El "pintor de la liberación" sobre el obispo-poeta Maximino Cerezo: Pedro Casaldáliga, "un manantial a beber agua fresca"
Maximino Cerezo repasa su amistad con Pedro Casaldáliga. El pintor de la liberación habla siopbre el obispo de la liberación
"Pedro es un hombre religioso en el verdadero sentido de la palabra. Esa coherencia entre el pensar y el obrar le da una autoridad moral incuestionable"
"Tiene una vertiente poética que ha estado presente a lo largo de toda su vida, pero básicamente es un hombre de acción"
"Como pastor, la defensa de las causas de la Patria Grande y la causa de su pueblo requiere respuestas exigentes que empiezan por él mismo"
"En alguna de mis vistas a Pedro, surgió la idea de hacer una capilla en el quintal, pero que necesariamente estuviese abierta a los árboles, a los vecinos, al sol ya la sombra"
"Una de las obras de la que me siento más feliz y que se mantiene hasta hoy"
"Tiene una vertiente poética que ha estado presente a lo largo de toda su vida, pero básicamente es un hombre de acción"
"Como pastor, la defensa de las causas de la Patria Grande y la causa de su pueblo requiere respuestas exigentes que empiezan por él mismo"
"En alguna de mis vistas a Pedro, surgió la idea de hacer una capilla en el quintal, pero que necesariamente estuviese abierta a los árboles, a los vecinos, al sol ya la sombra"
"Una de las obras de la que me siento más feliz y que se mantiene hasta hoy"
"En alguna de mis vistas a Pedro, surgió la idea de hacer una capilla en el quintal, pero que necesariamente estuviese abierta a los árboles, a los vecinos, al sol ya la sombra"
"Una de las obras de la que me siento más feliz y que se mantiene hasta hoy"
| Maximino Cerezo
Conocí a Pedro Casaldáliga en Madrid, en la época en que trabajamos juntos en la revista Iris. Revista de testimonio y esperanza. Allí se inició una amistad que fue creciendo durante años, profundizándose en la diaria convivencia de hermano de comunidad y en el ambiente de trabajo, buen humor y creatividad de la redacción.
Junto con Teófilo Cabestrero, CMF, abrimos las páginas de la revista a teólogos, biblistas, filósofos, pensadores, figuras ecuménicas, hombres y mujeres de la cultura, el arte, la poesía, las letras y el cine, y a cristianos de la calle que podían testimoniar su esperanza. Al aire del Concilio Vaticano II, creamos una revista de actualidad viva y pensamiento renovado. Hasta que en un número calificamos de “declaración decepcionante” el pronunciamiento de nuestra Conferencia Episcopal. Eso colmó el vaso de algunos reparos de la censura franquista, y provocó nuestra –forzada– dimisión.
Pasados algunos años, en 1.968, Pedro partió hacia Brasil y dos años más tarde, yo puse rumbo a Perú. Torpe aprendiz suyo, intentando hacer lo que podía y más de lo que podía. Mantuvimos el contacto por carta, hasta que en 1.977 pasé un tiempo con Pedro en São Félix do Araguaia. Fue durante aquella visita cuando pinté el mural de la catedral de la Prelatura. A partir de esa experiencia de reencuentro los contactos fueron cada vez más frecuentes y hasta prolongados. Me llamaba una y otra vez y yo acudía fiel a la cita, como quien se acerca a un manantial a beber agua fresca y saciar su sed para seguir caminando. Él pretendía que mi trabajo fuera historia, como un destello de ese mundo, que fuera testigo del camino diario de su Iglesia, de esa caminhada que las Comunidades Eclesiales de Base iban logrando con pasos decididos en la Prelatura y en toda América Latina. Cada uno de los once murales que pinté allí –y algunos otros en distintos lugares de Brasil– fueron elaborados, discutidos, casi diseñados en largas pláticas con Pedro y su gente.
Pedro es un hombre religioso en el verdadero sentido de la palabra. Esa coherencia entre el pensar y el obrar le da una autoridad moral incuestionable. Tiene una vertiente poética que ha estado presente a lo largo de toda su vida, pero básicamente es un hombre de acción. Y como pastor, la defensa de las causas de la Patria Grande y la causa de su pueblo requiere respuestas exigentes que empiezan por él mismo –hasta el punto de rechazar todas las comodidades que no pudiera encontrar en las casas de sus vecinos. Por ejemplo, un electrodoméstico–. Es un exigente radical que en su discurso y con su vida ha actualizado la definición del misionero que Claret nos dejara con estas palabras: Yo me digo a mí mismo: Un Hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor.
Datos sobre la capilla abierta del “quintal” o patio de atrás, en la casa de Pedro
Los encuentros de oración de la comunidad que vivía en la casa de Pedro –¡su “palacio” episco-pal!–, en São Félix, se hacían al aire libre, siempre que el tiem-po lo permitía, en un rincón del quintal, a la sombra de un hermoso árbol y al lado de una tabla en la que alguien talló la frase Eu sou o pão da vida. En el proyecto de la nueva capilla abierta la incorporé colocándola en uno de los pilares de ladrillo. Era una reliquia.
En alguna de mis vistas a Pedro, surgió la idea de hacer una capilla en el quintal, pero que necesariamente estuviese abierta a los árboles, a los vecinos, al sol ya la sombra. Dibujé la idea, a mano alzada, en uno de los sobres de las revistas que Pedro recibía. Un esbozo con las cotas, detalles constructivos y el diseño fundamental, a partir del cual Pedro Solá, que fue claretiano y uno de los primeros compañeros de Pedro en Brasil, comenzó a trabajar. Como maestro de obras, a él se deben muchas de las iglesias que se construyeron en la Prelazia en sus primeros años. También la catedral de São Félix.
Pero esta capilla abierta de la casa de Pedro es una de las obras de la que me siento más feliz. Capilla que se mantiene hasta hoy. Lugar de oración, de celebración de la eucaristía diaria entre el rumor de las hojas de los árboles, el canto de los gallos de los vecinos y el indolente paseo de los gatos que rondan por allí. Lugar del encuentro semanal con los agentes pastorales más próximos; y también allí se han grabado bastantes de las entrevistas que periodistas llegados de muchas partes del mundo hicieron a Pedro.
Con el tiempo añadí algunas cosas: la pintura del sagrario, el frente del altar, y la placa de aluminio repujado –sobre un trozo que recorté de una vieja heladera rescatada de un basurero de la ciudad– que sirve de fondo a la caja de las reliquias de los mártires: un pedazo de la casulla ensangrentada de Arzobispo Romero y un fragmento del cráneo de Ignacio Ellacuría. Hay también recortes de fotos de Monseñor Romero, de Monseñor Angelelli, del P. João Bosco, de Rodolfo Lunkenbein, de Francisco Jentel. De los estudiantes claretianos márti-res de Barbastro.
Durante muchos años estuvo sobre el pequeño altar la terracota de una paloma de la paz, que le llevé a Pedro desde Ica, Perú. Obra de un campesino que había sido torturado por las fuerzas de seguridad del país y que fue liberado gracias a las denuncias y gestiones de la Comisión de DDHH de la región.
Maximino Cerezo Barredo, CMF
Pintor y sacerdote claretiano español, nacido en Villaviciosa (Asturias) en 1932, especializado en pintura mural de ca-rácter religioso, desarrollada principalmente en Latinoamérica. Por el carácter de su obra, fuertemente influida por un talante social y religioso, es conocido como el “pintor de la liberación”. Su obra mural se encuentra en Argentina, Perú, Brasil, Colombia, Venezuela, Panamá, Guatemala, Nicaragua y México. Y en Europa, España, Italia y Portugal
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