El fundador de Mensajeros de la Paz celebró su cumple en misa rodeado del cariño de todos 'sus' hijos 88 años del Padre Ángel, icono de la solidaridad, y 10 de San Antón, su iglesia-faro de esperanza

88 años del Padre Ángel, icono de la solidaridad
88 años del Padre Ángel, icono de la solidaridad

La emoción se mascaba en la iglesia de San Antón, llena hasta la bandera, sobre todo en el momento de la paz (cuando el Pater bajó a saludar, uno por uno, a todos los presentes, hasta a los que estaban fuera del templo) y, al final, en el momento de los regalos

Gracias, padre Ángel. Que Dios lo bendiga y lo sostenga, porque su luz no se apaga, y su corazón sigue siendo el faro de los que no tienen nada

Pero su corazón no se conformó. Los mayores solos, las mujeres heridas por la violencia, los refugiados sin patria, los sin techo que duermen bajo el cielo helado de Madrid: todos encontraron en él un padre, un amigo, un salvavidas

A sus 88 años, el padre Ángel es más que un sacerdote: es un icono global de la solidaridad

En el vibrante y caótico corazón de Chueca, donde la vida late con prisa, se alza un refugio sagrado que abraza a los rotos, los olvidados, los tirados en las cunetas de la vida: la Iglesia de San Antón. Este no es solo un templo de piedra, sino un hogar vivo, un grito de amor encarnado por el padre Ángel García, el alma incansable de Mensajeros de la Paz. Y aquí, en su iglesia, celebró sus 88 años bien llevados, rodeado y abrazado por el calor de los suyos.

“Doy gracias a Dios, a mis padres, Quico y Amalia, y a cada uno de vosotros, porque me enseñasteis que lo más importante en la vida es querer y dejarse querer”, señaló, casi emocionado, en la homilía.

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UN regalo para el Padre Ángel
UN regalo para el Padre Ángel

Y continuó con su himno de acción de gracias: “Gracias por todos los que a lo largo de estos años me habéis cuidado, os habéis acordado de mí y me habéis querido”.

Con un recuerdo agradecido especial a “los cuatro curas y el monaguillo Juan, que ya no están con nosotros, asi como al Papa Francisco, que nos sigue enseñando, incluso desde el hospital, la lección del cuidado, de la ternura y de la misericordia”.

La emoción se mascaba en la iglesia de San Antón, llena hasta la bandera, sobre todo en el momento de la paz (cuando el Pater bajó a saludar, uno por uno, a todos los presentes, hasta a los que estaban fuera del templo) y, al final, en el momento de los regalos.

Tres regalos, que simbolizan una vida. El primero, un muñeco Padre Ángel, con su bufanda y su corbata rojas, porque, como dijo el Padre Valentín, en la presentación, “eres y siempre has sido único e irrepetible”.

El segundo regalo un ancla, que le entregó su hijo Josué, porque, “los hijos con el ancla de la vida”, continuó Valentín. Y añadió: “Para terminar, una abarca y una vela, porque tu trabajo en la vida y en San Antón sólo se puede hacer desde y con el corazón”. Y un aplauso atronador sonó entre las bóvedas de San Antón. Y hasta “sus” santos, los que pueblan los balcones y las tribunas (desde Casaldáliga a Don Gabino, pasando por Tarancón o Viqui Molins) parecían sumarse a la ovación.

Josué, Kike y el ancla para el Padre Ángel
Josué, Kike y el ancla para el Padre Ángel

Y es que, a sus 88 años (es de la misma quinta que el Papa Francisco, dos almas gemelas), este hombre pequeño de estatura pero gigante en espíritu celebra una vida entregada, con más de medio siglo de lágrimas, abrazos y lucha por los últimos. Hoy, nosotros, con el pecho apretado de gratitud, solo podemos alzar la voz para decir: Gracias, padre Ángel. Que Dios lo bendiga y lo sostenga, porque su luz no se apaga, y su corazón sigue siendo el faro de los que no tienen nada.

Un legado tejido con lágrimas y sueños

Era 1962 cuando un joven sacerdote asturiano, con los ojos llenos de fe y el alma ardiendo, dio vida a Mensajeros de la Paz junto a Ángel Silva. El padre Ángel soñaba con algo sencillo y revolucionario: que los niños abandonados tuvieran un hogar, una madre que los arropara, un plato caliente que les devolviera la sonrisa. "No quería verlos en orfanatos fríos, sino en casas donde se sintieran amados", dice con esa voz que tiembla de emoción. Desde entonces, más de 62.000 niños en 76 países han sentido ese calor, ese amor que él sembró con sus manos curtidas, su fe inquebrantable y su sempiterna sonrisa.

Pero su corazón no se conformó. Los mayores solos, las mujeres heridas por la violencia, los refugiados sin patria, los sin techo que duermen bajo el cielo helado de Madrid: todos encontraron en él un padre, un amigo, un salvavidas.

En 2015, cuando tomó las riendas de la Iglesia de San Antón, cerrada y silenciosa durante décadas, el padre Ángel la resucitó con un soplo de vida. La convirtió en un oasis de misericordia, un hospital de campaña, un santuario abierto las 24 horas, un lugar donde los pobres no solo encuentran pan, sino dignidad; donde los perdidos hallan un abrazo que les dice: "Tú vales, tú eres suficiente".

La Iglesia en el cumple del Padre Ángel
La Iglesia en el cumple del Padre Ángel

Un refugio donde late el Evangelio

Entrar en San Antón es sentir el latido de un Evangelio vivo. No hay puertas cerradas, no hay relojes que marquen el fin de la misericordia. Hay café humeante para calentar las manos heladas, wifi para que un mensaje llegue a quien espera, enchufes para un móvil que es el último vínculo con el mundo, baños para lavar el cansancio y un rincón para las mascotas, esos fieles compañeros de los que nadie más recuerda.

"Es mi sueño hecho realidad", confiesa el padre Ángel, y sus ojos brillan como los de un niño que aún cree en lo imposible. En la pandemia, cuando el miedo cerró al mundo, San Antón abrió aún más sus brazos: 80.000 almas encontraron consuelo en tres meses, frente a las 4.000 habituales. "Aquí el hambre no espera", dice, y su voz se quiebra al recordar a quienes llegaron con el alma en los huesos.

Con su corbata roja, su larga bufanda del mismo color como estandarte y su mirada que atraviesa el alma, el padre Ángel ha roto moldes. Confesiones al calor de una mesa camilla, misas que llegan al mundo por streaming, psicólogos y fisioterapeutas para sanar cuerpo y espíritu. "En la casa de Dios no sobra nadie", proclama, y lo demuestra acogiendo a todos: creyentes y ateos, ricos y pobres, santos y pecadores.

El Padre Ángel con sus curas muertos
El Padre Ángel con sus curas muertos

Ha enfrentado críticas, sí, pero las ha respondido con más amor, con más acción, porque su fe no es de palabras, sino de obras que gritan.

Un icono que une corazones

A sus 88 años, el padre Ángel es más que un sacerdote: es un icono global de la solidaridad, un hombre que, por méritos propios, ha conquistado el cariño y el respeto de todos, sin importar partidos ni ideologías. Ha compartido mesa con González y Botella, Sánchez y Feijóo, ha bendecido perros y gatos en San Antón, ha llevado su paz a tierras lejanas. Pero su grandeza está en lo pequeño: en la mano que tiende a un sintecho, en la palabra que consuela a una madre sola, en el sueño que no muere.

Y aún sigue soñando. Con la Fundación Soledad-Padre Ángel, que acaba de poner en marcha, se lanza a combatir otra herida profunda de nuestro tiempo: la soledad no querida ni buscada. "Hay mayores que pasan días sin escuchar una voz, y eso duele más que el hambre", dice con emoción contenida. Su nuevo proyecto es un grito contra el silencio, un puente para que nadie se sienta invisible.

Padre Ángel con Peio y con Ricardo
Padre Ángel con Peio y con Ricardo

Entre críticas y estrellas

No todo ha sido fácil. En Chueca, algunos vecinos han protestado por los sintecho que rodean el templo. "Los pobres molestan, siempre han molestado", suspira el padre Ángel, y en su tono hay dolor, pero también determinación. Porque él sabe que ellos, los descartados, son "la carne de Cristo", como dice el Papa Francisco. Y mientras otros cierran los ojos, él sigue abriendo puertas, desafiando al frío, al cansancio, a los años. Porque nunca se cansa ni parece agotarse. Sabe que Dios le ha llamado a una misión. Y le gusta cumplir, sobre todo con Dios y con los niños, los únicos ante los que se pone de rodillas.

Un grito de gratitud

Hoy, en sus 88 años, miramos al padre Ángel y se nos aprieta el alma. Más de 60 años de Mensajeros de la Paz, una vida entregada a los que nadie quiere, un corazón que no se rinde. Desde Religión Digital, con la voz entrecortada, le decimos: Gracias, padre Ángel, por cada lágrima que secó, por cada mano que levantó, por ser la prueba de que Dios camina entre nosotros. Que el Señor lo bendiga con salud, con fuerza, con días para seguir sosteniendo a los pobres, a los sintecho, a los solos. Usted es un milagro vivo, un reflejo del amor que no se apaga.

San Antón sigue abierta, palpitando con su espíritu. Y mientras el padre Ángel respire, sabemos que los últimos tendrán un hogar, un nombre, una esperanza. Que Dios lo guarde muchos años más. Amén.

Padre Ángel
Padre Ángel

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