación y el llamado cristiano a ser una persona nueva y a hacer una sociedad también nueva, va más allá de nuestra historia terrenal y temporal. Jesús habla del Reino de Dios definitivo y eterno, que se va construyendo en nuestra historia temporal. Jesús habla de las promesas de eternidad. Éstas se van haciendo en nuestro tiempo terrenal. Él nos anuncia que entre esta vida y la futura hay al mismo tiempo continuidad y discontinuidad. Ya está el Reino, pero todavía no... hay uno definitivo, que se está gestando desde ya, aquí y ahora en el mundo temporal.(Cfr. Puebla 228-231).
El Evangelio nos dice que nuestra resurrección de entre los muertos es coherente con la naturaleza de Dios. Dios es Dios de vida. Dios es Dios de los vivos. Aquí cabe recordar las palabras de Jesús claras con respecto a Él, el Dios hecho Hombre:
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". (Jn. 10,10).
"Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en mí, no morirá para siempre". (Juan 11,25).
"La voluntad de mi Padre es que toda persona que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". (Juan 6,40).
Esta es la promesa de Jesús por la que dio y entregó su vida. Promesa que está en la raíz de nuestra vocación hacia la vida eterna. Esa vida de Jesús, que él comunica a los suyos es abundante, es inagotable; no puede agotarse en los límites de nuestra vida temporal e histórica. Siempre se está expresando en nuestra historia y realidad de nuestra vida terrenal. Jesús es la respuesta a nuestra aspiración de vivir plena y en forma definitiva. Él viene a responder a nuestra ansia de vivir siempre, vivir plenamente y eternamente. A esta realidad propia de nuestro ser es que podemos aplicar esa hermosa frase:
"Somos una flecha lanzada hacia el infinito". (Neruda).
La resurrección más allá de un acto milagroso, o un consuelo cierto. No, no es sólo eso:
¡Es el triunfo de la vida!
Es un triunfo definitivo fruto de esas semillas de vida que Cristo encarnó en nuestra historia personal y social a través de nuestros pasos por este mundo temporal.
La resurrección es una dimensión de nuestro cristianismo y de nuestra fe. Debe constituirse en un testimonio permanente de nuestra comunidad cristiana y de la misma Iglesia. Este testimonio es histórico y debe encarnarse por la fe y el amor concreto y eficaz, siguiendo la huellas de Jesús que se encarnó en nuestra vida y en la historia de este mundo, para salvarlo y no para condenarlo.
Siguiendo fiel y radicalmente a Jesús debemos hacer vida, solidarizando con los oprimidos, haciendo de este mundo de "pecado social", un mundo de justicia y vida; construyendo el Reino desde ya, y hacia la resurrección y el Reino definitivo.
También, en el caminar de vida y de resurrección de nuestros hermanos, hay matrimonio que se contraen, buscando la constitución de una familia.También hay política, con ansia de vida, buscando el bien de la "polis", del bien común.( Cfr. Puebla 796.799). En nuestro caminar hacia la vida eterna, procuramos que nuestra política sea la expresión más eximia de nuestra caridad a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres; hacemos un paso de muerte a vida cuando hacemos que nuestra sociedad sea más justa y fraterna. Así como en nuestra vida personal morimos al pecado para resucitar a la gracia divina, haciendo una pascua, también lo hacemos en el plano social, buscando el Reino de Dios y su justicia desde ya, aquí y ahora, haciendo un paso de situaciones infrahumanas a una vida más humana, avisorando esa resurrección y vida definitiva. En esos compromisos temporales, por la justicia e igualdad, y por una mayor fraternidad, ya estamos iniciando el Reino definitivo y eterno.
La Iglesia y la comunidad cristiana deben expresar en valores y actos concretos que su fe va más allá de esta historia temporal, y que la vida se nos dará en plenitud más allá de lo temporal e histórico de este mundo. Debemos entender que nuestros compromisos y trabajos no se explican sólo por las exigencias de esta vida, sino porque, con ellos, estamos buscando la resurrección y la vida eterna.
En este contexto, que hemos señalado, es que adquiere toda claridad y explicación, la respuesta de Jesús a los saduceos:
"En este mundo los hombres y las mujeres se casan. Pero los que sean juzgados dignos de entrar al otro mundo y de resucitar de entre los muertos, ya no se casarán. Sepan, además, que no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles. Y son hijos de Dios, pues él los ha resucitado".
La castidad consagrada y el celibato, que a veces nos cuesta entender como valor, a la que muchos cristianos(as) son conducidos por el Espíritu, es el testimonio de una forma de vivir propia de la resurrección. Puede esto resultar ambiguo si nuestro cristianismo se agotara en la tierra. Lo mismo se da en una opción radical a la pobreza voluntaria; también en una vida de oración contemplativa, en los momentos de liturgia que dedicamos a Dios. (Cfr. Puebla 742-757)).
El testimonio cristiano es vivir de tal modo, que esta vida sería absurda si no esperáramos la resurrección y la vida eterna.
Hay momentos, en nuestra vida, que se nos presentan, como una disyuntiva: elegir sobre cosas de la vida, aunque sean muy legítimas, y el absoluto de Dios; entre algo temporal y bueno, y el amor absoluto, sin condiciones, al Señor de la vida y de la resurrección:
"Si alguno quiere venir a mí, y no deja a un lado a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas, y aún a su propia persona, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz para seguirme, no puede ser mi discípulo". (Lucas 14, 26-27).
Jesús piensa en los que, después de entusiasmarse por él y dejar ambiciones para dedicarse a la obra del Evangelio, volverán atrás, buscando una vida más "normal" y más segura, según las normas del hombre común. Jesús necesita discípulos que se comprometan de una vez, y cree que el hombre y la mujer pueden jugarse la vida de una vez y para siempre con, para y por Él. Cristo es de verdad un asunto muy serio, y es mejor no empezar si no estamos dispuestos de ir hasta el final. Hay que saber que la lucha es contra el "dueño" de las tinieblas de este mundo, el cual vendrá, hacia nosotros con muchas pruebas y trampas inesperadas. De no haberse entregado totalmente, el discípulo llegaría con toda certeza a una quiebra. Por eso, nuestro comienzo y nuestro caminar, siguiendo a Jesús Vida Eterna, requieren de una voluntad firme y perseverante, con un corazón abierto a Cristo, "que está a la puerta". Abierto con humildad y pobreza, para que Él viendo nuestra pequeñez, haga en nosotros grandes maravillas, como Dios con su Madre. Por ahí, no gana el "maligno".
A algunos Jesús les pide alejarse de los suyos y de los problemas familiares. A todos les muestra, que no serán libres, para responder a los llamados de Dios, si se niegan a pensar en forma totalmente nueva en los lazos familiares, en el uso de su tiempo y en lo que sacrifican a la convivencia con los de su ambiente de vida.
En este contexto, es que Jesús, llama a algunos, a una vida consagrada en la castidad y en el celibato. Hay disyuntivas que se presentan como elección absoluta de Jesús: nada puede postergarlo. Es una entrega de amor absoluto:
"Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas".
Y en la línea de un amor a los hermanos, no a medias o sólo como uno se ama a sí mismo:
"Ámense unos a otros como yo los amé".
Hasta el extremo de entregar su vida toda, para que todos tengan vida y vida en abundancia: vida de resurrección y vida eterna.
No obstante, levantar el celibato y la vida consagrada en castidad, pienso que los llamados y vocaciones de Dios no son iguales y hechos de una misma forma. Pienso que Dios puede llamar al sacerdocio de modos distintos. Pienso, y de hecho es así, el celibato no es inherente al sacerdocio. No siempre ha habido sacerdotes célibes; la historia de la Iglesia lo demuestra en forma concluyente. El celibato es exigido por la Iglesia al sacerdote por una norma externa al sacerdocio. Pienso que la Iglesia puede plantearse la posibilidad de un sacerdocio opcional: sacerdote célibe y sacerdote casado. Desde ya, pienso, que se podrían reintegrar al sacerdocio pleno en la Iglesia, a grandes sacerdotes, que por no tener vocación de célibe, dejaron su ejercicio ministerial con todas sus dispensas, llevando hoy una vida verdaderamente cristiana y ejemplar con su familia.
Levanto el celibato como un llamado de amor y de entrega total a Dios, en medio de un mundo convulsionado por los pecados y delitos de abusos sexuales de algunos hermanos míos en el sacerdocio.
No es el celibato la causa de esos pecados y delitos. Las estadísticas nos indican que la mayoría de los abusos sexuales se dan en el interior de una familia: con hombres y mujeres casados, no célibes.
La causa está, creo yo, en una sociedad y en una cultura de una moral muy permisiva. También en una vida cristiana que no responde a las exigencias del llamado de amor, a la manera de Cristo, con todo y hasta el extremo, y con una profunda vida interior con el Señor de la Vida
También, ya lo expresamos antes: el "dueño" de las tinieblas, el demonio, vendrá a poner mil pruebas y trampas. Si no nos hemos entregado totalmente a Dios, llegaremos con casi certeza a un quiebre, que sería mucho peor que haber optado por un sacerdocio célibe.
Pero, después de todo,repito: lo que importa es vivir de tal manera que nuestra vida sería absurda si no esperáramos la resurrección y la vida eterna.
Les doy otras citas de Puebla, para reafirmar más, el tema central de este domingo:
"La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres para impulsarlos hacia su meta definitiva".
Ella "ya constituye en la tierra el germen y principio de ese Reino" (LG 5). Germen que deberá crecer en la historia, bajo el influjo del Espíritu,hasta el día en que "Dios sea todo en todos". (1 Cor. 15,28). Hasta entonces, la Iglesia permanecerá perfectible bajo muchos aspectos, permanentemente necesitada de auto evangelización, de mayor conversión y purificación".
"No obstante, el reino ya está en ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena Nueva. Porque ella - aunque de modo germinal - llena plenamente los anhelos y esperanzas más profundos de nuestros pueblos".
"En esto consiste el "misterio" de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que en ella resplandece, convoca y salva". (Cfr. LG 4b; 8a; SC 2).
"La Iglesia de hoy no es todavía lo que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta, para evitar una falsa visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que le falta, pues en ella ya está presente y operando de modo eficaz en este mundo la fuerza que obra el Reino definitivo". (Puebla 227-231).
"Por eso, el Padre resucita a su Hijo de entre los muertos. Lo exalta gloriosamente a su derecha. Lo colma de la fuerza vivificante de su Espíritu. Lo establece como Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia. Lo constituye Señor del Mundo y de su historia. Su resurrección es signo y prenda de la resurrección a la que todos estamos llamados y de transformación final del universo. Por Él y con Él ha querido el Padre recrear lo que ya había creado".
"Jesucristo, exaltado, no se ha apartado de nosotros; vive en medio de su Iglesia, principalmente en la Sagrada Eucaristía y en la proclamación de su Palabra; está presente entre los que se reúnen en su Nombre ( Cfr. Mt. 18,20) y en la persona de sus pastores enviados ( Cfr. Mt. 10,40;28,19ss) y ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres". ( Cfr. Mt. 25,40).
"En el centro de la historia humana queda así implantado el Reino de Dios, resplandeciente en el rostro de Jesucristo resucitado. La justicia de Dios ha triunfado sobre la injusticia de los hombres. Con Adán se inició la historia vieja. Con Jesucristo, el nuevo Adán, se inicia la historia nueva y ésta recibe el impulso indefectible que llevará a todos los hombres, hechos hijos de Dios por la eficacia del Espíritu a un dominio del mundo cada día más perfecto; a una comunión entre hermanos cada vez más lograda y a la plenitud de comunión y participación que constituyen la vida misma de Dios. Así asociamos la buena noticia de la persona de Jesucristo a los hombres de América Latina, llamados a ser hombres nuevos con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio (Cfr. EN 18) para sostener su esfuerzo y alentar su esperanza". (Puebla 195-197).
Que Jesús muerto y resucitado nos haga ya, desde este mundo, morir al pecado personal y social, resucitando siempre, todos los días, proyectando esta pascua, hacia la resurrección y vida eterna en el Cielo.
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor, Jesús!".
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+