El Papa reitera su ruego por la paz: "Tantos niños muertos, tantos inocentes muertos" Francisco da a los curas las claves de la predicación: "Una idea, un acto, una propuesta... y diez minutos"
El papel del Espíritu Santo en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Ese fue el tema de la catequesis del Papa en la audiencia general de este miércoles, 4 de diciembre, en una plaza de San Pedro que, por primera vez, escuchó también la traducción de las palabras de Francisco al chino
"Con más de diez minutos, la predicación se deshace, desaparece, se desvanece, y esto se lo digo a los predicadores... Tantas veces vemos a hombres que, cuando empieza la predicación, se van a fuera a fumarse un cigarro..."
A la hora de los saludos, el Papa recordó el tiempo de Adviento recién comenzado y, de nuevo, pidió, "por favor, continuar rezando por la paz, la guerra es una derrota humana, la guerra no resuelve los problemas, la guerra es mala, la guerra destruye..."
A la hora de los saludos, el Papa recordó el tiempo de Adviento recién comenzado y, de nuevo, pidió, "por favor, continuar rezando por la paz, la guerra es una derrota humana, la guerra no resuelve los problemas, la guerra es mala, la guerra destruye..."
El papel del Espíritu Santo en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Ese fue el tema de la catequesis del Papa en la audiencia general de este miércoles, 4 de diciembre, en una plaza de San Pedro que, por primera vez, escuchó también la traducción de las palabras de Francisco al chino, prueba del interés que este pontificado está dando a las relaciones con el gigante asiático y el papel de la iglesia católica en el país.
Señaló en esta catequesis los "dos elementos constitutivos de la predicación cristiana: su contenido, que es el Evangelio, y su medio, que es el Espíritu Santo", comenzó indicando el Papa, quien incidió luego en que "si no queremos volver a caer en el error denunciado por el apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a la fe, debemos partir siempre de la proclamación de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Por eso, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium insistí tanto en el primero de los dos, es decir, en el kerygma o «anuncio», del que depende toda aplicación moral".
Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con ideas y doctrina, vida y convicción profunda. Significa confiar no en «discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y su poder» (1 Cor 2:4), como escribió San Pablo
"Pero, ¿cómo ponerlo en práctica si no depende de nosotros, sino de la venida del Espíritu Santo?", se preguntó el Papa. Hay dos cosas que dependen de nosotros, prosiguió. La primera es la oración, dijo. "Lo segundo, abundó el Papa, "no es predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesús el Señor", porque "no querer predicarnos a nosotros mismos implica también no dar siempre prioridad a las iniciativas pastorales promovidas por nosotros y vinculadas a nuestro propio nombre, sino colaborar de buen grado, si se nos pide, en las iniciativas comunitarias, o que se nos encomienden por obediencia".
En este punto, el Papa, improvisando, como suele hacer a menudo, recordó algo en lo que les suele insistir a los curas: las claves para que una homilía que cumpla su objetivo: "Con más de diez minutos, la predicación se deshace, desaparece, se desvanece, y esto se lo digo a los predicadores... Tantas veces vemos a hombres que, cuando empieza la predicación, se van a fuera a fumarse un cigarro... Una idea, un acto y una propuesta para hacer. Eso debe ser la predicación. Y en no más de diez minutos".
A la hora de los saludos, el Papa recordó el tiempo de Adviento recién comenzado y, de nuevo, pidió, "por favor, continuar rezando por la paz, la guerra es una derrota humana, la guerra no resuelve los problemas, la guerra es mala, la guerra destruye...".
"Recemos por todos los países en guerra, no olvidemos a la martirizada Ucrania, no olvidemos a Pelestina, Israel, Myanmar... Tantos niños muertos, tantos inocentes muertos... Recemos para que el Señor nos haga alcanzar la paz. Recemos siempre por la paz, recemos siempre por la paz", concluyó el ruego del Papa, siempre presente en sus audiencias, así como en los ángelus ande los domingos.
Texto íntegro de la catequesis papal
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después de haber reflexionado sobre la acción santificadora y carismática del Espíritu, dedicamos esta catequesis a la obra evangelizadora del Espíritu Santo, es decir, a su papel en la predicación de la Iglesia.
La Primera Carta de Pedro define a los apóstoles como «los que anunciaron el Evangelio por medio del Espíritu Santo» (cf. 1,12). En esta expresión encontramos los dos elementos constitutivos de la predicación cristiana: su contenido, que es el Evangelio, y su medio, que es el Espíritu Santo. Digamos algo de uno y otro.
En el Nuevo Testamento, la palabra «Evangelio» tiene dos significados principales. Puede referirse a cualquiera de los cuatro Evangelios canónicos: Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y en esta acepción el Evangelio significa la buena nueva proclamada por Jesús durante su vida terrenal. Después de Pascua, la palabra «Evangelio» adquiere el nuevo significado de buena noticia sobre Jesús, es decir, el Misterio Pascual de la muerte y resurrección de Cristo. Esto es lo que el apóstol llama «evangelio» cuando escribe: «No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom 1:16).
La predicación de Jesús, y más tarde la de los apóstoles, también contiene todos los deberes morales que se desprenden del Evangelio, empezando por los Diez Mandamientos y terminando por el 'nuevo' mandamiento del amor. Pero si no queremos volver a caer en el error denunciado por el apóstol Pablo de anteponer la ley a la gracia y las obras a la fe, debemos partir siempre de la proclamación de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Por eso, en la exhortación apostólica Evangelii gaudium insistí tanto en el primero de los dos, es decir, en el kerygma o «anuncio», del que depende toda aplicación moral.
De hecho, «en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o «kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. […] Cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos. […] No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio» (nn. 164-165).
Hasta ahora hemos visto el contenido de la predicación cristiana. Sin embargo, debemos tener en cuenta también los medios del anuncio. El Evangelio debe predicarse «mediante el Espíritu Santo» (1 Pe 1:12). La Iglesia debe hacer precisamente lo que Jesús dijo al comienzo de su ministerio público: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido y me ha enviado a dar buenas nuevas a los pobres» (Lc 4, 18). Predicar con la unción del Espíritu Santo significa transmitir, junto con ideas y doctrina, vida y convicción profunda. Significa confiar no en «discursos persuasivos de sabiduría, sino en la manifestación del Espíritu y su poder» (1 Cor 2:4), como escribió San Pablo.
Es fácil decirlo -se podría objetar-, pero ¿cómo ponerlo en práctica si no depende de nosotros, sino de la venida del Espíritu Santo? En realidad, hay una cosa que depende de nosotros, más bien dos, y las mencionaré brevemente. La primera es la oración. El Espíritu Santo viene sobre los que rezan, porque el Padre celestial -está escrito- «da el Espíritu Santo a los que se lo piden» (Lc 11,13), ¡sobre todo si se lo piden para anunciar el Evangelio de su Hijo! ¡Ay de predicar sin rezar! Uno se convierte en lo que el Apóstol llama «bronces que resuenan y címbalos que retiñen» (cf. 1 Co 13:1).
Por tanto, lo primero que depende de nosotros es orar. Lo segundo no es predicarnos a nosotros mismos, sino a Jesús el Señor (cf. 2 Co 4,5). No es necesario que nos detengamos en esto, porque cualquiera que se dedique a la evangelización sabe bien lo que significa en la práctica no predicarnos a nosotros mismos. Me limitaré a una aplicación particular de esta exigencia. No querer predicarnos a nosotros mismos implica también no dar siempre prioridad a las iniciativas pastorales promovidas por nosotros y vinculadas a nuestro propio nombre, sino colaborar de buen grado, si se nos pide, en las iniciativas comunitarias, o que se nos encomienden por obediencia.
¡Que el Espíritu Santo enseñe a la Esposa a predicar así el Evangelio a los hombres y mujeres de hoy!
Saludo en español
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy reflexionamos sobre la relación entre el Espíritu Santo y la evangelización. Podemos decir que en la predicación cristiana hay dos elementos constitutivos: el contenido, que es el Evangelio; y el medio, que es el Espíritu Santo. Los dos van íntimamente unidos; es decir, la Palabra de Dios se transmite con la unción del Espíritu Santo; sin el Espíritu faltaría el alma, la vida de la predicación, sólo se difundirían ideas o preceptos a cumplir.
Ahora bien, podríamos preguntarnos: si la acción evangelizadora depende del Espíritu Santo, ¿podemos hacer algo también nosotros? ¿Cómo es posible colaborar en la acción evangelizadora de la Iglesia? Hemos de tener en cuenta sobre todo dos principios: uno es la oración y el otro es estar atentos para no predicarnos a nosotros mismos sino a Jesús. Esto significa que, antes de afrontar un apostolado, necesitamos rezar, invocar al Espíritu Santo para que nos asista. Y esa misión tiene que estar centrada en Cristo, no en nuestros propios deseos o necesidades.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Estamos celebrando en estos días la Novena en preparación a la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Pidámosle a María nuestra Madre que, como ella, permanezcamos abiertos y disponibles a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la misión que la Iglesia nos encomienda. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los proteja.
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