Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». II Domingo de Cuaresma
La Transfiguración
II Domingo de Cuaresma
Ciclo B: (Génesis 22,1-2.9ª.15-18: Salmo 115; Romanos 8, 31b-34: Marcos 9,1-9)
Texto bíblico
“Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: «¡Abrahán!». Él respondió: «Aquí estoy». Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré»” (Gén 22,1-2).
Tiempo de contemplación
“El hombre puede vivir sin ciencia, puede vivir sin pan, pero sin belleza no podría seguir viviendo, porque no habría nada más que hacer en el mundo. Todo el secreto está aquí, toda la historia está aquí». “La belleza salvará al mundo” (Dostoievski, El idiota). Si observamos las lecturas que se proclaman este segundo domingo de Cuaresma, nos sorprendemos al constatar que en los tres ciclos se leen pasajes del Génesis, libro en el que se narra el principio de la creación y de la humanidad. Desde esta correspondencia, la Transfiguración del Señor se puede interpretar como la revelación de la nueva humanidad.
Jesús, el amado de Dios
Jesús consolida la experiencia que tuvo en el bautismo en lo alto del monte. En ambos momentos se oye la misma voz: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3, 16-17). El secreto de Jesús es saberse amado de Dios. Desde esta conciencia se atreve a beber el cáliz de la Pasión, no como un héroe, ni por empeño, sino abandonado en las manos de su Padre. «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres» (Mc 14, 36). Al proponernos el pasaje de la Transfiguración, la Iglesia nos ofrece la clave para avanzar en el camino penitencial, no como algo negativo, sino como respuesta de amor.
Propuesta
“Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (Rom 8,15-17).