Las virtudes teologales, tema de los sermones
Al iniciar su primera reflexión de Adviento, el cardenal Cantalamessa señaló a los miembros de la Curia romana que, “el sentido y la utilidad de estos sermones de Adviento y Cuaresma” son para “sacar fuerza de las verdades de la fe y así enfrentar todos los problemas con el espíritu justo”, y no para “oír opiniones o soluciones a los problemas eclesiales del momento”. En definitiva, afirmó el purpurado, son para darse un baño de fe, esperanza y caridad.
“Así que pensé en elegir las tres virtudes teologales como tema de estos tres sermones de Adviento. La fe, la esperanza y la caridad son el oro, el incienso y la mirra que nosotros, los Reyes Magos de hoy, queremos llevar como regalo a Dios que ‘viene a visitarnos desde lo alto’. Aprovechando la antigua tradición -patrística y medieval- sobre las virtudes teologales, intentaré -en la medida de lo posible, en tres breves meditaciones- un enfoque también moderno y existencial, es decir, que responda a los desafíos, enriquecimientos y, a veces, a los sustitutos propuestos por el hombre de hoy a las virtudes teologales del cristianismo”.
Tres puertas de acceso al corazón humano
La virtud teologal que el Predicador de la Casa Pontificia eligió para esta primera predicación fue el de la fe. Para ello, tomo el Salmo 23 como fuente de inspiración y dijo que, en la interpretación espiritual de los Padres y de la liturgia, las puertas de las que habla el salmo son las del corazón humano. En este sentido, recordó que, San Juan Pablo II hizo de las palabras del salmo el manifiesto de su pontificado: “¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”.
“ La gran puerta que el hombre puede abrir o cerrar a Cristo es una y se llama libertad. Sin embargo, ella se abre de tres maneras distintas, o según tres tipos distintos de decisiones que podemos considerar como tres puertas: la fe, la esperanza y la caridad. Todas son puertas especiales: se abren por dentro y por fuera al mismo tiempo: con dos llaves, una de las cuales está en manos del hombre, la otra de Dios, el hombre no puede abrirlas sin la ayuda de Dios y Dios no quiere abrirlas sin la colaboración del hombre”.
Cristo, origen y cumplimiento de la fe
Al comenzar su reflexión sobre la fe, la primera de las tres puertas, el cardenal Cantalamessa precisó que, Dios abre la puerta de la fe en cuanto da la posibilidad de creer enviando a quienes predican la buena nueva; el hombre abre la puerta de la fe al aceptar esta posibilidad.
“Con la venida de Cristo, se da un salto cualitativo en cuanto a la fe. No en la naturaleza de la misma, sino en su contenido. Ahora ya no se trata de una fe genérica en Dios, sino de la fe en Cristo nacido, muerto y resucitado por nosotros”. “La fe cristiana, por tanto, no consiste sólo en creer en Dios; consiste en creer también en aquel a quien Dios ha enviado. Cuando, antes de realizar un milagro, Jesús pregunta: "¿Crees?" y, después de haberla cumplido, afirma: “Tu fe te ha salvado”, no se refiere a una fe genérica en Dios; se refiere a la fe en él, en el poder divino que le ha sido otorgado”.
El proceso de la fe que justifica a los pecadores
Esta es ahora la fe que justifica a los pecadores, subrayó el purpurado, la fe que da a luz una nueva vida. Y el proceso de esta fe esta descrita por San Pablo, en el capítulo 10 de la Carta a los Romanos.
“ Todo comienza, dice, por los oídos, por escuchar el anuncio del Evangelio: "La fe viene de la escucha", fides ex auditu. De los oídos, el movimiento pasa al corazón, donde se toma la decisión fundamental: “con el corazón se cree”: corde creditur. Desde el corazón, el movimiento sube a la boca: “con la boca se hace la profesión de fe”: ore fit confessio”. “El proceso no acaba ahí, sino que -desde los oídos, el corazón y la boca- pasa a las manos. Sí, porque la fe se hace operativa en la caridad, dice el Apóstol (Gál 5, 6)”.
¿Fuera de la Iglesia no hay salvación?
En este punto, indicó el cardenal Cantalamessa, surge una pregunta muy actual. Si la fe que salva es la fe en Cristo, ¿qué pensar de todos aquellos que no tienen posibilidad de creer en él? Vivimos en una sociedad pluralista, incluso religiosamente, en la cual ya no prima el axioma tradicional: "Fuera de la Iglesia no hay salvación": Extra Ecclesiam nulla salus y desde hace algún tiempo existe un diálogo entre religiones, basado en el respeto mutuo y el reconocimiento de los valores presentes en cada una de ellas.
“En la Iglesia Católica, el punto de partida fue la declaración "Nostra aetate" del Concilio Vaticano II, pero una orientación similar es compartida por todas las Iglesias cristianas históricas. Con este reconocimiento, se ha afirmado la convicción de que incluso las personas fuera de la Iglesia pueden salvarse”.
Buscar a Dios con corazón sincero
Y buscando una respuesta en las Escrituras, el Predicador de la Casa Pontificia dijo que, se puede salvar quien actúa en base a su propia conciencia (Rm 2, 14-15) y hace el bien al prójimo (Mt 25, 3 ss.) es aceptable a Dios.
“La razón principal de nuestro optimismo no se basa, sin embargo, en el bien que pueden hacer los adherentes a otras religiones, sino en la ‘gracia multiforme de Dios’ (1Pt 4, 10). A veces siento la necesidad de ofrecer el sacrificio de la Misa precisamente en nombre de todos los que se salvan por los méritos de Cristo, pero no lo saben y no pueden agradecerle. La liturgia también nos insta a hacerlo. En la Plegaria Eucarística IV, a la oración por el Papa, el obispo y los fieles, se añade una oración por todos los que te buscan con corazón sincero”.
El sufrimiento, un medio extraordinario de salvación
Dios tiene muchas más formas de salvar de las que podemos pensar, afirmó el Cardenal Cantalamessa, instituyó "canales" de su gracia, pero no se ligó a ellos. Uno de estos medios "extraordinarios" de salvación es el sufrimiento. Después de que Cristo lo tomó sobre sí y lo redimió, él es también, a su manera, un sacramento universal de salvación.
“Creemos que todos los que son salvos son salvos por los méritos de Cristo: "No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos". Sin embargo, una cosa es afirmar la necesidad universal de Cristo para la salvación y otra cosa es afirmar la necesidad universal de la fe en Cristo para la salvación”.
El reto de la ciencia
El gran reto que la fe tiene que afrontar en nuestra época, indicó el Predicador, no proviene tanto de la filosofía, como en el pasado, sino de la ciencia. Y haciendo alusión a una noticia de hace unos meses, de un telescopio que fue lanzado al espacio para observar el cosmos después del Big Bang, dijo que seríamos insensatos e ingratos si no participáramos del justo orgullo de la humanidad por este, como por cualquier otro descubrimiento científico.
“Hacemos estas reflexiones sobre la fe y la ciencia no para convencer a los científicos no creyentes (ninguno de ellos está aquí para escuchar o leerá estas palabras), sino para confirmarnos a los creyentes en la fe y no ser perturbados por el clamor de voces contrarias. Es la misma finalidad por la que San Lucas le dice al "ilustre Teófilo" que escribió su Evangelio: Para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido (Lc 1, 4)”.
El justo vive por la fe
Por ello, señaló el Cardenal Cantalamessa, la fe es el único criterio capaz de relacionarnos correctamente, no sólo con la ciencia, sino también con la historia. Y al hablar de la fe que justifica, san Pablo cita el célebre oráculo de Habacuc: "El justo por la fe vivirá" (Ab 2, 4). ¿Qué quiere decir Dios con esa palabra profética, ya que es Dios mismo quien la pronuncia? El mensaje se abre con un lamento del profeta, por la derrota de la justicia y porque Dios parece impasible ante la violencia y la opresión. Dios no resuelve el enigma de la historia, pero nos pide que confiemos en él y en su justicia, a pesar de todo. La solución no está en el cese de la prueba, sino en el aumento de la fe.
“El mensaje de Habacuc es singularmente actual. La humanidad experimentó en los últimos años del siglo pasado la liberación del poder opresivo de los sistemas totalitarios comunistas. Pero no hemos tenido tiempo de dar un suspiro de alivio porque otras injusticias y violencias han surgido en el mundo. Hubo quienes, al final de la "guerra fría", habían creído ingenuamente que el triunfo de la democracia cerraría ahora definitivamente el ciclo de las grandes conmociones y que la historia seguiría su curso sin mayores sobresaltos. Exactamente sin más "historia". Esta tesis pronto fue lamentablemente desmentida por los acontecimientos, con la aparición de otras dictaduras y el estallido de otras guerras, empezando por la del "Golfo", hasta la desgraciada de este año en Ucrania”.
Transmitir la fe sin ataduras
Y mientras llega el juicio definitivo de Dios, indicó el purpurado, lo que puede hacer la Iglesia, para no asistir pasivamente al desarrollarse de la historia, es tomar partido contra la opresión y la injusticia y ponerse siempre, "en el tiempo y fuera del tiempo", del lado de los pobres, de los débiles, de las víctimas, los que llevan las consecuencias peores de cada desgracia y de cada guerra. Lo que pueden hacer los creyentes es también remover uno de los factores que siempre ha fomentado los conflictos y que es la rivalidad entre religiones, las funestas “guerras religiosas”.
“Hoy en día se hace mucho uso de la transmisión inalámbrica (WiFi). También la fe se transmite preferentemente de esta manera: sin ataduras, sin muchas palabras y argumentos, sino a través de una corriente de gracia que se establece entre dos personas”.
Someterse a Dios con un acto de total confianza
Finalmente, el cardenal Cantalamessa dijo que, el mayor acto de fe que puede hacer la Iglesia -después de haber orado y hecho todo lo posible para evitar o detener los conflictos- es someterse a Dios con un acto de total confianza y sereno abandono, repitiendo con el Apóstol: "Yo sé en quién he puesto mi confianza!”. Dios nunca retrocede para hacer caer al vacío a quien se arroja en sus brazos.
“Vamos, entonces, al encuentro de Cristo que viene, con un acto de fe que es también promesa de Dios y por tanto profecía: ‘El mundo está en manos de Dios y cuando, abusando de su libertad, el hombre haya tocado el fondo, él intervendrá para salvarlo’ ¡Sí, intervendrá! Por eso vino al mundo hace dos mil veintidós años”.