Los jesuitas se han dedicado a cultivar la ciencia y la fe, gracias a sus compañeros del siglo XVI
Fernando García de Cortázar, SJ, catedrático de Historia en la Universidad de Deusto, inició su relato sobre los jesuitas y el humanismo europeo del “prodigioso siglo XVI” con Ignacio de Loyola, que pasó “de vagabundo hirsuto, a peregrino en Jerusalén y a estudiante en París”, donde se gestó la “educación sentimental" de los primeros compañeros. Ignacio, Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla, Simón Rodrigues, Juan Coduri, Pascasio Broët y Claudio Jayo asistieron a un gran cambio en Europa, que afectó a todos los ámbitos de la vida.
Ese gran cambio, explicó García de Cortázar, cristalizó en 1530 con la coronación de Carlos I; a partir de ese momento, la religiosidad crítica fue ahogada en España a favor de Roma, una situación común a todos los países europeos, cuya atmósfera se hizo irrespirable para los críticos, ya permanecieran fieles al catolicismo o se hubieran alistado en las filas reformistas. Los poderes civil y religioso estaban tan indisolublemente unidos que cualquier diferencia religiosa era también política y se traducía en enfrentamientos. Para este historiador, la Contrarreforma se configuró como un fenómeno “indudablemente reactivo”, tanto en sus orígenes como en su planteamiento. En este contexto, jesuitismo y antijesuitismo compiten en el territorio de los mitos, lo que ha desfigurado a su fundador. “Considero a Ignacio de Loyola como el primer católico moderno, que integró en el dogma el humanismo renacentista, como hizo también con la educación y el arte de su tiempo”, añadió.
También se refirió a la vocación misionera de los jesuitas, “simbolizada en la figura piadosa de Francisco Javier, pero enraizada en el deseo de la Compañía de traspasar fronteras”. Uno de sus méritos fue ser los primeros en “despojarse del traje occidental” para evangelizar en las misiones. Lo que, a juicio de García de Cortázar, les sitúa ante una paradoja: a la vez que fomentan el humanismo cristiano en el viejo continente, renuncian a las referencias occidentales en los nuevos territorios. “La singularidad de la Compañía fue su apertura y diálogo, sin olvidar la universalidad ni caer en el sincretismo”.
A lo largo de su intervención, el conferenciante dejó claro que la actividad de los primeros jesuitas estuvo marcada por su voluntad de “estar en el siglo”, pelearon en todos los frentes de la actividad pública y no dejaron indiferente a nadie. “La Compañía es, desde sus orígenes, la mayor contribución de España a la cultura”, concluyó.
Agustín Udías, SJ, catedrático emérito de Física en la Complutense, fue el encargado de presentar a Christopher Clavius (1538-1612), jesuita alemán, matemático y astrónomo, pionero entre los científicos de la Compañía. “Marca el comienzo de una tradición de trabajo en las ciencias que es única en la Iglesia. No hay otra institución religiosa con una tradición así, aunque sí que hay casos individuales”, subrayó Udías.
Clavius coincidió con San Ignacio en Roma, donde había acudido a estudiar derecho, y decidió entrar en la Compañía. Ya como jesuita, ocupó la cátedra de matemáticas en el Collegio Romano, donde estableció una academia que formaría a los profesores que enseñaron matemáticas en los colegios jesuitas y sirvió de instrumento para formalizar la enseñanza de esta materia. “Su mayor contribución como profesor fue la publicación de libros de texto sobre matemáticas y astronomía”, afirmó Udías, entre los que destacan sus comentarios a los libros de Euclídes y Geometría práctica. Como curiosidad, Udías dijo que hemos heredado de Clavius la notación numérica actual, y que hasta él no se utilizaba ningún recurso ortográfico para indicar los millares y separar los números.
En la época de Clavius, la astronomía vivía un gran cambio: ya se había publicado la obra de Copérnico y Kepler y Galileo comenzaban a hacer sus observaciones. El ilustre jesuita vio necesaria una reforma de la astronomía, aunque siguió fiel a la ptolomeica hasta el fin de sus días. Udías relató la relación “cercana y especial” entre Galileo y Clavius, quien a petición del General del Collegio Romano habría confirmado las observaciones del florentino e incluso organizó una gran fiesta en su honor. No obstante, la relación entre Galileo y la Compañía se deterioró tras la muerte de Clavius, y llegaron a producirse grandes enfrentamientos.
Udías, que recorrió la herencia de Clavius por todo el mundo, desde España a China, y hasta nuestros días, destacó el legado del matemático en dos ámbitos: su intervención en la Ratio Studiorum, a favor de la obligatoriedad de las matemáticas, y su participación en la reforma del calendario, que dio origen al gregoriano. La Ratio Studiorum es el documento que estableció formalmente el sistema global de educación de la Compañía de Jesús en 1599 y hasta el siglo XX; durante su elaboración, Clavius defendió la inclusión de las matemáticas en los planes de estudio con carácter obligatorio, en controversia con otros profesores. Mientras algunos jesuitas negaban la certeza de las matemáticas, él la defendió, asignándole, de hecho, el nivel más alto de certeza. Según Udías, “llega a afirmar su necesidad para entender los fenómenos de la naturaleza”, sentando así la base de la nueva ciencia, que luego defendería el propio Galileo. La labor de Clavius en el Collegio Romano sirvió de ejemplo para los colegios de la Compañía. “Como gran profesor que fue, tuvo buenos alumnos, que se extendieron por toda Europa”, señaló Udías.
Su fama hizo que Gregorio XIII le llamara a participar en la reforma del calendario y, aunque no fue idea original de Clavius, se encargó de defenderla. El objetivo del Papa era solucionar el constante desplazamiento de las fiestas religiosas cristianas a lo largo de los años, y para corregir el desfase entre el calendario juliano, vigente entonces, y el solar, se propuso que al miércoles 4 de octubre de 1582 le siguiera el 15 de octubre de 1582; además, serían bisiestos aquellos cuyos dígitos fueran divisibles entre cuatro, a excepción de los que acaban en 00 y no sean divisibles entre 400. La reforma se aprobó, con no poca oposición, y sigue vigente.
Desde Clavius, terminó diciendo Udías, las ciencias son asumidas por los jesuitas como parte de su trabajo apostólico. Además, “con sus aportaciones, [los primeros científicos jesuitas] formaron parte del nacimiento de la ciencia moderna”.
Santiago Madrigal, SJ, profesor de la Facultad de Teología de Comillas, analizó la figura de Diego Laínez, al que se refirió como “un humanista en Trento” o “el gran teólogo del concilio”. Predicador, confesor, director de colegios, Provincial, vicario y, finalmente, segundo Prepósito General de la Compañía de Jesús, Laínez consiguió ejercer con notable predicamento el magisterio teológico y logró alcanzar la cima intelectual de los primeros jesuitas, junto a su compañero Alfonso Salmerón.
Madrigal comenzó su intervención introduciendo al auditorio en las encrucijadas a las que tuvo que enfrentarse el jesuita, en una Europa profundamente marcada por la reforma promovida por Lutero. En este contexto, se convoca el Concilio de Trento, cuya obra doctrinal se concibió como una respuesta a las tesis protestantes. El ponente repasó los temas tratados en los distintos períodos de sesiones, hasta llegar al tercero y más conflictivo, pues planteaba si el concilio debía emprender la reforma de la curia romana o si este era un asunto reservado al papa. Aquí, Laínez intervino, no sólo como teólogo pontificio, sino con voto deliberativo, del que disfrutaba como General de la Compañía. “Está fuera de dudas que los jesuitas tenían una idea bastante precisa acerca de la absoluta necesidad de una reforma del papado”, afirmó Madrigal, pero eso no significaba que compartieran la de una reforma del Papa por el concilio, como hicieron otros.
Aunque Laínez está considerado como uno de los precursores de la teología moderna, la suma de tareas y ocupaciones que desempeñó a lo largo de su vida, le impidieron pasar a la historia como autor de una gran obra intelectual. Pese a acariciar el proyecto de construir una suma teológica, sus esfuerzos fueron baldíos y nunca consiguió concluirla. Poco ayudó su caligrafía apenas legible, que imposibilitó la recopilación y edición de su pensamiento teológico, expuso Madrigal, a modo de anécdota. En definitiva, “los negocios de gobierno y el apostolado hicieron imposible aquella tarea, el hombre de estudios ha sido desdibujado por el hombre de acción”.
Como General, Laínez es poco recodado, probablemente por estar entre San Ignacio y San Francisco de Borja. Con todo, durante su generalato prolongó la orientación que llevaba la Compañía desde su fundación. Lo más característico de su gobierno fue el desarrollo de los colegios, a lo que sumó el impulso de las misiones que ya estaban en marcha, recordó Madrigal.