“Las cosas materiales no llenan la vida: solo el amor lo puede hacer” El papa pregunta: "¿Soy esclavo, o las uso con libertad, como instrumentos para dar y recibir amor?"
"Si alguien da a los demás lo que tiene, con la ayuda de Dios, incluso con poco, todos puede tener algo"
"¿Yo qué relación tengo con las cosas materiales? ¿Soy esclavo, o las uso con libertad, como instrumentos para dar y recibir amor?"
"¿Sé decir 'gracias' a Dios y a los hermanos por los dones recibidos y compartirlos con alegría?"
"¿Sé decir 'gracias' a Dios y a los hermanos por los dones recibidos y compartirlos con alegría?"
En el ferragosto italiano, el Papa Francisco, desde la cátedra de la ventana, explica el pasaje evangélico después de la multiplicación, cuando la gente sigue buscando a Jesús “como si fuera un prestidigitador”. Y Francisco recuerda que, en la multiplicación, lo esencial no fue lo material, sino “el camino de la vida que dura para siempre y el sabor del pan que sacia sin límites”. Porque “las cosas materiales no llenan la vida: solo el amor lo puede hacer”.
Texto íntegro de la catequesis del Papa
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el Evangelio nos habla de Jesús que, después del milagro de los panes y de los peces invita a las multitudes, que lo buscan, a reflexionar sobre lo que ha sucedido, para comprender el sentido (cf. Jn 6,24-35). Habían comido aquella comida compartida y habían podido ver cómo, aunque con pocos recursos, gracias a la generosidad y a la valentía de un muchacho, que había puesto a disposición de los demás lo que tenía, todos se habían alimentado hasta saciarse (cf. Jn 6, 1-13). La señal era clara: si alguien da a los demás lo que tiene, con la ayuda de Dios, incluso con poco, todos puede tener algo.
Y, sin embargo, no lo entendieron: confundieron a Jesús con una especie de prestidigitador, y volvieron a buscarlo, esperando que repitiera el prodigio como si fuera magia (cf. v. 26).
Fueron protagonistas de una experiencia fundamental para su camino, pero no captaron su importancia: su atención se concentró solo sobre los panes y sobre los peces, sobre la comida material, que se terminó enseguida, dejándoles todavía con hambre. No se dieron cuenta de que aquello era solo un instrumento, a través del cual, el Padre, mientras saciaba su hambre, les revelaba algo mucho más importante: el camino de la vida que dura para siempre y el sabor del pan que sacia sin límites. El verdadero pan, en definitiva, era y es Jesús, su Hijo amado hecho hombre (cf. v.35), que vino para compartir nuestra pobreza para guiarnos, a través de ella, a la alegría de la comunión plena con Dios y con los hermanos (cf. Jn 3,16), en la entrega.
Las cosas materiales no llenan la vida: solo el amor lo puede hacer (cf. Jn 6,35). Y para que eso suceda el camino a tomar es el de la caridad que no se guarda nada para sí, sino que lo comparte todo. ¿No sucede así también en nuestras familias? Pensemos en esos padres que luchan toda la vida para educar bien a sus hijos y dejarles algo para el futuro. ¡Qué hermoso cuando este mensaje se entiende y los hijos se muestran agradecidos y a su vez se vuelven solidarios entre ellos como hermanos! Y qué triste, en cambio, cuando pelean por la herencia y tal vez no se hablan durante años. El mensaje del padre y de la madre, su legado más valioso no es el dinero sino el amor con el que entregan a los hijos todo lo que tienen, precisamente como hace Dios con nosotros, y así nos enseñan a amar.
Preguntémonos, entonces: ¿Yo qué relación tengo con las cosas materiales? ¿Soy esclavo, o las uso con libertad, como instrumentos para dar y recibir amor? ¿Sé decir “gracias” a Dios y a los hermanos por los dones recibidos y compartirlos con alegría?
Que María, que entregó a Jesús toda su vida, nos enseñe a hacer de todo un instrumento de amor.
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