"Su angustia fue coherente con la actitud del primer día del pontificado" Dumar Espinosa: "Francisco no estaba solo"
"La súplica de que Dios despierte y detenga la furia de la tempestad se convierte en un llamado apremiante a que despertemos nosotros del sueño de una falsa felicidad"
"Hay que aceptar el respiro que la tierra enferma, nuestra casa y barca común, pide a gritos desde hace tiempo"
| Dumar Iván Espinosa Molina
“Al atardecer” (Mc 4,35), Francisco bajo la lluvia camina hacia el sagrato; está solo en la plaza inmensa que lo recibió jubilosa siete años atrás. Sin embargo, no está solo. Una multitud de almas que están pasando por el espasmo de la muerte causada por la pandemia en Italia y en el mundo entero está allí entre el colonato de Bernini y la vía de la Conciliación.
El rostro del papa se ve cansado, demacrado y frágil. Se descubre inmediatamente que ha estado rezando. Su angustia es coherente con la actitud del primer día del pontificado. Sin otros ornamentos más que la sotana blanca. Es una escena de desolación que recuerda la súplica del canto del siervo de Isaías: “No te irrites, Señor, no te acuerdes más de nuestra injusticia; mira que la ciudad del Santo está desierta; Sión ha quedado desierta; Jerusalén está abandonada; la casa de tu santificación y de tu gloria, donde te alabaron nuestros padres” (Is 64, 8-10).
Temor, miedo y desolación son el reflejo del mundo encerrado en sus casas, enjaulado esperando que la ira del Señor pase (Is 26, 20). Televidentes en todo el planeta siguen desde la aparente seguridad de sus refugios el gesto y las palabras del papa, a través de las mismas cadenas televisivas que siembran pánico y anuncian que lo peor va a llegar al mundo en crisis. Mundo que se creía invencible y se demuestra ahora vulnerable.
Un pasaje del Evangelio de Marcos rompe entonces el silencio espectral. El texto escogido describe perfectamente la situación actual. La barca de la Iglesia y del mundo zozobra golpeada por una tempestad impresionante que Francisco se niega a llamar por su nombre tal vez para quitarle fuerza destructiva a sabiendas de que nombrar en la Biblia es crear, es hacer presente. No hace falta mencionar el mal por su nombre, basta referirse a la tempestad.
La voz del papa repasa lo obrado entonces por Cristo. Dormía en la proa y es despertado por los gritos desesperados de sus discípulos. También ahora, la barca en la que estamos todos sin diferencias de naciones, credos o razas parece que va a naufragar. Pero paradójicamente, enseña el papa, somos nosotros quienes debemos despertar porque olvidamos el norte y hemos enfermado el planeta. La súplica de que Dios despierte y detenga la furia de la tempestad se convierte en un llamado apremiante a que despertemos del sueño de una falsa felicidad.
Dios está salvando también hoy el mundo a través de las manos y de las vidas de personas que no aparecen en las primeras páginas de las revistas de moda en el último show. Dios está despierto en los médicos y enfermeros salvando vidas. Está despierto en los agentes del orden, en los que colaboran llevando alimentos a los supermercados, en el personal de servicios generales, etc… La crisis está demostrando la inutilidad del sistema económico que ha dominado el mundo.
"Dios está despierto en los médicos y enfermeros salvando vidas"
En momentos en los que muchos siembran pánico y no solucionan nada; en los que gobiernos muestran desesperación ante una calamidad inesperada y desbordante, Francisco cumple un gesto profético, oportuno y necesario. Sus palabras transmiten realmente paz. Su obrar es genuino, sin falsas expectativas. Más que salir de la crisis enseña a reflexionar sobre lo que podemos todos cambiar porque la solución mágica, que la religiosidad sencilla espera, no va a llegar.
Es la hora de descansar; de levantar el acelerador. Hay que aceptar el respiro que la tierra enferma, nuestra casa y barca común pide a gritos desde hace tiempo. Hay que adaptarnos y afrontar la nueva situación y vivir mínimamente desde el encierro de las casas lo que otros sufren por la pandemia. Empezar a valorar las cosas que pasábamos por alto: compartir en familia, la amistad, la libertad, la salud integral. No ser más indolentes y ayudar a los otros. ¿De qué sirven ahora las cosas materiales si no se pueden utilizar?
El papa besa entonces en un gesto conmovedor los pies del crucifijo de la Iglesia de san Marcelino que salvó a Roma de otra peste en el siglo XVI. Se acerca con familiaridad a la imagen de la Salus populi romani confiando este nuevo viaje tempestuoso en el que se ha embarcado el Hospital de campo y el mundo que su Hijo le encomendó.
De nuevo, los oráculos de los profetas parecen anunciar que la prueba terminará algún día. “Consolaos, consolaos, pueblo mío” (Is 40, 1): “pronto llega tu salvación; ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿Por qué se renueva tu dolor?” (Mi 4, 9) “Te salvaré, no temas, Yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Redentor” (Is 43, 1. 3). Mientras tanto, Francisco, que ha entregado la santa custodia en manos de un sacerdote, regresa a sus aposentos entre cantos gregorianos.
En el silencio que vuelve a invadir la plaza resuena el eco de la Palabra: ¡Despierta Señor que perecemos!, ¿es que no te importamos?... y el mensaje de Francisco despertando la conciencia del ser humano que enfermó el planeta.
Creyentes y no creyentes de todas las naciones agradecen el novedoso y espontáneo gesto profético del papa. Rincón de tranquilidad que permitió reflexionar. Voz de aliento que calma la tempestad de las preguntas y anima a obrar en la búsqueda de una solución integral.
Ha llegado la hora de trabajar juntos por la sanación de la casa común. De promover liderazgos como el de Francisco que independientemente de las ideologías no prometan soluciones mágicas y que se comprometan con los más necesitados quienes son los que realmente hacen la historia.
Con su gesto del viernes 27 de marzo 2020, una tarde lluviosa y oscura en la plaza de san Pedro, Francisco empodera a los líderes del mundo. Quiera Dios que todos fijen sus ojos ahora en las exhortaciones de sus documentos magisteriales sobre el cuidado de la Casa Común.
POSDATA: Este artículo es el resultado del diálogo del autor con estudiantes de la Universidad Católica de Colombia con sede en Bogotá en una de las clases virtuales de ética que debido al confinamiento se han implementado para continuar el semestre académico. Los comentarios de los jóvenes universitarios enriquecen el análisis del gesto simbólico de Francisco.