Cristianos y musulmanes de dos barrios de Bangui firman la paz
| Jose Carlos Rodriguez Soto
“Cese de hostilidades, prohibición de portar y de utilizar armas en los barrios, libre circulación. Los conflictos se resolverán de forma pacífica…” Estos son algunos de los puntos de un acuerdo local de paz entre dos barriadas de Bangui, una de mayoría cristiana (Castors) y otra musulmana (Yakite), firmado el pasado 23 de marzo. Para llegar aquí hubo que recorrer un largo y difícil camino.
Situados ambos vecindarios cerca de nuestra oficina, recuerdo muy bien el fragor de las detonaciones de armas de fuego a cualquier hora del día cuando las milicias se enfrentaban durante los meses de mayo y junio del pasado ano, época en la que hubo una importante crisis en la capital centroafricana. Entre las consecuencias de esta violencia, además de varios muertos y heridos, hay que mencionar muchas casas incendiadas y saqueadas, miles de personas que huyeron de sus hogares y acabaron malviviendo con parientes, ellos mismos pobres de solemnidad, que les acogieron como pudieron. Detrás de tanto dolor estaban el miedo y el odio entre cristianos y musulmanes alimentado por políticos oportunistas.
Las ráfagas de fusil y la destrucción de viviendas de los que profesan “la otra religión” no empiezan un día porque sí. Detrás hay lideres irresponsables que difunden mensajes simplistas basados en medias verdades o mentiras descaradas. En Bangui, tras un ataque a una iglesia cristiana el 1 de mayo por parte de una milicia musulmana en la que murieron 26 personas, hubo diputados, militares retirados y ex -ministros que aseguraron que todo el barrio de mayoría musulmana estaba infestado de células yihadistas de Boko Haram,y que los imanes habían urdido un plan maquiavélico para expulsar a los cristianos de los barrios limítrofes para tener espacio libre donde instalar a musulmanes venidos de países extranjeros. Del otro lado, hubo también quienes sembraron el miedo entre los musulmanes alertando de un supuesto plan de exterminación que los cristianos llevarían a cabo en cuestión de pocos días. Y no faltan quienes financian a las milicias para que compren armas y municiones.
El mensaje, en ambos casos, es claro y directo: procuraros armas y organizaos para atacarles antes de que “ellos” nos ataquen a nosotros, y no os fieis de nadie. El mayor daño que hacen los mensajeros del odio es contaminar las mentes de los más pequeños. Recuerdo un día en que me encontré a un grupo de niños musulmanes jugando al futbol en su escuela. Varios niños cristianos les observaban a una cierta distancia sin atreverse a dirigirles la palabra. Les pregunte si a ellos no les gustaba el futbol y me respondieron que sí. “Y por qué no jugáis con ellos?” les dije. “Porque son mala gente”, me espeto uno que no debía de tener más de diez años. Yo, que tengo un hijo de esa edad, sé muy bien que una respuesta así no sale de la boca un niño a no ser que un adulto -casi siempre el padre o la madre- se la haya ensenado.
Y de este modo, personas de distinta religión que habían crecido juntos, frecuentado las mismas escuelas y jugado en los mismos equipos de futbol se convirtieron en enemigos a la fuerza. Las mujeres musulmanas de Yakite ya no pudieron acudir a la maternidad situada en Castors, los cristianos dejaron de ir a los mercados en las proximidades de la mezquita y todos los niños se quedaron sin escuela. Pobres de los que habían cometido el error de enamorarse de alguien “del otro lado” y formar una pareja mixta. El primer día que decidí cruzar, a pie, el barrio de Castors, para ir a hablar con el jefe de la milicia musulmana en Yakite, en agosto, no me encontré con una sola persona por el camino. Si hubiera ido en coche no habría podido pasar por los cruces bloqueados por barricadas. En situaciones de conflicto he aprendido que lo más inquietante no es el trepidar de las armas, sino el silencio sepulcral que te encuentras en lugares medio destruidos donde o no hay un alma o si las hay están escondidas: tal vez alguien que ha venido a recuperar a toda prisa los pocos enseres que le quedaban por recoger, o algún joven, fusil en ristre, que intenta matar las horas fumando un porro o apurando una botella de aguardiente.
Desde agosto de 2018 al día de la firma del acuerdo de paz, el 23 de marzo, pasaron muchas cosas. Primero fueron las mujeres, cristianas y musulmanas, las que desafiando la propaganda belicista empezaron a reunirse todos los sábados en una escuela situada en la frontera entre ambos barrios. Después, se les unieron los jóvenes. Hablar de paz y de dialogo en aquellas primeras semanas era arriesgarse a ser tachado de traidor y amenazado incluso por sus propios parientes. Nuestra oficina de la misión de paz de Naciones Unidas les apoyo desde el primer momento. Poco a poco surgieron iniciativas para avanzar: ir a hablar con los jefes de las milicias, organizar un encuentro directo entre ambos grupos, hacer sesiones de formación sobre construcción de la paz para los líderes de ambas comunidades, y finalmente hacer sesiones para cientos de personas en las que se intentó crear una opinión publica favorable hacia la paz. El cardenal arzobispo de Bangui, Dieudonne Nzapalainga, contribuyo a crear confianza con una importante visita en la que recorrio los barrios a pie.
Finalmente, se acordó que cuatro líderes de cada comunidad discutirían los términos del acuerdo local de paz: los dos jefes de las milicias rivales, una mujer musulmana y otra cristiana, un joven de cada confesión religiosa, además del imam de la mezquita y el cura párroco de la iglesia católica de Castors. Les propusimos un borrador inicial, que fue discutido, modificado y corregido más de diez veces hasta que todos quedaron satisfechos.
No faltaron momentos en los que todo pareció irse al garete. El incidente más grave ocurrió tras la misa de Nochebuena en la parroquia de Castors. Un incendio, que tuvo todos los visos de ser provocado por un cortocircuito, arraso la iglesia de noche. Algunas personas que estaban en contra del proceso de paz se apresuraron a echar leña al fuego culpando, sin ningún tipo de pruebas, a los musulmanes. Afortunadamente, fueron los propios jóvenes cristianos asociados a la milicia de Castors los que el dia después grabaron una declaración en video exculpando a los musulmanes. La colgaron en Youtube y consiguieron serenar los ánimos.
Los ocho lideres decidieron bautizar el pacto como “acuerdo de buena vecindad y reconciliación comunitaria”. A la ceremonia, animada por un grupo musical y varios sketches teatrales preparados por los alumnos de la escuela, acudieron algo más de 800 personas. Firmaron como testigos la Ministra de la Reconciliación Nacional y el Representante Especial de la ONU para Centroáfrica. Fue una fiesta para celebrar el retorno de la paz. Desde hace algunas semanas, miles de desplazados regresan ya a sus hogares, las escuelas funcionan y por las calles que hace pocos meses estaban desiertas ahora hay que tener cuidado para que no te atropelle una de las muchas motos que transportan pasajeros en ambas direcciones.
Y los niños de ambas religiones ya juegan al futbol juntos, esperemos que sin pensar que “los otros” son mala gente.