Francisco asiste a la inauguración de la 'Casa de la Misericordia' en Mongolia Un lugar de acogida para los "descartados" del mundo
Los testimonios del director, de una misionera y de una mujer discapacitada hablan al Papa de la acogida evangélica que se ofrece en este lugar donde los operadores de la caridad proporcionan no sólo asistencia, sino consuelo, escucha y cuidados médicos a los más vulnerables
| Cecilia Seppia
(Vatican News).- Es el director del establecimiento, el hermano Andrew Tran Le Phuong, quien saluda al Papa con ocasión de la inauguración. En sus palabras, como en las de los siguientes testimonios, la misericordia de Dios, que da nombre a esta Casa, toma cuerpo, forma, hasta invadir y conmover con imágenes poderosas el corazón de quien escucha.
Es un lugar que también funciona como centro de primeros auxilios para los sin techo, explica el hermano Andrew, y donde se acoge a diario a quienes viven al margen de la sociedad: los pobres, los vulnerables, especialmente las mujeres y los niños, los inmigrantes y todos aquellos a quienes el mundo rechaza. Incluso hay un servicio de lavandería y aseos, se ofrece comida y ropa limpia, pero sobre todo siempre hay alguien con quien hablar, alguien que se sienta y escucha amablemente a quien llama a la puerta.
Un lugar de aliento y esperanza
"La idea inicial del cardenal Giorgio Marengo – explica el director de la Casa de la Misericordia – era crear un centro donde todas las instituciones de la Iglesia que trabajan en los ámbitos de la justicia social y la asistencia a los necesitados pudieran reunirse y hacerse realidad, para una contribución común y concreta de la Iglesia particular en Mongolia".
“Así pues, buscamos la interconexión con todos aquellos que comparten los valores de la compasión amorosa y la responsabilidad social compartida, en un espíritu de sinodalidad. Haciéndonos eco de lo que Su Santidad ha dicho en varias ocasiones, nos gustaría estar del lado de aquellos que no tienen derecho a hablar o que no son escuchados".
Un lugar de aliento, por tanto, donde quienes lo han perdido todo tienen la esperanza de recibir una nueva vida, donde "se construye un mundo diferente en el espíritu de la unidad y la misericordia", donde se derriban barreras a través del voluntariado interreligioso y comunitario, donde se cruzan las "fronteras de la diferencia", acercando a quienes a menudo son olvidados.
Sor Verónica: Soy más pobre que la gente a la que sirvo
La confirmación viene de la religiosa Verónica Kim, de las Hermanas de San Pablo de Chartres, quien presta sus servicios en la Clínica Santa María de Mongolia, que recibe un promedio de doce mil pacientes al año, y ahora ofrece sus brazos a quienes llaman a las puertas de la Casa de la Misericordia. Las cifras que sor Verónica presenta al Papa Francisco son dramáticas: en Mongolia viven nueve mil personas sin hogar, que no pueden acceder a la atención médica, y la tasa de pobreza ronda el 27%.
"Verónica Kim:En Mongolia viven nueve mil personas sin hogar, que no pueden acceder a la atención médica, y la tasa de pobreza ronda el 27%"
Mientras explica los tipos de servicios que ofrece la clínica (atención médica para quienes no pueden recibirla por ser indocumentados, operaciones gratuitas para niños con cardiopatías, distribución de medicamentos no disponibles en Mongolia, ayuda económica para sufragar los costes de las operaciones, pero también asistencia en caso de emergencias financieras), la hermana Verónica dirige al Pontífice un emotivo recuerdo:
"Estaba preparando café caliente una fría mañana de invierno del 2017 y – relata la religiosa – a través de la rendija de la puerta, vi a tres personas sin hogar fuera intentando calentarse. En ese momento, con mi taza de café caliente en las manos, me sentí tan mal que empecé a llorar”.
“Desde entonces he empezado a ofrecer té y pan a los que vienen por la mañana y, después de que una vez incluso me robaran los zapatos, a proporcionar calzado a los necesitados. Durante estos ocho años, sin embargo, me he dado cuenta de que en realidad soy más pobre que la gente a la que servimos. Estando con ellos, de hecho, soy yo quien ha encontrado poco a poco consuelo y protección frente a las influencias negativas de nuestro mundo materialista".
"Durante estos ocho años, sin embargo, me he dado cuenta de que en realidad soy más pobre que la gente a la que servimos"
Relato de Lucía Otgongerel
Son experiencias que enseñan a abrir el corazón a Dios, y el corazón también se abre de par en par cuando Lucía Otgongerel, de la parroquia de Santa María de Ulán Bator, toma la palabra tras un baile ofrecido al Papa por niños de centros educativos católicos. Lucía es la sexta de ocho hermanos, nació con una grave malformación, no tiene brazos ni piernas y, sin embargo, dice que siempre se ha sentido "normal y feliz". Hoy, ante el Sucesor de Pedro, habla con una sonrisa, en nombre de todos los discapacitados, de su primer encuentro con la Iglesia católica, que tuvo lugar con los misioneros de la Consolata.
"Cuando vi la cruz, vi a Jesús con clavos en las manos y en los pies: ¿por qué se clava así a una persona? En cuanto encontré dentro de mí la respuesta a esta pregunta, me di cuenta de que Jesús había sido clavado en la cruz por mí, por amor, por mis pecados, y sentí que ésta es una cruz que debo soportar y llevar de buena gana. Comprendí que había sido crucificado por mí, me conmoví y sentí que esa era también mi Cruz, y así acepté con felicidad mi Cruz de discapacitada”.
"A mí me faltan dos brazos y dos piernas, pero quiero decir que soy la persona más afortunada del mundo, porque tomé la decisión de aceptar plenamente el amor de Dios, el amor de Jesús"
“Por eso digo a muchos hermanos y hermanas creyentes discapacitados que Dios lo da todo, da oportunidades a todas las personas, y dependiendo de cómo veas y aceptes esta oportunidad, tu vida se llena del amor de Dios. A mí me faltan dos brazos y dos piernas, pero quiero decir que soy la persona más afortunada del mundo, porque tomé la decisión de aceptar plenamente el amor de Dios, el amor de Jesús".
La estructura
La Casa de la Misericordia, inaugurada hoy ante la presencia del Papa, pero ya activa en la oferta de servicios y asistencia, se encuentra en un complejo escolar en desuso que perteneció a las Hermanas Hospitalarias de San Pablo de Chartres, en el distrito de Bayangol, en la parte central de la ciudad de Mongolia.
Se creó gracias a la iniciativa de los responsables de la Iglesia local y del prefecto apostólico de Ulán Bator, el cardenal Giorgio Marengo, y gracias a la ayuda de la dirección nacional de las Obras Misionales Pontificias australianas, la Catholic Mission.
El edificio, de tres plantas más un subsuelo, dispone de habitaciones privadas y un salón donde los huéspedes pueden convivir en fraternidad y compartir, se ha transformado en un refugio temporal para los pobres y cuenta con una clínica para atender las necesidades de los sin techo y las víctimas de la violencia doméstica.
La Casa también pretende ser un refugio temporal para los inmigrantes que han llegado a la ciudad sin esos puntos de referencia que puedan proporcionarles un apoyo inicial. Los operadores de la Casa de la Misericordia colaborarán estrechamente con los centros sanitarios, la policía local y los trabajadores sociales del distrito.
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