Recuerdos de familia del misionero claretiano Cardenal Aquilino Bocos: "Atento al paso del acontecer, Casaldàliga fue amigo de lo esencial"
"Coincidimos en Guatemala, creo que al inicio del 1991, durante un curso que estaba dando a los religiosos y religiosas de aquel país. Yo llegaba, como consejero general, a hacer una visita al centro de formación de los Claretianos en esa ciudad. Nos encontramos juntos con los Estudiantes claretianos y, dirigiéndose a ellos, les dijo: 'Traten bien al P. Aquilino porque será vuestro superior general'. Me sorprendió y me eché a reír. Sólo le añadí: 'Pedro, serás muy profeta, pero en esto te equivocas'. Luego, al poco tiempo, resultó que, efectivamente, fui nombrado superior general"
"Mostraba y demostraba la gratuidad, que él tradujo en intuición, libertad, rebeldía, sensibilidad y compromiso solidario. Supo de cruces y llagas encendidas. Su poesía, tan densa y rica, revestía un tono profético, mitad denuncia y mitad compasión"
| Aquilino Bocos, cardenal
Pedro Casaldáliga i Plá será recordado por muchas facetas: como obispo defensor de los pobres y de sus tierras, como fundador y animador de comunidades cristianas de base, como obispo en medio de su pueblo, como apóstol del radicalismo evangélico, como escritor de espiritualidad y pastoral, como profeta de esperanza y compromiso social, como poeta que supo cantar al pobre, al Verbo encarnado, a María mujer sencilla y del pueblo, discípula y misionera.
Cantó la ternura en el vivir cotidiano y al peso del tiempo que pasa. Pero yo le he conocido en una faceta que está al fondo de todo ello y es la de su vocación de misionero claretiano. Le conocí en la Comunidad de la calle Buen Suceso de Madrid (1964), cuando era director de la revista Iris de Paz. Fue tiempo de esplendor para aquella veterana revista popular mariana. Dirigía y participaba en Cursillos de Cristiandad. Era capellán de una comunidad religiosa.
Había oído hablar de él porque, años antes, había formado parte de un grupo de claretianos que reflexionaban sobre espiritualidad claretiana e intercambiaban sus reflexiones y experiencias de vida apostólica en Vic. De este grupo era Fernando Sebastián Aguilar (+ 2019), arzobispo emérito de Pamplona y cardenal de la Iglesia.
Estuvo algunos años de formador de seminaristas menores de Barbastro, en el seminario donde habían sido martirizados 51 Misioneros Claretianos, beatificados en 1992. Quienes fueron entonces seminaristas recuerdan las letrillas que les invitaba a cantar durante los paseos. Debió dejar en él un impacto fuerte el ejemplo de vida y martirio de aquellos hermanos porque, pasados los años, en torno a la beatificación de los mismos y después de ella, no dejó de evocarlos en distintas intervenciones y en sus cartas al P. General.
Recojo algunas estrofas del himno que compuso para su beatificación:“Misioneros de Barbastro, sangre unida en holocausto de la casa de Claret, compañeros de ideales, seguidores radicales de Jesús de Nazaret. (...) Martirial Eucaristía, los tres votos, día a día, os hicieron oblación en la fragua de María; y hoy sabéis morir de pie entre el canto y el perdón, claretianos en misión de testigos de la fe.
Su participación en el Capítulo General especial de renovación postconciliar (1967) dejó huella por sus audaces propuestas misioneras. Y fue coherente pues, apenas terminado el Capítulo, se ofreció para ser enviado a la Misión que abría su provincia claretiana de Aragón en Mato Grosso del Brasil.
Coincidimos en Guatemala, creo que al inicio del 1991, durante un curso que estaba dando a los religiosos y religiosas de aquel país. Yo llegaba, como consejero general, a hacer una visita al centro de formación de los Claretianos en esa ciudad. Nos encontramos juntos con los Estudiantes claretianos y, dirigiéndose a ellos, les dijo: “Traten bien al P. Aquilino porque será vuestro superior general”. Me sorprendió y me eché a reír. Sólo le añadí: “Pedro, serás muy profeta, pero en esto te equivocas”. Luego, al poco tiempo, resultó que, efectivamente, fui nombrado superior general. En este encuentro me comentó que había perdido el reloj. Le di el mío y salimos juntos a la CONFER de Guatemala donde daba sus conferencias. Al comenzar a hablar, miró el reloj y dijo: “me ha puesto en hora mi superior, que ha venido a vernos”. Y luego añadió: “él ha trabajado en Madrid, en la comunidad de Buen Suceso. (Conocía, pues, bien aquella casa que fue en otro tiempo la suya). “Es muy distinto hacer teología en Buen Suceso que hacer teología en Guatemala”. Cierto, le dije.
Durante los años de superior general intenté varias veces ir a Mato Grosso. En dos ocasiones lo impidieron las condiciones climatológicas que no permitían los vuelos ni desde São Paulo ni desde Santa Cruz de la Sierra. En otra ocasión por haber tenido que volver a Roma con urgencia dejando varios proyectos de viajes en curso. Sentí mucho y sigo lamentando no haber visitado la misión de Mato Grosso.
La correspondencia y comunicación que mantuvimos durante los 12 años, y también después, fue asidua y cordial. Me sobrecogían sus expresiones de fidelidad vocacional, su devoción al Corazón de María, sus referencias al P. Claret y a los Mártires de Barbastro que desvelaban toda su ternura y proximidad a la Congregación. Se gozaba de sus proyectos y de su expansión misionera. Le interesaba cuanto acontecía en la Congregación y la animaba a no perder el empuje profético del Fundador.
Cuando fue a Roma para la visita Ad Limina Apostolorum, yo no estaba. Me contaron que para visitar al Papa Juan Pablo II y al cardenal Ratzinger estuvieron buscando una sotana y encontraron la que yo usaba. Le caía bien. Aquellos días cumplía sus cincuenta años de profesión religiosa. Fruto de una larga meditación ante el mural que había pintado el P. Maximino Cerezo, fue el poema “A Santa María de Pentecostés” que ahora figura en el Documento Capitular de 2015 Testigos-Mensajeros de la alegría del Evangelio.
En el Santuario de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, (Santiago) patrona de Cuba, se celebró un encuentro de espiritualidad para claretianos de América Latina. Debió ser hacia el 1998. El animador del curso era Dom Pedro Casaldáliga. Quise participar en algunas sesiones y tuve oportunidad de hablar largamente con él. Pude apreciar cómo sus palabras brotaban de un corazón pobre y humilde, a la vez que lleno sabiduría evangélica y de caridad apostólica. Lo que más me conmovió en aquellos días fue el testimonio de su prolongada vida de oración. Cuando la comunidad iniciaba la oración, Dom Pedro llevaba una hora en la capilla dedicado a la contemplación. Era el secreto de su amor a Cristo y a los pobres, y la explicación de su coherencia de vida.
Al concluir este encuentro fuimos a La Habana. Pedro quería encontrarse –y yo le acompañé, porque así me lo pidió– con el cardenal Ortega, recientemente fallecido (+2019). La recepción fue cortés pero francamente fría y distante. Pareciera que aún resonaba en la mente o en el corazón del entonces arzobispo de La Habana lo que supuso la anterior visita que había realizado Casaldáliga a este país, en la que se había entrevistado con el presidente Fidel Castro. Pero lo curioso fue que durante la entrevista que mantuvieron se establecieron unos vínculos espirituales muy profundos. Porque Pedro empezó a hablar con espíritu evangélico del seguimiento de Jesús, del amor a los pobres y marginados, del discernimiento pastoral... Habló de la necesidad de llevar una vida espiritual intensa para predicar hoy el Evangelio.
Fue una conversación espontánea y profunda; espiritual y comprometida apostólicamente. Y al finalizar, el cardenal Ortega se levantó y le dio a Pedro un largo y afectuoso abrazo. Me pareció que las distancias se habían acortado y que se iniciaba una nueva amistad.
Durante el tiempo en que serví a la Congregación como superior general, tuve que deshacer ante ciertas personas del Vaticano algunos equívocos y malentendidos sobre Dom Pedro Casaldáliga. Tuve que dar testimonio de su amor a la Iglesia, a la que amaba apasionadamente, aunque algunas cosas no le gustaran o se mostrara crítico con ciertos modos de proceder. Mi testimonio se basaba en las cartas que cada cierto periodo de tiempo escribía a su superior general donde daba cuenta de su vida y expresaba su amor a su vocación de Misionero Hijo del Corazón de María y su compromiso por anunciar el Evangelio a los pobres.
Hablaba de su estilo de vida sencillo y austero, de su vida de oración, su amor a la Madre Congregación, de su comunión con la Congregación... Un hombre que se expresa espontáneamente así no puede ser tachado de desafecto a la Iglesia. Uno se siente conmovido ante hermanos de este talante. De ahí que creciera en mí una profunda y enorme admiración por Pedro.
Tuvo clara su divisa: “Sabed: del Pueblo vengo, al Reino voy”. Atento al paso del acontecer, fue amigo de lo esencial. El Evangelio siempre para él fue Buena Noticia. Proclamó con pasión la misericordia, la justicia y la liberación de los oprimidos.
Nos deja el recuerdo de una persona trabajada por el don del Espíritu. Mostraba y demostraba la gratuidad, que él tradujo en intuición, libertad, rebeldía, sensibilidad y compromiso solidario. Supo de cruces y llagas encendidas. Su poesía, tan densa y rica, revestía un tono profético, mitad denuncia y mitad compasión y re-conciliación. Sus palabras desbordaban unción, belleza y cercanía. “Sólo el que sabe enfrentarse descubrirá la verdad”.
Su preguntar a nadie dejaba indiferente. Y en sus palabras nos decía lo que era.“No voy, va mi palabra. ¿Qué más queréis?Os doy todo lo que yo creo, que es más que lo que soy”. En estos otros versos nos dejó entrever su misión. “Queremos ser y hacer hijos y hermanos sobre la tierra madre compartida, sin lucros y sin deudas en las manos, sueltos los ríos claros de la vida”. Su personalidad llena de humanidad y mística religiosa, sin apariencia y ardiendo en caridad apostólica, pegada a la gente sencilla y, a la vez, elegante, ha suscitado una ola alta y larga de asombro. Durará por mucho tiempo. Es un referencial de “pasión por Cristo y pasión por la humanidad”.
Cuando cumplió sus 80 años llegó a decir que si tuviera otra posibilidad de nacer, sería misionero claretiano. Pedro siempre ha estado presente en el corazón de la Congregación. Su nombre es una estela de vida misionera comprometida entre los más pobres y marginados, un luchador para defender la dignidad de los trabajadores de la tierra y sus tierras, una voz profética en la Amazonía... Un misionero claretiano de talla gigante que ha expuesto y arriesgado su vida por la dignidad de otros, olvidados, excluidos y empobrecidos.
Amó la paz y la hizo fraternidad en Cristo Libertador y Salvador. Nunca le agradeceremos cuánto nos ha dado como vigía, como explorador, como impulsor de una vida claretiana llena de fe, de audacia y de esperanza, como él la soñó: “Llegar, por fin, a Tu anhelado rostro, y echarme entre Tus brazos con todos los llegados”. Ya en este momento se ha encontrado con el Padre y se ha cumplido para él lo previsto en la fe de su vocación misionera: “Al final del camino me dirán:-¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, Abriré el corazón lleno de nombres”.