Responsabilidad misionera de la Iglesia. Domingo 23 de octubre de 2022
| Luis Van de Velde
Para el domingo 23 de octubre de 1977 - día mundial de las misiones –en la catedral de San Salvador no se leyó las lecturas bíblicas que se prevé para ese domingo en el 2022. Monseñor Romero hace referencia a Is 60,1-6; Rom 10,9-18 y Mt 28,16-20. Durante su homilía desarrolla una amplia reflexión sobre la responsabilidad misionera de la Iglesia. Reflexionaremos a partir de 4 citas de esa homilía sobre esa misión eclesial.
“Perdonen la prolongación de este noticiero, pero es que la Iglesia al anunciar su palabra no puede prescindir de este ambiente concreto. Si no, corremos el peligro de anunciar un evangelio etéreo, sin proyecciones a la historia y a la tierra.”
Monseñor Romero siempre comenzaba sus sermones con una contextualización tanto a nivel nacional como dentro de la Iglesia (la arquidiócesis especialmente). Mencionó hechos y acontecimientos significativos. Mencionó en particular a las víctimas de la violencia brutal. Se refirió a las leyes, las decisiones del gobierno y las acciones del ejército, la policía y los escuadrones de la muerte, también a la violencia de las organizaciones populares y los grupos guerrilleros. Por otro lado, también compartió sus experiencias de visitas pastorales a parroquias, escuelas y hospitales. Compartió el dolor y la impotencia ante las noticias de catequistas y sacerdotes asesinados o desaparecidos. También compartió la alegría de aquellas experiencias eclesiásticas en las que se vivía fielmente el Evangelio. A veces, las "noticias" se prolongaban. En esta cita aclara lo importante que es que el anuncio se realice en el contexto muy concreto del país y de la Iglesia. Los acontecimientos (en su mayoría dramáticos) y la vida de la Iglesia en su arquidiócesis fueron el contexto necesario para que el Evangelio sonara concretamente como Buena Noticia. Cuando ese contexto no está presente, entonces "corremos el riesgo de proclamar un Evangelio etéreo, sin proyecciones en la historia y en la tierra". Así que un evangelio tenue y escurridizo, aéreo, fugaz, como una brisa lejana.... Si el anuncio no parte y no se sitúa en el contexto histórico muy concreto (del pueblo y de la Iglesia, de la comunidad local), entonces el mensaje se evapora, se esfuma rápidamente y queda así sin sentido en la historia y para la tierra.
“Cuando yo termine de hablar, esas comunidades se ponen a analizar lo que yo he dicho, evangelizándose, profundizando el mensaje y tomando consignas para llevar esta misma luz a su cantón, a sus hermanos. Por eso duele a la Iglesia, hermanos, cuando encuentra obstáculos a esta luz, cuando se sospecha de su misión, cuando se la quiere confundir con misiones subversivas, revolucionarias. Lo que predicamos es la luz de Dios que los hombres necesitan.”
Monseñor Romero se refirió a las comunidades que escucharon su sermón por la radio, lejos en sus caseríos, a las que leyeron el texto escrito después (en el semanario de la arquidiócesis, Orientación) y a la gente en la catedral. Está contento y agradecido de que los fieles, las comunidades, retomen su sermón, lo analicen, estén abiertos a ser evangelizados más allá, a tomar lo más importante de él y reforzarlo. Luego discuten todo eso no sólo en su comunidad sino también fuera de ella. Tal vez en sus familias, en sus barrios, en otras aldeas. La homilía de Monseñor Romero no terminó con el "amén" litúrgico en la catedral. Su mensaje fue discutido y se convirtió en luz para el camino. Tanto es así, que ahora, más de 40 años después, también nosotros releemos sus sermones, reflexionamos sobre ellos y los dejamos brillar en nuestra realidad histórica y eclesial para recorrer el Camino de Jesús. Los que habían escuchado también se convirtieron en misioneros: proclamadores.
“Todos necesitamos convertirnos. Yo, que les estoy predicando, el primero que necesito conversión; y le pido a Dios que me ilumine mis caminos para no decir ni hacer cosas que no sean de su voluntad, que debo de convertirme a lo que El quiere, que debo decir lo que Él quiere, no lo que conviene a ciertos sectores o me conviene a mi. Eso sí es contra la voluntad del Señor. Convertirnos a esa misión de Cristo: vayan por el mundo entero y prediquen esto que yo les he predicado.”
El predicador, el misionero, toda la Iglesia necesita una conversión constante. Las personalidades de la Iglesia lo repiten en la liturgia, pero a veces la verdadera conversión queda muy lejos. Para Monseñor Romero, esta conversión iba acompañada de su oración para predicar verdaderamente la Palabra de Dios, y no un mensaje que acaricie su ego o que suene maravilloso a los oídos de los que tienen poder o riqueza. El predicador es el primero que tiene que ponerse bajo la luz de la Palabra de Dios, para que se hagan visibles sus propias debilidades, defectos y omisiones. Para los que predican con regularidad, se convierte en una tentación no hacer este examen personal y, por tanto, no tomar el camino de la conversión. Cuando un predicador predica para justificarse a sí mismo o para resaltar los aspectos que más le convienen para que no surjan preguntas, o cuando los políticos, los gobernantes y los ricos asienten satisfechos con el sermón, entonces sí, es posible que algo más vaya mal. "Sí, está en contra de la voluntad del Señor". Las fórmulas litúrgicas oficiales o incluso más libres de pedir perdón (ten piedad de mí/nosotros) se alejan fácilmente de las acciones reales, del discurso y del silencio de las personas que están allí juntas. Tanto el anuncio como la escucha de la Buena Noticia, de la Palabra de Dios, exigen la disposición a hacernos examinar la vida y, en su caso, a pedir humildemente el perdón, convirtiéndonos al Camino de Jesús, al Reino de Dios.
“La Iglesia es el cuerpo de Cristo en la historia. La Iglesia es el envío de Cristo, del Espíritu Santo a los hombres de cada tiempo. Y hoy queremos saber qué diría Cristo a los Salvadoreños, ricos y pobres, gobernantes y gobernados. No tenemos que traer el Evangelio literal de hace veinte siglos, sino el Evangelio que la Iglesia, arrancando de aquel Evangelio de Cristo, va aplicando a las circunstancias de cada tiempo. Fidelidad a ese Evangelio, a esa misión, es la que constituye el continuo quehacer de la misión de la Iglesia. La Iglesia es misionera. … Se trata de empapar de Evangelio de Cristo las culturas modernas, las industrias modernas, los hombres de hoy.”
El anuncio del Evangelio debe situarse en la pregunta concreta "qué diría Cristo a los salvadoreños, ricos y pobres, gobernantes y gobernados". ¿Qué quiere decir hoy el Crucificado Resucitado a las personas que están reunidas en una celebración litúrgica (de la palabra, Eucaristía) o en un grupo bíblico, o cuando estudian la Biblia? ¿Qué es la palabra de Dios hoy para esta comunidad de creyentes tan concreta? Esta es una pregunta muy difícil que todo predicador debe hacerse al preparar el sermón o la reflexión. Monseñor Romero dice muy claramente que la Iglesia se inspira en el "Evangelio" y lo aplica "a las circunstancias de cada tiempo", a la realidad concreta de la comunidad y a su contexto eclesial y nacional. Un misionero en América Latina anunciará el Evangelio de manera diferente y con acentos diferentes que en los países africanos o en las culturas asiáticas, de manera diferente a las poblaciones ladinas que a los pueblos originarios de América Latina o a los descendientes de las poblaciones africanas que fueron reducidas a la esclavitud. La evangelización tomará formas y caminos diferentes con los jóvenes que con los adultos, con las familias de clase trabajadora que con los universitarios, con los creyentes marginales que con los tradicionalmente religiosos, en las comunidades de pobres que en las parroquias de familias más bien ricas, .... Se trata del mismo Evangelio, pero las "circunstancias" son diferentes, las personas son diferentes. Un buen predicador, un buen misionero debe, en primer lugar, escuchar atentamente la vida de las personas, sus heridas y sus esperanzas, sus decepciones y sus sueños, su egoísmo y su altruismo, sus errores y sus cálidas actitudes y acciones humanas, sus alegrías y sus penas, ....Siempre se ubicará en el sitio de los que más sufren, los más vulnerables, los más pobres. Sólo así la Iglesia podrá ser el Cuerpo vivo de Cristo en la historia.
Algunas preguntas para nuestra reflexión y acción personal y comunitaria.
- ¿Qué hacemos para evitar proclamar un evangelio "etéreo" en nuestras reuniones litúrgicas y de otro tipo, un evangelio "ligero" que no "toca" a nadie? ¿Reconocemos ese peligro en nuestra propia predicación, en nuestras relatos con la gente?
- ¿De qué manera podemos comprometer activamente a la comunidad de creyentes en la escucha del Evangelio, en la reflexion sobre las homilías en las iglesias, en la búsqueda de formas de vivir el Evangelio, en el comentario posterior con los demás alrededor? ¿Cómo podemos, como pastores, misioneros, animadores de un grupo bíblico,... obtener una respuesta concreta tras nuestra aporte (homilía, reflexión, comentario)?
- ¿De qué manera nos ponemos primero a nosotros bajo la Luz del Evangelio antes de predicar y antes de hacer una reflexión bíblica? ¿Cuál es nuestro propio proceso de conversión para evitar predicar un mensaje que acaricie nuestro propio ego o que sea reconocido con gratitud por aquellos que son poderosos y ricos?
- ¿De qué manera escuchamos a la gente, a las familias, a la comunidad a la que predicamos, para que nuestro discurso de la Palabra de Dios pueda conectar realmente con la vida concreta de las personas que nos escuchan?