"Se nos fue nuestro Chalo, el jesuita irreverente, el maestro de teólogos" José Ignacio González Faus, el teólogo del pueblo, siempre brillante, humano y valiente

José Ignacio González Faus, sj
José Ignacio González Faus, sj

"Chalo era, ante todo, humano, cercano, hablador. Un amigo. Un guía. Un profeta de nuestro tiempo. De los de verdad. De los que van quedando menos"

"Chalo bajaba al barro, al latir de la vida, al grito de los pobres, al susurro de los que buscan sentido en un mundo roto o a las reformas de la Iglesia, por las que tanto luchó toda su vida"

"Nos deja una obra teológica consolidada, robusta, que seguirá siendo faro para generaciones, porque sus palabras no caducan: tienen la fuerza de lo eterno y la ternura de lo cotidiano"

"Chalo fue siempre un jesuitón enamorado de la Compañía y, por lo tanto, del discernimiento, de la causa de los últimos, y de esa Iglesia viva que él soñaba y por la que luchó hasta el final"

Sus amigos le llamábamos Chalo. Por amistad y porque su nombre era muy largo. Y a él le gustaba el calor de la amistad. Le conocí de cerca, le traté, bebí de su teología, me eduqué con ella en los años del postconcilio, cuando sentaba cátedra teológica y, durante la época de la involución, cuando estaba mal visto citarlo. Porque siempre fue el maestro de muchas generaciones de clérigos y de laicos. Maestro en la vida y en la hora de la muerte. ¡Y lúcido hasta el último momento!

Una muerte que sentía acercarse. Por eso, hace unos días, concretamente el pasado 27 de febrero, me escribía un correo electrónico, para enviarme un artículo sobre el Papa Francisco, del que entresaco algunas frases:

“Ya conoceréis el dicho de que cuando amenaza lluvia y has de salir a la calle, lo mejor para que no llueva es coger un paraguas. Digamos pues que este adjunto es un intento de evitar la muerte de Francisco...Haced lo que queráis y perdonad el rollo”.

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González Faus
González Faus

Se nos fue nuestro Chalo, el jesuita irreverente, el maestro de teólogos, el hombre que nunca se casó con nadie porque su único compromiso era la verdad, esa verdad incómoda que remueve conciencias y sacude estructuras. De ahí sus críticas siempre punzantes, pero siempre repletas de amor, a las estructuras de la Iglesia, a la que tanto quería y, por eso mismo, por la que tanto sufría.

Nos dejó en silencio, como quien termina una de esas charlas largas y profundas que tanto le gustaban o una de sus clases en las que embelesaba a sus alumnos. Porque Chalo era, ante todo, humano, cercano, hablador. Un amigo. Un guía. Un profeta de nuestro tiempo. De los de verdad. De los que van quedando menos.

No era de los que se encerraban en torres de marfil ni hacía teología de gabinete, de esas que se escriben con pluma fina, repiten lo ya sabido, no interesan a nadie y, por eso, se olvidan en los anaqueles. No. Chalo bajaba al barro, al latir de la vida, al grito de los pobres, al susurro de los que buscan sentido en un mundo roto o a las reformas de la Iglesia, por las que tanto luchó toda su vida.

Su teología no era un ejercicio intelectual estéril; era un acto de amor, un diálogo vivo con el Dios que se encarna y con los hombres que tropiezan. Y, sin embargo, nos deja una obra teológica consolidada, robusta, que seguirá siendo faro para generaciones, porque sus palabras no caducan: tienen la fuerza de lo eterno y la ternura de lo cotidiano.

Libro de Faus

Valiente, siempre valiente. No se doblegó ante los poderosos ni se dejó seducir por los aplausos fáciles de los jerarcas de la Iglesia. Y, desde su sabiduría gritaba en el título de uno de sus libros: 'Ningún obispo impuesto'. Decía lo que había que decir, cuando tocaba y como tocaba, con esa mezcla de rigor y calidez que solo los grandes maestros saben conjugar.

No buscó medallas ni reconocimientos; su recompensa estaba en las caras de quienes le escuchábamos, en las dudas que sembraba en sus alumnos, en las certezas que desmontaba.

Chalo fue siempre un jesuitón enamorado de la Compañía y, por lo tanto, del discernimiento, de la causa de los últimos, y de esa Iglesia viva que él soñaba y por la que luchó hasta el final.

Por eso, le hervía la sangre, sobre todo en los papados de Wojtyla y Ratzinger. Y, como no se cortaba un pelo, escribía cosas como éstas:

“Durante los trece primeros siglos, los papas se llamaron sólo vicarios de Pedro. Fue en el siglo XIII, cuando Inocencio III (en una época en que los papas eran monarcas terrenos y competían en poder con otros monarcas), se reservó el título de Vicario de Cristo. Al hacer eso, rompió con una tradición antiquísima, en la que la expresión ‘vicario de Cristo’ se aplicaba a personas y situaciones que encarnan la interpelación de eso que hoy llamamos la alteridad. Podía llamarse así a curas y obispos, pero también a los extranjeros, a los huéspedes y, sobre todo, a los pobres, según la expresión de Pierre de Blois ("pauper Christi vicarius est"). Un Papa que devolviera este título a los pobres, desprendiéndose de él, sería un Papa profético.

José I. González Faus.
José I. González Faus.

                  Un Papa que prescindiese oficialmente del título tan manido y obsequioso de "Santo Padre". En recuerdo de Aquel que dijo:  "A nadie en la tierra llaméis padre, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo" (Mateo 23, 9 ). Y añadió: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno" (Marcos 10, 18).

Un Papa que devolviera a las iglesias locales algo que les perteneció durante todo el primer milenio: el nombramiento (o al menos la participación en el nombramiento) de sus pastores. Los teólogos coinciden en señalar que ésa fue la tradición de la iglesia primitiva y que, según san Cipriano, esa tradición "viene de los Apóstoles y es voluntad de Dios". Sólo razones de excepción hicieron cesar este derecho de las iglesias. En concreto, por la necesidad de evitar que el nombramiento de los obispos fuera acaparado por los monarcas y señores feudales. Los papas se reservaron los nombramientos sólo como un "estado de excepción", ante las protestas que venían de las iglesias locales por los abusos de los señores, y para defender la libertad de la Iglesia. ¿Tiene sentido un estado de excepción que dura siete siglos?

Un Papa que renunciase al cargo de "Jefe de Estado". Aunque el estado Vaticano sea uno de los más pequeños del mundo. Y aunque no tenga divisiones, al menos al modo como las entendía Stalin, pero sigue siendo un Estado y, por consiguiente, su Jefe, el Papa, debe ser tratado como tal y comportarse como tal y viajar como tal, aunque no quiera. Aunque se disfracen sus viajes de "pastorales", no dejan de ser los viajes de un Jefe de Estado. ¿Fórmulas para renunciar a Jefe de Estado? Muchas. Unos proponen donar el Vaticano a la ONU y que el Papa se fuese a vivir a un lugar más discreto. Los más conciliadores opinan que el Papa podría dejar la jefatura del Estado Vaticano en manos de un laico católico y él quedarse a vivir allí como un ciudadano más que, además, es obispo de Roma”.

¿Quizás Francisco se acerque, aunque no totalmente, al Papa de los sueños de Faus?

Lo recuerdo charlando sin prisas, con esa chispa en los ojos, esa voz melodiosa con acento entre valenciano y catalán, esa risa franca que te envolvía y te hacía sentir en casa. Hablador, sí, pero no de palabras vacías: cada frase suya era un dardo, una caricia, una invitación a pensar más hondo, a vivir más pleno. Era de esos que te miraban a los ojos y te desnudaban el alma, pero sin juzgarte, solo para ayudarte a ser mejor. Así era nuestro Chalo, el amigo que todos queríamos tener cerca.

Faus y Dolores Aleixandre
Faus y Dolores Aleixandre

José Ignacio González Faus, nuestro Chalo, no ha muerto del todo. Su voz seguirá resonando en sus libros (decenas de libros que no pasan de moda), en sus discípulos, en esa legión de teólogos y creyentes que él formó con su ejemplo y su palabra. Nos deja huérfanos, pero no desamparados, porque su legado es una antorcha que no se apaga.

Desde el cielo, seguro que sigue discutiendo con Dios, con esa pasión que le caracterizaba, pidiéndole cuentas por este mundo desigual y recordándole que aún hay mucho por hacer, para conseguir un mundo mejor y esa Iglesia sinodal con la que soñaba, siguiendo la estela del Papa Francisco, su hermano en la fe.

Descansa en paz, Chalo. Maestro. Hermano. Gracias por haber sido tan humano, tan cercano, tan nuestro.

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